miércoles, 28 de enero de 2015

La literatura, la felicidad, el dolor y la enfermedad según Óscar Collazos. Por: MARÍA PAULINA ORTIZ . EL TIEMPO, Enero 27 y 28, 2015.

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La literatura, la felicidad, el dolor y la enfermedad según Óscar Collazos

Muchas historias han pasado por su vida, sus relatos y su poderosa narrativa.

EL TIEMPO .com Enero 27, 2015. Impreseo Enero 28 


“Mi infancia en Bahía Solano, hasta los 7 años, son muchas imágenes confusas y hermosas. Muchas veces he creído que, por su sencillez, son lo más parecido a la felicidad: el mar, el marco de la bahía cubierto por la neblina del atardecer, la selva cercana, los juegos de niño bajo la lluvia, una humilde y grande casa de madera...”.
Óscar Collazos cuenta esto vía correo electrónico. En un mensaje previo, la semana pasada, yo le preguntaba por su niñez en Bahía Solano, el lugar donde nació el 29 de agosto de 1942 y que está marcado en su literatura. Tanto como lo está Buenaventura, el siguiente destino que tomó su familia: su papá caleño, su mamá chocoana, los once hijos de la pareja.
No había libros en casa.
Tampoco lectores.
Su primaria y su bachillerato los cursó en colegios públicos de Buenaventura y fue allí, gracias a algunos profesores que se dieron cuenta de su talento para contar y escribir historias, donde Collazos empezó a interesarse en la literatura. Primero como lector. Lector desordenado de los libros que encontraba en la biblioteca del colegio.
Lector voraz.
“En la biblioteca pública de la ciudad, el bibliotecario Cleofás Garcés Rentería guardaba para mí dos tomos de las obras de Shakespeare y ‘Hojas de hierba’, de Whitman, en la traducción de León Felipe. No se los prestaba a nadie. Al terminar el bachillerato, había leído lo que puede leer un joven ilustrado. Así que llegue azarosamente a la literatura y de allí a la escritura”.
Escribía cuentos y poemas (que él mismo define hoy como “muy malos”). Tenía 20 años cuando el Magazín de El Espectador publicó uno de esos primeros relatos y entonces el joven Collazos sintió que había tocado el cielo con “la punta de un dedo”. Y pensó que lo que le decían los profesores tal vez era cierto: que escribía bien. Que podría, por qué no, ser escritor.
***
“Cuando la madre dijo, sin ningún esfuerzo, que a la medianoche se acabaría el mundo, ‘y todos deben confesarse para quedar en paz con Dios’, el menor de los hermanos se arrimó a sus faldas y empezó a berrear con un berrido que solo pararía cinco horas después en el agotamiento y el cansancio”.
Así comienza 'Eclipse', uno de sus primeros cuentos, incluido en 'Son de máquina', el libro que (junto a El verano también moja las espaldas, editado en 1967 con ocho relatos reunidos) generó un entusiasmo enorme entre narradores importantes como el propio Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio, y entre críticos como Ernesto Volkening. Catalogaban a Collazos como una de las mejores voces literarias que aparecía en el panorama, un autor que llegaba para proponer nuevas formas narrativas.

