lunes, 28 de mayo de 2007



JULIO CESAR LONDOÑO
EN LA PRIMERA FERIA DEL LIBRO Y LA LECTURA
"TINTA Y PAPEL"
EN PALMIRA
Mayo 23 al 25 de 2.007
Afiche a la derecha.
(Clic sobre las imagenes para ampliarlas. Luego clic en "Atrás" para volver aquí)
TEXTO:
Presentación de William Ospina
(Mayo 25, 2.007, Auditorio Comfaunión)
Conferencias:
"Lectura, mercado y silicio" (Mayo 24) y "Comercio y civilización" (Mayo 23)
Agradecemos al escritor y ensayista habernos proporcionado los tres textos
y la autorización para publicarlos.
J. C. Londoño en el folleto promocional de la Feria
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Presentación de William Ospina.

Al destino le gusta jugar con nuestros sueños, barajarlos, revolverlos, trastocarlos. Y se los baraja a todo el mundo, al príncipe y al obrero, a la diva y a la modista, al humilde y al soberbio, al devoto y al ateo. Y hasta a Dios mismo, si nos atenemos a las Escrituras, porque muy temprano Eva se le salió del libreto, por fortuna. Ni siquiera William Ospina ha escapado a las travesuras del destino. Al principio quiso ser abogado pero la brisa de las cinco de Caliwood le trastornó el cerebro y lo volvió poeta. Se aplicó a la empresa con una devoción que ya la quisiera el Vaticano para sus curas, no quiso ser otra cosa que poeta y escribió, luego de aplicarse durante 17 inviernos al estudio de la preceptiva, versos que parecen dictados directamente por el Espíritu.

Al norte está la razón estudiando la lluvia, descifrando los truenos.
Al sur están los danzantes engendrando la lluvia,
al sur están los tambores inventando los truenos.

También escribió, claro, versos inspirados en la carne.

Tanto mintió con esos labios rojos
Tanto mintió con esos ojos sabios
Que al fin mentira fueron también los ojos
Y al fin mentira fueron también los labios.


Pero el destino volvió a barajar las cosas y lo puso a escribir en los periódicos, a fundar revistas y a trabajar en agencias de publicidad, esa materia que Álvaro Mutis define como el arte de hacer que la gente compre lo que no necesita, con la plata que no tiene.
Un día, años después, se despertó gregoriamente sobresaltado. Se había convertido en un ensayista, es decir, en el antónimo del poeta. Resignado, tomó su rapidógrafo negro y escribió miles de páginas precisas sobre los méritos de América y el legado de Europa, sobre la educación, la medicina, las ciudades y la publicidad, y al tiempo, contra Europa, contra las ciudades, contra la publicidad, contra la medicina y contra la ciencia toda, con una furia más biliosa que la de Fernando Vallejo pero con una prosa que nos hizo contener el aliento a todos, y se resignó a ser el mejor ensayista en la tierra de Baldomero Sanín Cano, e incluso en la tierra de Germán Arciniegas.
Pero el destino aún le tenía reservada otra sorpresa: al éxito editorial y los grandes tirajes, al oro y los claros clarines y las giras triunfales no llegaría montado en los arpegios de la poesía ni parapetado en los rigores del ensayo sino en un volumen gordo y ligero a la vez, Ursúa, la primera novela íntima sobre la Conquista de América. Casi sin percatarse, se había convertido en un referente moral e intelectual obligado, en un autor al que los profesores volvían la mirada cuando de educación, periodismo, política, historia, ecología, precolombinos o literatura se tratara. En suma, William Ospina habíase convertido en una especie de conciencia de su tiempo, y recordé un ensayo de su juventud que evocaba con nostalgia a la antigüedad, cuando el poeta era una parte vital de la comunidad, alguien que contaba la historia de su nación y escribía sus mitos, inventaba sus dioses y componía sus canciones, y pensé, William, se te están cumpliendo todas tus utopías.
Yo le debo muchas horas de felicidad a este hijo del Tolima. En sus libros he aprendido mucho, y he repasado como debe ser, con alegría. También, hay que decirlo, le he robado algunas cosillas, un giro, una idea y a veces párrafos completos. Nunca me lo ha reprochado. A esa águila no lo perturba un colibrí parlero, y el bosque no echa de menos una hoja. Sólo una vez me pareció advertir en su voz un asomo de ironía. “Los escritores no leen nada”, me dijo. Yo me quedé mudo. En ese entonces él era poeta y yo era escritor. “Es verdad –se explicó–, ellos no leen nada porque son sordos a las melodías ajenas: viven extasiados con el sonido de su propia voz, y cuando leen algo es para ver qué pueden raponear”. Yo me hice el desentendido y le dije: buenas noches, maestro William Ospina, para Palmira es motivo de fiesta que usted esté hoy aquí con nosotros.
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Luego de esta presentación intervino es escritor William Ospina con su conferencia sobre
EL LIBRO Y LA LECTURA. La foto de arriba corresponde al momento en el cual la leía.

