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Cali, Colombia..
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LAS OLIMPÍADAS
SINGULARIDAD DE LAS NACIONES
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El término Olimpíadas se origina en la ciudad griega de Olimpia, desde antes de nuestro calendario. En su significación actual comunica una idea general de encuentro, cuya finalidad es la emulación para hallar la calidad mediante la competencia delimitada en un espacio concreto, y en un tiempo específico, en la cual el sujeto[1] no se expresa en su unicidad sino que su existencia la determina la cantidad. Su modo de ser está en la multitud en acción, donde el enfrentamiento es la consecuencia de la acción razonada; es decir, la racionalización de la idea que le abre la vía a lo particular. Lo particular por una parte reafirma lo general, y por la otra envía a lo singular. En la presente fenomenología, lo particular resulta ser el deporte, y lo singular los participantes. Estos últimos no como individuos, sino como unidades genéricas que logran su concritud a través de lo simbólico y del concepto que expresa los contenidos de nación, para poder fundirse en una unidad.
Tenemos entonces que estamos frente a la singularidad de la acción como alternativa fiable y segura para develar la noción de contenidos cualificativos que no tienen otra finalidad distinta al de alcanzar el resultado para establecer la diferencia, y mediante ésta conquistar la afirmación singularizante.
Para descubrir la esencia de lo afirmativo, resulta obligatorio hacer mínimas consideraciones. El deporte como lo entendemos hoy, es una actividad muy reciente, no va más allá de los siglos XVIII y XIX. Empezando porque el término es un anglicismo que la nobleza inglesa usaba para designar sus agradables momentos de distracción, en este espacio lo lúdico tenía ya una de las funciones principales. El acto de jugar es el que abre las puertas al placer, en consecuencia en el plano de lo cognitivo, la acción deportiva es la realización del placer del sujeto en tanto que unidad aislada, única y autosuficiente. Aquí estamos frente al individuo en el parasí. Significa que la finalidad fundamental del deporte es la recreación del sujeto para realizarse en su interioridad. Sin embargo, el individuo en el parasí, no se origina en el seno de la nobleza inglesa, sino en el individuo en el ensí de la historia, en esa capacidad intrínseca que el sujeto tiene para jugar. Es por esto que todas las culturas de la antigüedad, tales como la japonesa, árabe, indú, egipcia entre otras, practicaban una forma de deporte de acuerdo con sus valores culturales y niveles de desarrollo material. Culturas que nos han dejado mínimos elementos para afirmar desde la perspectiva del placer, que existió el individuo en el plano del ensí placentero; es decir, poseían una capacidad deportiva. Otras consideraciones son el producto de la hipótesis, pero no de la prueba.
De los dos anteriores señalamientos podemos colegir que el deporte es por esencia una manifestación del placer del sujeto que lo practica, que desde luego es una conclusión parcial. Si nos limitáramos sólo a ella, sería una conclusión reducionista. Desde la misma antigüedad encontramos que la acción lúdica presenta otros contenidos. En la décima quinta Olimpíada, llevada a efecto en el 720 antes de nuestra era, los espartanos ganaron los juegos por primera vez, con una representación conformada por hombres y mujeres. En algunas de las competencias participaban desnudos, con la finalidad de exhibir todas las cualidades de sus cuerpos, entre las que se destacaba el vigor de los músculos. Lo anterior no sería más que una anécdota de la historia de las Olimpíadas, si no fuera porque el músculo al descubierto tiene una simbología mucho más profunda. Espartanos y atenienses tenían distinto modelo de organización social. Es suficiente con señalar, que mientras las espartanas participaban en las Olimpíadas, a las atenienses les estaba prohibido hacerlo, inclusive mirarlas. Tres siglos más tarde Pericles diría sobre el mismo tema: “los espartanos nos exhiben sus músculos en advertencia de guerra, mientras que nosotros competimos con el objeto de prepararnos para el ejercicio de la democracia” El anterior hecho nos devela con claridad que una cosa es el deporte por el deporte, manifestación que sólo la puede realizar el sujeto, y otra muy distinta, el deporte en grupo cuyo objetivo fundamental es la competencia. Constituido este en representación de un país que busca lograr la afirmación.
