lunes, 21 de julio de 2008

Sociedades « organizadas » y sociedades « primitivas »

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CONTINUIDAD DE ESTE DIÁLOGO, en:
Diálogo Paris - Estocolmo - Capurganá. Julio 24, 2008
http://ntc-documentos.blogspot.com/2008/07/dilogo-paris-estocolmo-capurgan-julio.html
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Una grata polémica
Por: William Ospina
El Espectador, Opinión 27 Julio 2008 –
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/william-ospina/columna-una-grata-polemica (Allí, además, valiosos comentarios de los lectores)
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EL ANTROPÓLOGO YVES MOÑINO* reacciona alarmado desde París porque en mi columna de la semana anterior hablé de sociedades primitivas y de sociedades organizadas.
Utilicé la palabra “primitivas” para aludir a algunas conductas de la sociedad colombiana actual, donde parece lícito transgredir la ley si es por una buena causa (hacer masacres en defensa del orden, bombardear el territorio de países vecinos, usar engañosamente las insignias de la Cruz Roja, recomendar el asesinato y el corte de manos si las víctimas son criminales, pagar con el dinero de nuestros impuestos a seres capaces de asesinar a alguien mientras duerme), donde se roban masivamente tierras y se obtienen triunfos electorales mediante alianzas delictivas, y utilicé la palabra “organizadas” pensando en algunas sociedades democráticas latinoamericanas y europeas donde no ocurren esas cosas.
Acepto con resignación que tal vez esos términos no eran los más exactos. Habría podido añadir que considero mucho más organizados a los pueblos indígenas que a las sociedades agobiadas por la arbitrariedad y por los privilegios, y que considero más primitivos a los nazis que a los zulúes. Pero estaba lejos de presentir que Moñino partiría de esa imprecisión para atribuirme una suerte de sistema de pensamiento en el cual yo idealizo a las sociedades europeas y desprecio o menosprecio a las sociedades indígenas.
Nadie tiene el deber de estar familiarizado con mis escritos, pero quien los consulte podrá comprobar que no hay acusación menos justificada. Digo “sociedades primitivas” y Moñino asume automáticamente que me refiero a los pueblos indígenas de distintas regiones del mundo, con alguno de los cuales él ha convivido, y no, como se desprende del contexto, a sociedades en las que impera menos la ley que la manipulación, la trampa, la violencia, las injusticias y los privilegios.
Cuando hablé de sociedades “organizadas”, para aludir a aquellas en las que por lo menos hay un pacto social y unos acuerdos mínimos sobre las reglas del juego, sí pensaba entre otras en algunas sociedades democráticas europeas, sin pretender por ello idealizarlas, ni postular que son perfectas y que no están sujetas a crítica. Pero él ha asumido que me refería a las naciones colonialistas o al tipo de organización militar del nazismo. En suma, me temo que Moñino estaba menos interesado en entender lo que dije que en derivar de unas cuantas palabras usadas al vuelo todo un sistema de pensamiento negativo y cómplice de las fechorías del colonialismo.
Un lector menos empeñado en “tener la razón de un modo triunfal”, habría asumido que el texto era confuso o que podía inducir a lecturas equívocas, y habría procurado señalarlo. Moñigo ha preferido asumir esa lectura equívoca y deleitarse en atribuirme una ideología retrógrada, y si ello le agrada no seré yo quien lo prive de ese deleite. Pero es bueno aclarar que es él quien llama primitivos a los pueblos indígenas, pues al verme utilizar esa palabra decidió en seguida que me refería a ellos, aunque nada en mi texto aconseja esa atribución. Y es él quien llama organizados a los nazis, en quienes estaba yo lejos de pensar al escribir mi texto.
