lunes, 16 de marzo de 2015

NINGÚN MONARQUISMO, ERA LA PATRIA QUE FORJABAN. Por ARMANDO BARONA MESA. Cali, Precursora, DEBATE

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NINGÚN MONARQUISMO, ERA LA PATRIA QUE FORJABAN *

                                                    ARMANDO BARONA MESA *

         Mi distinguido y admirado amigo, el erudito columnista de El País Oscar López Pulecio, me ha honrado con dos artículos seguidos (1) a raíz del nuevo libro de mi autoría Cali Precursora, recientementeen circulación. Oscar es conocedor del tema, aunque no del todo. Es posible que yo tampoco lo sea a fondo. Nadie es depositario de la verdad absoluta o relativa. Pero en su última columna, refiriéndose al doctor Joaquín de Cayzedo y Cuero, después de decir que todos los patriotas caleños eran monárquicos, anota en relación con su batalla: "Su lucha originaria, valiente y temeraria, era otra: la autonomía de Cali frente a la poderosa Gobernación de Popayán que era en el fondo una lucha por la igualdad de los hijos de los españoles nacidos en América frente a las autoridades coloniales, sin desmembrar al Imperio."
         Realmente no fue así. Cayzedo no era ese realista integral, como lo pinta la pluma culta de Oscar López. Sus abolengos y jerarquía podían darle, para algunos escépticos, esa apariencia errónea de tal como lo cree éste. Pero es preciso consignar, como lo apunto con amplitud en el libro, que aquellos juramentos de fidelidad a ese muchacho de diecisiete años que era el rey Fernando, entonces prisionero de Napoleón en Valençais,  eran una estrategia forjada por la mente aguda y vigilante de Francisco de Miranda, como lo demuestro con sus cartas a los  americanos.
         Sobre lo primero, es decir sobre el monarquismo de Cayzedo y Cuero, voy a citar una carta -está en el libro- suya de 29 de agosto de 1810 , dirigida a Santiago Arroyo a raíz del genocidio de los patriotas quiteños a cargo de don Toribio Maya: "Y ¿quien responde de estas consecuencias ? ¡Los tiranos! Pues derribémoslos, como lo ha hecho la ilustre capital del reino -se refiere a Santa Fe-, vindicando en pocos momentos nuestra libertad y echando por tierra esos monstruos, enemigos declarados de los fieles americanos. Santa Fe obra con dignidad, con elevación, con energía y prudencia."  No podrá nadie con una sana sindéresis, después de esta carta en el comienzo de la epopeya, pensar que en la mente de nuestro héroe se trataba solo de ganar el gobierno de la provincia.
         Y ¿qué era lo que proponía Santa Fe a partir del 20 de julio de 1810? Nada que pudiere parecer que querían continuar el régimen colonial. Veamos, como un punto clave de opinión, lo que dice don José Miguel Pey en respuesta al cabildo de Cali cuando recibe el acta anticipada del 3 de julio de ese año: "La Junta Suprema de Gobierno de este Reyno que ha recibido el acta de Usía de 3 de julio cuando ya se había instalado este centro de la común unión que era uno de los vivos deseos de este ilustre Ayuntamiento, ha tenido la complacencia de ver en ella tan perfecta unanimidad de sentimientos con los de esta capital. Caly tendrá el honor de decir en la posterioridad que este anticipó a manifestarlos, y correr los riesgos a que la exponía su declaración,  y la capital que ha contado en el número de sus atletas más vigorosos en la terrible lucha que ha tenido que sostener, a un hijo de esa ilustre ciudad, registrará en las primeras líneas de sus fastos el suelo que lo supo, producir, y que manifiestan que existen todavía en él otros no menos robustos  defensores de la Patria con quienes ella siempre agradecida contará."
         Es honroso para nosotros que, a juicio de Pey, desde aquella época, Cali haya ostentado ese título de precursora, y hablara de la patria, de la libertad, del gobierno autónomo y de la lucha contra la esclavitud. Entonces se sintió la efervescencia de la batalla, del heroísmo, de la muerte y de la guerra. Empero, hoy hay algunos que no la quieren ver.
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* De:  Armando Barona Mesa
Para:      "NTC ... Poesía" ntc.poesia@gmail.com . Cc:        ntcboletin@gmail.com