Los primeros relatos de Collazos, publicados cuando tenía 25 años, fueron recibidos con elogios por Gabo y Cepeda Samudio.
Collazos dice hoy:
“El primer sorprendido por la acogida de ese libro fui yo. Y más sorprendido aún porque fue elogiado por grandes escritores admirados por mí. Esos cuentos no fueron escritos con el propósito de cambiar un estilo o desafiar una tradición; fueron escritos con naturalidad y con el empuje secreto de algunas influencias, la de escritores como Cortázar, Salinger, Hemingway, Joyce, Cabrera Infante, William Saroyan. Lo inédito era quizá el mundo que recreaban”.
Un mundo que reflejaba la vida de los extramuros.
Con dosis de violencia, y erotismo.
Un mundo que tenía un escenario propio: Buenaventura. La primera etapa de su obra literaria está definida por esta ciudad; relatos protagonizados por jóvenes que rompen con el orden establecido en casa, que quebrantan las normas morales, todo en medio de una vida de pobreza y del ingenio al que deben acudir para su supervivencia.
“Buenaventura tenía el laboratorio más intenso que pueda conocer un muchacho en los comienzos de su vida: el puerto y la vida portuaria, con su componente cosmopolita. Se perdía la inocencia rápidamente”.
Pero Óscar Collazos no iba a quedarse quieto en un solo lugar. Eran finales de los años 60. Y él era un joven con ganas de escribir, de cambiar el mundo con las letras. ¿A dónde ir?
Llegó a París, por supuesto. Antes había realizado un recorrido sustancioso por la Unión Soviética, por Cuba y algunos países del Este donde era invitado no solo por sus logros literarios, sino por sus coincidencias ideológicas: Collazos era también un muchacho progresista, convencido entonces de muchas de las ideas de izquierda. Para abril de 1968 ya estaba en París y recuerda así una de las experiencias que vivió:
“Un día me encontré con el director de teatro Carlos Duplat y me preguntó si quería darle clases de español a una escritora francesa. Le pregunto quién. Christiane Rochefort, me dice. Yo había leído dos de sus novelas: ‘El reposo del guerrero’ y ‘Los niños del siglo’. Le dije que sí. Y me encontré dándole clases de español a una mujer encantadora. No solo me pagaba, me dio las llaves de un estudio para que viviera allí, con agua caliente y calefacción. Recuerdo sus diez gatos. Se subían a la mesa y ella les daba el desayuno. Me preguntó si quería conocer escritores. A Marguerite Duras y Simone de Beauvoir, entre otros. Me dio pánico. ¿Para qué conocerlas? Me bastaba leerlas y admirarlas”.
También vivió en Barcelona y compartió allí con algunos de los autores que en ese momento empezaban a formar el llamado 'boom' latinoamericano. García Márquez, Vargas Llosa, José Donoso y un escritor que para la propia biografía de Collazos era muy importante, no solo por la influencia que tuvo en su obra sino por el debate que protagonizó a su lado: Julio Cortázar.
A finales de 1969, Collazos –que trabajaba en ese momento en Casa de las Américas, en La Habana, como director del centro de investigaciones literarias– escribió un ensayo en la revista 'Marcha', de Uruguay. La nota mereció una respuesta de Cortázar, a la que siguió una de Collazos y así hasta dar pie a un intercambio de textos que terminaron por conocerse como Revolución en la Literatura y Literatura en la Revolución. Entre otras frases, Cortázar escribió: “La novela revolucionaria no es solamente la que tiene un ‘contenido’ revolucionario sino la que procura revolucionar la novela misma”. Se armó un debate, que tomó por sorpresa hasta a Collazos.
“Todo el mundo quería intervenir. Creo que el tema que trataba era un tema de época: los escritores y las revoluciones, la literatura y la política, la realidad y la imaginación. Claro, estaba de por medio un momento tenso y difícil de la política cultural de la Revolución cubana y, en cierto sentido, la polémica se leyó desde esa perspectiva”.