Aunque apenas tiene que ver con el tema de la columna, el debate que le interesa es hondo y complejo: si existe una ley de progreso incesante de la historia, como pensaba Hegel, que permita llamar “primitivos” a unos pueblos por estar más cerca de la naturaleza y “organizados” a otros por estar más lejos de ella, o si esas palabras pueden no tener un sentido histórico sino apenas descriptivo.
El propio antropólogo nos aclara que las sociedades nativas suelen ser por el contrario mucho más rigurosas en el cumplimiento de la ley y mucho menos proclives a su trasgresión. Razón de más para que sea infundado deducir que yo hablo de ellas cuando me refiero a la trampa, al robo de tierras y a la ilegalidad. Puede estar seguro el señor antropólogo de que si me hubiera propuesto hablar de los pueblos nativos o de las sociedades naturales como las llaman otros, de los u’was o los desanas o los koguis o los embera catíos, jamás habría utilizado la palabra primitivos. Lo remito por ejemplo a mi ensayo “Hölderlin y los u’wa” (1), que publiqué en la revista Número hace unos meses para que pueda apreciar mejor algunas de mis ideas sobre el tema. Y puede estar seguro de que no es precisamente la palabra “organizados” la que habría usado para referirme a los nazis o a los imperios coloniales.
Yo desconfío de las teorías del progreso: no creo que una metralleta sea un progreso frente a un arco y una flecha; pero tampoco creo que la humanidad no aprenda nada a lo largo del tiempo, y entiendo que ha habido en la historia hitos de civilización. Paul Valéry hablaba de la gradual conquista de valores abstractos y mi crítico se ensaña con él, como si al decirlo estuviera profanando todos los valores abstractos que hay en las sociedades humanas desde siempre. En realidad, para no abundar en debates inútiles, lo que dijo Valéry no es distinto de lo que dijo Cristo: “No sólo de pan vive el hombre”. Y no es necesario ser cristiano para aceptar esa sentencia. Lamento que de la lectura rígida de un párrafo estos amables lectores concluyan cosas que están contrariadas en todos los otros párrafos de un texto que es más bien una defensa de la tradición y de los ritmos naturales contra los vértigos del lucro.
Carlos Vidales, desde Estocolmo, se ha unido a la polémica y ha aceptado la lectura que Moñino hace de mis términos. También su extenso artículo me resulta saludable, sobre todo porque en los tiempos que corren, ser objeto de una tergiversación, o al menos de una incomprensión, es un verdadero privilegio frente a la avalancha de insultos que suelen padecer columnistas y periodistas por parte de unas pocas gentes cargadas de odio primitivo.
Y ojalá esa última palabra, usada para calificar al odio, no desencadene nuevos reproches por parte de estos vigilantes lectores.
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* http://ntc-documentos.blogspot.com/2008/07/sociedades-organizadas-y-sociedades.html o
http://ntc-documentos.blogspot.com/2008_07_21_archive.html (más adelante los textos de Moñino y Vidales)
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(1) NoTiCas de NTC : Indice Revista Número 45 , http://www.revistanumero.com/45/indice.htm (No está el texto en internet. Sí lo está en: [PDF] Hölderlin y los U’wa:
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de Carlos Vidales < carlos@bredband.net > http://hem.bredband.net/rivvid/
para NTC < ntcgra@gmail.com >
fecha 22-jul-2008 17:52 . Estocolmo.
asunto Sociedades "organizadas" y sociedades "primitivas" según el burro Pantxo