Retomando lo actual, lo que denominamos modernidad, no es cosa distinta al fenómeno de civilización que cada vez se distancia más del ser[2] donde el sujeto recrea la naturaleza para recrearse asimismo. Uno de los efectos de esta recreación es su desanimalización que se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas está en el fenómeno de quietud. Mientras que el hombre primitivo del día a la noche estaba en constante movimiento, fuera por desplazamiento o por trabajo, el hombre contemporáneo en su cotidianidad escasamente camina con esfuerzo de su voluntad; testimonio de ello son los ascensores y las escaleras automáticas. Como podemos analizar, la quietud le hace perder esencia, en razón de que desaparece una de sus cualidades primigenias, el movimiento físico, como una de las formas de existir del cuerpo. La acción del cuerpo era una manifestación connatural; significaba que lo lúdico-físico expresaba su calidad; calidad que ya no existe. En su reemplazo el movimiento del cambio establece ahora la necesidad. Necesidad de animalizarse para reestablecer una armonía entre el individuo y la naturaleza volviendo a ella. Con lo anterior se demuestra claramente el principio de necesidad deportiva en su expresión moderna.
En la sociedad actual el deporte es uno de sus elementos constituyente, significa que ella sólo puede ser sociedad plena en la medida que es deportista. Por esto, una entidad[3] humana es inconcebible al margen de alguna manifestación deportiva. El deporte se convierte entonces en una columna fundadora que le establece espacio y tiempo de existencia al conformarse como constituyente identitario. En el plano de la identidad es donde surge la necesidad de la afirmación razonada, por el lugar que ocupe en la escala de los valores deportivos en un tiempo significativo.
Todo el análisis precedente tenía como finalidad desentrañar dos elementos capitales, que al señalarlos aparecen como obvios al sentido común. El deporte como necesidad individual, y como necesidad social. Las dos categorías establecen una fenomenología de interrelación. Desde la perspectiva de la cognición, significa que el deporte para que pueda serlo, está en el uno y en el otro. Por una parte es individuo y por la otra es sociedad.
En cuanto al primer caso como lo demostramos en parágrafos anteriores, para que el individuo pueda realizarse como verdadero sujeto deportivo, sólo le es posible si el deporte se realiza en el parasí, hecho que se logra mediante la armonía entre sujeto y ser. La armonía le garantiza la realización del placer. Pero ¿qué sucede?. El hombre postmoderno, como aclaramos en el texto, no tiene acceso al placer, él accede al deporte por la vía del displacer, forzado por dos necesidades: por salud corporal en busca de la cura, y por estética, huyendo de la forma de barril para alcanzar la belleza de las formas, garantía de la buena presentación de su cuerpo. Es el precio que paga por haber perdido su valor primigenio de animalidad. Una tercera categoría entra en escena consecuencia de la interrelación, - sujeto-sociedad -.
Lo social-deportivo es un todo que no es asible. En tanto que categoría general, se materializa a través de la competencia. Para que la competencia pueda realizarse es necesario que se den varias condiciones, nos detendremos mínimamente en algunas indispensables para el análisis.
La competencia se sustenta en el individuo no como tal, sino en referencia a otras unidades o grupos, donde el sujeto desaparece como unidad, cesa su individualidad para convertirse en tanto que unidad, en una unidad referencial. Unidad que sólo puede tener existencia frente a otras unidades referenciales, sean éstas individuos o grupos. Lo referencial crea un espacio y un tiempo que le es característico, es el que le abre cabida a lo social-deportivo. Lo social-deportivo, no obstante de ser una noción general, tiene aprehensibilidad e inaprehensibilidad, que es la que le permite su existencia general. Siendo por una parte inaprehensibilidad, pero por la otra es concritud. Esta última categoría la encontramos en el resultado. Sin el resultado la competencia carece de sentido, deja de ser, en razón de que el resultado es la esencia de la competencia, porque él es la medida de la calidad del encuentro, la que en términos categoriales es lo singural-deportivo-social, enunciada en el título del presente trabajo.