fecha:     16 de marzo de 2015, 9:50
Apreciado Gabriel: 
         Tengo un interés especial en desvanecer el error en que suelen incurrir personas competentes al negarle la relevancia que merece en la gesta emancipadora de España el líder caleño Joaquín de Cayzedo y Cuero y todos aquellos otros personajes quijotescos que le acompañaron en lo que se conoce como el grito del 3 de julio de 1810 y el resto de la jornada que incluyó la convocatoria de la conformación de la asociación de Ciudades Confederadas y de un ejército libertador, con la ayuda de Bogotá, que libró  la primera batalla contra el gobernador español de la provincia de Popayán Miguel Tacón y Rosique, símbolo de lo más odiado del régimen español. Esa contienda tuvo lugar en el sitio conocido como el Bajo Palacé. Después siguió la constitución del primer gobierno criollo que se dio en Popayán bajo la presidencia de Cayzedo, la guerra abierta ya contra los realistas, la sumisión de Pasto, primero por los ecuatorianos y luego por el propio prócer caleño; y lo demás que siguió hasta el fusilamiento de Cayzedo y Maculay en esta última ciudad. 
         Para mostrar la equivocación de quienes le niegan la grandeza a estos hechos históricos y a sus protagonistas, escribí el libro Cali Precursora, con el acopio de todos los documentos y la interpretación adecuada de la gesta dentro del marco conceptual de interpretación de la historia. 
         Naturalmente se que eso suscita alguna respuesta de quienes piensan distinto y eso me parece respetable. Que polemicen, me estimula. Jamás he rehuido ningún debate. Y enriquece unos hechos de los cuales hoy son pocos los que conocen de esos desarrollos. 
         Empero, hace pocos días mi admirado amigo Oscar López Pulecio escribió dos columnas ( 1 ) en El País de Cali, con las que intenta reivindicar el pensamiento contrario al mío para restarle importancia a lo que aquí ocurrió en el inicio de la lucha por la independencia. Escribí a ese diario una respuesta que, por las razones respetables que sean, no fue publicada. Esa la razón para que la envíe a ti, mi admirado periodista de los espacios, con el objetivo de que si lo tienes a bien, sea publicada. 
         Con mi abrazo fraterno, 