Mi amigo el burro Pantxo escribió, hace ya más de diez años, algunas ideas originales suyas sobre el tema de las sociedades "organizadas" y las sociedades "primitivas". Dijo, entre otras cosas, lo que sigue:

"Los gorilas humanos han tenido en la historia dos clases de sociedades:

1. Lo que vuestras mercedes ahora llaman "sociedades primitivas", y que nosotros los animales llamamos sociedades naturales. La característica fundamental de estas colectividades consiste en que tanto los individuos como el grupo producen estrictamente lo que van a consumir durante su ciclo natural. No hay acumulación ni excedentes. No hay "economía de mercado" ni tampoco "mercado de trabajo". La naturaleza tiene tiempo de reparar las heridas que le produce el grupo social, y nuevas generaciones pueden venir a continuar el ciclo de la vida.

2. La otra clase es lo que vuestras mercedes llaman "sociedades civilizadas", y que nosotros los animales llamamos sociedades corruptas. Su característica fundamental es que tanto los individuos como el grupo social persiguen objetivos inventados por ellos mismos, a los cuales les dan la primera prioridad: riqueza, poder, fama, gloria, grandeza, honores, premios, status, jerarquía, superioridad, y otras idioteces por el estilo. Para conseguir todo eso hay que producir mucho más de lo que se puede consumir, a un ritmo mucho mayor de lo que la naturaleza puede soportar. Hay que destruir el valle, el río, el aire, el bosque. Hay que hacer la guerra y quitarle a todos los demás lo que la naturaleza les ha dado. Hay que esclavizar a los animales y a los otros semejantes. Hay que dividir la propia especie en razas superiores y razas inferiores. Hay que inventar la filosofía, para justificar lo que sea, y para esconder las respuestas sencillas y evidentes detrás de preguntas complicadas. En suma, hay que volverse humano."
Quien quiera leer íntegro el ensayo del burro Pantxo, puede hacerlo en esta dirección:
http://hem.bredband.net/rivvid/pantxo/PANTXO3.HTM

Todo esto -y mucho más- viene a cuento, porque nuestro ilustre ensayista, poeta y novelista William Ospina ha publicado un artículo en El Espectador, bajo el título "Nuestra extraña época" ( http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/william-ospina/columna-nuestra-extrana-epoca ), en el cual expone la tesis de que existe una contradicción dialéctica entre las sociedades "organizadas" y las sociedades "primitivas" y adjudica a estas últimas la culpa de la violencia, el robo y la exacción. Todo lo contrario de lo que dice mi amigo el burro Pantxo. Según Ospina,

"En una sociedad primitiva, si la ley es un estorbo para alcanzar un fruto concreto, se viola la ley con arrogancia y con descaro. Ello permite logros inmediatos pero vulnera ampliamente el pacto social, deja a algunos protagonistas más fuertes pero a la comunidad inevitablemente más débil."

El argumento no es nuevo. Es el mismísimo argumento que sirvió de justificación para la conquista de América y muchas otras conquistas del mismo jaez, perpetradas en nombre de la "civilización". El muy ilustre -y contradictorio- héroe liberal argentino Domingo Faustino Sarmiento acuñó a mediados del siglo 19 la disyuntiva "civilización o barbarie" para justificar el exterminio de los gauchos y los pueblos indígenas de la Pampa, gloriosa empresa civilizadora que destruyó físicamente a tres millones de seres humanos y permitió la privatización de las inmensas llanuras del Cono Sur. Con el mismo argumento fueron exterminados, algunas décadas más tarde, los pobladores originarios de la Patagonia, cuyas cabezas se pagaban a diez pesos por unidad (cinco pesos, por un par de testículos, dos pesos por un par de orejas y así sucesivamente).

Yo no creo que William Ospina haya querido defender esas monstruosidades. Pero sí creo que sufre inconscientemente los efectos de la semántica colonialista: "primitivo" es malo, "primitivo" es sinónimo de "anarquía", "salvajismo", "barbarie", "ausencia de ley", "caos social".

Yo converso con mucha frecuencia con mi amigo el burro Pantxo, quien además de ser una excelente persona es muy sensato y me ha enseñado a ver las cosas de una manera más razonable que la infame lógica colonialista. Las "hordas" de monos (mandriles, chimpacés, gorilas), son absolutamente "primitivas" porque no usan fax, teléfonos ni ametralladoras, pero son perfectamente organizadas, tienen sus propias leyes y sus propios códigos y, cuando no sufren de alguna enfermedad producida por la violencia de los humanos, carecen de clases sociales, no tienen parias miserables ni ricachones opulentos y sus órdenes jerárquicos, en ocasiones muy rígidos, siguen una lógica natural, no una lógica clasista. Lo mismo ocurre con la mayoría de las sociedades humanas llamadas "primitivas", que mi buen amigo el burro Pantxo llama "sociedades naturales".