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FOTOGRAFIAS EN EL EVENTO
Cámara: MIC de NTC ...


William Ospina y Julio César Londoño durante el evento.
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Julio César Londoño, Horacio Benavides y William Ospina,
son homenajeados por los organizadores del evento.
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CONFERENCIAS:

Lectura, mercado y silicio

Julio César Londoño
En el siglo pasado la muerte del libro fue decretada 3 veces. La primera se produjo a raíz del auge de la radiodifusión, luego de la I Guerra Mundial; la segunda, a finales de los 40, obedeció a la irrupción del televisor en los hogares; la tercera se produjo hace poco, en los 90, cuando se creyó que Internet, el libro digital y la multimedia eran escollos insalvables para el viejo y querido libro de papel, y el gran gurú de la era del silicio, Bill Gates, afirmó que sus días estaban contados.
Por ahora, las cifras indican otra cosa. El año pasado la industria del libro estadounidense –el país más “conectado” del globo– creció 8%, sólo en Barcelona se imprimieron 60 mil títulos (una colección tan grande como la Biblioteca de Comfaunión) y la Fnac, una cadena francesa de librerías enormes como supermercados, donde la gente compra libros en canastas, abrió 12 sucursales en otros países del viejo continente.
El libro digital, en cambio, no despegó. Stephen King, rey del best seller en soporte de papel, sólo vendió unas 20.000 copias de sus libros virtuales. Muchas empresas del ramo tuvieron que cerrar, y otras se sostienen gracias a la popularidad de las enciclopedias en CD, obras que venden millones de ejemplares en los países desarrollados por su precio, interactividad y facilidad de consulta.

De la arcilla al plástico
A largo plazo, sin embargo, es probable, y deseable, que se cumpla el vaticinio de Gates. A volúmenes iguales, el costo de producción unitario del CD es mucho menor que el del libro, y su popularización salvaría millones de hectáreas de bosques, flores y pájaros. La distribución de “contenidos” en línea (“bajar” textos, imágenes, juegos, softwares) es de una eficiencia y economía con las que no puede competir el transporte real.
La desaparición del libro no es tan terrible como creen los lectores románticos. Es sólo un cambio de soporte. Los mayores de 40 años aún extrañan la textura y el olor del papel pero algún día reconocerán que pasar del paralelepípedo de papel al disco plástico es algo tan cómodo como pasar de las tablas arcilla al papiro o del trueque al papel moneda.
Lo más probable es que el libro de papel vuelva a ser lo que fue hace siglos, un exótico artículo de lujo. En el tercer mundo ya estamos alcanzando ese Medioevo: ¡el costo promedio de un libro representa 1/12 del salario mínimo! (En Europa es cinco veces menor). En Colombia, se pueden señalar dos causas responsables de esta aberrante situación: la dramática disminución del salario real, es la primera; la segunda es la admisión de España a la Comunidad Europea. Para ser admitida en ese exclusivo club, España se vio obligada a unificar (léase ‘elevar’) los precios de muchos de sus bienes y servicios, entre ellos los libros, hecho que disparó los precios del mercado editorial iberoamericano. (De España viene el 70 % de los libros que leemos los colombianos).

