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Gracias al aporte y autorización del autor,
publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con …
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LA SUBJETIVIDAD CONTEMPORÁNEA
ALMA GEMELA DEL
CAPITALISMO ACTUAL
Por : Fernando Cruz Kronfly ( 1 )
Profesor de la
Universidad del Valle.
Abogado Laboralista
Doctor Honoris Causa
en Literatura
Miembro del Grupo de
Investigación Nuevo Pensamiento Administrativo
Monte de los
Capuchinos, septiembre 21 de 2018
Gracias al aporte y autorización del autor,
publica y difunde (Dic.
14, 2019): NTC …* Nos Topamos Con …
La edad avanzada obra
sobre el pensamiento de mujeres y hombres como un país al que se llega
embalsamado en certezas y convicciones inamovibles. Los viejos acostumbran
sentarse a repetir ante los jóvenes lo que suponen que desde años atrás ya
tienen claro. Yo no he podido instalarme en este país. Todos los días me hago
preguntas que arrojan dudas sobre lo que creo saber. Por este motivo, muy a mi
pesar, hoy les traigo a ustedes sólo afirmaciones hipotéticas, preguntas e
inquietudes. Pienso que es mi mejor forma de contribuir a un seminario y a
un grupo de investigación que tiene por
telón de fondo la constante zozobra del pensamiento inacabado en permanente
construcción.
Expresamos
también nuestra constante preocupación por conocer el mundo en que vivimos,
para poder ser intelectualmente verdaderos habitantes contemporáneos. Valoramos
la reflexión sobre la crisis de lo moderno y su alcance y nos preocupa el
desasosiego que los pensadores dicen sentir ante este mundo de hoy y el tipo
de subjetividad que lo acompaña. Se olfatea por todas partes un cierto malestar
en la cultura. Pero, a principios del siglo XX Sigmund Freud, hace poco menos
de cien años, también lo entendió así, malestar que dio origen a una de sus más
importantes obras. Viéndolo bien, durante los siglos que nos precedieron, no
faltaron los predicadores del apocalipsis pero tampoco los anunciadores de
utopías y promesas acerca de un mundo parecido a un paraíso. Sin embargo, hoy
en día desde lo político nadie promete ya el advenimiento de un mundo futuro
mejor, una salida hacia la felicidad. Esta tarea ha quedado en manos de algunos
credos religiosos, aunque a condición de morir primero para ir a la tierra
prometida. La política, ahora sólo electoral, amoral y pragmática, quedó
despojada de toda promesa utópica.
Aún
así, estamos del lado de los combates femeninos y de las minorías
de todo tipo por alcanzar la igualdad de derechos, nos declaramos en contra del
racismo y la exclusión, de la explotación en el trabajo y la
crueldad laboral cuando esto ocurre. Compartimos las luchas por la preservación
del planeta y valoramos la libertad, la igualdad, la dignidad humana, el respeto,
la autonomía de la voluntad y el justo derecho a un buen vivir. Hoy por hoy, a esto
se llama ser de izquierda. Alrededor de estas preocupaciones, tal vez sin
decirlo ni tenerlo suficientemente consciente, creemos que es posible todavía
aferrarnos a la esperanza de un mundo mejor, a pesar de que las utopías y los
grandes relatos, según Vattimo y Lyotard, ya se vinieron abajo.
Esta
resistencia en medio de una cierta desesperanza y abundantes y fuertes razones
para sentirnos impotentes y sin mucho que hacer frente al peso del mundo tal
como actualmente se presenta, nos lleva a ver el escenario de un modo bastante
particular, a partir de un horizonte todavía predominantemente político y ético.
Esto es paradójico, en tiempos de despolitización aguda de las multitudes
digitalizadas y de una ética caracterizada por tener un himen demasiado
flexible y complaciente. Pero aún nos preocupa la injusticia en medio de la
insolidaridad hipermoderna y amamos la razón argumentativa y la
cultura letrada a pesar de su alarmante declive. Apostamos por el conocimiento
a todo costo, la ética basada en principios y valores y sentimos solidaridad
por los demás. De alguna manera, somos maravillosamente anacrónicos. Los invito
a sentirnos orgullosos de esto. Los invito a la resistencia sin esperar mucho o
nada a cambio. Sólo por dignidad.