         ARMANDO BARONA MESA
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( 1 )
Una guerra civil
Oscar López Pulecio.  Irreflexiones
Oscar Lopez Pulecio
Como las actas oficiales que recogen episodios históricos no pueden decir más que lo que está escrito en ellas, de la lectura del acta del Cabildo de Santiago de Cali del 3 de julio de 1810 se desprende con claridad que dicho cabildo reconoce la legitimidad del Rey Fernando VII y del Consejo de Regencia de Cádiz, como lo hará Santa Fe el 20 de julio, y a diferencia de lo sucedido en Quito, en agosto de 1809, y en Caracas en abril de 1810, cuando no se aceptó al Consejo de Regencia, aunque se juró lealtad al Rey. Tampoco se desconoce la autoridad real en el acta del 1 de febrero de 1811, por la cual se constituye la Junta Provisional de Gobierno de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, que une fuerzas contra la Gobernación de Popayán. Así que el Cabildo de Cali lo que desconoce es la autoridad de Napoleón; y la Junta Provisional lo que desconoce es la autoridad del Gobernador de Popayán, a la espera de que el Virrey instale en Santa Fe una Junta Superior de Seguridad Pública, con participación de todos los cabildos en pie de igualdad. O sea, el primer caso es un acto en defensa del legítimo soberano y el segundo una guerra civil, que se resuelve en un fracaso militar para las Confederadas.
Armando Barona Mesa ha escrito un libro estupendo, en prosa impecable, con una versión patriótica de esos episodios en la cual sustenta el tema de Cali como precursora de la Independencia. Ofrece una relación muy documentada de los hechos, leyendo las actas entre líneas, para apoyar su tesis; pero en un acto de honestidad intelectual, transcribe los textos de todas las actas mencionadas. El asunto podría mirarse desde la perspectiva española. Napoleón, quien había solicitado permiso para que sus tropas transitaran por España, con miras a repartirse con ésta a Portugal, aliado de Inglaterra, termina apoderándose de Fernando VII y de su padre, Carlos IV, quien había renunciado al trono. En Bayona, en mayo de 1808, el Rey es obligado a abdicar en su padre, y el padre a abdicar en favor de Napoleón, quien nombra Rey de España a su hermano José.
En España por iniciativa de las provincias se constituye una Junta Central y luego un Consejo de Regencia, arrinconado en Cádiz, sin territorio para gobernar, como el propio monarca destronado. El Consejo solicita el pronunciamiento de las provincias de ultramar, y es cuando sale a relucir en América el legado de dos sacerdotes eminentes: Francisco de Vitoria, dominico, y Francisco Suárez, jesuita, que llevan doscientos años muertos, cuyas doctrinas dictan que la soberanía reside en la nación, no en el soberano. Es la nación (el territorio y sus gentes) la que da la legitimidad al soberano, no Dios, y todas las naciones tienen derecho a darse su propio gobierno, como lo expresa de Vitoria en sus Justos Títulos. Sin territorio no hay soberanía, teoría que es la base del desconocimiento, que después se volvió general, del Consejo de Regencia, constituido de modo arbitrario. Pero en Cali, en esos días inaugurales, en los cuales se defendían los derechos de los criollos frente a los peninsulares, nunca se negó la lealtad al Rey. En diciembre de 1813 un Napoleón expulsado de España le devuelve el trono a Fernando VII quien era 'El Deseado' y de la mano del absolutismo termina siendo 'El Felón', cuando ya la Independencia ha adquirido una dinámica propia. Pero esa es otra historia.
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La retractación
Oscar López Pulecio.  Irreflexiones
Oscar Lopez Pulecio
La influencia que Don Joaquín de Cayzedo y Cuero, Alférez Real, tenía sobre sus coterráneos es evidente, puesto que la famosa acta del 3 de julio de 1810 del Cabildo de Cali es un resumen de la intervención con la cual el Teniente Gobernador lo instaló ese día, cuando dijo: 1. Que a pesar de no haber sido establecido de acuerdo con las antiguas Partidas del Reino, se le preste debida obediencia al Consejo de Regencia de Cádiz. 2. Que se preste juramento de obediencia y homenaje a Su Majestad Fernando VII como legítimo rey, a pesar de estar prisionero en Bayona. 3. Que la obediencia al Consejo de Regencia se mantenga mientras éste ejerza dominio sobre una parte de la Península y haga la guerra a Napoleón, el invasor. 4. Que si se pierde el control del territorio, ese juramento de obediencia al Consejo de Regencia cese, a no ser que venga a ejercer ese dominio a América conjuntamente, en pie de igualdad, con los americanos.
O sea, que si se hubiera buscado entre los habitantes de Cali de esa época una persona más fiel y leal al rey Borbón, no hubieran encontrado uno que lo fuera más que Don Joaquín. Los sucesos posteriores que él dirigió y terminaron con su fusilamiento el 26 de enero de 1813, se han prestado a diversas interpretaciones, basadas en la incomodidad que les produce a algunos historiadores que alguien que se ha considerado con razón protomártir de la Independencia neogranadina haya sido hasta su muerte leal al Rey de España.
El asunto lo ha vuelto a sacar a la luz Armando Barona Mesa, en su libro “Cali, Precursora”, en el cual desvirtúa la versión de que Cayzedo y Cuero murió declarando su fidelidad a Fernando VII, como si aquello hubiera sido un baldón a su memoria. Aunque existen testimonios documentales de que Cayzedo juró fidelidad al Rey ante el mismo pelotón de fusilamiento, Barona cree que fueron imposturas de los vencedores de ese momento, y está en su derecho de hacerlo. Pero valdría la pena poner las cosas en su contexto. Aunque para enero de 1813 la situación de las tropas Napoleónicas en la Península es muy precaria, hay un gran vacío de poder. Las colonias americanas, fieles al Rey, no reconocen ya ni al Consejo de Regencia ni a las Cortes de Cádiz. Y eso que el Consejo de Regencia, presidido por el payanés Joaquín de Mosquera y Figueroa, promulga en 1812 una Constitución progresista, La Pepa, favorable a las colonias, con el rey aún prisionero. Fernando VII sólo recobraría el trono en diciembre de 1813, ya muerto Don Joaquín, para volver a España en 1814, asumir funciones absolutas y derogar la Constitución.
En ese caos se gesta la Independencia. Para julio de 1813 Cundinamarca se declara soberana. Pero Don Joaquín no tenía por qué haberse retractado en enero de 1813 de un juramento republicano que no había hecho. Su rebelión no fue contra el Rey, sino contra los gobernadores Tacón y Montes, dos españoles despiadados, que encarnaban el trato desigual contra los criollos. Su lucha originaria, valiente y temeraria, era otra: la autonomía de Cali frente a la poderosa Gobernación de Popayán, que era en el fondo una lucha por la igualdad de los hijos de los españoles nacidos en América frente a las autoridades coloniales, sin desmembrar al Imperio. Todo terminó mal para el Rey y para él. Pero dio una pelea que lo convierte en el paladín de la vallecaucanidad, por la que entregó su vida.
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Armando Barona Mesa y Oscar López Pulecio
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