Piratería
Permítanme hacer un paréntesis para referirme a la piratería, un delito que consiste en copiar con fines comerciales libros, películas, música o software sin autorización del propietario de los derechos de autor. Esta práctica le ha generado grandes pérdidas a las editoriales, los estudios de cine, las casas disqueras y las compañías de computación. También a los artistas, actores, escritores, productores y programadores. Y a los estados, que dejaron de percibir cinco billones de dólares por concepto de los impuestos provenientes de estas empresas en el 2006. Si sumamos el hecho de que en los últimos 2 años más de 700.000 personas perdieron su empleo por los recortes de personal que el fenómeno ha provocado, podemos hacernos una idea de la gravedad de la situación.
Los piratas se defienden. Argumentan que su trabajo ha generado millones de empleos informales; que los verdaderamente perjudicados son unos cuantos millonarios, y que esta práctica no hace sino algo de elemental justicia: redistribuir el ingreso. Yo podría regalarles otro argumento, uno del que me hizo caer en cuenta el ingeniero Fernando Leal: la piratería ha precipitado una revolución cultural sin precedentes en la historia: ha puesto los productos culturales al alcance de las masas. Hace veinte años una película en Betamax tenía un costo de 3.000 pesos, es decir, 48.000 pesos de hoy, y sólo podían comprarla personas muy adineradas. Ahora casi cualquiera puede tener en su casa una buena filmoteca. Los discos de 30.000 se consiguen en la calle a 2.000, y los libros de 40.000 los encontramos en los andenes, nuevecitos, a 10.000. Es como si un dios moderno y travieso hubiera decidido arrojar sobre el mundo, en lugar de maná, libros y CD’s.
Es difícil, lo reconozco, sopesar los pro y los contra de la piratería, sobre todo porque no hay cifras ni siquiera aproximadas de los volúmenes del mercado pirata. A pesar de ese espectáculo maravilloso –el arte y la literatura en los andenes de las naciones del tercer mundo–, hay que reconocer que lo que está en juego es algo tan serio como la legalidad y el estado de derecho. No sé que pasará en el futuro con este problema pero mientras tanto está ocurriendo algo que nos beneficia a todos: la piratería está presionando hacia abajo los precios de los productos culturales legales. Fin del paréntesis.

Es que la gente ya no lee
La repetida queja “Es que la gente ya no lee” es falsa porque induce a pensar que en el pasado fuimos mejores lectores. En realidad se leía menos por la sencilla razón de que la gente no sabía leer. (En Colombia, por ejemplo, el analfabetismo pasó del 90% de principios del siglo XIX, al 10 o 5% del momento actual). Las exigencias de un mercado laboral cada vez más tecnológico han incidido en el aumento de los índices de escolaridad en el mundo, y por ende en el crecimiento de la tasa de lectura, en la segunda mitad de ese siglo. En los países desarrollados, la población urbana equiparó a la rural a finales de los años 40. Esto produjo que por primera vez hubiera más demanda de servicios que de bienes, y cambio la correlación de obreros y empleados. En Estados Unidos el punto de inflexión se produjo exactamente en 1953, año en que el número de personas que manejaban información (empleados) superó por primera vez al número de los que manipulaban cualquier otra cosa (obreros) en ese país. Por eso se fecha en ese año el comienzo de la era de la información, al menos para los países del primer mundo. En Latinoamérica, la población urbana igualó a la rural a finales de los años sesenta. En Colombia, los desplazamientos ocasionados por la violencia adelantaron unos años este fenómeno, pero sólo entramos a la era de la información a finales de los ochenta, como la mayoría de los países de la región.
La queja correcta es “La gente no lee” o mejor: “La gente no ha leído nunca”, particularmente cierta en el caso colombiano, cuya tasa de lectura es de 0.6 libros per cápita al año (si se incluyen los textos de estudio la tasa asciende a 2.4 libros por cada par de ojos o, lo que es igual, 1.2 libros por ojo). Uno puede tratar de tranquilizarse pensando que la televisión subsana las cosas, que las telenovelas y los dramatizados son sucedáneos de las novelas literarias (y a veces mejores), que los noticieros suplen mal que bien a los periódicos, que las series animadas reemplazan con ventaja a las tiras cómicas, que la historia es menos jarta en película y que un documental científico es más didáctico que un ensayo de divulgación.