Este
modo de ver el mundo es el que nos lleva a prohijar el pensamiento crítico
desde lo político y lo ético. Porque, si no es desde allí, ¿desde qué
otros horizontes? Sin embargo, últimamente me he estado preguntando lo
siguiente: ¿será tal vez posible, en cambio del énfasis político y ético,
pensar la atonía política del sujeto actual tanto como la ausencia de
contendores del capitalismo contemporáneo, desde la consanguinidad invisible
que existe entre este sujeto hipermoderno y el "sistema" que lo
gobierna, almas gemelas cuyo abrazo puede ser puesto en evidencia desde el
horizonte de las ciencias humanas?
Esta
es, precisamente, la inquietud que hoy me trae aquí. Pues he venido pensando
que desde hace algún tiempo se observan señales de la conexión profunda que
existe entre la subjetividad de nuestro tiempo y el capitalismo contemporáneo,
tan invisible a la mirada convencional que, a pesar de su
importancia, muy pocas veces se ha puesto en evidencia ni suele ser considerada
por la literatura ensayística social a la hora de comprender la dicha que
muchos dicen sentir como habitantes del mundo contemporáneo.
Ciertamente,
los
teóricos críticos suelen centrar su mirada, no sin razón, de manera casi
exclusiva en el impacto negativo del neoliberalismo y el debilitamiento de las
funciones asistenciales del Estado sobre las clases sociales medias y bajas,
lanzadas a la hoguera del "sálvese quien pueda"; en los efectos
negativos de la globalización de los mercados y hasta en el contrabando que
desaparecen del escenario a los esforzados pequeños y medianos emprendedores;
en la neo-esclavitud y "autoexplotación" que según Chul Han viene
ocurriendo en la sociedad del alto rendimiento; en la tecnología que elimina
puestos de trabajo; en la robótica posthumanista, la banalidad contemporánea en
la mirada sobre el mundo y el declive de la cultura letrada, la liquidez
y el desapego en el vínculo humano, el peso aplastante de los medios masivos de
comunicación sobre los seres humanos y la estandarización mental consecuencial,
la delirante libertad y la desregulación moral, en fin, pero casi nunca miran
la manera como el modelo capitalista neoliberal contemporáneo permite a fondo
el desahogo pulsional y los deseos como nunca antes en la historia pasada pudo
haber sido posible, incluido el destape y realización de la pulsión
de muerte y destructividad a través de la violencia virtual del cine, los
videojuegos y las series televisivas; igualmente, los procesos delirantes de
afirmación del Yo narcisista infantil ante los demás, a través del facebook y las
redes. Sin dejar de lado este modo de rellenar con mercancías invasivas las
sensaciones de vacío y de desasosiego derivadas del "aburrimiento
profundo" Heideggeriano, en que ha venido a caer la existencia humana
absolutamente abierta al mundo y expulsada
del rigor de las leyes naturales del instinto, destierro de la naturaleza que
obligó a los humanos a tener que refugiarse y venirse a vivir en lo artificial y cultural, en cuanto si bien la
evolución biológica nos expulsó de la naturaleza pura, no obstante nos dejó
anclados en ella sin remedio. Para así terminar
siendo este animal trastornado que Giorgio Agamben definió como "el animal que ya no es". Enfermedad
esencial de esta criatura que la evolución produjo, es cierto, aunque ahora
abrazada al consumo y rebosante de gozo y de confort, a quien la miseria de
muchos alrededor estorba porque daña la fiesta y afea el paisaje.
Todo
ocurre como si el desasosiego esencial del espíritu, la insatisfacción
constante y el malestar de lo inacabado, de lo siempre posible y deseado,
fuesen el estado permanente de la especie, debido a lo que le sucedió sin
opción una vez huyó de la naturaleza animal pura para instalarse en el lenguaje
y en lo artificial como su nueva morada donde de repente se vio obligado a
vivir, atrapada en el peso del mundo sobre ella y en la precariedad, en medio
de la represión moral, la satanización y postergación reglamentada de los
deseos y anhelos por medio de los tabúes originarios, el terror a los
espíritus, los mandamientos de los dioses y la ley. Sin embargo, propongo que
en las últimas décadas el capitalismo contemporáneo ha suavizado hasta casi
borrar del escenario la rejilla moral de los límites, ha desregulado la vida y
ha dejado a hombres y mujeres instalados por fuera de la culpa para que ocurra
en un campo amoral la realización de sus deseos exacerbados.
