jueves, 29 de agosto de 2019

Necesitamos un cambio en la lucha ambiental. EDITORIAL / “Los pedos de las vacas” Columna de Antonio Caballero. Arcadia , Agosto 26, 2019. NTC ... REGISTROS

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EDITORIAL
Todos somos responsables de la catástrofe ambiental, pero no todos tenemos eso tan claro. Por eso aquí hay algo que debe cambiar con urgencia.
ARCADIA, Agosto 26, 2019
Poco antes del cierre de esta edición, un incendio llevaba dos semanas destruyendo el Amazonas brasileño. No era la primera vez que algo así ocurría en esa región del mundo: en los últimos cuarenta años, una quinta parte del Amazonas de Brasil –una región tan grande como Francia– ha sido arrasada por la deforestación, y la deforestación es la principal causa de los incendios amazónicos. Ese mismo día circuló en algunos medios de comunicación un mapa creado con base en información de incendios en el Amazonas en los últimos años, y también Colombia aparecía recubierta de manchitas amarillas, el fuego devorando la selva. Ni los brasileños ni Jair Bolsonaro son los responsables de la destrucción, de dejarnos conocer la fuerza de las consecuencias que ha conllevado vivir, gobernar y desgobernar, contra el medioambiente durante tantos años. Lo somos todos.
Pero todos no tenemos esto tan claro. Y aquí hay algo que debe cambiar con urgencia.
La respuesta al reciente desastre en Brasil, al menos la más visible, la más viral, ha sido la indignación. Y es comprensible que haya indignación y rabia, y que quien quiera ejerza su derecho a expresarlas –así esto consista en bastante inútil acto de publicar una foto en Instagram, lamentar lo sucedido y seguir viviendo contra al medioambiente–. Pero décadas después de que el activismo ambientalista se ha basado en un discurso así –indignado, furioso, terco en su búsqueda de efectos en la esfera pública y apoyo en la ciudadanía– para hacer escuchar sus argumentos y denuncias; décadas después de que ese discurso ha demostrado su fracaso, vale la pena al menos plantear un cambio sustancial en la forma y los fines.
En un ensayo que publicamos el pasado mes de junio en ARCADIA, Mariana Matija expuso convincentemente las razones de por qué la resistencia contra la destrucción ambiental debería darse desde la conexión de diversos sectores, tal como se da la propia destrucción. Esto implica, por un lado, un llamado a la cultura y sus representantes a activarse en la crisis ambiental. Por otro lado, implica aportar a transformar la protesta y el activismo, a revisar los efectos de la lucha ambiental como la hemos llevado hasta ahora, y a buscar medios –la persuasión, la emocionalidad, la colectividad, la “protesta humilde” de Sarah Corbett– para generar un cambio, siendo uno muy urgente hacer que quienes no actúan, quienes se sienten por fuera de la discusión, comiencen muy pronto a hacerlo.
El incendio en Brasil se dio justo cuando la activista climática sueca de dieciséis años Greta Thunberg viajaba por el Atlántico a bordo de un velero de regatas con energía solar y cero emisiones 



( NTC … enlaces: https://twitter.com/hashtag/UniteBehindTheScience , https://twitter.com/GretaThunberg/status/1155764342274629632, https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/como-viajara-greta-thunberg-a-las-cumbres-del-clima-en-america-sin-contaminar/45187 )

