miércoles, 15 de agosto de 2007

ANTOLOGÍAS DE POESÍA COLOMBIANA.

Una publicación de NTC …
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MESA REDONDA:
ANTOLOGÍAS EN LA BALANZA
CASA DE POESÍA SILVA . BOGOTA. Jueves 23 de agosto 6:30 p.m.
http://www.casadepoesiasilva.com/programacion.htm
http://www.casadepoesiasilva.com/
ANTOLOGÍAS DE POESÍA COLOMBIANA
Presentación
LUNA NUEVA, Once miradas a la poesía colombiana. Antología múltiple* (1)
Omar Ortiz Forero, Compilador



MESA REDONDA
ANTOLOGÍAS EN LA BALANZA
Moderador: Juan Manuel Roca
Poetas invitados:

Robinson Quintero Ossa - Ramón Cote Baraibar - Santiago Mutis Durán - Omar Ortiz Forero

Las preguntas que aparecen a continuación están en la carátula de la tarjeta de invitación al evento que ha enviado la CASA DE POESÍA SILVA, cuya imagen se muestra a la izquierda <<--- span="">
(clic sobre ella para ampliarla) .

¿Cuál es la mejor antología de poesía colombiana?
¿Quiénes son los poetas colombianos imprescindibles en una antología?
¿Qué importancia tienen las antologías?
¿Cuáles son las antologías indispensables de la poesía colombiana?
¿Falta en Colombia una gran antología de sus poetas?
¿Cuáles son los criterios indispensables para hacer una antología de poesía colombiana?
¿Qué ha dicho la crítica sobre las antologías?
¿Antologías o antojologías?
¿Hay un inventario completo de las antologías de poesía colombiana?
...
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Las reseñas se presentan en anverso de la tarjeta de invitación
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JUAN MANUEL ROCA (Medellín, 1946). Poeta, ensayista, narrador y periodista cultural. Autor de varias antologías temáticas de poesía: "Cerrar la puerta" - muestra de poetas suicidas; "La casa sin sosiego" - antología de poemas de la violencia; "Boca que busca la boca" - antología de poesía erótica colombiana.

ROBINSON QUINTERO OSSA (Caramanta, 1959). Poeta ensayista. De sus libros mencionamos "De viaje" (1994), "Hay que cantar" (1998) y "La poesía es un viaje" (2004). Compilador de la Antología inédita temática "Colombia en la poesía colombiana".

SANTIAGO MUTIS (Bogotá, 1950) Poeta, narrador y editor. Entre sus libros de poemas destacamos "Dicen de ti", publicado por la Editorial de la Universidad de Antioquia. Es autor de la antología "Panorama inédito de la nueva poesía en Colombia".

RAMÓN COTE BARAIBAR ((Bogotá, 1963). Poeta y ensayista. Libros de poemas, entre otros: "Poemas para una fosa común", "Botella papel" y "Colección Privada". Es autor de la antología de poesía latinoamericana "Diez de ultramar", publicada en España por Visor Editores.

OMAR ORTIZ** (Bogotá, 1950) Poeta y ensayista. Director de la revista Luna nueva y autor en poesía, entre otros libros, de "Las muchachas del circo", "El libro de las cosas" y de la antología "Once miradas a la poesía colombiana", publicada en el 2007.
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Entrada libre
CASA DE POESIA SILVA BOGOTA Calle 14 No. 3-41 - Tel.: 2865710
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NoTiCas de NTC … :
* Información sobre el libro y apartes :
http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/04/luna-nueva-20-aos-miradas-la-poesa.html
** Información sobre el Compilador, clic en : Omar Ortiz Forero
(1) Algunos conceptos sobre esta antología:
--->> "Se les ofrece entonces a los amantes y estudiosos de la poesía un invaluable texto, múltiple y cambiante, como una especie de calidoscopio poético que dialoga entre sí en una maravillosa galería de espejos que nos atrapa y sorprende." Omar Ortiz Forero.

--->> "Esta Antología de LUNA NUEVA es diferente a todas las antologías. En general esos libros son muy previsibles. Es como ir a una fiesta donde sólo hay ex novias de uno. Las conoces a todas, unas están maltratadas por el tiempo, otras siguen bellas pero ya están leídas y releídas, y unas pocas, muy pocas, están mejor que antes porque el tiempo, ese escultor, afinó ciertas líneas, pulió aristas toscas... pero ya ellas no quiere saber nada de uno, lo consideran leído, releído, un ajado periódico de ayer.

Pero esta antología está llena de sorpresas y revelaciones. Es como si en la fiesta se hubiera colado esa mujer a la que siempre deseamos en secreto, una que nunca se dignó mirarnos, y esta noche, ¡vaya usted a saber por qué!, te sonríe y te sostiene la mirada un segundo más allá de lo que aconseja la discreción." Julio César Londoño, Escritor. 26 de julio de 2007

--->> " Hace poco, como adelanto a la celebración de sus 20 años, la revista LUNA NUEVA publicó "Luna Nueva, once miradas a la poesía colombiana", un libro que desde once seleccionadores da cuenta de la poesía colombiana, eligiendo cada uno diez poemas del cuerpo de su lírica. Esa antología de poemas, más que de poetas, vuelve a poner de presente las búsquedas originales a las que siempre invita la revista. No queda nada distinto que festejar." Juan Manuel Roca (Editorial, Luna Nueva No. 33, Jun. 2007)

--->> "… he escogido estos poemas porque me gustan y me dan la oportunidad de agradecer a estos poetas su hermosa y compañera palabra."
SAMUEL VASQUEZ (Seleccionador)
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--->> "Lo novedoso y de gran valor de la estructuración de la idea, el proyecto y la publicación se fundamenta en el hecho de que “sus once autores” – los seleccionadores - son reconocidos poetas y escritores, personas del oficio, estudiosos, participantes muy activos en la actividad cultural colombiana durante los últimos 50 años. Ellos, en un acto de generosidad - en cierta medida de “destape” riesgozo de sus gustos y predilecciones, de sus filias y sus fobias, de su erudición – nos contaron sobre los poemas (y los poetas) que, desde su mirada, son los mejores que se escribieron en el Siglo XX en Colombia. Y en cortos textos introductorias a sus respectivas escogencias comparten de manera muy amigable y franca el origen y los llamados - del corazón, de la memoria, de la razón, de la poesía … - que los indujeron a la selección de su “arbitaria” decena de poemas." Gabriel Ruiz A. (Fragmento de la presentación del libro en Cali, Biblioteca Departamental, Julio 12, 2.007)
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SECRETOS* (1)
El libro de Julio César Londoño
Omar Ortiz
acaba de publicar una antología de poemas seleccionados a varias manos: Santiago Mutis, Víctor López Rache, Gardeazábal, Jaime Echeverry, Malatesta, Rómulo Bustos, Lucía Estrada, Samuel Vásquez, Álvaro Marín y Juan Manuel Roca nos cuentan aquí cuáles son sus poemas favoritos. El resultado es "LUNA NUEVA, once miradas a la poesía colombiana", un libro imprescindible, lleno de sorpresas reveladoras que sabe eludir las dos categorías clásicas de las antologías: los poemas de siempre, esos que ya nos lo dijeron todo, y los arbitrarios, que sólo le hablan al antologista. Este es el libro que recomienda para este fin de semana el reconocido escritor vallecaucano Julio César Londoño.
* Revista GENTE** No. 25, Agosto 17, 2007. Pag.14.
(** Sólo para suscriptores en Cali de El País)
(1) Complementación a este texto:
La Luna Nueva de Omar Ortiz y NTC … de Gabriel Ruiz
La plana. Por: Julio César Londoño
EL PAIS de Cali, Agosto 18 de 2007 (clic allí. Texto completo)
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SOBRE ANTOLOGIAS DE POESÍA COLOMBIANA ...

UNA JOYA
"Las antologías poéticas de Colombia. Estudio y Bibliografía" .
Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo.
Serie bibliográfica VI. Bogotá 1966.
516 págs. 15 x 23 x 4 cms).

INTRODUCCION (Págs. VII a XII)
HÉCTOR H. ORJUELA. http://www.faculty.uci.edu/profile.cfm?faculty_id=2766

University of Southern California.
Yerbabuena, octubre de 1966.
(Escaneó y reprodujo GRA de NTC … . Agosto 15, 2007)