Y agrega, en su correo electrónico:
“Yo era un joven simpatizante de la Revolución cubana y, encima, escritor de ficciones. Desde allí salieron mis puntos de vista, algunos de los cuales superé poco tiempo después”.
Al final ese intercambio de ideas, como lo llamó Cortázar, fue publicado por varios medios latinoamericanos. Luego la editorial mexicana Siglo XXI lo volvió libro.
***
Collazos siguió fuera del país sin dejar de ser un escritor colombiano. La distancia le servía, sin embargo, para “bajarle el voltaje a la vanidad personal, tan cultivada en la provincia”.
A partir de su regreso a Colombia, a inicios de los años 90, en uno de los momentos más duros de la violencia nacional, comenzaron a aparecer en sus páginas, de forma más directa que en sus primeros relatos, la guerra y sus protagonistas. En una ocasión, el escritor uruguayo Mario Benedetti dijo sobre Collazos: “La realidad parece haberse convertido en una innegable provocación para los narradores colombianos. Unos, como García Márquez, tienden a hacerla mito; otros, como Óscar Collazos, a desmitificarla”.
Esto se ve en libros como 'La modelo asesinada', 'Rencor', 'Señor Sombra' y, más reciente, en su novela 'Tierra quemada'. Volver al país le implicó un proceso de adaptación difícil del que, sin duda, alimentó mucho su obra posterior.
Collazos recuerda:
“Un día le pedí el carro a un amigo y me atreví a manejar al mediodía en Bogotá: La Jiménez, la décima, la Caracas... Regresé a casa enfermo. Sentí que había llegado a Colombia, al reino de la transgresión, la agresividad, del sálvese como pueda, malparido”.
'Tierra quemada' (publicado en 2013) es, en efecto, una alegoría de esta guerra que nos ha tocado vivir. Un libro que revela lo que la violencia hace en el alma. También es una de las novelas más exigentes que ha escrito Collazos. Porque fue imaginar un país devastado, envuelto en una violencia que parece no tener fin.
“Yo no elegí ni la violencia ni la guerra como temas de mis libros. Fui cochinamente elegido por la violencia y la guerra en la medida en que han ocupado mi vida consciente y el imaginario de mi generación. Se nos han metido hasta debajo de la cama. No he hecho más que responder a ese tumor, tratando de extirparlo con la escritura”.
***
Collazos escribe esto en su computador, en su casa en Cartagena, donde decidió irse a vivir desde hace varios años. Collazos no pasa al teléfono porque ha estado enfermo. En agosto del año pasado, después de varios exámenes y consultas médicas para determinar el origen de una disfonía, le diagnosticaron una enfermedad de las neuronas motoras.
“Es un enfermedad progresiva que afecta el sistema muscular. Nos hemos resistido a etiquetarla como ELA (Esclerosis lateral amiotrófica), así sea de la misma traviesa familia. Desde entonces, el impacto de la enfermedad ha sido notable, aunque sigo teniendo autonomía motriz y realizando a plenitud mi trabajo intelectual. Hemos preferido mantener esta situación en discreción, pese a que gran parte de los familiares y amigos conocen la situación”.
La enfermedad, tan propia de la vida como de la literatura, ha sido tratada por Óscar Collazos en su obra. Su novela 'En la laguna más profunda' (publicada en 2011) habla de “la enfermedad del olvido”, el alzheimer, y él la describe como uno de los textos más conmovedores que ha hecho.
Conocedor como es todo buen escritor del alma humana, dueño como es todo buen escritor de una gran sensibilidad, ¿cómo ha sido la relación de Óscar Collazos con su propia enfermedad? Es una de las preguntas que le envié y que él respondió así:
“He estado aprendiendo a vivir con sus síntomas. Espero aprender más, pero si de algo he aprendido ha sido de la dimensión del amor y la amistad. Todo es imprevisible. La enfermedad, como el dolor y la felicidad, son experiencias íntimas”.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Redacción EL TIEMPO