El resultado es por lo tanto el objeto de la competencia, su cima, el fin último, en el resultado se funde el deporte, es su manera de ser. En esta condición condensa la subjetividad y la objetividad de la acción deportiva, tanto en lo individual como en lo social. En lo que concierne a lo individual en el campo de lo subjetivo es ilusión, deseo y sueño que funden el motor del individuo en el desempeño de la competencia. En cuanto a lo objetivo, empieza por anular o afirmar al sujeto participante. En la fenomenología de la afirmación, el resultado se manifiesta como una accesibilidad. Quien no accede, no sólo es anulado sino destruido, porque cesa de ser un elemento constituyente del a acción deportiva. Por el contrario, quien accede, sigue un proceso cualificador donde lo social le presenta una vía objetiva y otra subjetiva. En cuanto a la primera, ésta le abre las puertas del beneficio económico, convirtiéndolo en profesional del deporte con usufructuación de adehalas, las que en la mayoría de las veces alcanza el nivel de riqueza, y en lo que concierne a la segunda, es lo que el lenguaje popular denomina la gloria.
En el plano de lo social, en relación con lo subjetivo, la competencia es para la cantidad el delirio de su transposición. La acción deportiva es el espejo de la muchedumbre, cada espectador es a su vez un competidor a través de su anhelo y del deseo, los cuales lo funden en el seno de la competencia, convirtiéndolo en un deportista imaginario que lleva a cuestas la ansiedad de victoria. Su cuerpo deja de ser real para transfigurarse, trasmutándose en el participante real de sus preferencias; hecho que produce la enajenación positiva, a causa de que el espectador al participar desanuda sus fuerzas interiores para liberarlas. En cuanto a lo objetivo lo encontramos partiendo de lo subjetivo, en la realización de su delirio; unas veces como alegría y otras como pesar. En el momento en que escribo esto, acaba de suceder en las Olimpíadas un ejemplo ilustrativo. Liu Xiang, héroe del atletismo de China y medalla de oro segura para su país, en el momento de iniciar la competencia de eliminación de los 110 metros con vallas, tuvo que abandonar por lesión. El suceso produjo estupor y un dolor tan intenso que el estadio quedó semivacío pocos minutos después. Es por esto que la multitud encuentra en la competencia su continuación, porque ella es al causa de la acción deportiva. Turbamulta y competencia se funden en una sola unidad de opuestos para dar lugar a una nueva fenomenología, la del espectáculo. Tiene poco interés aquí si éste se realiza en una calle, estadio o en la televisión. Lo trascendente es que el espectador participa con sus gritos, aplausos, desaprobaciones, decepciones, pesares, iras o con actos trasgresores en relación con el dictamen del resultado.
El deporte al ser una de las principales actividades de lo social, es la síntesis de la cantidad en la cual se desarrolla. Cuando la competencia alcanza niveles de trascendencia significativa, emerge una nueva categoría; la que en principio se manifiesta como identidad razonada, para luego mediante la emulación concretizar la singularidad. La singularidad en este tipo de acción deportiva funde un conjunto de valores que muestran la calidad del participante, que en este caso no es propiamente el individuo. El competidor es apenas el instrumento de la cantidad hecha síntesis. Lo decisivo, es la representación que se comporta como lo que es, una unidad que resulta identificante e identificadora, por sus contenidos cualificativos y simbólicos.