Este trabajo es el fruto de varios años de investigaciones encaminadas a recoger y estudiar las antologías y compilaciones generales de nuestro Parnaso y los principales repertorios poéticos universales que contienen autores colombianos. El libro abriga un doble propósito: por una parte intenta relacionar, en las páginas del ensayo, las publicaciones antológicas con la historia de la poesía nacional, ya sea dentro de su ámbito particular o en sus proyecciones en el extranjero, y por la otra quiere ofrecer, con la recopilación bibliográfica, una obra de referencia de alguna utilidad para los estudiosos de la lírica patria.
El fin propuesto concuerda con la organización del volumen, el cual está dividido en secciones de estudio y bibliografía. En la primera parte del Estudio: "Antologías de poesía colombiana", se reseña la historia de nuestros repertorios líricos desde los años de la colonia hasta 1964 inclusive. Para lo referente a la época colonial, que es muy pobre en compilaciones de versos, hemos tenido que acudir en esta división a obras no antológicas que conservan producciones de algunos bardos de entonces. En general para la primera parte del ensayo se consideran los florilegios que incluyen por lo menos tres poetas y que están dedicados exclusivamente a la lírica nacional. Sólo en muy contadas ocasiones nos hemos permitido alterar esta norma. La excepción más notable sería el Ramillete de varias flores poéticas, del ecuatoriano Jacinto de Evia, que no se puede dejar de mencionar en nuestras letras coloniales. En la segunda parte del Estudio: "Antologías de poesía general", se investiga, siguiendo también un orden cronológico, la contribución colombiana en las más destacadas antologías poéticas en lengua castellana y otras lenguas. A diferencia de lo que se hace en la división anterior aquí se tienen en cuenta las colecciones que incorporan, junto a los autores extranjeros, uno o más vates nacionales. La mayor parte de estas publicaciones han sido editadas en el exterior, pero hay muchas también que han aparecido en Colombia.
Es claro que para lograr plenamente nuestro objetivo de recoger las obras de carácter antológico y relacionarlas con la historia de la poesía nacional se han tenido que emplear asimismo numerosas recopilaciones suplementarias de escaso valor literario y las indispensables fuentes críticas. Al lado de las antologías propiamente dichas hemos considerado varias misceláneas de prosa y verso, índices regionales, unas pocas crestomatías importantes, coronas fúnebres en honor de prestantes figuras literarias, colecciones de traducciones, repertorios aparecidos como suplementos de libros y publicaciones periódicas, etc. Especial cuidado hemos puesto en glosar y enjuiciar los prólogos y estudios preliminares de algunos florilegios ya que a veces constituyen documentos de trascendencia para seguir el desarrollo del género lírico en Colombia.
Debido a la índole de nuestro trabajo que es conjuntamente obra de historia literaria y de referencia, el criterio a que nos hemos ceñido para la selección de las publicaciones antológicas que comentamos en el ensayo no obedece a razones de orden estético ni tampoco al valor de cada colección tomada independientemente. Más nos han interesado la importancia relativa que pueden tener las obras en la historia de la poesía nacional, la significación de ciertos repertorios para una escuela o tendencia literaria particular, el puesto que les corresponde a algunas antologías como reflejo de un momento literario específico, los nombres de los poetas que figuran en ellas, etc. Dentro del grupo de florilegios generales que acogen bardos nacionales y extranjeros nos hemos preocupado especialmente por descubrir el lugar que ocupa nuestra poesía en el Parnaso en lengua española y hemos tratado asimismo de determinar qué poetas colombianos gozan de mayor popularidad fuera de las fronteras patrias.
La parte bibliográfica sirvió de base para la elaboración del Estudio y sigue estrictamente las normas que rigen el ensayo en cuanto a la selección de las obras. En sus dos secciones: "Bibliografía de antologías poéticas de Colombia" y "Bibliografía de antologías poéticas generales", se encuentran los repertorios de más significación para la lírica nacional y numerosas compilaciones que incluyen poesía escrita por colombianos. Hemos decidido no introducir en esta parte del volumen otras subdivisiones que agrupen las publicaciones afines para no establecer categorías de escasa utilidad en un trabajo de referencia. No todas las fuentes que se mencionan en el Estudio aparecen en la bibliografía. La primera sección comprende 147 obras antológicas en tanto que en la segunda el número se eleva a 242. Las fichas han sido numeradas de 1 a 389. Estos números figuran entre corchetes y en el extremo derecho antes de cada ficha.
El plan original de la bibliografía fue inicialmente revisado por nuestro siempre lamentado amigo Rubén Pérez Ortiz pocas semanas antes de su muerte y este trabajo es por lo tanto el último en que tuvo alguna participación el gran bibliógrafo colombiano. La presentación de las fichas obedece sus sugerencias y los requisitos que para este tipo de investigaciones tiene el Instituto Caro y Cuervo. Para cada obra se incluyen, además del número de ficha y de los datos bibliográficos pertinentes, los nombres de los poetas nacionales que allí colaboran, ordenados alfabéticamente, y las bibliotecas - colombianas y extranjeras - en donde se hallan las publicaciones. Esta última información se suministra por medio de siglas y a menudo con ellas, entre paréntesis, se agregan también las ediciones a que hacemos referencia cuando éstas son diferentes a la que señala el título. Un trazo oblicuo separa las siglas de bibliotecas nacionales de las correspondientes a las extranjeras. Por lo regular la ausencia de siglas en las fichas es señal de que las antologías están en la biblioteca del autor. La labor de selección y ordenación de los nombres de un número tan grande de poetas como el que presenta la bibliografía fue una de las más arduas del trabajo, ya que además se trató de determinar su nacionalidad colombiana. En los casos de dudosa nacionalidad, o cuando los bardos no pudieron ser identificados plenamente, colocamos una interrogación (?) después del nombre. En lo posible se insertaron, entre corchetes, los nombres que corresponden a los seudónimos. Nos fue de utilidad en esta parte de la investigación Seudónimos colombianos, de Rubén Pérez Ortiz. A veces hicimos figurar con los vates nacionales algunos escritores nacidos fuera del país pero cuya producción poética en realidad pertenece a nuestro acervo literario.
Generalmente se ha escogido para el análisis de cada antología la última edición de la obra o, en su lugar, la más completa. Cabe advertir que debido a las especificaciones que rigen el trabajo y al criterio de selección que nos ha guiado en él, necesariamente tuvimos que omitir en la bibliografía muchas compilaciones de carácter didáctico, todas las 'antologías colombianas de menos de tres autores y numerosos florilegios de poesía general que no contienen nada sobre Colombia. Pasa de un centenar el número de repertorios de esta última categoría que fueron descartados. Otras omisiones han sido involuntarias y se explican por la imposibilidad de consultar todas las publicaciones antológicas aparecidas hasta 1964. La obra se complementa con una sección de "Siglas empleadas" que agrupa únicamente las siglas de las bibliotecas nacionales y extranjeras donde se encuentran las antologías, y con índices onomástico y general. El extenso índice onomástico fue preparado por el autor y remite a las páginas. Para mayor claridad, cuando un nombre se repite dentro de la misma página y en más de una ficha hacemos doble referencia, a la página y a las fichas. En estos casos los números de las fichas aparecen entre corchetes.
Durante el tiempo que duró la investigación se consultaron numerosas bibliotecas en Colombia y en los Estados Unidos. La lista de "Siglas empleadas" contiene los nombres de todas ellas. Entre las que se usaron con más asiduidad en los Estados Unidos debemos destacar la Biblioteca del Congreso en Washington, D. C., en donde se analizó buena parte del grupo de antologías generales, la "Columbus Memorial Library" de la misma ciudad, la Biblioteca de la Universidad del Sur de California y la de UCLA. Algunas obras fueron examinadas aprovechando el sistema de préstamo de libros que existe entre las bibliotecas de ese país. En Colombia el autor trabajó por varios meses en calidad de investigador visitante en la Biblioteca del Instituto Caro y Cuervo en Yerbabuena y utilizó frecuentemente la Biblioteca Nacional, la "Luis Angel Arango" y la Biblioteca "Antonio Gómez Restrepo".
La fase inicial en la preparación del volumen, o sea la recopilación bibliográfica, en parte se realizó gracias a la ayuda económica que la Universidad del Sur de California le brindó al autor para continuar sus trabajos sobre literatura y bibliografía colombianas. Tengo por este motivo una deuda de gratitud con las siguientes personas de la misma Universidad: la Dra. Dorothy McMahon, Directora del Departamento de Español, Italiano y Portugués, quien recomendó la aprobación del proyecto; el Dr. Neil D. Warren, Decano de la División de Letras, Artes y Ciencias, y el Dr. Tracy E. Strevey, Vicepresidente de Asuntos Académicos.
La mayor parte del trabajo para este tomo se llevó a cabo en Yerbabuena durante un período de licencia especial para investigación concedido al autor en 1965 y en los meses de junio, julio y agosto de 1966. Agradezco vivamente la ayuda que en todo momento recibí de los miembros de! Instituto Caro y Cuervo y en particular la de mis amigos y compañeros de labores: Alcira Valencia Ospina, Anita García Sánchez, Ismael Enrique Delgado Téllez, Rubén Páez Patiño y Francisco Romero Rojas. Es justo destacar también la labor cumplida por e! Sr. Alfonso Linares y todo el personal de la Imprenta y por Humberto Linares Rojas que colaboró en la corrección de pruebas.
Especial reconocimiento debo al Dr. José Manuel Rivas Sacconi, Director de! Instituto Caro y Cuervo, quien ha inspirado y alentado varios de mis proyectos, por haber acogido esta obra en las publicaciones del Instituto y por su permanente estímulo y consejo. Finalmente quiero expresar mi gratitud a la Sra. Lola Casas vda. de Gómez Restrepo, a mi amigo Kurt Levy, a varios colegas y parientes que cooperaron en algunos aspectos de la investigación, y señaladamente a mi esposa Helena que con ejemplar dedicación ayudó en todas las etapas de la elaboración del volumen y copió a máquina el manuscrito.
Que yo sepa, nunca hasta la fecha se había intentado un trabajo similar al presente en las literaturas hispánicas. Ojalá que esta obra redunde en provecho del estudio de nuestra poesía y ofrezca una fuente de consulta de algún valor para los críticos e historiadores de las letras colombianas.

HÉCTOR H. ORJUELA. University of Southern California.
Yerbabuena, octubre de 1966.
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ANTOLOGÍAS DE POESÍA COLOMBIANA EN EL DECENIO 1949-1.959
Texto tomado del libro: "Las antologías poéticas de Colombia. Estudio y Bibliografía" .
Hector H. Orjuela, http://www.faculty.uci.edu/profile.cfm?faculty_id=2766
Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo. Serie bibliográfica VI. Bogotá 1966. 516 págs. 15 x 23 x 4 cms). Páginas 144 a 152.
(Otros detalles de este libro y texto completo de su INTRODUCCION en NTC – Documentos (Ag. 15/07) http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/08/blog-post.html )
Escaneo, Reprodujo y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com, gaboruizar@hotmail.com. Agosto 16, 2007 con motivo de la Mesa Redonda “ANTOGOLOGÍAS EN LA BALANZA” que se celebrará el próximo 23 de Agosto 2007 en la CASA DE POESÏA SILVA (Detalles del evento: http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/08/blog-post.html )
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El último período que venimos considerando en la historia de las antologías tiene en realidad su punto de arranque, dentro del grupo de repertorios líricos generales que es el que merece atención particular, en la Antología de la nueva poesia colombiana, impresa en Bogotá en 1949 (335). Encierra este tomo 37 poetas descollantes en los últimos treinta años y abarca, por lo tanto, las promociones de "Los nuevos", "Piedra y Cielo", "Post-piedracielistas" y "Cuadernícolas". "Los seleccionadores y editores del presente volumen", se lee en el prólogo, "ocúpanse en esta aventura antológica con el mero y leal propósito de obtener un conjunto panorámico de la poesía nueva de Colombia, sus corrientes, modalidades, influencias, expresiones, sus victorias ya tangibles y sus más recientes alboradas [ ... ] El criterio
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335 [Bogotá, Edit. Iqueirna]. 218 p. (Ediciones Espiral).
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seguido responde a un deseo de imparcialidad ante las disidencias estéticas y poéticas" (336).
Los bardos están clasificados en orden cronológico comenzando el ciclo León de Greiff y cerrándolo Rogelio Echavarría. De todos ellos se dan útiles noticias bio-bibliográficas en una sección al final del tomo.

La importancia de esta antología, que presenta una visión adecuada de lo que había sido nuestra lírica en los últimos años, estriba en que en sus páginas reciben el espaldarazo de la cofradía poética nacional algunos vates que han llevado últimamente el liderato de nuestro Parnaso: los siempre lamentados Edgar Poe Restrepo y Jorge Gaitán Durán, los antioqueños Carlos Castro Saavedra y Jorge Montoya Toro, los post-piedracielistas Andrés Holguín, Saúl Aguirre, Daniel Arango, Helcías Martán Góngora y José Constante Bolaños, y los "cuadernícolas" Fernando Charry Lara, Guillermo Payán Archer, Alvaro Mutis, Fernando Arbeláez y Rogelio Echavarría. Sólo dos poetisas encuentran cabida en el florilegio, ambas ligadas en su obra a las corrientes de vanguardia: Meira Delmar (A, ver NoTiCas al final ) y Maruja Vieira (B).

Entre la publicación de la Antología de la nueva poesía colombiana, y la posterior aparición del grupo verdaderamente representativo de compilaciones en nuestro panorama lírico contemporáneo, se dieron a la estampa otras selecciones de valor relativo tales como Los mejores poemas de los mejores poetas colombianos, de Eduardo Caballero Calderón (337), en la que el recopilador se atiene a la popularidad de las composiciones y no a su valor intrínseco; el Nuevo parnaso colombiano, preparado por Arturo Escobar Uribe (338) para la masa lectora del país; Colombia, el hombre y el pai-

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336 ibid., p. 7.
337 Caracas, 1952, 54 p, Esta obra fue preparada para lectores venezolanos.
338 1ª. y 2ª. ediciones: Bogotá, Ediciones Mundial, [1954]. 498 p.
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saje, una antología escolar en prosa y verso del intelectual Jaime Tello (339) en que se establece un criterio didáctico ejemplar, y algunos cuadernillos de poesía de la serie que con tanto éxito dirige Simón Latino (Carlos H. Pareja). Estos cuadernillos han ayudado en buena medida a difundir nuestra poesía en el exterior y llevan a cabo, sin pretensiones, una buena labor propagandista de las letras colombianas en los países de habla española.

En los años finales de la década pasada (1950-1959) se imprimieron tres antologías que bien pueden incluirse entre las mejores por el cuadro global que ofrecen de la poesía nacional y por la calidad de la selección del material en verso. Son ellas la elaborada por Ginés de Albareda y Francisco Garfias como volumen segundo de un repertorio poético de América latina: Antología de la poesía hispanoamericana: Colombia, Madrid, Biblioteca Nueva, 1957; Poemas de Colombia, antología de la Academia Colombiana de la Lengua, cuya edición estuvo a cargo de Carlos López Narváez (340), y Las mejores poesías colombianas, en dos tomos, seleccionada por Andrés Holguín para incorporarla a la Biblioteca Básica de Cultura Colombiana que dio a la estampa en Lima, en 1959, La Editora Latinoamericana.

El tomo de Albareda y Garfias salió en edición de lujo con un excelente estudio sobre la evolución del género poético en Colombia (341) que establece la pauta para las divisiones del libro: Poetas de la conquista; El barroco; El neoclasicismo; El romanticismo, y Tendencias actuales. Cabe señalar el interés que ofrecen las tres primeras divisiones ya que contienen uno de los repertorios líricos coloniales

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339 Bogotá, Edit. Iqueima, 1955. 302 p.
340 Prólogo y epílogo de Félix Restrepo S. J., ... Medellín, Edit. Bedout, 1959. 623 p.
341 [Estudio preliminar], p. 9-68.
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más completos que puede hallarse en nuestras antologías (342). El volumen se inicia con Antón de Lezcámez (343) y se cierra con una composición de Eduardo Cote Lamus: Poema imposible. El número de vates en el tomo pasa la enorme cifra de 190 y se puede decir que no hay omisión que lamentar en toda la obra. Debemos destacar en ella la inclusión del célebre naturalista José Celestino Mutis quien encabeza la parte correspondiente a la poesía neoclásica.

La antología de la Academia Colombiana se formó a raíz de la idea que tuvo Luis López de Mesa de efectuar una encuesta entre los académicos encaminada a averiguar cuáles serían las diez mejores poesías colombianas. La encuesta fue contestada por 32 académicos y el resultado de la misma, explicado en detalle por el padre Félix Restrepo S. J. en el prólogo del volumen, dio el galardón a los siguientes poemas: 1º. La luna, de Fallon; 2º. Nocturno (tercero), de Silva; 3º. A la estatua del Libertador, de M. A. Caro; 4º. Constelaciones, de Rivas Groot; 5º. De Noche, de Pombo; 6º. Canción de la vida profunda, de Barba Jacob; 7º. En alta mar, de José E. Caro; 8º. San Antonio y el centauro, de Valencia; 9º. Anarkos, del mismo Valencia; 109 Aures, de Gutiérrez González, y Tierra de promisión (muestras), de José E. Rivera (344).

El número de votos concedido a las composiciones que se escogieron en el certamen permitió asimismo determinar qué poetas, acuerdo con la encuesta, podían figurar como los mejores del País. El padre Félix Restrepo rinde al respecto el siguiente informe:

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342 Complementa el ya comentado que aparece en los primeros volúmenes de la Historia de la literatura colombiana de Antonio Gómez Restrepo.
343 Véase supra, nota 1, p. [3]
344 Op. Cit.: A guisa de prólogo, p. 12-13
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“Treinta y dos fueron los votantes. Solo un poeta obtuvo los treinta y dos votos; porque, aunque dos participantes no votaron por él, otros dos en cambio lo incluyeron dos veces en su breve lista. El afortunado vencedor en este nuevo concurso de superior belleza, es, pues, Guillermo Valencia.