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Los escritores en la República
Hoy creo que debates de escritores en periódicos hacen parte de la democracia y de la literatura.
Por Óscar Collazos
Óscar Collazos

Hace ya medio siglo, la idea del compromiso de los escritores con la sociedad hizo carrera en Europa y América Latina, empujada por las teorías de Jean-Paul Sartre, expuestas en uno de sus libros menores: ¿Qué es la literatura? Muchos caímos por un tiempo en ese espejismo.
Desde entonces, el compromiso de escritores e intelectuales (los clérigos, según el célebre bautizo de Julien Benda) con las causas de la justicia pasó a ser argumento político de la izquierda. Un argumento incompleto: la condena de las atrocidades del nazismo dejaba de lado las atrocidades del comunismo y o gulag estalinista.
La historia es larga y ha sido muy contada. De una u otra manera, los escritores latinoamericanos nacidos entre los años 20 y 40 sentimos la presión moral y política del compromiso sartreano. La izquierda lo había convertido en imperativo, al tiempo que reducía la figura del intelectual a la de un perro que no dejaba de ladrarles a la burguesía y al capitalismo, incapaz de ladrar y morder al otro sistema en discordia: el comunismo y el “proletariado” en el poder.
Con el imperativo del compromiso se escribieron más obras malas que buenas. La carga ideológica desactivaba muchas veces el poder explosivo de la verdadera literatura. El predominio de lo político sobre cualquier otra expresión de la realidad le quitaba tres patas a la mesa. Lo político, entendido como un compendio de creencias partidistas, no es sino uno de los tantos elementos, el menos explícito.
Desde Malraux hasta Javier Cercas, pasando por Jorge Semprún o José Saramago, lo político está subordinado a la condición humana y no a los odios y esperanzas de una clase social, por justa que sea su causa.
La corriente del compromiso languideció y murió hacia los años 70 del siglo pasado. Ni la realidad era tan limitada, ni el compromiso de los intelectuales se reducía a la cacería de injusticias en la burguesía y el capitalismo. Tony Judt dejó un magnífico libro sobre las tendencias intelectuales de Francia en la segunda postguerra: Pasado imperfecto.
En casi todos los países de la órbita occidental, los escritores literarios empezaron desde hace al menos tres décadas a ocupar las páginas de opinión de publicaciones impresas y portales. Esta multiplicidad de pareceres ha llenado el hueco dejado por los liderazgos individuales, cuando las luces de un “maestro” iluminaban o encandilaban una época.
En Colombia, cada día es mayor el número de poetas, novelistas y ensayistas, académicos o autodidactas, que opinan de política en diarios nacionales y regionales. Esta opinión contrasta a veces con la de los especialistas. Una nueva especie de intelectual y escritor ejerce su “compromiso” ciudadano en los medios.
La universidad, que vivía encriptada en sus claves y lenguajes cifrados, está haciendo presencia en los medios con un lenguaje comprensible que no le ha exigido reducir la complejidad de las ideas. El oficio de escribir en los periódicos le devolvió su componente ético y publico a la función intelectual.
Hoy creo –después de haber sucumbido a la tentación del compromiso– que los debates de los escritores en los periódicos hacen parte de la democracia y de la literatura. Se atacan o defienden modelos de sociedad y sistemas políticos, pero la producción de herejes se ha reducido al mínimo. Solo las dictaduras los fabrican.
En su nuevo compromiso, el escritor, desdoblado en periodista, introduce en la agenda diaria cierta intemporalidad crítica, necesaria para no verse arrastrado por el vértigo de la información. Su desafío ya no es imponer un dogma, sino deshacerse de los que aún existen. 
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OSCAR COLLAZOS,
EL HOMBRE QUE VINO DEL MAR