El lingüista y antropólogo francés Yves Moñino ha publicado, el día 21 de julio, una respuesta al artículo de William Ospina, que puede leerse (junto con otros textos pertinentes) en el excelente blog NTC … ( http://ntcblog.blogspot.com/ ) N° 287, julio 22 de 2008. La argumentación del francés me gusta, está más o menos en la misma línea de pensamiento de mi amigo el burro Pantxo. Pero donde mi amigo el orejón es sencillo, didáctico, natural, el antropologo francés es complicado, poco pedagógico, intelectual. Esto es una gran virtud para quienes no acostumbran dialogar con burros y exigen siempre citas de filósofos inmortales, estudios antropológicos y retruécanos estructuralistas, pero es malo para las gentes simples que se quedan en Babia leyendo estas retóricas. Pero no está de más citarlas, para los eruditos. Dice Yves Moñino:

"Respecto a las sociedades « primitivas », supuestamente menos abstractas que las nuestras, Valéry tiene, a pesar de ser un lamentable filósofo, la excusa de escribir antes de Bronislaw Malinowski, de Margaret Mead, de Evans-Pritchard, de Radcliffe Brown, de Claude Levi Strauss y de una pleiada de antrópologos y filósofos, quienes relegaron al museo de los horrores, desde los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, los prejuicios sobre la falta de leyes, de pacto social, el imperio de la fuerza y el caracter concreto de los valores, prejuicos asociados a las sociedades « primitivas »."

Exactamente. Pero un burro no ha necesitado leer a todos esos señores para entender estas cosas (¿ninguna hembra? ¿dónde está sor Juana Inés de la Cruz? ¿y ningún experto en empatía natural? ¿dónde está el hermano Francisco de Asís?) Yo sostengo que el rebuzno de un burro contiene más sabiduría sociológica que toda la civilización humana surgida de sociedades clasistas, injustas y conquistadoras. Por supuesto, hay que tener orejas y oído para entender el rebuzno. Y esto se logra con el sentido común, la empatía y la lealtad a la Madre Naturaleza.

Por lo demás, siempre es muy agradable leer a William Ospina, incluso cuando se le escapan rebuznos humanos, esos sí, muy lamentables.

Pos eso.

Carlos Vidales, Estocolmo, 22 de julio de 2008.
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Sociedades « organizadas » y sociedades « primitivas »
Por Yves Moñino , lingüista y antropólogo (Paris). ymonino@orange.fr Julio 21, 2008

Es curioso descubrir en El Espectador, y para más en una buena e interesante columna de William Ospina*, –sobre nuestra extraña época del ‘quiero todo ahora mismo’–, unas consideraciones colaterales, como los daños de mismo nombre, a las cuales no nos tenía acostumbrado. Estoy hablando de las ecuaciones que plantea por una parte entre nuestras sociedades « organizadas » y los valores abstractos de libertad, justicia, igualdad, y por otra entre las sociedades « primitivas » y la lucha « por la tierra, el oro y la acumulación personal », donde « se viola la ley con arrogancia y con descaro. » Parece uno de esos argumentos del siglo xix que sirvieron de pantalla intelectual a la colonización del planeta por Europa, o para ser indulgente, del principio del siglo xx, cuando Occidente aun creía que encarnaba el progreso de las Luces y de la Razón. Pero, William, ¿qué le pasa? ¿Cómo un hombre culto que escribe en el 2008 puede enunciar semejantes –perdone la palabra pero no hay otra– brutalidades?

Bien puede colocarse bajo el patrocinio de Paul Valéry, que llamaba civilización al proceso « por el cual la humanidad tiende a ponerse de acuerdo sobre valores cada vez más abstractos. » Paul Valéry fue un gran poeta, pero un lamentable filósofo. Y tuvo, al menos, la excusa de escribir antes de que Hitler demostrara que una sociedad organizada puede lograr exterminar a seis millones de personas en menos de tres años por el mero hecho de ser judios, y luchara por este valor altruista del « espacio vital alemán », nombre más abstracto, se lo concedo, que la codicia de tierras. Valéry tuvo la excusa de escribir antes de que Mussolini fuera a conquistar la digna y pacífica Etiopía del Negus, en nombre del « Mare Nostrum », otro valor abstracto que nada tenía que ver con la codicia de tierras, pues se trata de un mar, y de un mar que ni siquera bañaba las costas de Etiopía.