Síguenle, con treinta votos, Rafael Pombo; con veintisiete, José A. Silva; con veinticuatro, Miguel Antonio Caro y Diego Fallon; con veintiuno, Porfirio Barba Jacob; con diecinueve, José María Rivas Groot, y con diecisiete, José Eusebio Caro. Bajan rápidamente los votos a diez para Gregario Gutiérrez González y nueve para Aurelio Martínez Mutis. Estos son los diez nombres que descuellan entre todos.

Una nueva lista de siete, cuyos sufragios están entre ocho y cinco, comprende estos nombres: León de Greiff, José Joaquín Ortiz, Rafael Núñez, José Eustasio Rivera, Rafael Maya, Juan Lozano y Lozano y Ricardo Nieto.

Cuatro o tres votos tienen a su favor Enrique Alvarez Henao, Ismael Enrique Arciniegas, José Joaquín Casas, Angel María Céspedes, Julio Flórez, Antonio Gómez Restrepo, Joaquín González Camargo, José Manuel Marroquín, Epifanio Mejía y Jorge Rojas. Hay Cinco poetas que recibieron dos sufragios cada uno: Luis María Mora, Germán Pardo García, Miguel Rasch Isla, Diego Uribe y Carlos Villafañe.

Y finalmente con un solo voto figuran: Julio Arboleda, Diógenes Arrieta, Víctor E. Caro, Eduardo Carranza, Arturo Camacho Ramírez, Eduardo Castillo, Silveria Espinosa de Rendón, Jorge Isaacs, Víctor M. Londoño, Luis Carlos López, Aníbal Micolta, Belisario Peña y Luis Tablanca, seudónimo de Enrique Pardo Farelo” ( 345).

Esta pléyade de 45 poetas, representados por 121 poemas, es lo que constituye el cuerpo mayor de la antología a la cual se le adicionó un apéndice con poesías que los académicos citaron en sus eliminatorias. Carlos López Narváez fue el encargado de seleccionar los mejores textos disponibles y de redactar las notas biográficas que van al final del tomo.

El concurso de la Academia causó encendidas polémicas que no vamos a enjuiciar en este estudio. No se puede olvidar,
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345 Ibid., p. 11.
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sin embargo, que lo que se pretendió desde un principio fue determinar cuáles eran las diez mejores poesías de nuestro Parnaso en opinión de los señores académicos. Las otras conclusiones a que llevó el certamen se nos antojan un tanto aventuradas. A nuestro parecer, el repertorio lírico que se compiló después del concurso fue el resultado más positivo del mismo.
Esta colección necesariamente debe tenerse como obra sui generis dentro de las antologías colombianas pues ya no fue uno el seleccionador sino 32. Los nombres escogidos, que no comprenden todas las épocas ni todas las escuelas poéticas, tampoco permiten concederle a Poemas de Colombia el carácter de obra panorámica global aunque, en realidad, el siglo XIX y parte del XX (hasta los piedracielistas inclusive) están representados. Tiene la ventaja, sin embargo, sobre otros repertorios de haberse guiado enteramente por un criterio estético en la selección y no hay duda que en sus páginas se encuentran algunas de las gemas de nuestra poesía.

Los dos tomos del parnaso compilado por Andrés Holguín dan, en nuestra opinión, una de las visiones más acertadas y completas del movimiento lírico en Colombia hasta 1959. El primer volumen (346) consta de seis secciones: La época de la conquista, El clasicismo en la colonia, El seudoclasicismo, Movimiento humanístico, Simbolismo y modernismo y El anti-modernismo. El segundo complementa en forma adecuada las tendencias del siglo XX y se divide en las siguientes partes: Poesía contemporánea, El surrealismo, Piedra y Cielo, Dos voces femeninas, y Los últimos poetas.

El ensayo preliminar, que inapropiadamente se incluye en los dos tomos, ya que su incorporación en uno de ellos bastaba, ofrece una inteligente interpretación de la historia
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346 Por errata en la portada figura como compilador de este tomo Daniel Arango
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de nuestra poesía hasta la época actual (1964/5). 27 poetas encuentran cabida en el primer volumen que se abre con Juan de Castellanos y finaliza con Luis Carlos López. Entre éstos sólo hay una mujer: la madre Castillo. En el segundo, que comprende igual número de nombres, se hallan composiciones de las poetisas Meira Delmar (A) y Dora Castellanos (Dora Echeverría de Castellanos). Este repertorio de Holguín bien merece una edición de carácter menos popular con un apéndice de noticias bio-bibliográficas que aumente su valor como obra de consulta.

Los últimos tres años (1962-64) han sido también importantes para la elaboración de antologías nacionales. Las de menor formato, que principalmente recogen breves selecciones de autores contemporáneos, son: Poemario, auspiciada por la Secretaría del Sindicato del Sena de Medellín (347), y Este (Encarnación de una curiosa y sonora antología), excelente y muy personal compilación de Vicente Pérez Silva (348). Otras se han preocupado por presentar un cuadro general de nuestro desarrollo poético: Parnaso colombiano, editado por Hernando Salazar en Medellín (349), y Síntesis de la poesía colombiana. Antologia': 1652_1964 (350) , "que comprende todo el ciclo de nuestra historia lírica, desde 1652, año en que se publicó la primera obra de Hernando Domínguez Camargo, hasta el corriente de 1964" (351). En realidad esta compilación viene a ser un repertorio de poesía contemporánea pues todas las otras épocas están allí muy deficientemente representadas. De Pombo, por ejemplo, figura cimera del romanticismo nacional, se insertan sólo poemas infantiles: La pobre viejecita, El gato bandido y El renacuajo

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347 [78] h., ilus En mimeógrafo .
348. Bogotá, Ediciones Helios, 1964. 59 p.
349 [Talleres Carpel-Antorcha, S. f.]. 550 p. (Ediciones "Triángulo).
350 Bogotá, Tip. Estelar, 1964. 299 p. (Colección Síntesis, I).
351 Ibid.: Introducción, p. XIV.
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paseador. Los poetas, por otra parte, están encasillados en orden alfabético por lo que el propósito manifiesto de ofrecer un ciclo ordenado y completo de nuestra lírica se pierde lastimosamente.

Las antologías que más nos interesan por ofrecer en forma adecuada una visión de conjunto de la lírica contemporánea, o por constituir índices de ciertas escuelas o tendencias aún en relativa vigencia o en activo proceso de gestación, son las que mencionaremos en seguida: Breve antología de la poesía piedracielista, de Carlos Martín, que ya comentamos anteriormente (352); 13 poetas nadaístas, compilada por Gonzalo Arango, y dos repertorios generales: 21 años de poesia colombiana (1942-1963), preparado por Oscar Echeverri Mejía y Alfonso Bonilla Naar y Panorama de la nueva poesía colombiana, de Fernando Arbeláez.

13 poetas nadaístas (353) es, hasta el momento de escribir estas líneas, la publicación antológica más significativa que ha quedado de un movimiento juvenil y algo bizarro que ha hecho fruncir el ceño a los tradicionalistas apergaminados, sonreir a otros, y recordar a los demás que en resumidas cuentas el futuro de nuestra literatura, su orientación, dependen en buena medida de nuestros bardos jóvenes y no conformistas que no deben cejar en su empeño de buscar nuevos caminos para la expresión lírica. La antología está precedida de un estudio por Gonzalo Arango, reconocido jefe del movimiento, y contiene composiciones de los yates que en un principio se adhirieron con mayor fervor a los principios de la novedosa tendencia. Ellos son: además de Arango, J. Mario, Amílkar U., Alberto Escobar, Eduardo escobar, X 504 (Jaime Jaramillo), Elmo Valencia, Mario Rivero, Darío Lemos, Guillermo Trujillo, Diego León Giraldo, Jaime Espinal y Humberto Navarro.
…. (siguen dos páginas dedicadas a esta Antología …)
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352 Véase supra, p. 121 nota 282.
353 Medellín, Edit. Carpel Antorcha, 1.963 118 p.
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Sigue …
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NoTiCas de NTC … :
(A) Acaba de salir (Agosto 2007), dentro de la colección “UN LIBRO POR CENTAVOS” de la U. Externado el libro No. 30, “ALGUIEN PASA” de Meira Delmar (1922) , antología de sus poemas preparada por el poeta Miguel Méndez Camacho. La poeta estuvo en Julio 2007 en el Encuentro de Roldanillo.
(B) La poetisa Maruja Vieira (1922), ha sido objeto durante el 2.006 y 2007 de significativos reconocimientos. Ver: http://mvw-ntc.blogspot.com/
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TEXTO # 3. NTC – Documentos

ANTOLOGÍAS DE POESÍA COLOMBIANA EN EL DECENIO 1.959 - 1964
Texto tomado del libro: "Las antologías poéticas de Colombia. Estudio y Bibliografía" .
Hector H. Orjuela, http://www.faculty.uci.edu/profile.cfm?faculty_id=2766
Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo. Serie bibliográfica VI. Bogotá 1966. 516 págs. 15 x 23 x 4 cms). Páginas 154 a 159 (Parte final del cápitulo I)
(Otros detalles de este libro y texto completo de su INTRODUCCION en NTC – Documentos (Ag. 15/07) http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/08/blog-post.html )
Escaneo, Reprodujo y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com, gaboruizar@hotmail.com. Agosto 22, 2007 con motivo de la Mesa Redonda “ANTOGOLOGÍAS EN LA BALANZA” que se celebrará el próximo 23 de Agosto 2007 en la CASA DE POESÏA SILVA (Detalles del evento: http://ntc-documentos.blogspot.com/2007/08/blog-post.html )

21 años de poesía colombiana (1942-1963) (357) se limita al ciclo poético que tiene su punto de partida en las primeras manifestaciones de los post-piedracielistas y que se extiende hasta la época presente. Inserta la abultada cifra de 133 poetas lo que nos hace pensar que los compiladores en su afán de seleccionar representantes de casi todas las regiones del país fueron un tanto generosos con más de un versificador que tuvo el gusto de ver figurar su nombre al lado de escritores de mérito más positivo. La antología congrega los bardos en orden alfabético y sobre algunos de ellos se dan brevísimos datos bio-bibliográficos. Así enuncian Echeverri Mejía y Bonilla Naar el fin primordial de la compilación:

Colombia es considerado como "un país de poetas". Y ello es así. Pero para muchos - en especial en el exterior - es sólo el país de Valencia, de Silva, y quizás de Isaacs y Rivera. Algunos -los más especializados - saben de "Piedra y Cielo" de ahí (1940) para acá ... silencio. Ese vacío es el que llenamos en esta selección. Al hacerlo hemos dado un aporte a la literatura contemporánea: que era, precisamente, el empeño de nuestro trabajo.” (358).

Este libro, nos parece, acierta en su intento de ofrecer un panorama de la lírica nacional en las dos últimas décadas. Los compiladores, que son también poetas, y que indudablemente conocen muy a fondo nuestro mundo literario contemporáneo, duraron dos años en preparado consultando para ello más de quinientos libros y folletos (359). Esto indica una laboriosa tarea de lectura a la cual le faltó un criterio más estricto de selección. En una próxima edición la bondad e importancia del repertorio aumentarían con un estudio preliminar en que los autores podrían avanzar su opinión sobre el fenómeno poético nacional contemporáneo y con la
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357 Bogotá, Edit. "Stella", 1964. 404 p.
358 Ibid.: Nota preliminar, p. 8.
359 Ibid., p. [7].
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adición de noticias bio-bibliográficas más extensas que descubrieran, entre otras cosas, la identidad de algunos vates que firman con seudónimo.

Culmina la historia de nuestras 'antologías poéticas con una obra mejor estructurada que la anterior y que en cierta manera le sirve de complemento: Panorama de la nueva poesía colombiana, de Fernando Arbeláez (360) , que con un repertorio de 48 poetas, agrupados en orden generacional, enfoca la evolución de la lírica colombiana a partir de "Los nuevos". Antecede el cuerpo antológico un ensayo del compilador (361) que tiene alguna trascendencia pues revela el punto de vista de un escritor que se atreve a desentrañar el enmarañado momento poético del cual él es a la vez testigo y actor activo. El estudio de Arbelaez peca sin duda de falta de perspectiva y se queda corto en su intento interpretativo que a veces sólo encuentra asidero en vagas generalizaciones. Hay que reconocer, no obstante, que lo mismo le pasaría a cualquiera que tratara de juzgar su propia generación, o los escritores de una generación inmediatamente anterior, y que el ensayo, además de servir de columna vertebral a la selección antológica, tiene facetas que la crítica debe tener en cuenta cuando se estudie el panorama actual de nuestras letras.