La unicidad es singularidad que se desentraña en el acto simbólico. El símbolo lo rebasa todo. Él lacra el momento dramático e inexorable, el instante cuando la ilusión y el sueño de la representación se convierten en realidad. Momento en que la muchedumbre ruge y el suelo de la nación se estremece al oír las notas del himno y mirar en forma presencial o en la televisión, como sube lento el pabellón nacional en confirmación de la victoria que refrenda la pertenencia, la que luego asciende a lo universal como registro de memoria; es el caso que acaba de suceder en este instante en las Olimpíadas de Pekin, Usain Bolt, el hombre más veloz de los 100 metros, termina de convertirse en el rayo de los 200 haciendo historia, que es gloria para la tierra jamaiquina.
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[1] Sujeto: término filosófico que alude al individuo o al género en su condición de especie.
[2] Ser: término de la filosofía para hacer alusión a la naturaleza en su expresión de finitud e infinitud.
[3] Entidad: aquí es una noción gnoseológica que contiene significantes que envían al concepto de país o región, que abarca contenidos que rebasan lo geográfico
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OTROS TEXTOS RELACIONADOS:
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El Tiempo. com Agosto 20. 2008
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. Amantes de la cultura sin barreras, del deporte, obra de belleza, disciplina y fuerza, hemos gozado ya por varios días del mayor encuentro mundial que concentra a millones de ojos frente a la pantalla plana. El pueblo chino ha deslumbrado por su amor a la obra cultural de los ancestros, como el papel, la escritura, las figuras de color, la danza. Ha mostrado al universo gran despliegue de su gente para que, reunida, diga cómo se construye en paz un proyecto tal y cómo se convierte al mundo en un sueño a pleno día.
La localía, es cierto, da seguridad y hace elevar su orgullo nacional. Pero no han puesto sus miras en la buena voluntad de los jueces hacia ellos. Han preparado escenarios, entrenadores, atletas, medios tecnológicos y de comunicación que muestran sin avaricia la grandeza de su presente. Se pusieron metas muy altas cuando se postularon para realizar esta Olimpíada y día a día han ido dando sorpresas en organización, seguridad y frutos deportivos. Hoy, en menos de una semana, contabilizan la difícil suma de 13 medallas de oro, seis más que su cercano contendor.
El pueblo chino, el del modelo obsoleto de la Revolución en marcha y del discurso maoísta, ha demostrado al mundo que al dejar la guerra fría, las consignas políticas de libros, la pobreza ha cedido y hay una nueva cara con un Destino claro para los 1500 millones de seres que pueblan su extenso territorio. La televisión nos muestra las mismas calles luminosas, sus monumentos intactos, la pujanza industrial y la alegría de los rostros que compiten con la elegancia de quien se sabe responsable en la misión confiada.
Hace una escasa década China era un pueblo con el lastre de las alianzas con el marxismo que a nada condujeron. La mujer, al igual que el hombre, vestía uniformada de gorra y overol y su símbolo era el retrato del gordo militar con sobresaliente diente. Hoy las cosas han cambiado y en todos los países, ojos de mirada oblicua y sus productos, han llenado tiendas y vitrinas con textiles, repuestos, carros y quincallas pintorescas. Su cultura ha sufrido con lujo la moda de la modernidad. Fabrica baratijas, pero también produce, software, hardware, máquinas robots, y dejó atrás la maquila burda. Cambió la imagen de calles peligrosas y caletas con ventas de opio por hombres de negocio que cruzan los océanos y colonizan con zapatos nuevos los mercados de Occidente.
Del inofensivo y medroso hombrecillo de saltarín andar y de sandalias y la mujer de kimono amarillo con flores rojas y sombrero de alas de bambú, han pasado al comerciante y ejecutivo de negocios que colman capitales, trenes, aviones y hoteles ofreciendo la industria inalcanzable que viene en barcos y containers a llenar cuantas bodegas y zonas francas estén abiertas. Ya no se identifica con el risueño acento del aloz y el tligo. El gutural acento mandarín lleno de sh, w, y, ng, y los caracteres chinos invaden TV, metro y Transmilenio, con anuncios, propagandas y marquillas en almacenes de suburbio y de cadena.