                                                   ARMANDO BARONA MESA
Cali, Febrero 7, 2015

Hace ya muchos años, más de cuarenta pienso, yo tenía mi oficina de  joven abogado en el edificio donde hoy funciona la Dian, en la calle 11 entre 3ª y 4ª en todo el centro de Cali. Por esa calle  pasaban todos los personajes de la ciudad a los que fui conociendo, y de muchos de los cuales me hice amigo. De Jotamario el nadaísta de cabellos largos, Elmo Valencia, El Monje Loco de sueños y ocurrencias nefelibatas, un poeta maldito, nadaísta también pero con versos sentidos, parnasianos, que era Alberto Rodríguez, suicidado en primavera, Caravana, un negro alto, de impecable vestido, el alcalde de entonces, Héctor Villegas, el Negro Vinasco su secretario de Educación, el poeta Marco Fidel  Chavez que estaba en su furor creativo y trabajaba en la Personería; y pasaba también un muchacho medio moreno, delgado él, con unos libros en las manos, que caminaba con paso sutil, un poco rítmico pero tímido y no se entretenía en los accidentes arcifinios del camino. Iba hacia el café de los Turcos, epicentro entonces de los retoños literarios de los años setenta.
Supe que ese era Oscar Collazos, un estudiante que jamás dejó de serlo, que venía del Pacífico y se había encontrado con una ciudad cosmopolita, aunque pequeña y recluida en sus mismos cuentos e  historias parroquiales.
No duró mucho. Un día levantó el vuelo a Bogotá; y cuando dejamos de saber de él, otro día nos sorprendió porque se había ido a esa Habana revolucionaria de Fidel, ídolo de todos los jóvenes. Luego partió a París y a España; y allí estaba instalado el medio moreno del Pacífico como una joven figura de la literatura, tastasiándose con los grandes. Fue profesor -y algo más- de una premio Nobel, hermosa mujer de Viena, entró en una polémica erudita con el mejor escritor latino de entonces, Julio Cortázar, y la mayoría sostiene –tal vez Cortázar también lo hizo- que fue el triunfador.  
Ah, ese hombre que caminaba con ritmo con su figura delgada, había llegado lejos; y yo, me había hecho su amigo, como lo fui de Caravana, de los nadaístas, del alcalde y el Negro Vinasco de furtivo y ácido humor, caminando por la calle.     
Volvió un día con amplio reconocimiento público, entró a escribir en El Tiempo, y sus ojos, que reclamaban el mar, se fueron con él hacia Cartagena, la ciudad del eterno regreso, porque es una urbe del pasado con sus pasos en el presente caminando hacia el porvenir que es al mismo tiempo el pretérito.
Nos vimos con alguna frecuencia en la tertulia delmédico Adolfo Vera *, nuestro amigo común, y allí devoramos algunos recuerdos, transitamos el vino del ayer y hallamos en Oscar a ese hombre que cada uno de nosotros hubiera querido ser. La última vez ocurrió hace un año. A su lado estaba una diosa femenina, hermosa y llena de sabiduría, como Atenea y Afrodita juntas, Jimena Rojas. Era su  esposa; y él, santificado en el regreso, sentía vibrar la poesía a su lado y alcanzaba las notas más altas de su deseo vital y pasional. Lo envidiamos otra vez con la amistad buena.
Empero, como si fuera un tango de Gardel, la enfermedad agazapada lo esperaba, en la mejor edad intelectual, para clavarle con saña su puñalada. Oscar ha venido padeciendo desde hace menos de un año un cuadro clínico de una rara entidad conocida como ELA, esclerosis lateral amiotrófica, que es la misma que ha padecido durante más de treinta años un genio de la humanidad, Stephen Hawking. Todo lo físico se va perdiendo, manos el talento –menos mal- que ha llevado a éste a ser solamente el cerebro más pensante de la humanidad.
Estuve en diciembre en Cartagena y visité a Oscar. Camina, habla con dificultad, escribe y piensa con la misma soltura de su estilo fresco, descarnado, directo y erudito. El gran escritor está intacto, escribiendo frente a una ventana de un piso quince, con vista al mar interior, a la Popa, al castillo de San Felipe, en el Cabrero, a diagonal de la casa de Núñez. Fuera de Ruby mi mujer, nos acompañaba por supuesto Jimena, la mujer que hoy por hoy más admiro en Colombia, por todas las bondades, por su amor a Oscar que no demuestra con palabras sino con los hechos naturales y mágicos de su ternura, y una vecina nieta del doctor Carlos Arango Vélez, de recorrido amplio por la vida, abierta como la rosa de los vientos. Tomamos vodka y Oscar unas copitas de vino blanco. Y fue una velada encantadora mientras caía la noche sobre el mar sediento como nosotros.
Cuando supe que Oscar había perdido quince kilos de masa muscular, viéndolo caminar en la habitación no pude menos que, evocando aquellos tiempos evanescentes, decirle: Oscar volviste a tener la figura con que te conocí, con el paso ligero y algo rítmico y la cabeza ligeramente inclinada contra el viento.

http://ntc-eventos.blogspot.com/2012_02_26_archive.html
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