En opinión de Arbeláez con el grupo de "Los nuevos" es que comienza a notarse en Colombia un cambio en la poesía anquilosada e imitativa en boga después de la floración modernista. Más señaladamente el viraje se percibe con Luis Vidales y su libro Suenan timbres que se publicó en 1926.
Años después aparece el piedracielismo, que sigue el influjo peninsular, y sus líderes Carranza, Jorge Rojas y Arturo Camacho Ramírez libran batallas en las
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360 [Bogotá], Imp. Nacional, 1964. 548 p.
361 Panorama de la nueva poesía colombiana, Ibid. P. [5]-24
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revistas y periódicos capitalinos para imponer normas que en buena medida buscaban la renovación de las formas tradicionales hispánicas dentro de las circunstancias de la época. Carranza fue el encargado de dar amplitud y coherencia a dicha tendencia y se convirtió en eje de la actitud renovadora. Del grupo surge también la voz de Aurelio Arturo quien, para Arbeláez, se revela como la más alta expresión de la nueva estética. No constituyó "Piedra y Cielo", sin embargo, una completa revolución lírica por su afán de vuelta al pasado, a la tradición; "cierto barroquismo esencial y cierto afán esteticista aprendido de Juan Ramón Jiménez", dice el ensayista, "impidieron el desbordamiento hacia campos de mayor amplitud humana" (362).

Siguiendo a los piedracielistas se halla poco después el grupo de bardos que a pesar de tener mucho en común con el movimiento anterior tratan ya de escaparse de su órbita y de abrirse paso hacia la nueva poesía colombiana: Jaime Ibáñez, Andrés Holguín, Meira Delmar, Helcías Martán Góngora y, especialmente, Eduardo Mendoza Varela. Un paso más audaz lo dará Vidal Echeverrya en su libro experimental Guitarras que suenan al revés el cual fue recibido con la misma sorpresa que Suenan timbres, de Vidales.

Más tarde, nos dice el prologuista, se perfila un núcleo de poetas (la generación de Arbeláez) que éste juzga más extensamente por considerar que la crítica todavía no la ha estudiado con suficiente atención. Es la generación que aparece en la década que comienza en 1920 - época en que se llevó a cabo la renovación de la poesía moderna española y que publica sus primeras colecciones de versos entre 1950 y 1955. Durante este lapso de más de treinta años el mundo pasó por tremendas transformaciones y vivió una de las gue-
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362 Ibid., p. 9.
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rras más cruentas que recuerda la historia. En Colombia la situación no fue menos azarosa y todo esto dejó huella en los jóvenes escritores que comprendían que muchos mitos se habían destruído para dar campo a otros nuevos. En nuestra literatura de entonces el ejemplo español, y el estímulo de la etapa inicial de la obra gigantesca de Neruda, inspiraron en un principio buena poesía que luego degeneró con la proliferación de los temas sobre el sentimiento y el paisaje. "No se requería ninguna suerte de cultura para producir versos; en el aire, en el agua, en las mejillas de las muchachas estaba todo escrito" (363).

La generación de Arbeláez se percató de ello y se rebeló contra lo que había llegado a ser lugar común. La retórica vigente había agotado ya las posibilidades expresivas. El desgarramiento contemporáneo requería una posición existencial en el arte:

“Era imposible, pues, seguir metidos en aquel Topos Uranos de la poesía, completamente al margen de la realidad; aquel platonismo poético repugnaba a las actitudes vitales que las circunstancias nos iban imponiendo, y si pretendíamos hacer algo vivo en e! presente y en el futuro, su vitalidad iba a realizarse tan sólo, por intermedio de estas consultas permanentes con la existencia, en sus formas más desgarradoras e inmediatas. De todo esto, no podía resultar otra cosa que la poesía de confesión [ ... ] Era esta la poesía de! publicano, que empezaba por la exploración de la propia intimidad y por la sincera confesión de lo más auténtico de nosotros mismos, en contraposición a esa literatura farisea, que sostenía que aquí no había pasado nada, y que e! mundo podía seguirse mirando al través del cristal de un sospechoso sentimentalismo. Hicimos de la crisis que vivimos - que hemos vivido y que seguiremos viviendo - no un objeto de reprobación sino de compromiso, es decir, la convertimos en nuestro propio destino y fue e! contenido de todos nuestros actos poéticos” (364) .
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363 Ibid., p. 12.
364 Ibid., p. 15
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Forma esta generación rebelde, y un grupo selecto de bardos más jóvenes, el núcleo principal de la antología: Rogelio Echavarría, Alvaro Mutis, Fernando Charry Lára, Héctor Rojas Herazo, Guillermo Payán Archer, Carlos Castro Saavedra, el mismo Arbeláez, Jaime Tello, Jorge Gaitán Durán, Emilia Ayarza de Herrera, Eduardo Cote Lamus, Félix Turbay Turbay, José Pubén, Mario Rivero, X 504, Eduardo Escobar, etc.

Causa cierta sorpresa no encontrar referencia al nadaísmo en el ensayo preliminar ni el nombre de Gonzalo Arango entre los bardos seleccionados. Aparentemente Arbeláez considera que, en general, los nadaístas no se alejan mucho de la actitud de la generación rebelde y por ello los involucra en ella.

Las últimas tres antologías reseñadas: la de Gonzalo Arango, la de Echeverri Mejía y Bonilla Naar, y el Panorama de Fernando Arbeláez, necesariamente deben considerarse en conjunto para poder tener una visión completa de lo que ha sido nuestra lírica en los últimos años. Las tres muestran una vez más la vitalidad del género poético en el país y señalan, en menor o mayor medida, las tendencias que han de caracterizar esta rica época que está llamada a ser una de las más trascendentales en la evolución de la poesía colombiana.

Se ha dicho que nunca se podrá recopilar la antología perfecta que satisfaga el gusto y las exigencias de todos los críticos. Tal cosa podría aplicarse también a nuestros repertorios poéticos, los antiguos y los modernos sin excepción. Las antologías de Colombia (y esto es evidente para cualquier país de Hispanoamérica) generalmente no son otra cosa que compilaciones heterogéneas que mezclan con escaso criterio selectivo composiciones de verdaderos vates con estrofas de improvisadores de mal gusto. A menudo los lazos de amistad o compromisos de círculos literarios, cuando no
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el miedo de destronar un pontífice tradicional de nuestras letras, es lo que explica la inclusión de ciertos autores cuya obra poética debería tener cabida en la lista de lo impublicable. De existir en la literatura colombiana un número tan extraordinario de bardos en casi todas las épocas, no solamente sería el país la "tierra de los poetas" sino el único lugar en el orbe donde escribir verdadera poesía es un juego de niños. La realidad sin embargo es otra. Entre toda esa muchedumbre de nombres que nos traen las antologías sólo una pequeña minoría merece figurar en nuestro Parnaso. Con ella nos basta y nos sobra para seguir ocupando un puesto muy destacado entre los pueblos que han hallado en el verso el medio más natural para expresar su sensibilidad artística.

A pesar de lo antedicho es innegable que las antologías son obras muy importantes para el estudio de la poesía. Considerándolas cada una por separado, o teniendo en cuenta sólo los repertorios nacionales generales, o algunos particulares, o el criterio exclusivo de un compilador, el resultado puede dar una visión disforme, fragmentaria e inadecuada de la lírica de un país. Estudiándolas en la manera en que se ha hecho en este ensayo: en conjunto y en forma cronológica y sistemática, nos parece que se obtiene un cuadro amplio, gradual y apropiado de todo un gran ciclo poético a través de las diferentes épocas, escuelas y tendencias. El futuro historiador de la poesía colombiana tendrá que acudir a las antologías como fuentes imprescindibles para seguir y captar el desarrollo de nuestra lírica. En ellas se sintetiza 1todo el largo proceso de su evolución y en ellas hallará el venero más rico de producción literaria que poseen las letras nacionales.

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DIFERENTES MIRADAS y VOCES ...

1.-
DIATRIBA CONTRA LA POESIA COLOMBIANA SENTADA EN SUS LAURELES
A riesgo de provocar la furia de los nacionalistas.

Fecha: Domingo 22 de Julio de 2001. EL TIEMPO Sección: LECTURAS DOMINICALES
Autor: EDUARDO GARCIA AGUILAR http://www.egarciaguilar.blogspot.com/ y http://www.ficticia.com/autores/edgarciaagsem.html
Reproducido en NTC … del 9 de Julio de 2002

La colombiana es una poesía pasmada, abortada, rezagada, comiéndose las uñas, modosita, sin grandes ambiciones, bien portada, siempre tímida, temerosa de pasar la raya o lanzarse al abismo. De pronto un autor logra destellos, pero luego se silencia, calla por temor y desaparece en la oscuridad. Es como si el poeta colombiano, cual niño aplicado, supiera que hay un límite imaginario que no puede pasar, y teme lanzarse a la aventura del bosque por temor al lobo, abomina descubrir nuevos yacimientos, parajes, cavernas, remolinos, fangos, arenas movedizas. Todo cambio le incomoda y por eso cierto aire de polilla y heliotropo la caracteriza, por lo menos hasta en los años 60, cuando algunos escritores ligados a la revista Mito comienzan a sacudirse de la modorra burocrática y la autocensura permanente. No debemos tener miedo para reconocer que la poesía colombiana, en bloque, es en definitiva una de las menores en el Continente y ha caminado siempre rezagada del tren delirante de la 'lírica' hispanoamericana (...)

En el inicio de lo que se ha querido llamar poesía moderna colombiana, nos encontramos con los tres padres fundadores: Silva, arquetipo del fracasado suicida que se malogra, Julio Flórez, maldito beodo vestido de negro con un fémur en el bolsillo del saco y una calavera en la mano de la que liba vino de numen mientras declama en camposantos, y Guillermo Valencia, el bien portado, triunfador, político ascendente que decide 'sacrificar un mundo para pulir un verso' y lo alcanza con espléndidas joyas. ¿Qué pasa con estos señores? ¿Qué extraños mitos y leyendas fundan? ¿Cuál es su lugar en el panorama del imaginario colombiano, conformado por las generaciones del siglo? Empecemos con el primero. Con motivo del centenario de su muerte en 1996, Silva fue cooptado por el estado y los burócratas y convertido de manera peligrosa en nuevo ídolo nacional, especie de Martí o Sagrado Corazón patriótico. Después de que séquitos de funcionarios recorrieron el mundo haciendo campaña a su favor, realizando cocteles oficiales de donde, por supuesto, se desterró a los poetas, vale la pena tratar de situar su obra en el panorama del modernismo latinoamericano.

A riesgo de provocar la furia de los nacionalistas que nadan sin nadaísmo con el aburrido pendón en alto, seamos claros: Silva no es de los grandes exponentes del movimiento. El sonsonete de 'Una noche, una noche toda llena de murmullos...' ya había sonado en otras partes del Continente y basta rascar un poco para encontrarlo ya en poetas menores mexicanos o de otras regiones de América Latina, en ese final del siglo XIX. Dos nocturnos correctos, el poema ese de 'aserrín aserrán, los maderos de San Juan', las curiosas Gotas amargas, no son suficientes para coronarlo (...) Silva se está convirtiendo en un caso evidente de mitificación para gustos provincianos, donde la tragedia del hombre se convierte en deliciosa película de terror. Misterio en la muerte, cadáver yaciente, libro de D'Annunzio, deudas, lluvia, y ahí está el tinglado para un opereta o para una ópera rock tipo Evita o Jesucristo Superestrella. Cuando a comienzos del siglo XXI uno desearía reflexión y análisis, volvemos otra vez a alimentar el mito, a echarle combustible en medio de himnos, banderas, delegaciones oficiales en romería mundial de gente encorbatada y tiesa, aplastada por el 'sacro monolito' del que hablaba Valencia.

El entrañable Flórez es un caso en extremo simpático y divertido. Su obra logró permear el imaginario popular hasta en canciones que se interpretan en veladas de bohemia campesina y barriadas urbanas, pero es un romántico en extremo tardío, con sus famosas 'flores negras'. Qué delicia recordar a nuestros padres recitándolo de memoria, con esa gran memoria que por tradición tienen o tenían los colombianos para recordar sus más caros versos. Valencia es, a mi parecer, otro caso y el endiosamiento mítico de Silva oculta su obra, tal vez una de las más importantes sino la más importante de la tradición colombiana, que por el rigor lo hizo algo así como el Valéry avant la lettre y que pocos parecen recordar cuando en 1998 y 1999 se celebraron los centenarios de las publicaciones de Poesías y ritos. A diferencia del suicida y del maldito, Valencia es una imagen poco amada en Colombia, pero su cuerpo literario es notable, desde sus extraordinarios largos poemas de ejemplar factura, con hallazgos en cada esquina, hasta su labor como traductor y solidificador de tradiciones. Anarkos, Leyendo a Silva, Palemón el Estilita, son algunas de las joyas recuperables.