¿Hasta dónde y a qué profundidad llegarán estos personajes venidos de Shanghai o de Beijing vestidos de bluyín, camiseta, con celular de última generación y productos enlatados traídos desde allá? Ningún locutor ha dado la voz de alarma como aquella de la radio en época lejana: "llegaron los extraterrestres y nos tienen invadidos" con medallas, pitillos y dragones de ojos rojos, pies humanos, faldas de serpiente y cuerpo danzarín.
PD : China no tenía necesidad de inflar sus datos de entrada a los escenarios, ni de falsificar la apariencia de la cara y de la voz de la niñ(o-a) que entonó el Himno Nacional ni de simular los fuegos artificiales y las imágenes en la ceremonia inaugural. Sabemos que hoy existen técnicas valederas para maquillar y producir efectos audiovisuales. En esa materia China pudo haber obviado los comentarios denigrantes, respetando la verdad ante el público, con una sencilla explicación en su momento. Nada hubiera, entonces, empañado el espectáculo. Parece que eso ya es costumbre que recorre todo el planeta, desde Colombia hasta la China. Que no vengan ahora a hacer suponer los periodistas que sólo en Beijing aparecen tales engaños.
La localía, es cierto, da seguridad y hace elevar su orgullo nacional. Pero no han puesto sus miras en la buena voluntad de los jueces hacia ellos. Han preparado escenarios, entrenadores, atletas, medios tecnológicos y de comunicación que muestran sin avaricia la grandeza de su presente. Se pusieron metas muy altas cuando se postularon para realizar esta Olimpíada y día a día han ido dando sorpresas en organización, seguridad y frutos deportivos. Hoy, en menos de una semana, contabilizan la difícil suma de 13 medallas de oro, seis más que su cercano contendor.
El pueblo chino, el del modelo obsoleto de la Revolución en marcha y del discurso maoísta, ha demostrado al mundo que al dejar la guerra fría, las consignas políticas de libros, la pobreza ha cedido y hay una nueva cara con un Destino claro para los 1500 millones de seres que pueblan su extenso territorio. La televisión nos muestra las mismas calles luminosas, sus monumentos intactos, la pujanza industrial y la alegría de los rostros que compiten con la elegancia de quien se sabe responsable en la misión confiada.
Hace una escasa década China era un pueblo con el lastre de las alianzas con el marxismo que a nada condujeron. La mujer, al igual que el hombre, vestía uniformada de gorra y overol y su símbolo era el retrato del gordo militar con sobresaliente diente. Hoy las cosas han cambiado y en todos los países, ojos de mirada oblicua y sus productos, han llenado tiendas y vitrinas con textiles, repuestos, carros y quincallas pintorescas. Su cultura ha sufrido con lujo la moda de la modernidad. Fabrica baratijas, pero también produce, software, hardware, máquinas robots, y dejó atrás la maquila burda. Cambió la imagen de calles peligrosas y caletas con ventas de opio por hombres de negocio que cruzan los océanos y colonizan con zapatos nuevos los mercados de Occidente.
Del inofensivo y medroso hombrecillo de saltarín andar y de sandalias y la mujer de kimono amarillo con flores rojas y sombrero de alas de bambú, han pasado al comerciante y ejecutivo de negocios que colman capitales, trenes, aviones y hoteles ofreciendo la industria inalcanzable que viene en barcos y containers a llenar cuantas bodegas y zonas francas estén abiertas. Ya no se identifica con el risueño acento del aloz y el tligo. El gutural acento mandarín lleno de sh, w, y, ng, y los caracteres chinos invaden TV, metro y Transmilenio, con anuncios, propagandas y marquillas en almacenes de suburbio y de cadena.