Por
la antropología sabemos ya bastante bien cómo fue el sol de la aurora ancestral
de dónde vinimos. La sola mirada fraternal de los antropomorfos nos recuerda la
historia de la biología que nos trajo a este punto donde hoy nos encontramos,
historia evolutiva cuyas consecuencias muchos aún se niegan a aceptar. Esta
resistencia psíquica a lo evidente se puede generosamente comprender. Es más
consolador imaginar que venimos de un especial acto de creación divina y que
vamos hacia un paraíso prometido más allá de la muerte, donde podremos saborear
a nuestras anchas el don de la eternidad y la inmortalidad. Está bien, qué
podemos hacer, la clientela que brota del horror a la muerte siempre tiene la
razón, soñar en estos términos no solo es reconfortante sino gratis. Pero, más
allá de esta inocencia, no tenemos ni remota idea de dónde hemos venido a parar
ni qué dueños del mundo en medio de sus suculentos negocios nos trajeron aquí.
Y no lo sabemos, porque este proceso se ha tornado invisible en cuanto de
alguna manera nos ha convertido en cómplices, protagonistas y coautores del
capitalismo contemporáneo, en la medida en que éste no sólo exacerba y alborota
las pulsiones más deliciosas y profundas que nos hacen tan felices, sino que
permite su realización cierta o virtual, ahora mismo y con la mayor intensidad
posible, lejos de toda culpa.
Dicho
de otra manera, hemos sido convertidos en consumidores masivos de todo aquello
que al consumir al mismo tiempo nos consume en la intensidad del vivir,
mientras nos produce fuertes sensaciones de inclusión, dignidad, libertad e
igualdad. De poco de esto y con franqueza la crítica social tradicional quiere
darse cuenta, porque al atacar de manera convencional el viejo modelo
capitalista no percibe las nuevas realidades, pero por encima de todo deja de
lado la consanguinidad que existe entre las representaciones mentales
hipermodernas que el mismo capitalismo contemporáneo construyó y puso a su
servicio, y el modo como este sujeto se goza el sistema que lo contiene. No se
trata de la dominación ideológica clásica que en otro tiempo legitimó y
garantizó la reproducción social y política del capitalismo, sino de otro tipo
de vínculo que a falta de mejor metáfora he optado por denominar relación de
almas gemelas. Aunque moleste decirlo, el sujeto hipermoderno y el capitalismo
contempoteráneo se comportan como verdaderas almas gemelas. En consecuencia, el
centro de la crítica social debería desplazarse hacia la actual subjetividad
que el capitalismo incrustó en los habitantes del occidente contemporáneo,
hasta convertirlos en cómplices y coautores satisfechos de lo que hay, en seres
humanos políticamente empobrecidos y paralizados, incapaces de conformar una
clase social "para sí", en términos de Luckas, un
"nosotros" en condiciones de enfrentar lo que francamente no quieren
enfrentar. ¿Porque, quién combate y enfrenta aquello que lo hace tan feliz?
¿Acaso esta atonía política y este arrasamiento de las utopías no ha paralizado
también a los marginales y miserables? Siendo así y si es así: ¿ha llegado la
hora de asumir esta realidad y decirlo con franqueza?
Deberíamos
darnos cuenta de que el capitalismo actual no requiere ya de legitimidad
política ni ideológica alguna. Tampoco necesita seguir siendo utopía ni
prometer nada a futuro, porque el futuro desapareció de las preocupaciones del
sujeto hipermoderno. El punto es que el capitalismo de nuestros días se
convirtió en el modo de producción que mejor realiza de manera real y virtual
los deseos humanos, mientras al mismo tiempo va volviendo políticamente
hastiado, desinteresado y paralítico al sujeto de este goce. Ahí radica la
actual atonía política y la incapacidad de la gente frente a una hipotética
rebelión contra el "sistema". El capitalismo contemporáneo no sólo
produjo sino que instaló al habitante de nuestro tiempo en un campo lleno de
opciones reales y virtuales, tanto como
en un conjunto de representaciones mentales que lo paralizan a la hora de
enfrentarlo. Porque, viéndolo bien ¿qué tiene de indebido ser narcisista,
hedonista, presentista, líquido, carente de gravedad, flotante en el azar y en
la casualidad del mundo, haber quedado liberado del peso del pasado y de las
exigencias del futuro, ahora des-utopizado y apolítico?