Viene aquí una transición abrupta hacia nuevos mitos, devorados por las peripecias de sus vidas. El primero es Barba-Jacob, que Paz, con su característica lucidez, dijo se trataba de un 'modernista rezagado'. Cardoza y Aragón lo definió antes de morir, en una conversación que tuve con él en su casa de Coyoacán, como un "burócrata de funeraria". Para los colombianos, Barba, como Silva, es una figura necesaria. Su derrota, su exilio, su tragedia, su fin, lo convirtieron en otro Sagrado de Corazón nacional, pero sólo después de su muerte, pues por lo regular burocracias y amigos lavan la culpa de su indiferencia con aspavientos de admiración una vez echado el muerto al hoyo. Los corroe la culpa de no haber escuchado sus súplicas de dinero cuando moría de tuberculosis y sífilis en el hospital de la calle Regina y agonizaba en el cuchitril de la calle López, y por eso lo endiosan, y tal actitud patológica, de siquiatría nacional, se extiende a todo un país y aún se vierten lágrimas por el pobre bardo maldito (y por otros nuevos bardos malditos new look como Gómez Jattin). Por mucho que lo amemos y nos identifiquemos con él, haciéndolo el mártir favorito de turno, debemos reconocer que en general su obra sonaba como la de un ictiosaurio en años de real cambio y revolución mundiales: tal y como se dijo antes, el tren ya había pasado hacía tiempos. Se puede disfrutar Acuarimántima, tal vez conmoverse por algunos de sus mejores poemas, 'soy un perdido, soy un marihuano...', pero siempre hay en ellos un extraño aire de chapola negra.

Luis Carlos López y Germán Pardo García, también son otros dos casos para deleite local. El primero es un clown simpático y se justifica la atracción que suscita su obra, pues produce alegría en un panorama hasta entonces siniestro, negro, depresivo, suicida, lleno de cavilaciones tardías sobre la existencia de Dios, hábitos de percal negro y zapatos de charol, sudarios fríos de lino blanco, todo en ese tono de tisis reinante hasta entonces en la poesía colombiana. El mérito del maestro López es que en esta visita nos hace un guiño de tardeada familiar, con versos tan ingenuos como 'la cuestión es asunto de catre y de puchero, sin empeñar la Singer que ayuda a mal comer' o 'vivir como las cosas en los escaparates, para de un aneurisma morir cual mi vecino... ¡Morir sentado en eso que llaman WC'. Pardo, por su lado, fue patético, engañado al final de sus días por la ilusión cortesana de que iba a obtener el Nobel y por el delirio científico expresado en una obra de millones y millones de versos, en su mayoría ilegible.

La generación de Los nuevos, entre ellos Maya, De Greiff, Vidales y Zalamea, entre otros, estaba algo chiflada. De Greiff es otro típico caso: la vida, la imagen, devoró al poeta. Su obra extraña, por supuesto, es excesiva y cornetuda (...) Mi generación creció admirándolo como la figura divertida, mimada por el poder, irreverente, chiflada, la del típico 'loco' colombiano gracioso con la que la aburrida y cachaca burocracia trataba de saciar la angustia de no haberse liberado a tiempo de la corbata, el corbatín y el traje negro. Digamos que con De Greiff se inicia en Colombia la poesía como entertainment, la poesía espectáculo que llegaría a su máximo esplendor en los 60 con los nadaístas y en los 80 con Gómez Jattin. La graforrea de De Greiff es pues espectáculo y tal vez algo de patología. Parece que los originarios de países nórdicos en Colombia están llamados por su excentricidad a ser los rompedores de hielo, los irreverentes que airean un poco la tiesura general. ¿Pero, dónde poner a De Greiff más allá de su chifladura? Vidales, por su parte, tuvo algún destello vanguardista, con el texto sobre la cinematografía, pero es obvio que en Colombia no podía florecer una revolución de esa índole. Un estridentista mexicano, a los 99 años, Germán List, me preguntaba qué pasó con Vidales, su contraparte colombiana, y pensé para mis adentros que él mismo dio marcha atrás a lo que 'hubiera sido' y al final optó por seguir el camino de 'La obreríada'. Menos excesivo que De Greiff, menos espectacular, Vidales tal vez se llevó a la tumba el secreto.

Jorge Zalamea es un caso especial, cuya influencia fue más decisiva en la obra narrativa de García Márquez y Mutis, sus mejores discípulos. Su obra se rebela a través de una prosa poética recargada hasta el exceso, muy a tono con la grandilocuencia de la primera mitad del siglo. Es una revolución monstruosa la del maestro Zalamea y su Gran Burundún Burundá ha muerto y El sueño de las escalinatas nos nutrieron en las escuelas donde lo escuchábamos en esos largos long play que hacían las delicias de nuestros maestros liberales. Sería, la de Zalamea, por primera vez en Colombia una poesía liberal, de izquierda, gaitanista, la contraparte de los discursos del caudillo Jorge Eliécer Gaitán, asesinado el 9 de abril de 1948, fecha que parte al país en dos. Zalamea fue delicioso ensayista, excelente periodista, animador de publicaciones, traductor laureado de Saint John Perse, una figura firme, tal vez la primera que se atreve de verdad a pasar la raya, a enfrentarse al lobo, a no comerse las uñas, a no portarse bien. Un rojillo en medio de la godarria más espantosa.

Además de excelente poeta que dio serenidad y transparencia a la poesía colombiana para equilibrar los desmanes de De Greiff, Maya fue generoso ensayista. En varios libros trata de elucidar los rumbos literarios del país y, entre sus obras dedicadas al quehacer literario colombiano, Los orígenes del modernismo en Colombia fue una revelación para este lector en aquel tiempo adolescente. Su generación es verdaderamente adorable y los escritores colombianos de hoy estamos en deuda con ellos.

Habría que estudiar a fondo el fenómeno de Piedra y cielo, que odiamos y amamos al mismo tiempo. Recordemos que García Márquez pudo haber sido el último piedracielista, ya que en sus tiempos de Zipaquirá escribió varios poemas de este corte bajo la influencia de su maestro Carlos Martín y otros de ese grupo como Rojas, Camacho Ramírez y Gerardo Valencia (...) ¿Qué pasó allí con estos hombres siempre bien portados, ligados al poder, con un pie en la adulación al gobierno y otro en la poesía? Tal vez su revolución ocurrió a pesar de ellos: al bajar el tono, al desdramatizar el verso, al ingresar a la intimidad amorosa pero sin desgarramientos, porque 'salvo mi corazón todo está bien', estos hombres prepararon el terreno para despojar para siempre a la poesía local de los excesos retóricos de sus padres o hermanos: Silva, Flórez, Valencia, de Greiff, Zalamea. Detestables, pero efectivos, su contrarrevolución resultó una fenomenal asonada que concluyó con Epístola mortal, el largo poema que Carranza escribe al final de su vida y donde se suelta para siempre con un texto que permanecerá en el 'parnaso colombiano' al lado de Nocturnos, Anarkos, Acuarimántima, Morada al Sur, Pensamientos del amante, Moirologhia, Aviso a los moribundos, Canto del extranjero, entre otros muchos.

Paralelo a Piedra y cielo, e incluso a Mito, Aurelio Arturo es descubierto después y cada año que pasa levita más como caso impar dentro del panorama que nos concierne. Traductor de poesía anglosajona, rebelde en ese medio afrancesado hasta la indecencia, la corta obra de Arturo, de la que se destacan algunos poemas que se pueden contar con los dedos de las manos, nos asombra ahora como nunca por sus hallazgos. Con la llamada generación de Mito, que no existió como tal, y dentro de la cual figuran autores que incluso jamás se conocieron, como nos dice Mutis, la poesía colombiana solidifica su cambio de rumbo. Pese a todo, sin los piedracielistas, no hubiera sido posible la obra de Gaitán Durán y Cote. Colombia trata de entroncarse con el mundo de manera tardía. Gaitán escribe sobre Sade y aborda la poesía erótica, cosa impensable hasta entonces en este ese país, donde el cuerpo estaba castigado. Charry Lara, aunaba a su sólida formación y a sus brillantes ensayos, una corta obra de gran intensidad, llena de joyas. Su reflexión sobre la poesía en general fue de las primeras en despojarse del sonsonete bárdico. La nouvelle vague reinaba en Francia, Paz en India abría caminos con ensayos sobre Levi-Strauss y Marcel Duchamp, y a través de sus innovadoras obras Ladera Este y Salamandra. En Colombia se iniciaba la reflexión histórica, económica y social sobre el pasado, lejos del discurso anacrónico desde la curul, cargado de floripondios, latinajos y vieja teatralidad provinciana. En México, el exiliado Mutis que ya había publicado sus Elementos del desastre, volvió a salir a la palestra con Los trabajos perdidos y Los Hospitales de ultramar, e introdujo el cuerpo, la enfermedad, el deseo, al carne y el trópico. Rogelio Echavarría se metió en la calle, Fernando Arbeláez y Rojas Herazo, desde distintas coordenadas, abrieron ventanas inéditas. Por primera vez en muchas décadas, los poetas de esta generación se subieron al tren y participaron de la fiesta. Vienen a la memoria otros nombres que sintieron contra el tiempo y la soledad: el gran poeta místico y olvidado Antonio Llanos, Andrés Holguín, Eduardo Mendoza, José Umaña, Guillermo Payán, entre otro muchos.

Pero fue el nadaísmo, aunque fenómeno local y tardío, el que sacudió por fin la anacrónica estructura del país. Movimiento extraordinario de precoces, el nadaísmo fue temblor, viaje, irreverencia, apertura en esos 60 que en todas partes explotaban con su hippies, la liberación sexual y el ideario de la paz y el amor, y en E.U. revolucionaba con los beatniks, Ginsberg, Burroughs, Corso, Kerouac. Excéntricos en esa generación, Jaramillo Escobar y Rivero, sacudieron también a su manera el panorama. Son dos poetas locos, delirantes. El primero con poemas enumerativos de largo aliento y el segundo, renovador con sus baladas de arrabal, tan actuales hoy (...) Pero los nadaístas Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez y tantos otros, son inolvidables por su labor equivalente en Colombia a la revolución del 68 en Francia o en San Francisco. Merecen estatuas y plazas. Merecen incluso que pronto haya escuelas, estadios, siquiátricos, cárceles y colegios de bachillerato con sus nombres. A su lado, tres poetas peculiares, por encima de generaciones o modas son Quessep, José Manuel Arango y García Maffla, con vastas y continuas obras de una factura impecable, hondas, sin timbres excesivos, exploradoras de la verdad, contrapartes en poesía de la extraordinaria obra de Germán Espinosa, rebelde desde la cultura y la pasión literaria. Otros nombres de autores colombianos sin escuela, rebeldes, cuyos textos emocionan: Darío Ruiz Gómez, Nicolás Suescún, Eduardo Gómez, Raúl Henao, Manuel Hernández, Alberto Hoyos, Samuel Jaramillo, Edmundo Perry.

La Generación sin nombre constituyó una extraña reacción contra años terribles en Colombia, años de oscuridad política sin nombre, cuando se escuchaban desde lejos el grito de los torturados en las prisiones del país o en el interior de las guerrillas y una nube gris de mediocridad nacional, de ceniza siniestra, lo cubría todo. ¿Se le puede considerar acaso a esta generación como un movimiento neopiedracielista prosaico, antipoesía cenicienta que al pretender despojarse a propósito de todo brillo e intensidad, se autodestruyó? Si es así, no deberían los miembros de esa generación sentirse mal, pues habrán cumplido una función esencial de toda poesía: la autoinmolación. María Mercedes Carranza -hija de Eduardo y ligada como Hárold Alvarado a la brillante generación española renovadora de los 60 y 70- nos dice: 'Me fui de narices. Ahora echo sangre por todas partes: las rodillas, el aire, los recuerdos; mi falda se desgarró y perdí los aretes, la razón...' Así como los de Piedra y cielo imitaron a la poesía de Juan Ramón y la estética franquista, algunos de los miembros de la Generación sin nombre, digamos María Mercedes Carranza, Cobo Borda, Elkin Restrepo, Fernando Garavito, Alvarado Tenorio y Darío Jaramillo, entre otros, reprodujeron el tono de cierta poesía española desencantada como la de Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo y los hermanos Panero, sobre quienes Alvarado escribió notable libro. La tristeza de la Bogotá de aquellos años, las tardes de tedio antes del té, en casonas frías pobladas de tías solteronas y puritanas, la caspa y los trajecitos brillosos de los burócratas, el amor desganado, la nada cotidiana, el drama de los cuarentones, cierto humor apagado, en resumen, conforman el hálito de estos poetas, impares en el panorama latinoamericano de su tiempo.

Aunque clasificado entre los de la Generación sin nombre, Juan Manuel Roca es sin lugar a dudas caso aparte, diferenciado del tono intimista y coloquial de sus contemporáneos y crea un amplio y sostenido cuerpo poético de gran simbolismo. Poesía de exquisita ligereza, que casi vuela, la de Roca suscitó entre los jóvenes de las últimas décadas una verdadera fanaticada, convirtiéndose, con William Ospina, en uno de los poetas más populares e idolatrados del fin de siglo. El tono de Roca, hechura suya, produjo decenas y decenas de imitadores, donde ciertos leitmotivs, como el alba y el sueño, pierden la profundidad que sí logra su maestro. Entre esas decenas de discípulos, tal vez centenas, cundió cierta retórica heredera de los románticos alemanes y de locos como Trakl. En muchos casos, el problema fue que estos autores recibieron la influencia a través de malas traducciones, sin ir al idioma original. Entre los 70, 80 y 90 reinó en Colombia esa poesía sonsa, carente de ambiciones, una poesía que bien puede llamarse deprimida, que no tuvo la gracia urbana y arrabalera de Rivero, ni intentó la autodestrucción antipoética de Cobo, María Mercedes Carranza y Jaramillo Agudelo, ni logró los altos vuelos de Quessep, Arango, García Maffla y Roca, para producir poemitas estreñidos en serie cargados de lugares comunes sobre el sueño, la locura, el delirio y otras zarandajas para ingenuos.