Respecto a las sociedades « primitivas », supuestamente menos abstractas que las nuestras, Valéry tiene, a pesar de ser un lamentable filósofo, la excusa de escribir antes de Bronislaw Malinowski, de Margaret Mead, de Evans-Pritchard, de Radcliffe Brown, de Claude Levi Strauss y de una pleiada de antrópologos y filósofos, quienes relegaron al museo de los horrores, desde los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, los prejuicios sobre la falta de leyes, de pacto social, el imperio de la fuerza y el caracter concreto de los valores, prejuicos asociados a las sociedades « primitivas ». Demostraron que no hay nada más abstracto, salvo el pensamiento matemático, que el pensamiento « primitivo », y pusieron en relieve que no hay sociedades donde la presión social es tan apremiadora y pesada para el individuo y sus deseos personales, y tan eficaz para mantener la armonía social, como las sociedades « primitivas ». Piense en el castigo que indígenas colombianos administraron a sus senadores que no votaron como les habían ordenardo : un baño de 24 horas en agua helada.

Las sociedades « primitivas » son, o mejor dicho eran antes de la globalización, todo lo contrario de lo que usted se imagina. Pero tampoco las idealizo: yo las definiría como comunidades donde el individuo, lejos de ser el centro alrededor del cual nosotros « organizamos » el mundo, debe someterse a una cosmovisión y a unas normas sociales totalizantes. Viví más de seis años con los gbayas, un pueblo de Àfrica central, unos meses entre los pigmeos y otros meses, acompañando a mi esposa lingüista, Carolina Ortiz (quien es la única no kogui en el mundo que habla esta lengua) entre los kogui de la Sierra Nevada. Puedo asegurarle que los niveles de delincuencia interna en estos tres pueblos son bajísimos (en el caso de los pigmeos, inexistentes), debido a la represión inmediata de cualquier tendencia acaparadora de cualquier individuo, bien sea el jefe del pueblo. Los gbayas de una aldea vecina a la que yo había eligido como morada, dejaron un dia a su jefe solito, fueron a construir sus casas a veinte km de él, porque había repartido el producto de una cacería según su placer y no según según las leyes: no tuvo otro remedio que venir a excusarse para no morir de hambre. En las sociedades « primitivas », el individuo debe ser exactamente igual a su vecino. No se toleran particularidades: el que quiere más que los demás, o distinguirse de ellos, es reprimido, las prácticas de brujería en África no tenían otro sentido que el de regulador social de las diferencias individuales. El temor a ser acusado de brujería basta en general para mantenerle a uno en la mediocridad igualitaria.

El individuo como centro del mundo, el individuo con libre albedrio, dueño absoluto de su destino personal para bien o para mal, fue inventado por el Cristo de los evangelios. De esa revolución mental deriva toda la historia del pensamiento occidental. Para bien y para mal. De ahí derivan la arrogancia socialmente aceptada y a menudo valorada (se lo escribe un francés), la culpa –entre los « primitivos » sólo existe la vergüenza, compartida por todos los familiares del delincuente– y la Inquisición, y los Derechos del Hombre (« hombre » que no es el de los « primitivos », sino el individuo libre y responsable de su destino) con todos los valores abstractos que tanto valoran Valéry y usted.

El hecho de que nuestras sociedades desarrollaron valores como Liberté, Égalité, Fraternité fue un complemento obligado y tramposo de la liberación del individuo. Por que al sustituir el individuo a la comunidad como centro del mundo, se abrían las puertas a las ambiciones personales, a la lucha « por la tierra, por el oro, por la acumulación personal », a la reificación de las cosas que hasta Cristo eran sólo signos de relación abstractos entre personas de una comunidad dada. Claro que no está bien codiciar, acaparar y reificar : es más, es condenable, y viene la culpa, Pablo Escobar daba millones a los curas para que intercedieran por él, allá en las nubes donde Dios nos juzga, a ver si me perdona mis crímenes. Pero entre los « primitivos », sencillamente es que algo así no era posible, ni siquiera pensable. No digo que es mejor, ni peor, es así, pero deje, se lo suplico, de pintar esas sociedades como el imperio de la fuerza, de la acumulación personal, de la violación arrogante de la ley y de las cosas como posesiones concretas, que caracterizan mucho mejor a nuestro « extraño » mundo.