De
todos modos y mientras este proceso iba madurando, en el año 1968 Marcuse se
ocupó de la relación entre Eros y Civilización, y puso en cuestión al hombre de
su tiempo al definirlo como unidimensional. En 1972, desde el Castillo de
Barbazul, Georg Steiner habló de la postcultura y del derrumbe de la cultura
letrada, poniendo en evidencia el empobrecimiento del pensamiento y el triunfo
del ruido y la subordinación de la palabra en favor de la imagen.Vattimo y Lyotard
declararon el fin de la modernidad y la caída de los grandes relatos. Richard
Sennett puso en evidencia la corrosión del carácter, el nomadismo laboral y la
crisis del vínculo comprometido en el trabajo. Lipovetsky definió al hombre de
nuestro tiempo como suspendido en el vacío, cultor del narcisismo y Finkelkraut
llamó la atención acerca del riesgo de desaparición en que se encontraba la
idea de una humanidad universal y ecuménica, donde tuviésemos cabida por igual
todos los seres humanos. Zygmunt Bauman definió al sujeto contemporáneo como
líquido y renuente a construir vínculos duraderos y sólidos, y llamó la
atención sobre la cultura de residuos y la conversión de masas humanas enteras
en verdaderos desperdicios. Melman encuentra en el hombre de nuestro tiempo a
un ser flotante, sin arraigo a nada, es decir sin gravedad, y pone en evidencia
clínica el impacto que esta falta de gravedad tiene como desencadenante de
frecuentes aflicciones psíquicas. Dany-Robert Dufour define al sujeto actual
como unario, en cuanto se configura a sí mismo a partir de la minimización del
Otro, por lo tanto narciso en extremo e individualista ensimismado, luego de lo
cual concluye que Occidente vive en el delirio después de haber aniquilado el
sujeto crítico Kantiano y al sujeto neurótico Freudiano. El Coreano Chul Han
define al sujeto de nuestro tiempo como digital, integrante de una multitud más
parecida a un enjambre de abejas ensimismadas dentro de la colmena que a una
masa humana políticamente cohesionada en forma de un nosotros alrededor de un
propósito utópico común. Robert Redeker construye un alegato importante para
demostrar cómo el Yo del sujeto contemporáneo se ha venido a vivir a su cuerpo
cultivado y convertido en objeto de culto estético, de tal manera que es el
cuerpo el que dice quién es quién. Paula Sibilia se duele de que la intimidad
ha dejado de existir para pasar a convertirse en espectáculo de consumo masivo.
Avelina Lesper pone en evidencia el fraude del arte contemporáneo. Salmon, en
Storytelling, denuncia la existencia de una máquina social encargada
intencionalmente de formatear las mentes. Y, por último, Tony Judt escribe que
las cosas van mal, en cuanto hay algo profundamente erróneo en la forma en que
hoy vivimos.
¿Qué puede concluirse
de todo esto?
Un tono
fundamentalmente crítico y hasta nostálgino alienta el pensamiento de los más
agudos analistas de nuestro tiempo, aunque causa extrañeza que este pensamiento
coexista con la fiesta de la desregulación de los deseos y la liberación sin
fronteras del sujeto hedonista. Bastante bien descrito por los autores está
nuestro mundo contemporáneo, tanto como los rasgos del sujeto que ya ha sido
producido. Tal vez por esto flota en el aire un perfume de pérdida de lo mejor
de lo moderno, en el sentido de que esto que hoy tenemos no anda bien y que el
tipo de sujeto contemporáneo deja mucho que desear. No se dice abiertamente que antes era mejor,
pero en la comparación entre lo "postmoderno" y lo que antes había
este perfume de crisis y de pérdida se insinúa entre la niebla del dolor por lo
perdido. Sin embargo, a pesar del clamor crítico de los intelectuales y en
medio de él, las multitudes digitalizadas insolidarias envueltas en las redes
bailan la fiesta sin voltear a mirar siquiera a los miserables alrededor, no
pocos de los cuales optan por el camino delincuencial para no quedarse atrás,
en cuanto ya no tiene sentido elegir el lejano camino utópico político de la
rebelión, al tiempo que otros se cuelgan de las promesas evangélicas que brotan
como granos de maiz de los labios de los
pastores, porque ya el salvador dizque está apunto de volver.