Entre los autores posteriores a la Generación sin nombre y al movimiento que no dudo en llamar Rocatierrismo, debe destacarse el despunte de dos segmentos de autores independientes que no podrían ubicarse en grupo, entre quienes están Rodríguez Torres, Jaime Manrique, Antonio Correa, Jorge Bustamante, Guillermo Martínez, Piedad Bonnet, Fernando Herrera, Gustavo Adolfo Garcés, Fernando Rendón, Renata Durán, Eugenia Sánchez, Orietta Lozano, Gustavo Tatis y Santiago Mutis, entre otros muchos. Poesía discreta, esencial, la de estos logró huir del prosaísmo de la anterior generación y de la retórica onírica del alba, para lograr en cada peculiaridad grandes hallazgos. Las nostalgias rusas de Bustamante, la liquidez ambarina de Rodríguez Torres y su viaje diario por la sabana, la sólida factura versificadora de Correa Losada y sus cormoranes de exilio, el caluroso lirismo y la musicalidad de Durán y Bonnet, el realismo impactante de Herrera, la rebelde desolación bogotana de Sánchez Nieto y el excéntrico delirio neosurrealista de Mutis Durán en su viaje al mundo de Oquendo o su convocación de pájaros y vuelos, entre otros, nos muestra una poesía sin aspavientos, ligada al ritmo personal, ya no imitadora de corrientes pasadas, que aún está en marcha y tiene mucho que decir, puesto que sus cultores aún no llegan al temido crepúsculo.

Otro autor que irrumpió en los 80, convirtiéndose en ídolo entre jóvenes, viejos y contemporáneos, e incluso entre maestros como Mutis, García Márquez y Charry Lara, es William Ospina, cuya inteligencia, aunada a la independencia y a la rebeldía expresadas en su ambiciosa y alzada ensayística, lo convirtió en fenómeno parecido al de Roca. Aplausos, llenos completos en teatros y salones, son apenas algunas de las suscitaciones de Ospina, a quien desde su obra inicial se le atribuyeron influencias que van desde Borges hasta la poesía de los románticos ingleses, entre ellos Browning. Ospina es un 'raro' en el panorama colombiano con su poesía cívica, combativa, que bien canta a los héroes nacionales como a los protagonistas mundiales del siglo XX. De fuerza incontenible y musicalidad innata, la de Ospina es una de las obras más sugerentes del fin de siglo XX e inicios del XXI. Ospina es otro de los grandes poetas cívicos del país al lado de Caro, Epifanio Mejía y Castro Saavedra.

Para concluir esta diatriba iluminada por el goce de la lectura, resta destacar algunos novísimos como Ramón Cote, Gustavo Tatis, Rafael del Castillo, Hugo Chaparro, Mario Jursich y Gloria Posada, esta última una de las más saludables revelaciones actuales, cuya precisión y perfección formales, aunadas a la incisiva inteligencia, son excelentes broches de oro para despojar a la poesía colombiana de sus peores vicios, como el autismo provinciano, la clownería metafórica, la heliotropía cardiaca, el desgano depresivo de los 70 y la retórica trakliana de los 80, cargada de falsos crepúsculos y sueños. Quisiera mencionar a muchos más, pero es imposible en este espacio referirse a tantos poetas surgidos en Colombia en el último cuarto de siglo y que, publicados o no, representan esa pulsión de vida de un país tanático y cainita. Y al lado de los novísimos, los nombres de esas mujeres poetas de Colombia, también olvidadas, en medio de la monolítica falocracia poética de este país, entre quienes sobresalen Laura Victoria, Emilia Ayarza, Maruja Vieira, Matilde Espinosa, Meira del Mar, Beatriz Zuluaga, Dora Castellanos, Olga Elena Mattei y Anabel Torres, para mencionar sólo algunas (...)

Devoro sin cesar revistas y periódicos donde aparecen sus gritos y a través de todos esos escritores nuevos u olvidados es claro que la letra inútil sigue vive para nada y para nadie. Los festivales de poesía de Medellín y Bogotá y otras ciudades son muestra de esa nueva pulsión orgánica, de ese nuevo expresarse sin miedo al fracaso y al olvido. Porque la poesía hoy en el mundo es más absurda que nunca. Antes los poetas eran necesarios y tenían esperanza. Eran protegidos en las cortes, adorados, se les nombraba embajadores, se volvían voces de naciones o de continentes. Ahora los poetas son menos que desechables. Nadie los escucha. Ni siquiera ellos mismos se escuchan. En tiempos de auge asqueante de la novela, cuando los novelistas tienen que volverse empleadillos sin sueldo de las editoriales multinacionales, la poesía es el único refugio de la experimentación y la soledad. En cada poeta de hoy hay una Madre Teresa. Los que se dedican a la poesía en Colombia son los huérfanos de la Madre Teresa. Pero cuando la novela colombiana y la latinoamericana se ha vuelto un asco de mercaderes, cuando la novela sólo se basa en el escándalo azufroso, la actualidad periodística y la frivolidad narco-sicarial, la poesía es como en toda América Latina, el último refugio de la literatura. Refugio al fin y al cabo, aunque por el momento sea un refugio precario y menor (...)

García, escritor y periodista, trabajó en France Press, en México, y ahora en Francia.

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CRITICA DE LA CRITICA
Fecha: Domingo 5 de Agosto de 2001. Sección: LECTURAS DOMINICALES
Autor: ENRIQUE FERRER CORREDOR

La colombiana es una crítica pasmada, abortada, rezagada, comiéndose las uñas, modesta, sin grandes ambiciones, bien portada, carente de la confrontación y el diálogo y, sobre todo, tímida, temerosa y carente de sustentación, sin temor de pasarse de la raya a la hora de realizar relaciones no sustentadas y huérfanas de marcos hermenéuticos que definan la mirada sobre la deconstrucción artística. Estas palabras recogen el tono carnavalesco en el que se refiere Eduardo García Aguilar contra la poesía colombiana, en su exposición muy nutrida de nombres como carente de versos y juicios poéticos intrínsecos. García no ubica movimientos, ni épocas ni estéticas; le da lo mismo el tiempo de Silva que el de Jattin, no reconoce cuántos nombres (tres, cinco?) de la altura de Silva tenía Hispanoamérica a final del siglo XIX

Dice verdades, aunque atrevido antes que riguroso. Recurre a la autoridad de quien habla y no de quien argumenta; pareciera repetir lo que critica de la poesía colombiana. Habla desde su concepto estético de poesía, el que no expone; es decir, que antes que teórico es crítico apostólico, como ciertos maestros universitarios apolillados, definidores del valor de verdad, antes que de la construcción de la estructura de la producción y la recepción del arte en Colombia (Bourdieu, Jauss Ibsch).

García repite las manías de la crítica literaria en Colombia, incluso remeda estilos que le son ajenos, ¿ínfulas de Gutiérrez Girardot? Tanto como académico como escritor defiende el oficio del crítico, aunque estas posturas críticas sin laureles dan la razón a las mofas de Wilde y al prejuicio de los artistas frente a sus receptores con poder de publicación y que en países como Colombia reducen el escenario de la interpretación.

Tal vez como dijera Juan Manuel Roca, la única crítica en Colombia es la situación, porque la tradición de la crítica enfrenta los escenarios de la prensa con los recintos académicos, con la desventaja obvia de estos últimos, hasta que aparecieron las revistas especializadas de circulación cerrada. Y tal vez, las verdades de esta diatriba se oscurezcan por tono y ausencia de horizonte histórico. Recientemente, David Jiménez inició un trabajo serio en el estudio de la historia de la crítica literaria en el país. Este se concentra en el siglo XIX e inicios del XX. Indiscutiblemente que el estudio de la crítica más reciente pasará más por las aulas, a pesar de muchos, pasará por la hermenéutica y la teoría literaria, pero sobre todo pasará por estudios sociológicos como los del estructuralismo genético de Bourdieu; es decir, sobre la indagación entre la emergencia simbólica y la estructura del poder.

Es que, justamente, el discurso estético de la poesía colombiana, sí, tal vez apolillado, pero porque los nombres en Colombia en todos los órdenes (los privilegios de publicación, las becas de Colcultura y del Icetex, los concursos literarios, hasta la tesis de grado, etc) se posesionan en campos de saber y poder rezagados, pasmados y modositos, en manos de una clase dirigente provincial. Igual, en esta diatriba faltan nombres nuevos valiosos, falta la reseña de poéticas extranjeras, incluso europeas, ancladas en el pasado; miremos los concursos internacionales (...)
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GRAVE DAÑO
JORGE MAREL (JORGE HERNANDEZ GOMEZ)

En mi condición de ciudadano colombiano, de escritor y de profesor de literatura, me siento profundamente indignado y con dolor de patria, por el artículo del señor Eduardo García, escritor y periodista colombiano radicado en París, 'Diatriba contra la poesía colombiana', L.D. 22 de julio (...)

Yo creo que García Aguilar ha abusado de su condición de periodista y de la libertad de prensa en Colombia, y que ha demostrado en su artículo, rebosante de veneno y de odio, un terrible resentimiento y un espantoso rencor por su absoluto anonimato como escritor y periodista colombiano. Le reprocho esta escandalosa muestra de intolerancia literaria, un ejemplo más de todas las intolerancias que han causado la violencia en Colombia, por su intento de masacrar a todos los grandes poetas colombianos, ya consagrados y que figuran en las mejores antologías de la poesía colombiana, latinoamericana y universal. Creo firmemente que para elogiar y adular a los poetas vivos y en pleno ejercicio intelectual, no hay necesidad de atacar a los poetas muertos e indefensos; además, los elogios de un difamador carecen de toda credibilidad y legitimidad. García les hace un grave daño a los escritores de Colombia, a quienes presenta como locos, frustrados, borrachos y suicidas, y perjudica también a toda la juventud de nuestro país, tan necesitada de valores culturales y de orgullo patrio, y que se siente desorientada y perdida por artículos como esta infame y escandalosa diatriba.
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SEGUIMIENTO Y ACTUALIZACIONES

A DICIEMBRE 30 de 2022:

TEXTO QUE VOLVIÓ A PUBLICAR, A RECORDAR, mediante enlace a EL TIEMPO

En su   Facebook  EDUARDO GARCIA AGUILAR

https://www.facebook.com/eduardo.g.aguilar.7/posts/10159347255073315

Matriz : https://www.facebook.com/eduardo.g.aguilar.7  , POST de  Dic. 30 , 2022

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Como comentario a lo anterior, mediante ENLACE, volvimos a citar  en  https://www.facebook.com/eduardo.g.aguilar.7/posts/10159347255073315?comment_id=609829414478163  este texto en el post publicado por su autor

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Incluido, mediante ENLACE EN

http://ntc-documentos.blogspot.com/2007_08_15_archive.html

 


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La poesía colombiana en los noventa
Por Ramón Cote Baraibar

eltiempo.com / tiempoimpreso / edicionimpresa / lecturas 12 de Agosto de 2007
http://www.eltiempo.com/tiempoimpreso/edicionimpresa/lecturas/2007-08-11/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3674693.html

En el primer número de la revista de poesía Casa Silva nos encontramos con una "Nota de la editora" en la cual podemos leer:

I

"...en estos momentos en los que el país se desangra por las múltiples contradicciones esenciales que sacuden su cuerpo social la poesía es más necesaria que nunca, porque cuando se interrumpen el diálogo y la comunicación, se reemplazan las palabras por las balas y ocurre la violencia. Y la poesía es esencialmente, y nada más, comunicación. El país hoy necesita un diálogo, es decir, necesita la poesía. No se crea, como tantos proclaman con sorna y desprecio, que la poesía elude la realidad, que es un anestesiante o un medio de distracción de los verdaderos problemas. Nada de eso: la poesía, en un discurso diferente al discurso político, toca los problemas esenciales del hombre. Y no es necesario, como muchos con torpeza quieren exigirle, que utilice la fraseología política para que exprese el desconcierto, la rabia, el temor y la desesperanza por lo que hoy está ocurriendo en Colombia".

La editora no era otra que María Mercedes Carranza y la fecha de la revista corresponde al 1 de enero de 1988. Y nos sirve para ver que esas palabras apasionadas pero lúcidas describen con exactitud la década del noventa en la poesía colombiana y hablan del acto poético como una condición que ya no se restringe al ámbito personal sino que se inserta dentro de un conglomerado social.