El cubo mágico
Todo esto es verdad, pero no es toda la verdad; veamos: hay novelas que no se pueden llevar al cine (Cien años de soledad y Pedro Páramo son dos ejemplos cercanos y famosos); los “análisis” de los noticieros son muy superficiales comparados con los de los periódicos; sólo una pequeña parte de los temas y ensayos científicos es llevada al audiovisual, y casi siempre con mucho retraso con respecto a la fecha de su publicación escrita; y hay materias –la filosofía, la economía y la matemática, entre otras– que son refractarias a la puesta en escena. Por todo esto, es claro que el cine y la televisión complementan, nunca reemplazan, la información escrita.
En la lectura hay un ejercicio intelectual y espiritual indispensable para la formación de la personalidad. Algo como de oración hay en la lectura. Sin libros no hay hombres, y sin diarios no hay ciudadanos” dijo Churchill, uno de los mejores hombres y ciudadanos de la Inglaterra del siglo pasado. Escribir un proyecto, redactar una carta, sostener una conversación o hablar en público operaciones cotidianas que requieren unas destrezas verbales que difícilmente adquiere quien no dedique siquiera unos minutos diarios a la lectura.
Tal vez no esté de más recordar aquí que las habilidades verbales son cuatro; en su orden: escuchar, hablar, leer y escribir. Se está trabajando sobre las dos últimas, la lectura y la escritura, pero nadie habla de las primeras, que son quizá más importantes: nadie nos enseña a conversar ni, lo que es peor, a escuchar. Hace falta una materia en el pensum, la gramática de la conversación, que nos enseñen los trucos de una buena exposición, cómo manejar manejar la mirada, cómo calcular la geometría del auditorio, cuidar que nuestros gestos y nuestras palabras apunten en la misma dirección, que el gesto subraye las palabras, que sepamos intercalemos las pausas de la cortesía, que nos mordamos la lengua y aprendamos a escuchar con los oídos, claro, pero sobre todo con el corazón y, por encima de todas las cosas, que no interrumpamos a nuestro interlocutor, al menos no en su primera frase. Hay que recordales a los muchachos que es con palabras negociamos, seducimos, vendemos, discutimos, debatimos, ordenamos o rogamos, que con ellas hacemos fiestas y reuniones, transamos con el enemigo y nos reímos con los amigos. También hay que recordarles, claro, que la palabra es un intrumento de poder, y por tanto peligroso; que una palabra incorrecta, o correcta pero dicha con un tono equivocado, puede arruinar, un noviazgo o un lazo familiar o la relación entre dos países.

La estrategia
El desgano de la gente por los libros, y los pobres resultados en comprensión de lectura que arrojan las Pruebas del Icfes, nos están hablando a las claras de la urgencia de adoptar una estrategia seductora para vencer esa apatía. Como nadie ignora, el camino del desarrollo de las naciones pasa por la educación, y ésta depende, en buena parte, de la capacidad de la gente para manejar información escrita –en papel o en pantallas de computador.
Los analistas de la educación han propuesto una estrategia de dos puntos para enfrentar este desgano. El primero es la construcción de bibliotecas públicas, dotadas con una buena sección de telemática, en todo el país. El déficit en este renglón es muy alto. Ni siquiera las ciudades intermedias poseen bibliotecas decentes. El Ministerio de Educación ha hecho inversiones en dotación de computadores para escuelas públicas pero aún falta mucho. El segundo punto es pedagógico, y distingue entre la literatura, por una parte, y la ciencia y las humanidades por la otra.
El programa de literatura en el ciclo de enseñanza básica está recargado de obras antiguas de muy difícil digestión para un adolescente. Los clásicos viejos, entendiendo por esto los editados antes de 1900, exigen del lector conocimientos mitológicos, sociales y geopolíticos que ningún joven tiene. Es imperioso reemplazarlas por obras contemporáneas breves y agarradoras. Estos cambios en el catálogo de lecturas deben ir acompañados por una reforma del programa de licenciatura en letras que haga énfasis en la crítica, entendida ésta como un arte de seducción, no de exégesis. Es urgente compilar una antología de ensayos críticos sobre las obras del nuevo catálogo; sería una excelente ayuda para el profesor de literatura.
Allí no pueden faltar Alfonso Reyes, el mejor ensayista de Méjico, Jorge Luis Borges, el suramericano que tuvo el atrevimiento de enseñarle crítica literaria a los europeos, como antes Andrés Bello les había enseñado gramática española a los españoles, cosa que aún no le perdonan; Pedro Henríquez Ureña, un señor dominicano muy inteligente; Paul Valéry, a ratos más inteligente que Borges; Oscar Wilde, ese irlandés profundo que le gustaba parecer superficial, justo al contrario de los críticos malos, criaturas superficiales que quieren parecer profundas; o Günter Blöcker, del que les recomiendo un texto ya canónico de la crítica: Líneas y perfiles de la literatura moderna, y William Ospina, un tolimense iluminado que estará mañana en este mismo estrado).