Se advierte pues un
agudo malestar entre los intelectuales críticos acerca del modo de ocurrir
nuestro tiempo, que sin embargo coexiste con la alegría del consumo y el
desenfreno liberal de los deseos. En la media luz de esta fiesta suele haber
depresión, es cierto, deshidratación psíquica, sensaciones de vacío de la vida
y hasta crisis del sentido de vivir. En las noches oscuras viene a veces a la
mente la sinsalida, la sensación de desamor que a la larga va dejando el
hipersexo unido al vacio que brota del cálculo desapegado, interesado y cínico.
El espíritu de los jóvenes ha sido colgado en la alambrada de las redes
sociales, que hacen de espejo virtual donde afirman su perfil y su Yo, mundo
fantasmal al que le hablan como a un Otro universal e intangible al que le
confiesan sus estados, aunque a pesar de todos estar unidos por virtud de estas
redes sólo pueden configurar una "multitud" de ensimismados
solitarios, de cuando en cuando indignados, incapaces de cuestionar el sistema
que los hace tan felices pero que a la vez los hace sentir vacíos y no pocas
veces desgraciados.
Los habitantes de
nuestro tiempo consumen mercancías a medida que ellos mismos se vuelven
mercancías de los demás, todo esto vivido intensamente, incesantemente, a
medida que se bogan la existencia en el centro de un presente eterno donde el
futuro desaparece. La vida ha dejado de ser un camino con sentido que desemboca
en un final. Ahora es apenas, para bien, para regular o para mal, un conjunto
caótico de momentos al azar y de instantes intensos y casuales que bien vale la
pena vivir. Vivir es consumir la vida fragmentada precisamente en instantes de
consumo despojados de sentido a futuro. Esta desconexión con la clásica línea
del tiempo entendida como orientada teleológicamente al horizonte futuro
permite la intensidad de la experiencia lejos de toda inculpación, aunque a
cambio de la desprestigiada culpa la vida así vivida vaya dejando una estela de
vacío y de absurdidad que tarde o temprano cobra la cuenta. Entonces muchos
pueden en la adultez sentarse a sonreir como cómplices de sí mismos y a menear
de lado a lado la cabeza pensando en la loca y feliz juventud. Casi nadie da
gracias de esto al sistema de manera explícita y consciente, pero en el
registro de sus rostros y en su risa pícara no aparece ningún otro autor
diferente del "sistema".
No pocos jóvenes
sufren de indignación y de cuando en cuando ocupan calles y avenidas, pero lo
hacen como una oleada de solitarios que gritan por separado aunque se miren a
los ojos, incapaces ya de constituir un nosotros político alrededor de ideales
y utopías que configuren un propósito duradero. Esto contrasta, al decir de
Chul Han, con la "masa" decimonónica moderna revolucionaria, que
fuera tan consistente y duradera, jamás líquida ni evanescente, que se
compactaba alrededor de utopías e ideales capaces de configurar un
"nosotros" político solidario y generoso, una clase social en
movimiento que ningún resfriado de invierno era capaz de disolver.
No debemos olvidar
que desde sus mismos comienzos el sistema capitalista se convirtió en utopía y
gozó de una fuerte legitimidad, a pesar de la resistencia obrera ante la
explotación y la pobreza. Fue visto por muchos el "sistema" como la
prueba viviente del progreso material y moral de la humanidad. La mítica del
progreso legitimó no sólo la modernidad capitalista deslumbrante sino también
sus horrores e injusticias. Todo quedaba incluido en la mochila del costo y los
tropiezos que había que asumir a cambio de un proceso que, aunque fáustico,
creaba y construia para mejor a medida que destruía masticando alrededor,
mientras se suponía que el mundo marchaba hacia adelante en busca del futuro.