Durante ese decenio varios factores contribuyeron a que la poesía alcanzara una inesperada repercusión pública. En el primer lugar encontramos que la labor de la Casa de Poesía Silva fue extremadamente importante a la hora de la difusión de las voces, tanto jóvenes como consagradas. Y además, con la revista Casa Silva se aseguró que los múltiples actos realizados no se quedaran en el aire, sino amarrados a las galeras de la imprenta. Por lo tanto esta doble vertiente ayudó a consolidar a la poesía como una actividad obligada dentro del panorama cultural colombiano, no sólo en la capital del país sino también en la provincia. Gracias a esta institución la poesía pasó de ser una actividad "clandestina" a tener una permanente presencia. El poeta participa de la sociedad y la sociedad participa de la poesía, parecen ser las conquistas más inmediatas.

Pero esto no lo logró en solitario la Casa Silva. El Festival de Poesía de Medellín constituye el otro riel por el que se desplazó el tren de la poesía colombiana. Año tras año, con una terquedad y una profunda convicción en su trabajo, los organizadores han demostrado con gran eficiencia y calidad cómo la poesía puede llenar estadios, alterar los cursos de los colegios, paralizar las calles, cesar la violencia de los barrios marginales, disputándole esos mismos espacios a los espectáculos musicales. Tantos han sido los poetas invitados que sus voces no han sido en vano, pues el órgano oficial del festival, la Revista Prometeo, ha venido dejando regularmente una memoria escrita de tantas actividades.

Hasta ahora hemos hablado de la presencia de la poesía en la sociedad. Ahora nos vamos a referir a las consecuencias de ésta en la poesía. Al haberse ampliado los canales de difusión los poetas contaron con mayor material de lectura, lo que les permitió estar al tanto de lo que sucede en otros países, ya no de una manera azarosa sino permanente. En este camino, las revistas también han cumplido un papel prioritario. Las mencionadas Prometeo o la Casa Silva no son las únicas. A la ya legendaria Golpe de dados se han venido sumando revistas como Ulrika, Gradiva, Puesto de combate, Arquitrave, Catapulta, Deshora, Luna de Locos, Aleph, Ophelia y Luna Nueva. Teniendo en cuenta que las cinco primeras son de Bogotá, la sexta de Medellín, la séptima de Pereira, la octava de Manizales, la novena de Popayán y la décima de Tuluá, observamos con claridad la sana descentralización de la actividad poética. También habría que mencionar, como vehículos de apoyo, el trabajo de Elmalpensante, Número, Tinta Fresca y el Boletín Cultural y Bibliográfico de la Biblioteca Luis Angel Arango, éste último con un invaluable apoyo crítico al trabajo poético, así como revistas de varias universidades. Por otra parte no debemos olvidar la labor realizada a lo largo de la década por ciertas editoriales como la de la Universidad de Antioquia, Universidad Eafit, Editorial Magisterio, Ediciones Luna Nueva, Trilce Editores, Fundación Simón y Lola Guberek, Deriva, Bartleby, Lealón, El propio bolsillo, sin olvidar la publicación de los premios por parte del Ministerio de Cultura, el Instituto Distrital del Cultura y Turismo y de la Casa Silva.

Las anteriores revistas y editoriales, unidas al Festival de Poesía de Bogotá, son los durmientes de la carrilera por la cual transitó la poesía de nuestro país. Por otra parte, actividades como La poesía tiene la palabra, cuyas últimas realizaciones tuvieron lugar en Cartagena -1991- y Cali -1993-, como también la denominada Alzados en almas -consistente en lecturas en distintas partes de las ciudades-, ambas actividades promovidas por la Casa Silva, indican la constante presencia de la poesía y de la positiva recepción de la misma, conquistas que se hicieron patentes en los últimos diez años del siglo XX.

II

Alguna vez André Gide dijo que el pájaro canta mejor si lo hace sobre el árbol de su genealogía. Algo parecido podemos decir al comentar la poesía colombiana en los años 90, ya que para hablar de los más recientes poetas es necesario saber de donde provienen. El problema de saber a dónde van, ya es asunto suyo. Nos limitaremos entonces a hablar del árbol, de sus ramas más recientes y después de los pájaros. Para no repetir lo que ya se ha dicho y bastante bien -Cobo Borda, Henry Luque Muñoz, David Jiménez, Armando Romero- es necesario entonces situarnos un poco más de cerca, más hacia los últimos años, con el objeto de ver cuáles son los poetas que más han repercutido en las nuevas generaciones, así como ver cuáles son los poetas que destacaron en la década pasada.

Para los poetas nacidos del sesenta en adelante y activos desde finales de los 80, existe una serie de poetas tutelares, y otros intermedios o de transición. Antes de empezar a nombrarlos es conveniente anotar que una poética tan influyente en las anteriores generaciones como fue la de Mito -Gaitán Durán, Cote Lamus, Charry Lara, Mutis, entre otros- no ha encontrado suficiente eco en la actualidad. Pero como cada generación inventa su propia tradición, ha tomado inusitada fuerza en años recientes el poeta, novelista y pintor Héctor Rojas Herazo (1921-2002), incluido en esta misma generación de Mito. Su obra, escrita con un acento desgarrado, bronco, que comparte los lineamientos básicos del "realismo mágico" bajo una óptica más desenfrenada, convirtiendo su trópico natal en el eje de una poética vital y desbordada, ha sabido filtrarse en los nuevos creadores. Y por otra parte, como cada generación reivindica un poeta olvidado, ahora toma más fuerza Carlos Obregón (1929 -1965), un poeta que apenas publicara dos libros (Distancia destruida y Estuario), quien al convertirse en monje de clausura acabó con su propia vida en la isla de Mallorca. Según Juan Manuel Roca, Obregón es "el secreto mejor guardado de la poesía colombiana". Y no le falta razón. Estuario (1961) publicado en la colección Juan Ruiz de poesía española contemporánea de Papeles de Son Armadans, emite una luz totalmente nueva, inexplorada, deslumbrante para muchos lectores actuales. En sus poemas escritos desde su celda nos habla con una intimidad dolida, agradecida y atormentada que busca en la poesía un camino para encontrar su salvación.

En definitiva, si para la Generación sin Nombre (Darío Jaramillo Agudelo, Augusto Pinilla, Jaime García Maffla, Juan Gustavo Cobo Borda, Juan Manuel Roca) los poetas de Mito fueron fundamentales, ahora parece que no lo son tanto. Otras son las voces y otros son los ámbitos.

Ya hablando de los poetas tutelares a los que hacíamos referencia, Giovanni Quessep (1939) ocupa un lugar fundamental. Prueba de ello es el justo homenaje que se le rindiera en el IX Festival de poesía de Bogotá. Su misteriosa obra, que ha llamado la atención tanto en Colombia como en Iberoamérica, cada vez más amplía los círculos de su encantamiento. No sería exagerado decir que Quessep se ha convertido -por ser un rara avis- en el nuevo Aurelio Arturo, ya que su economía verbal, su mundo poblado por doncellas, torres y jardines, su gusto por las rimas, así como su recurrencia en ahondar en contadísimos temas -el paraíso perdido, la intensidad del instante, la fugacidad del tiempo- ha dejado una huella imborrable entre los jóvenes. Precisamente su anacronismo, su manera de ir en contravía -no por premeditada sino por justamente lo contrario-, ha logrado un interesante viraje hacia la valoración de una poesía como la suya que desde sus orígenes desdeñó las trampas del coloquialismo como también del hermetismo, para centrarse una y otra vez en sus asuntos. Parece imposible que con tan pocas palabras, y casi siempre las mismas, pueda decir tanto y con un sentido tan intenso, como lo hace el portugués Eugenio de Andrade, con quien Quessep mantiene muchos puntos de contacto. Insistimos en el autor de La muerte de Merlín porque le ha abierto las puertas a las nuevas generaciones para acercarse a una poesía donde vuelve a primar el sonido, la armonía musical, algo que siempre fue mirado con cierta sospecha, por no decir que con absoluto desprecio. El ejemplo unitario de sus libros les ha permitido entonces acercarse sin rubor a otros poetas, a encontrar que los vapuleados sonetos -recordemos que en Colombia la dictadura del soneto se prolongó por siglos, como en tiempos recientes lo hiciera la dictadura de la poesía social y coloquial- también pueden ser vehículos válidos de expresión poética.

No se quiere decir que a Quessep lo hayan descubierto ni revalorado en la década del 90. Por el contrario, ya desde hace bastante tiempo se ha venido insistiendo en la particular calidad de su obra. En su "rareza". Lo que se quiere resaltar es esa pérdida del pudor de un lector acostumbrado a una poesía más de corte coloquial y menos apegada al formalismo. De manera que ya no es un delito leer a Rubén Darío, a Lugones, a Nervo, o a los piedracelistas -Carranza, Rojas, Camacho Ramírez-. El sectarismo no sólo se da en política. También en apreciación poética.

Si se creía que el Nadaísmo, aquel movimiento contestatario que entrara en la poesía colombiana como una tromba, había muerto, parece que no lo es tanto, ya que de ese grupo -Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar, Gonzalo Arango- los más jóvenes rescatan la figura de Jaime Jaramillo Escobar (1932), más conocido como X-504. En una época donde reina el poema corto, X-504 escribe poemas de enorme extensión, construidos con una gran coherencia interna, mecidos por una música parecida al salmo de la recitación. La lectura que de él se hace en la actualidad prefiere su aparentemente despreocupada admiración por el mundo, su comprensión de éste, dejando en un segundo término esa angustiante necesidad que tenían algunos miembros del Nadaísmo por hacer una poesía que basaba sus fundamentos -aunque no lo reconozcan- en el simple hecho de sorprender al lector.

En tercer lugar, el recientemente fallecido José Manuel Arango (1937-2003) es otro de los poetas tutelares. Su obra abre las compuertas a una manera sutil e inteligente de unir en pocas y exactas palabras naturaleza y ciudad, circunstancia personal y experiencia social. Tanto en sus poemas cortos como en los de mayor extensión se hace patente su mayor logro: el ángulo privilegiado en el que están escritos. Bajo la influencia de Emily Dickinson, de Wallace Stevens y de la poesía oriental, sus poemas mantienen una mirada atenta, lo que los hace vibrar de una manera distinta, ya que para Arango cada poema es único, independiente. Supo el poeta antioqueño en libros como Signos, Cantiga, Montañas, devolverle a la naturaleza su calidad de símbolo y a sus observaciones cotidianas, envolverlas bajo el fulgor de lo sagrado.

En este rápido recuento de los poetas que están muy cerca de los jóvenes de hoy, destaca la figura de Darío Jaramillo Agudelo (1947). Este poeta, que también ha incursionado con éxito en la narrativa, ya cuenta con una favorable repercusión en el ámbito iberoamericano. En sus poemas la ironía -que podría parecer una herencia del Nadaísmo pero que nos parece heredera de la poesía norteamericana-, y la experiencia cotidiana se han unido para adquirir un tono propio y contundente. Desde el principio supo evitar el tono confesional o contestatario que primaba en los años setenta. Es que el gran mérito de Jaramillo Agudelo consiste en que ha sabido anclar su poesía en el vertiginoso y peligrosísimo coloquialismo que campeó largamente por estos pagos, para volverlo un eficaz vehículo de comunicación, cuidando de no lastrarlo con la llaneza acostumbrada de este estilo, sino por el contrario, apropiándose de su libertad. No cayendo en su cautiverio. Al igual que uno de sus más admirados poetas, Jaime Gil de Biedma, la elegancia sin querer ser elegante, el saber decir sin resultar enfático, sin querer ser "poético", el saber distanciarse, lo han convertido en una de las voces más influyentes de la poesía colombiana del siglo XX.

En quinto lugar, una figura muy controvertida en los últimos años ha sido la de Raúl Gómez Jattin (1945-1997). Este poeta abre otro camino entre los jóvenes, y más específicamente entre los escritores de la costa atlántica colombiana, al proveerles de nuevos temas -o de los mismos temas vistos de otro modo- para su poesía. Su obra ha influido entre las últimas generaciones porque les ha permitido hablar de su entorno con una voz propia, desenfadada. Por decirlo de otra manera, es justo reconocerle que supo abordar su entorno geográfico y biográfico sin sentir que estos asuntos fueran inferiores o carentes de calidad literaria. Llamar a las cosas por su nombre, hacer patente su inclinación sexual, hablar de las flores y los patios de las casas dándoles un tono casi épico, de los pueblos polvorientos y de su afición a la zoofilia, han sido aspectos determinantes para que muchos poetas contemporáneos a él o posteriores miraran su entorno sin temer a sus palabras, sin temer al barroquismo propio de su habla, en definitiva, sin temer a ser llamados provincianos o sin temor a ser acusados de escribir una poesía en tono menor. Gómez Jattin les quitó cierta autocensura imperante en sus escritos así como los llenó de motivos para escribir sin miedo, recuperando para la poesía colombiana algo tan importante para esta región del país: la tradición oral.