Si quiere a toda costa desvalorar las sociedades « primitivas », mejor compárelas a la URSS de Stalin: el comunismo « primitivo » y el comunismo « desarrollado » comparten una visión total del mundo y el rechazo de la salvación individual. El único progreso que le vería a la sociedad soviética « organizada » es que poca gente allá se comía el cuento de los valores tan abstractos como generosos del régimen, mientras los « primitivos » por lo general (pero eso también tocaría matizarlo) creen en su cosmovisión.

Ojalá vea un día a sus propios mitos como veian a los suyos los soviéticos, o algunos « primitivos » de mis amigos, los suyos.
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· * Nuestra extraña época
Por: William Ospina
El Espectador, Bogotá, Colombia. Julio 20, 2008
http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/william-ospina/columna-nuestra-extrana-epoca
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« … "Paul Valery decía que llamamos civilización a un proceso cultural por el cual la humanidad tiende a ponerse de acuerdo sobre valores cada vez más abstractos. Y es verdad que allí donde las sociedades primitivas luchan por la tierra, por el oro, por la acumulación personal, las sociedades organizadas luchan por la libertad, por la justicia, por la igualdad de oportunidades, por la dignidad, por la legalidad.

En una sociedad primitiva, si la ley es un estorbo para alcanzar un fruto concreto, se viola la ley con arrogancia y con descaro. Ello permite logros inmediatos pero vulnera ampliamente el pacto social, deja a algunos protagonistas más fuertes pero a la comunidad inevitablemente más débil. … "
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Nuestra extraña época

Por: William Ospina

http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/william-ospina/columna-nuestra-extrana-epoca (Allí, además, valiosos comentarios de los lectores )

BORGES DECÍA QUE LA DEMOCRACIA, tal como hoy la entendemos, es "ese curioso abuso de la estadística".

La estadística, que sin duda es un instrumento valioso para entender ciertos fenómenos, se ha vuelto en nuestra época la piedra filosofal. Antes todo querían convertirlo en oro, ahora todo lo convierten en cifras. Todos los días nos llevan y nos traen con cifras que nos producen la ilusión de que todo es medible, de que todo es contable, y a veces perdemos la visión de la complejidad de los hechos gracias a la ilusión de que entendemos el mundo sólo porque conocemos sus porcentajes.

Cifras llenas de importancia que, por lo demás, cambian de día en día. Los gobernantes suben y bajan en popularidad como en una montaña rusa al empuje de los acontecimientos, y están aprendiendo que a punta de escándalos, de riesgos y alarmas, es posible mantener el interés y hasta la aprobación de la comunidad.

Nadie parece preguntarse si detrás de esas cifras hay hechos profundos y datos verdaderos, si detrás de esas alarmas cotidianas hay cambios reales, si detrás de esos éxitos atronadores hay verdaderas transformaciones históricas.

Roma creyó que era posible gobernar con pan y circo. El mundo contemporáneo le está demostrando que en esa fórmula sobraba el pan. Vivimos en la edad del espectáculo, en la edad de la satisfacción inmediata, ya quieren que nadie se pregunte de dónde viene ni para dónde va sino sólo cuál es el próximo movimiento, cuál es el último acontecimiento. Las modas han reemplazado a las costumbres, las noticias a las tradiciones, los fanatismos a las religiones, la farándula a la política.

Paul Valery decía que llamamos civilización a un proceso cultural por el cual la humanidad tiende a ponerse de acuerdo sobre valores cada vez más abstractos. Y es verdad que allí donde las sociedades primitivas luchan por la tierra, por el oro, por la acumulación personal, las sociedades organizadas luchan por la libertad, por la justicia, por la igualdad de oportunidades, por la dignidad, por la legalidad.