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PD : China no tenía necesidad de inflar sus datos de entrada a los escenarios, ni de falsificar la apariencia de la cara y de la voz de la niñ(o-a) que entonó el Himno Nacional ni de simular los fuegos artificiales y las imágenes en la ceremonia inaugural. Sabemos que hoy existen técnicas valederas para maquillar y producir efectos audiovisuales. En esa materia China pudo haber obviado los comentarios denigrantes, respetando la verdad ante el público, con una sencilla explicación en su momento. Nada hubiera, entonces, empañado el espectáculo. Parece que eso ya es costumbre que recorre todo el planeta, desde Colombia hasta la China. Que no vengan ahora a hacer suponer los periodistas que sólo en Beijing aparecen tales engaños.
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De Pistorius a Usain Bolt
Por: Julio César Londoño
EL ESPECTADOR, Opinión, 23 Ago 2008
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/julio-cesar-londono/columna-de-pistorius-usain-bolt
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Por: Julio César Londoño
EL ESPECTADOR, Opinión, 23 Ago 2008
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/julio-cesar-londono/columna-de-pistorius-usain-bolt
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ME QUEDÉ CON LAS GANAS DE VER a Pistorius en la final de los 400 metros planos en Pekín. Primero, los tribunales decidieron que el hecho de ser mocho de ambas piernas le confería ventajas sobre los bípedos corrientes; que las platinas en forma de eles curvas de carbono que se amarra en los muñones le daban una elasticidad ilegal y endemoniada.
Pistorius apeló la decisión y ganó, pero al final le faltaron ocho décimas de segundo para clasificar a los Olímpicos. No importa, querido Pistorius, no estarás en el podio, pero te ganaste un lugar en los corazones de millones de aficionados y demostraste lo que la historia recordará como "la paradoja Pistorius": el material de las piernas es una variable irrelevante en atletismo.
A propósito: así como tenemos un vocablo preciso para el mocho de una mano, "manco", ¿por qué no hay una palabra específica para el mocho de una pierna? ¿Es mocho el español? Propongo, mientras lo averiguamos, la inclusión del sustantivo "panco" en la próxima edición del diccionario de la lengua.
En lugar de Pistorius vimos en Pekín una exhalación negra, un guepardo jamaiquino, un allegro del músculo llamado Usain Bolt, el hombre que paró los cronómetros en 9.69 segundos en la prueba de los cien metros planos, tres centésimas por debajo de la plusmarca mundial (también suya), nueve menos que el registro de Tim Montgomery en el 2002, diez menos que Maurice Green y Ben Johnson (Seúl, 1988), el primer terrícola que bajó de los 9.8, aunque su marca no fue homologada porque los jueces hallaron trazas de una sustancia rápida en su cuerpo.
Al segundo, Richard Thomson, Bolt le sacó 20 centésimas, que en cien metros equivale a unos 20 años (los velocistas apenas logran limarle al cronómetro una centésima de segundo al año).
El miércoles Bolt volvió a asombrar al mundo al ganar los 200 metros en 19.30 segundos, rompiendo de paso la marca que ostentaba hace 12 años Michael Johnson, 9.32, un registro que se consideraba ya el tope humano para la distancia, un guarismo imbatible por nadie y menos por un sujeto tan alto como Bolt (varias bibliotecas sobre el "biotipo del velocista" fueron a dar a la basura el jueves). Con esta actuación, Usain Bolt se convirtió en el primer atleta que gana los 100 y los 200 metros con marcas mundiales, algo que no había logrado ni siquiera el mejor atleta de la historia, Carl Lewis, "el hijo del viento".
Al segundo le sacó 56 centésimas, unos seis metros u 8.4 eternidades, una ventaja que no se había visto nunca en una final olímpica de la distancia.