para poder asistir a la Conferencia Climática de Nueva York. Los dos hechos coincidentes señalan una paradoja de la catástrofe climática y del activismo –el viaje de Thunberg poco puede lograr contra la tragedia en el Amazonas, así como poco han podido hacer los millones de los filántropos y la buena voluntad de algunos líderes políticos–. Y también muestran que se trata de una crisis muy distinta de una crisis particular, política o social. Se trata de una crisis planetaria, y un planeta es la condición de todo, también de la economía y la política.
Insistamos en lo que dice Matija: en la interconectividad implícita en la crisis y por ello también implícita en la necesaria en la búsqueda de soluciones. Un camino por explorar puede abrirse si entre todos buscamos un cambio no solo de la forma, sino también del sentido que le damos a la lucha ambiental. La crisis climática y ambiental muy probablemente no encontrará su solución con la creación de un enemigo –enemigos, por cierto, que, ante un presidente como Bolsonaro, ministros de Ambiente irresponsables e innumerables impulsores de la ganadería expansiva, son fáciles de conseguir–, ni en el reclamo unidireccional de “Ustedes son los culpables; nosotros no”. Su urgente solución podría arrancar con un reconocimiento de la responsabilidad del ser humano (no solo de la industria, no solo de los políticos) en la catástrofe. Reconocerse en la culpa sería, a la vez, una forma de unirse en la lucha, desde todos los bandos. La misma Thunberg, cuyas manifestaciones lograron convencer a cientos de miles de jóvenes en todo el mundo de esta urgencia (jóvenes que serán, probablemente, víctimas de los errores de hoy), es una muestra de ello, de que es posible mover la opinión desde una protesta distinta. Como escribe el comentarista Bernd Ulrich en el semanario alemán Die Zeit “la catástrofe ambiental ha sido creada por el hombre, pero no existe un enemigo, ni un solo causante con nombre y apellido. Y si lo hay, entonces todos lo vemos cada mañana en el espejo”.
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OPINIÓN. 

Una imagen vale más que mil palabras
Esta es la tercera columna que Caballero le dedica a la crisis climática. Su reflexión parte de una fotografía que la ONU usó en su más reciente informe sobre la relación entre el consumo de carne y la crisis medioambiental.
POR ANTONIO CABALLERO
La culpa no es de las vacas. Mírenlas en esta foto, intentando pastar en un erial, el que han dejado ellas mismas como el famoso caballo de Atila, bajo cuyos cascos no volvía a crecer la hierba. (Aunque algo han podido comer en el pajonal amarillo, pues se distinguen plastas de boñiga aquí y allá). Incluso a la más despierta de todas, la que parece mugir en primer plano, se le nota que no se da cuenta de la responsabilidad que le cabe en el arrasamiento de la tierra. La culpa es de nosotros los humanos, que comemos no sé cuantos trillones de carne de vaca al día y bebemos otros tantos trillones de leche de vaca o los usamos para preparar postres. Y para eso criamos los correspondientes billones de cabezas de ganado vacuno necesarios.
Y por lo visto los pedos del ganado vacuno, más que los del caballar o del porcino, o que los más discretos nuestros, dispersan en la atmósfera quintillones de toneladas de gases de metano, que aceleran y agravan el cambio climático que está desequilibrando el planeta. Cada vaca, según los cálculos publicados por la Unión Europea (que subvenciona su cría para competir comercialmente con las poderosas, y también subvencionadas, industrias cárnicas y lácteas de los Estados Unidos), expele diariamente nada menos que trescientos litros de vientos venenosos de metano. Y por eso sus técnicos agrícolas han propuesto cobrarles a los ganaderos europeos un nuevo impuesto sobre las flatulencias del ganado. Según la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el sector ganadero mundial es responsable del 10 % de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Detrás de las vacas, como puede verse en esta fotografía publicada en primera página por El Nuevo Siglo, están las fábricas. Sus pedos son más evidentes. Se los ve brotar de un alfiletero de altas y delgadas chimeneas de ladrillo: negros o grises azulados, alguno convertido en una ancha y blanquecina humareda como una nube de algodón, otro corto como un escupitajo de fuego contra el cielo azul. Sabrá Dios, o el diablo, a qué huele ese humo: pero no puede ser a nada sano. Las vacas, sin embargo –de raza hereford, me dicen los que saben de vacas–, no parecen particularmente molestas: rojas y blancas, amarillas, una retinta, pastan tranquilamente. A la que muge en primer plano solo parece incomodarla el fotógrafo. Como a los dueños de las fábricas del fondo: no quieren que se sepa lo que hacen.

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AFONSO BENITES

Brasilia 29 AGO 2019 
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