Los signos en la grava
Algo equivalente hay que hacer en ciencias y humanidades. Tenemos que reconocer que nos sobra información pero nos falta encanto. Hay que agregarle a la severidad de las teorías la gracia de la anécdota y la claridad y la prosa del buen ensayo de divulgación. Es rico, y los alumnos lo agradecen, si el profesor interrumpe los cálculos de la clase sobre gravitación, por ejemplo, para contar que era tal el respeto que Newton infundía, que sus colegas de la Universidad de Cambridge daban rodeos para no pisar los diagramas que el sabio trazaba en la grava del patio; o haver un paréntesis en la lección de biología para contar que Konrad Lorenz solía recorrer los caminos de su pueblo en bicicleta, al atardecer, seguido siempre por una bandada de pájaros. Los ensayos de François Jacob, Carl Sagan, Martin Gardner o los del paisa Antonio Vélez, y los documentales de Audiovisuales, Discovery Channel, National Geographic y People and Arts, pueden ayudarnos a demostrarles a los estudiantes que el estudio puede ser también una fiesta y una pasión; a convencerlos de que la clase puede ser una prolongación del recreo.
Creo que la puesta en práctica de esta estrategia significaría el principio de la reconciliación de los jóvenes con los libros y con el conocimiento. Si todo fallara, habrá que apelar a argumentos menos nobles y recordarles, por ejemplo, que en este siglo el oro ya no será de los que tengan tierras o petróleo sino información... compadecidos, los dioses de la era del silicio nos guiñan el ojo a los que no tenemos oro, petróleo ni tierras.
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Comercio y civilización

Julio César Londoño

La relación entre los intelectuales y los comerciantes ha estado siempre marcada por la envidia. Los intelectuales les envidian sus riquezas y comodidades, sus viajes por el mundo, la posibilidad de tomarle el pulso a la realidad todos los días de manera directa, allí, en la calle, en el mercado, en la bolsa, en esos índices numéricos que resumen el movimiento y los afanes de los cientos de millones de personas que día a día producen bienes o servicios, y de sus clientes, los 6.500 millones de personas que hoy respiramos en este planeta.
Los comerciantes envidian la enorme diversidad de datos que manejan los intelectuales, su capacidad para tener siempre lista la cita oportuna, el verso pertinente, la fecha exacta y, a veces, vastas panorámicas históricas.
Saben que si bien ellos pueden moverse con soltura en el espacio, los intelectuales son ágiles para moverse en el espacio; que si bien ellos pueden viajar cuando quieran a la China contemporánea, el intelectual puede ir ya a la China de Cuan Ti, el emperador que erigió la célebre muralla y ordenó quemar todos los libros. Un paréntesis: la muralla, se sabe, fue erigida para defenderse de las invasiones de sus enemigos. La quema de los libros, se sospecha, fue ordenada para borrar un solo libro, el que contaba las andanzas de juventud de la madre del emperador, una señora bella y casquivana.
Los historiadores de la tecnología aseguran que todas las máquinas tienen algo que ver con la rueda, que ella es la madre de todas las máquinas y que fue inventada por los comerciantes y los constructores, quienes necesitaban transportar sus productos y sus materiales de manera rápida y eficaz. Las primeras ruedas debieron ser empíricas, es decir, construidas a base de sentido común, imitando la rodaja del tronco de un árbol, seguramente. Pero luego, para que el invento se perfeccionara fue necesaria la intervención de una persona capaz de notar que todos los radios de la rueda debían ser iguales, partir del centro e incrustarse perpendicularmente en la circunferencia, es decir, fue necesario un geómetra, un intelectual. Desde el remoto día de la invención de la rueda, pues, el comerciante y el intelectual han tenido que caminar de la mano.
La rueda se inventó en Sumer, que después se llamó Babilonia, en el sur de Irak, hacia el 3.500 antes de Cristo, es decir, por la misma época y en la misma región donde apareció la escritura cuneiforme, unos garabatos que parecen pisadas de pájaro sobre unas tablillas de barro fresco que luego se secaban al sol de Sumer (quizá por esto llamamos hoy “ladrillos” a los libros pesados y oscuros). Diecisiete siglos después, pero allí mismo, los jueces de Babilonia redactaron sobre una piedra negra de basalto de dos metros de altura el Código de Hammurabi, el primer intento conocido de poner por escrito leyes sociales de convivencia armónica, las reglas del respeto por el otro, el verdadero comienzo de la civilización. En el mismo siglo del Código, el 18 antes de Cristo, los matemáticos babilonios idearon un método de numeración posicional del cual se deriva nuestro sistema decimal, el de las unidades, las decenas y las centenas. No contentos con esto, los babilonios fueron los primeros astrólogos, ciencia que desarrollaron hasta lograr precisiones asombrosas. Los actuales métodos de cálculo de los eclipses lunares, demos por caso, comportan errores de hasta medio segundo de arco por año en la determinación del movimiento del Sol. El error de los cálculos de Kidinnú, astrólogo de Babilonia, ¡era de 7/10 de segundo! Allí, pues, en esa pequeñísima porción de tierra que rodea el Golfo Pérsico, se idearon o se pusieron a punto cinco ingenios cruciales de la humanidad: la rueda, la escritura, la matemática, el derecho y la astronomía.
Los números se inventaron para llevar las cuentas de los mercaderes; las letras, para preservar la memoria de los pueblos, su historia, materia que les interesaba principalmente a los políticos; la astronomía era una materia religiosa porque los astros eran dioses, pero también tenía un interés mundano porque los agricultores necesitaban conocer el calendario de las fases de la luna para anticiparse a los cambios del clima y predecir la precipitación de las lluvias. Las leyes de Hammurabi se hicieron para combatir la injusticia que se derivaba del imperio de la voluntad del más fuerte, y el salvajismo de la ley del talión, la que aconsejaba cobrar ojo por ojo y diente por diente.
Este repaso a los orígenes de la civilización muestra que desde entonces marcharon de la mano los intelectuales (escribas, matemáticos y astrónomos) con mercaderes tradicionales, con mercaderes muy sofisticados, los políticos, y con los sacerdotes, una casta rejugada: eran intelectuales, políticos y comerciantes a la vez (y lo siguen siendo).
Los sucesos hasta aquí reseñados se sucedieron entre el comienzo de la historia, que se fecha con la aparición de la escritura, hacia el 3.500 antes de Cristo, como acabamos de ver, y el fin de la Edad Antigua, fechada en el siglo V después de Cristo.