Finalmente, y no por ser el último es el menos importante, entre los poetas que conforman el tronco más reciente de la poesía colombiana se encuentra Juan Manuel Roca (1946), quien desde un principio manejó con habilidad en sus poemas un tono de denuncia político mezclado con una concepción onírica, muy al estilo del surrealismo. No en balde sus grandes maestros son André Breton y el crítico y poeta argentino Aldo Pellegrini. Sabiendo Roca que tanto la denuncia -con su "mensaje" implícito-, como la veta surrealista -la translación del orden y el significado de las cosas- lo podrían conducir a un callejón sin salida, en sus libros más recientes se advierte cierto cambio de rumbo, prefiriendo la exaltación a la acusación. Si lo suyo fueron las calles nocturnas de las ciudades, el pavor de habitar en un país de asesinos, aspectos que logró encerrar bajo un valioso bestiario, en épocas recientes ha cambiado el tono de su voz, huyendo de los fantasmas que él mismo había creado, matizando los temas que vertebraban su poética y dándole preferencia a otros, donde prevalece el milagro y la extrañeza de estar vivos, vistos siempre bajo el prisma de la dislocación, que es la manera que Roca ha encontrado para comprender su entorno.

III

Como es sabido que las influencias o tendencias no atienden a las categorías temporales, el siguiente grupo de poetas comparten no solamente poéticas similares con los anteriores, sino también edades. Si los seis anteriores poetas, con sus respectivas reconsideraciones y revaluaciones forman el tronco principal donde canta el pájaro en el árbol de su genealogía, avancemos hacia otros poetas que también inciden en el quehacer poético del 90. Estos son Elkin Restrepo, Piedad Bonnett, William Ospina, Alvaro Rodríguez y Víctor Gaviria.

En este grupo la polifonía es un aspecto evidente. La poesía urbana de Víctor Gaviria (1955), más conocido por su trabajo cinematográfico -Rodrigo D. no futuro, La vendedora de rosas- emplea un reconocible corte narrativo. Por medio de historias anónimas que va relatando casi sin quererlo, como si hubiera dejado prendida la cámara sin que el autor intervenga en ellas, va poblando sus poemas con el rastro de esas personas que pasan delante de sus ojos. En cuanto a Elkin Restrepo (1942), quien dirige la revista de la Universidad de Antioquia, su voz se ha decantado en los últimos años hacia una brevedad que no tiene otro nombre que el de revelación. Amante del cine como Gaviria, dejó en Retrato de artistas testimonio de su deuda con las grandes estrellas del séptimo arte. En su más reciente libro, La visita que no pasó del jardín (2002), donde se advierte la influencia de José Manuel Arango, -sin que ésta llegue en ningún momento a anular su propia entonación- toca temas muy cercanos a la poesía de esta región del país como son la familia, los recuerdos, los amores imposibles, teñidos por una nostalgia que nunca cae en el patetismo.

Piedad Bonnett (1951), aunque nacida como los dos anteriores en la misma parte del país -Antioquia-, apunta en otra dirección. Entresaca de los asuntos domésticos sus temas principales, sin olvidar la reflexión sobre la inutilidad de la escritura. Con cada libro suyo confirma el constante crecimiento de su obra. Si María Mercedes Carranza abrió el camino, Piedad Bonnett representa a una poesía poco complaciente con el canto, a una poesía un tanto desencantada y crítica de lo que la rodea, a una poesía fracturada que la emparenta con la que realiza Blanca Varela en el Perú. A propósito de la autora de De círculo y ceniza, el poeta español Luis García Montero observa que "si la poesía colombiana vive una época de calidad llamativa, en la que la limpieza de los tonos supera los trucos fáciles del rupturismo, las grandilocuencias telúricas, la incompetencia musical y las suciedades gramaticales, Piedad Bonnet es uno de sus nombres imprescindibles".

Por otra parte, Alvaro Rodríguez (1948) también es un ejemplo de concisión, del poema concebido no como comentario de la realidad sino como comprensión de la realidad. Traductor de Baudelaire, Apollinaire, Rimbaud, entre otros, sus libros despiertan en los lectores una sensación de seriedad, sinceridad y buen hacer. Con William Ospina (1954) las cosas van por otro lado. Ni lo urbano, ni lo coloquial, ni lo confesional, lo definen. Más bien Ospina recupera el poder del canto, el homenaje, la historia, la enumeración. Heredero del romanticismo, admirador del modernismo, de Whitman y Borges, este poeta ha sabido ampliar su territorio al dedicarse a la crítica y a la reflexión política, social y cultural del país.

Ahora el turno es para los poetas jóvenes. En Inventario a contraluz (2001) Federico Díaz Granados ha dejado una muestra bastante amplia y completa -41 poetas, nacidos desde 1960 hasta 1980- de la más reciente hornada de la poesía colombiana. En su prólogo expresa claramente que "la experiencia común de recibir un país descuadernado condujo a esta promoción de poetas a ser testigos mudos e impotentes de una guerra sucia que ha ensangrentado a Colombia en los últimos 15 años, con la utopía de un posible cambio en las estructuras morales, incineradas en la medida que caían acribillados los pocos líderes que surgían. De igual forma debieron ver en vivo y en directo la caída del muro de Berlín al ritmo de The wall de Pink Floyd, lo mismo que el bombardeo a la legendaria Bagdad, ciudad que conocían desde las páginas de las Mil y una noches en la llamada Operación Tormenta del desierto".

Sin excepción, sin hacerlo explícito o no en sus poemas, todos los poetas de la década del noventa han sido de alguna manera condicionados por el marco histórico que les ha tocado vivir y han hecho suyas las palabras de María Mercedes Carranza citadas más arriba, entendiendo a su vez que si la poesía es comunicación también debe aspirar a convertirse en conocimiento. Si al fondo existe el conflicto por el que pasa Colombia, esto no quiere decir que la poesía escrita en esa década estuviera supeditada por éste. En otras palabras, la poesía de los noventa no tuvo necesariamente que "reflejar" esa condición, o aludir a ella como prueba de su existencia. Sería un error evaluarla bajo ésta rígida óptica. Más bien estamos hablando de una poesía comprometida con su libertad, una poesía que sabe el momento que vive, que está ubicada en el tiempo, más madura en la asimilación de tradiciones y abierta a nuevas influencias. De manera que los poetas de los noventa exigen que sus producciones sean leídas o estudiadas ateniéndose a estrictos criterios de calidad, y que por lo mismo, sus aciertos o desaciertos no sean valorados únicamente por el hecho de haber sido escritos en uno de los países más violentos del mundo.

En ellos -nacidos desde 1960- tanto la presencia de los poetas tutelares como del segundo grupo que se acaba de mencionar saltan a la vista. Jorge Cadavid (1962), Gonzalo Márquez Cristo (1962), Gloria Posada (1967) y Catalina González (1976) han hecho una lectura provechosa de José Manuel Arango y de Elkin Restrepo. Jorge García Usta (1960), Carlos Fajardo (1961), Joaquín Mattos Omar (1960) y Gustavo Tatis Guerra (1961) se beneficiaron en sus inicios con el huracán de Raúl Gómez Jattin. Hugo Chaparro Valderrama (1961), Yirama Castaño (1964), Miguel Angel López (1965), Héctor Ignacio Rodríguez (1965-1989), John Galán Casanova (1970), Ricardo Silva Romero (1975) y Pascual Gaviria (1974) siguen muy a su manera la senda trazada por X-504 y Víctor Gaviria. Federico Díaz Granados (1974), Rafael del Castillo (1964), John Fitzgerald Torres (1965) y Giovanny Gómez (1979) le deben mucho de su trabajo a la obra de Héctor Rojas Herazo y Mario Rivero. Luis Mizar (1962), Mario Jursich (1964), Gabriel Arturo Castro (1962), Fernando Denis (1968), y Felipe García Quintero (1973) a Giovanni Quessep y William Ospina. Carlos Alberto Troncoso (1961), Julio Daniel Chaparro (1962-1992), Mónica Facuseh (1964), Juan Pablo Roa ( 1966), Sandra Uribe (1971) y Andrea Cote (1976) a Juan Manuel Roca y Piedad Bonnett.

Y para los nacidos en el 50, la década del 90 fue la confirmación de su voz poética, como Rómulo Bustos Aguirre, Robinson Quintero, Fernando Linero, Flóbert Zapata, Luis Fernando Macías, Horacio Benavides, Fernando Herrera, Amparo Inés Osorio, Juan Carlos Bayona y Orlando Gallo Isaza, entre otros.

Por supuesto que son muchos los que se escapan a la estrecha y tantas veces miope clasificación por sus influencias, ya que cada poeta encuentra su propia tradición para que cante mejor el pájaro de Gide. Tal es el caso de Juan Felipe Robledo (1968), quien con un par de libros publicados -De mañana, Premio internacional de poesía Jaime Sabines (1999), concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas y La música de las horas, premio de poesía del Ministerio de Cultura (2001)- es una de las voces, junto con la de Gloria Posada y Jorge Cadavid que destacan por su firmeza, gran talento y enorme madurez entre la más reciente poesía colombiana.

Un último aspecto de no menor relevancia a la hora de analizar la poesía colombiana en su transición al siglo XXI, es el relacionado con las publicaciones que de nuestros poetas se han hecho fuera del país. Nunca se había editado tantos poetas colombianos en el exterior como en estos años. Para la muestra, varios botones: Darío Jaramillo Agudelo (México, Venezuela y España), Jaime Jaramillo Escobar (España), Giovanni Quessep (México), José Manuel Arango (España), Armando Romero (México), Juan Manuel Roca (Venezuela y España), Juan Gustavo Cobo Borda (Argentina, Venezuela y España), Aurelio Arturo (España), Fernando Charry Lara (México y España), Jorge Gaitán Durán (España y Hungría), Alvaro Mutis (México, Venezuela y España), Piedad Bonnett (España y Venezuela), Gabriel Arturo Castro (México), Felipe García Quintero (Ecuador y España), Rómulo Bustos (España), Miguel Angel López (Cuba) y excelentes antologías como Tambor en la sombra (México, 1996), de Henry Luque Muñoz.

Cabe también mencionar en este capítulo a algunos poetas colombianos que han obtenido premios en otros países. Tal es el caso de Felipe García Quintero (premio Pablo Neruda en Chile), del ya mencionado Juan Felipe Robledo, de Miguel Angel López (Premio de poesía Casa de las Américas de Cuba) y de Alejandro Burgos (premio Gabriel Celaya en España).

Jorge Cadavid con su libro La nada (2000) cierra una década con una obra que de alguna manera viene a resumir ciertas características de la poesía colombiana que parecen advertirse entre los más jóvenes creadores: el abandono de la grandilocuencia, la renuncia al molesto "yo" poético, a la figura del poeta como héroe, cierta mesura visual unido a cierto rigor conceptual, una necesaria claridad en el poema para que lo escrito no caiga en los abismos de lo hermético, para que la realidad y la imaginación así como la experiencia de ésta realidad y de la elaboración de la imaginación vibren en el milagro de los versos. Y puedan ser agradecidos por sus lectores. Como estos de Jorge Cadavid.

El secreto

Se expresa lo que se sabe

pero a veces en medio de la página

se accede a lo que no se sabe

se usurpa un lugar desconocido

aparece una presencia que se intuye

se acoge al desconocido y se le deja hablar

Alguien debe hacerse cargo de lo que no se sabe
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Bibliografía
María Mercedes Carranza. Revista Casa Silva. No. 1. Bogotá, 1988
Margarito Cuéllar. Nueva poesía colombiana. Alforja. Revista de poesía. No 18. México D.F., 2001
Henry Luque Muñoz. "Generación sin nombre": la modernidad como pasión. . Alforja. Revista de poesía. No 18. México D.F., 2001
Henry Luque Muñoz. Tambor en la sombra. Poesía colombiana del siglo XX. Ediciones Verdehalago. México D.F., 1996
Juan Carlos Galeano. Poéticas de la agresión: el caso colombiano. Alforja. Revista de poesía. No 18. México D.F., 2001
Rogelio Echavarría. Antología de la poesía colombiana. Ministerio de Cultura y Ancora Editores. Bogotá, 1997
Federico Díaz Granados. Inventario a contraluz. Arango editores. Bogotá, 2001
Armando Romero. Gente de pluma. Colección Orígenes. Madrid, 1989
Luis García Montero. Lo demás es silencio. Revista Estafeta del viento. No. 4. Madrid, 2004
Héctor Rojas Herazo. Las esquinas del viento. Felipe Agudelo y Juan Manuel Roca. Fondo Editorial EAFIT. Colección Acanto. Medellín, 2001
Carlos Obregón. Obra poética. Procultura. Bogotá, 1985
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Ramón Cote Baraibar
Cúcuta, 1963
Historiador del arte. Artículos sobre arte y literatura han aparecido en diversas revistas colombianas, latinoamericanas y españolas.
Libros publicados:
Poemas para una fosa común. 1984
Género de medallas (en colaboración con Esperanza López Parada), 1986
El confuso trazado de las fundaciones. 1991
Informe sobre el estado de los trenes en la antigua estación de Delicias. 1992
Diez de ultramar (Antología de la joven poesía latinoamericana. Compilador). 1992
Botella papel, 1998
Páginas de enmedio (cuentos) 2002
Colección privada. Premio de poesía Casa de América de Madrid. 2003