Al surgir el
socialismo, el capitalismo necesitó legitimarse aún más. En ciertos países
centrales debió tornarse "humano" e incluyente. Pero, al caerse el
socialismo, el capitalismo necesitó cada vez menos ser legítimo. Hoy tenemos un
capitalismo al que no le preocupa su propia legitimidad ideológica ante el
pueblo convertido en emjambre digitalizado, pues ha instalado en ese mismo
pueblo, de manera intencional y deliberada,
un conjunto de representaciones mentales que lo han tornado inpacaz
siquiera de plantearse la pregunta por la legitimidad del sistema que lo
gobierna. Esta pregunta por la legitimidad del capitalismo entre la gente, con
escasas excepciones, hoy parece absurda. El enjambre humano se ha desinteresado
políticamente del "sistema" y se ha hundido en el narcisismo
hedonista que el mismo sistema le cultiva y le exacerba, ha quedado neutralizado
a propósito de una actitud crítica, y cada quien ha terminado por ensimismarse
en el cultivo y contemplación de su propio cuerpo convertido en objeto de
especial culto estético, se ha desconectado del futuro promisorio de algo mejor
y se ha dedicado a vivir la vida convertida en momentos de gozo autosuficientes
que sólo valen por su intensidad desprovista de toda culpa. En esto se
convierte la existencia vivida a partir del conjunto de representaciones
mentales que el "sistema" instaló en el pueblo convertido en
enjambre, para no necesitar ante él ostentar legitimidad utópica alguna.
Esta subjetividad,
este conjunto de representaciones mentales propias del sujeto contemporáneo, no han tenido su origen en él
mismo, no han brotado desde su "adentro", sino que por el contrario
han sido instaladas intencionalmente desde afuera de él, a partir de la máquina
social de producción de representaciones puesta en marcha por del capitalismo
contemporáneo, encargada de hacer creer a muchos que viven a plenitud así como
lo hacen y que su deber con ellos mismos es consumir para poder incluirse y
vivir intensamente sus deseos.
Siendo así, es
evidente que está en marcha una estrategia de doble vía, un proceso de doble
constitución de almas gemelas en el sentido de la necesaria contribución que le
hace el sujeto de nuestro tiempo a la profundización y consolidación del
capitalismo contemporáneo, en cuanto éste exalta y desempolva en todos por
igual el narcisismo infantil primordial, lo libera de la negatividad del límite
normativo moral y lo instala en la voracidad intensa y en el goce de lo deseado
ya mismo, sin ningún tipo de dilación ni
postergación en el tiempo.
Ciertamente, el
capitalismo contemporáneo no sólo se limitó a desregular la economía y los
mercados, sino que se propuso llevar a cabo una aguda desregulación moral de la
vida que se puso así al servicio del goce de las pulsiones y los deseos de
manera no solo real sino virtual, por
fuera de todo límite moral convencional, poniendo la tecnología al servicio de
la confusión entre lo real y lo virtual y borrando sus fronteras, punto
esencial. Esta es pues la recepción tanto como la contribución que la subjetividad
como parte de la condición humana hipermoderna está haciendo del capitalismo
contemporáneo. Y puede hacerlo así, en la medida en que este sujeto así configurado se volvió su cómplice
al quedar preso de en un conjunto de representaciones mentales que funcionan
como un sistema cerrado en favor de la economía del consumo y los mercados tal
como hoy se dan. Estas representaciones mentales son las del hedonismo,
narcisismo, individualismo extremo, desconexión con el futuro y el pasado y
concentración de la vida en el goce del presente, insolidaridad, construcción
de la imagen del Yo unario a partir de sí mismo y no de la negociación con el
Otro, consumismo, liquidación de las utopías futuras promisorias de un mundo
mejor porque gozar el presente es lo que importa; despolitización consecuencial
y crisis de toda ideología crítica, conversión de la intimidad en espectáculo
para ser vendida como mercancía mediática, triunfo de los famosos banales y
bonitos sobre los pensadores importantes pero "aburridos", desarrollo
de una tecnología encaminada al ensimismamiento psíquico, culto al cuerpo y
explosión de gimnasios y cirujanos plásticos, búsquedas del Yo dentro de uno
mismo, explosión de literatura de autoayuda, consumo de sustancias psicoactivas
de fuga de la dura realidad y drogas psiquiátricas contra la depresión y la
ansiedad, en fin. Y para que todo esto pueda hacerse más fácil y expedito,
tarjetas de crédito y dinero plástico a granel.