En los cien metros femeninos Jamaica hizo el 1-2-3, luego saltó las vallas con gracia felina y se convirtió en la reina olímpica de la velocidad. ¿Qué tiene esa isla que produce más velocistas por segundo que todas las potencias juntas? Puede ser el apoyo oficial, o el ritmo del calipso y el dance hall, o el pescado y sus salsas picantes, o la circunstancia de estar justo al frente del Paso de los Vientos, el estrecho que separa a Cuba de Haití. ¿Por qué los cien metros planos son la prueba reina del atletismo, la que más expectativas despierta y más titulares acapara? ¿Por qué una medalla de oro en esta prueba equivale a siete medallas doradas en natación? ¿Por qué nos importan más sus centésimas que las décimas de las otras distancias, que los centímetros de los saltos, los kilogramos de los pesistas y la destreza de los gimnastas? Nadie ha podido explicarlo. Tal vez tenga que ver con el hecho de que la velocidad resume de manera perfecta el espíritu de nuestro tiempo, nuestra loca premura.
Pistorius apeló la decisión y ganó, pero al final le faltaron ocho décimas de segundo para clasificar a los Olímpicos. No importa, querido Pistorius, no estarás en el podio, pero te ganaste un lugar en los corazones de millones de aficionados y demostraste lo que la historia recordará como "la paradoja Pistorius": el material de las piernas es una variable irrelevante en atletismo.
A propósito: así como tenemos un vocablo preciso para el mocho de una mano, "manco", ¿por qué no hay una palabra específica para el mocho de una pierna? ¿Es mocho el español? Propongo, mientras lo averiguamos, la inclusión del sustantivo "panco" en la próxima edición del diccionario de la lengua.
En lugar de Pistorius vimos en Pekín una exhalación negra, un guepardo jamaiquino, un allegro del músculo llamado Usain Bolt, el hombre que paró los cronómetros en 9.69 segundos en la prueba de los cien metros planos, tres centésimas por debajo de la plusmarca mundial (también suya), nueve menos que el registro de Tim Montgomery en el 2002, diez menos que Maurice Green y Ben Johnson (Seúl, 1988), el primer terrícola que bajó de los 9.8, aunque su marca no fue homologada porque los jueces hallaron trazas de una sustancia rápida en su cuerpo.
Al segundo, Richard Thomson, Bolt le sacó 20 centésimas, que en cien metros equivale a unos 20 años (los velocistas apenas logran limarle al cronómetro una centésima de segundo al año).
El miércoles Bolt volvió a asombrar al mundo al ganar los 200 metros en 19.30 segundos, rompiendo de paso la marca que ostentaba hace 12 años Michael Johnson, 9.32, un registro que se consideraba ya el tope humano para la distancia, un guarismo imbatible por nadie y menos por un sujeto tan alto como Bolt (varias bibliotecas sobre el "biotipo del velocista" fueron a dar a la basura el jueves). Con esta actuación, Usain Bolt se convirtió en el primer atleta que gana los 100 y los 200 metros con marcas mundiales, algo que no había logrado ni siquiera el mejor atleta de la historia, Carl Lewis, "el hijo del viento".
Al segundo le sacó 56 centésimas, unos seis metros u 8.4 eternidades, una ventaja que no se había visto nunca en una final olímpica de la distancia.
En los cien metros femeninos Jamaica hizo el 1-2-3, luego saltó las vallas con gracia felina y se convirtió en la reina olímpica de la velocidad. ¿Qué tiene esa isla que produce más velocistas por segundo que todas las potencias juntas? Puede ser el apoyo oficial, o el ritmo del calipso y el dance hall, o el pescado y sus salsas picantes, o la circunstancia de estar justo al frente del Paso de los Vientos, el estrecho que separa a Cuba de Haití. ¿Por qué los cien metros planos son la prueba reina del atletismo, la que más expectativas despierta y más titulares acapara? ¿Por qué una medalla de oro en esta prueba equivale a siete medallas doradas en natación? ¿Por qué nos importan más sus centésimas que las décimas de las otras distancias, que los centímetros de los saltos, los kilogramos de los pesistas y la destreza de los gimnastas? Nadie ha podido explicarlo. Tal vez tenga que ver con el hecho de que la velocidad resume de manera perfecta el espíritu de nuestro tiempo, nuestra loca premura.
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