En una sociedad primitiva, si la ley es un estorbo para alcanzar un fruto concreto, se viola la ley con arrogancia y con descaro. Ello permite logros inmediatos pero vulnera ampliamente el pacto social, deja a algunos protagonistas más fuertes pero a la comunidad inevitablemente más débil.

Hay una conspiración en el mundo contra la lucidez, contra la lentitud, contra las serenas maduraciones, contra los ritmos naturales, contra el esfuerzo, contra la responsabilidad. La inteligencia, por ejemplo, es estorbosa a la hora de lograr la unanimidad: es mucho mejor la disciplina y la sumisión.

Las cosas profundas maduran lentamente, pero ahora se quiere que todo sea útil enseguida, no viajar sino llegar, no aprender sino saber, no estudiar sino graduarse, y terminamos creyendo que vale más el resultado que el proceso. Si las semillas tardan en retoñar, piensan que hay que intervenir los procesos para que las semillas revienten antes, para que la planta brote más pronto, para que la tierra extreme su trabajo y las cosechas se multipliquen.

La tradición nos enseñó que todo logro requería un esfuerzo, esta sociedad nos soborna con la ilusión de metas sin caminos, de felicidades sin méritos, de placeres sin contradicciones, de paraísos sin serpiente. Quieren hacernos creer que es posible vivir en un mundo donde nuestros actos no tengan implicaciones morales ni consecuencias prácticas, una felicidad sin esfuerzo y sin responsabilidad, un orden de la realidad puramente lúdico donde nada tiene graves consecuencias.

La gran seducción de las pantallas de nuestro tiempo nace tal vez de que en ellas todo pasa y nada permanece, de que allí todo lo vemos y nada parece comprometer nuestra responsabilidad. La función seguiría aunque no estemos allí para verla, no estamos personalmente implicados en ella. Los noticieros traen datos alarmantes, crímenes, guerras, accidentes, pero enseguida nos dan el postre frívolo que facilite la digestión: aunque acaben de morir cien mil personas por un sismo en la China el juego en el estadio sigue invariable, por la pasarela fluye el desfile sin interferencia… nada ha pasado. Y es que en la pantalla todo equivale a todo, no hay escala de valores, orden de prioridades, un bombardeo es igual a un chisme de farándula, un acto de gobierno es casi lo mismo que la voltereta de un funámbulo.

Como en los dibujos animados, como en los juegos electrónicos, como en los cuentos de hadas, nadie muere realmente, nadie se equivoca, nadie fracasa. La realidad virtual es la única, mientras todo ocurra en la pantalla nada es verdaderamente conmovedor, ni aterrador, ni fatal.

Basta pulsar el control remoto y un juego de tenis reemplaza los campos de muerte, un conejo animado sustituye los crímenes, una Venus de Yves Saint Laurent borra los rehenes que languidecían en sus selvas. Por eso no es extraño que la pantalla guste más que la vida: en la vida hay problemas reales, dificultades que exigen decisiones, dramas sociales que reclaman criterio, espíritu crítico, esfuerzo y responsabilidad.

¿Podrá llegar a alguna parte una sociedad que cada vez más busca sólo el pacto lúdico del placer inmediato, el terror virtual de las inmolaciones sin consecuencias, la adrenalina de las catástrofes interrumpidas por la pausa publicitaria? No es de extrañar que el único criterio que sobreviva sea la tenue capacidad de decidir entre marcas, entre fanatismos, entre colores, entre ornamentos.

No es de extrañar que escojamos a los gobernantes por la fotografía, las profesiones por su virtual éxito económico, las amistades por la ropa que usan, las ideas por cuán fácil sea obedecerlas y aplaudirlas. Y que no le queden a una juventud desorientada, enfrentada de repente a los dramas verdaderos de la vida verdadera, más opciones que la desesperación, la impaciencia, la neurosis, las evasiones narcóticas, el consumo compulsivo, el aullido y la nada.
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Ambos textos los envió NTC < ntcgra@gmail.com > por mail a sus susccriptores.