Sin embargo, llegados
a este punto y para hacer honor al necesario contexto, es nuestro deber volver
un poco atrás: hemos dicho, con Giorgio Agamben, que el ser humano es el animal
que ya no es. ¿Quién se encuentra en condiciones de pensar esta idea tan
profunda, esta especie de paradoja? ¿Quién está dispuesto a entenderla y
asumirla en todo cuanto significa para comprender las secuelas que dejó el
desprendimiento humano del reino puramente animal y el quitarse de encima el
rigor de las leyes del instinto natural, que obligó a la humanidad a refugiarse
en una nueva morada moral y lingüística, es decir simbólica, que se encargó de
elaborar nuevos límites y dispositivos inhibitorios, ya no naturales sino
artificiales para meter en cintura sus antiguos instintos?
Este tránsito de la
naturaleza pura a la cultura, este doble pie y fundamento de lo humano hizo del
hombre un animal espiritualmente desajustado, hundido en el desasosiego y la
ansiedad constantes y por lo tanto necesitado de curetajes en vano para heridas
peremnes imposibles de sanar. Porque el ser humano es precisamente este
desajuste, esta herida peremne o no es nada.
Veamos algunos
autores:
Levi-Strauss define
el mundo humano como apoyado en dos naturalezas: la biológica y la cultural.
Estas dos naturalezas son contrarias y expresan tanto como levantan un evidente
conflicto interior.
Freud define el mundo
humano, también, como conflicto entre el Ello pulsional, el Super Yo normativo
moral y el Yo como instancia psíquica encargada de dirimir pero también de
sufrir este conflicto.
Boris Cyrulnik dice,
en fórmula desconcertante, que el ser humano es 100% animal pero también 100%
cultural. Esto quiere decir que no hay nada en el ser humano que no sea animal,
pero que al mismo tiempo toda esta animalidad se encuentra anillada y atrapada
en lo cultural. No es difícil imaginar el conflicto interior y el desasosiego
que de todo esto surge.
Max Scheler define al
ser humano como un animal absolutamente abierto al mundo que lo rodea. De
alguna manera, un animal lanzado al vacío de una espiritualidad inhibitoria que
lo recoge.
Giorgio Agamben, en
esa misma línea, define al ser humano como abierto al mundo y por fuera de los
rigores del instinto. Esto lo convierte en un fugitivo de la naturaleza que,
sin embargo, no puede desprenderse de ella porque es su mismo cuerpo animal la
casa en la que vive. El ser humano es entonces, como antes ha quedado varias
veces dicho, el animal que ya no es.
Heidegger, en su
Seminario ofrecido en la Univiversidad de Friburgo entre los años 1929-1930 del
Siglo XX, también define al ser humano como un animal abierto al mundo, a
partir de tres tesis fundamentales: La piedra es sin mundo, el animal es pobre
de mundo y el hombre es configurador de mundo, de tal manera que el ser humano
no es sino que va siendo en el mundo, entendido como la "manifestabilidad
de todo lo ente en cuanto tal, en su conjunto".
Así, a pesar de que
somos producto de la evolución biológica, dicha evolución no nos privó de la
condición de seguir siendo animales biológicos. Sin embargo, para humanizarse,
la cría humana no tiene otra alternativa que "salirse" de la
animalidad pura, para instalarse en la norma moral inhibitoria y reguladora de
sus viejos instintos así como "salirse" también hacia el lenguaje.
Pero ¿cómo ocurre esta "salida" de la animalidad pura, a qué costo y
hasta dónde puede suceder todo esto? ¿Nos podemos salir realmente de la
animalidad pura pero con qué consecuencias?
Porque el asunto es
el siguiente y debe quedar claro: o nos salimos de las leyes naturales que
regulan el ejercicio del instinto animal o no somos humanos. Así, una vez
"por fuera" del rigor del instinto y a modo de ejemplo, la sexualidad
humana ya no tiene por fin principal la reproducción, tal como ocurre entre los
animales, sino el placer y el goce. Por otra parte, el instinto agresivo que en
el animal tiene por fin la consecución de alimento, la defensa del territorio y
de la vida tanto como la supervivencia individual y de la especie, en el ser
humano tiene por fin principal la loca y constante afirmación psíquica del Yo,
en cuanto esta instancia psíquica es en sumo evanescente. Además, y esto es
esencial, en los animales la ley natural instintiva impone a la realización de
la necesidad sus propios límites, desde adentro mismo del instinto. En
consecuencia, los instintos animales jamás se salen de su finalidad ni se
sobrepasan en su ejecución, motivo por el cual no requieren límites morales.
Por el contrario, al
salirse de la ley natural del instinto, los seres humanos necesitan configurar
un mundo moral artificial capaz de controlar el deseo y las pulsiones, ahora
carentes de límite natural desde adentro mismo del instinto. ¿No es pues
entonces el hombre el animal ansioso, hecho de desasosiego e incertidumbre que
siendo animal al mismo tiempo ya no lo es?
Siendo así,
proponemos que de este desgarramiento humano esencial, de esta ansiedad de
fondo y sin fondo, de este desasosiego constante el sistema capitalista en su
modalidad contemporánea decidió hacerse cargo, volviéndose moralmente
libertario y desregulado. Y, al hacerlo, a través de las representaciones
mentales hipermodernas que instaló en la subjetividad, quedó en las mejores
condiciones para anular la rebelión en su contra y convertir al pueblo en alma
gemela, coautora y cómplice como nunca antes modo alguno de producción pudo
haberlo hecho en la historia pasada. El "sistema" satisface la
ansiedad humana esencial tanto como la realización del deseo desregulado y ya
mismo, ahora mismo en la intensidad de una vida convertida en fragmentos
desconectados de la cadena del sentido. Cada momento de gozo adquiere así valor
propio y sentido por sí mismo para el sujeto hipermoderno, por fuera de toda
utopía promisoria de un futuro mejor, porque el futuro se borró de sus
intereses en favor del presente en cuanto dimensión del tiempo privilegiada.
Dicho de otro modo,
la condición humana hipermoderna, definida en los anteriores términos, ha
permitido que el capitalismo contemporáneo salga a su rescate y la rodee de un
conjunto de realidades ciertas pero también de representaciones mentales impuestas,
para que el sujeto hipermoderno termine por agradecer al sistema el gozo en que
vive y que le es permitido por fuera de toda culpa, sin preguntarse más nada.
Hoy importan más los árboles, las mascotas, las especies en peligro de
extinsión, el agua de lagos y ríos que el destino de los miserables.
Esta manera de
representarse la vida como algo que salta de día en día, de momento en momento
y de placer en placer -nada de lo cual es gratuito ni casual ni apareció en el
mundo humano así de pronto y porque sí-, constituye una inmensa contribución
reproductiva que le hace la condición humana hipermoderna moralmente
desregulada y libertaria al capitalismo contemporáneo. El hombre hipermoderno y
el "sistema" que lo gobierna son idénticos. El uno es para el otro su alma gemela.
En estas condiciones,
si bien algunos pensadores como Tony Juth se duelen de que algo en el mundo va
mal puesto que, según sus propias palabras, hay algo "profundamente
erróneo en la forma en que vivimos", la mayoría de la gente no lo ve ni lo
siente exactamente así, en la medida en que ha sido cooptada por el goce de la vida como lema y el consumo
como condición, y agradece al capitalismo contemporáneo haberle permitido gozar
de la vida en una forma y con características como nunca antes ningún modelo
económico, social y político lo hizo, en medio de un contexto cultural
erotizado y potenciado, libertario y moralmente desregulado. No importa que a
veces broten sensaciones de desesperanza, vacío y crisis en el sentido de
vivir. Pues para salirle al paso a estas grietas y anomalías existen las fugas
de realidad que permiten las sustancias psicoactivas, los ansiolíticos y los
antidepresivos al gusto, cuando no los reencauches religiosos, las promesas de
los pastores, los neomisticismos orientales y la literatura de autoayuda tipo
Pablo Cohelo.
Tengo la sospecha de
que mientras nos encontramos aquí reunidos hablando de estas cosas, miserables
y marginados podrían haber asumido el capitalismo tal como es, desprovistos
como han quedado de política y de utopía, a pesar del horrible e injusto mundo
de privaciones en que viven. Siendo así y si es así, en algún momento tendremos
que empezar a replantear nuestra mirada sobre el capitalismo contemporáneo
pero, sobre todo, a repensar quién es realmente, dónde habita y de qué manera
existe el destinatario de nuestro esfuerzo crítico.
Monte de los
Capuchinos, septiembre 21 de 2018
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Gracias al aporte y autorización del autor,
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