La universidad es un invento africano. La primera, la Universidad de Al-Qarawyin, fue erigida en Fez, Marruecos, en el año 859 después de Cristo, y un siglo después abrió sus puertas en el Cairo la Universidad de Al-Azhar. Ambas estaban consagradas al estudio del Corán, las lenguas árabes, los problemas del mundo islámico y los misterios de las ciencias naturales. Las universidades europeas datan del siglo 12, cuando se decidió reunir en un solo edificio varias escuelas de artes y oficios para optimizar recursos y generar sinergias (la palabra es nueva pero la idea es vieja). Para las carreras académicas tradicionales, como el derecho, la teología o la filosofía, se contrató a los intelectuales que ya dictaban esas materias en las escuelas catedralicias que funcionaban desde mucho tiempo atrás. Pero para el estudio de disciplinas empíricas, como la metalurgia, la arquitectura, la botánica o la farmacopea, fue necesario recurrir a los gremios de artesanos que trabajaban en estos campos. Así, la facultad de metalurgia contrató herreros, alquimistas y dibujantes; para el estudio de la farmacopea fue necesario el auxilio de barberos, sobadores, sangradores, anatomistas y herbolarios; las escuelas de arquitectura contrataron geómetras, maestros, vitralistas, pintores, carpinteros, escultores y taraceadores. El fabricante de vinos, el curtidor de pieles, el tallador de gemas y el armero alternaban la atención de sus negocios con la cátedra universitaria. De nuevo, pues, como al principio, en Sumer, vemos esa minga magnífica de intelectuales, sacerdotes, artesanos y comerciantes.
Hoy, esos vínculos se han estrechado. La complejidad de las investigaciones obliga a que los equipos científicos sean multidisciplinarios. Ya no es posible, como en el Renacimiento, que alguien se las sepa todas. Los trabajos de biología molecular requieren la participación de ingenieros genéticos, fisico-químicos, estadísticos y expertos en sistemas, y los altos costos de las investigaciones no podrían sufragarse sin el concurso de la empresa privada, es decir, de los comerciantes.
Gracias a esta combinación de esfuerzos, la especie ha hecho un conjunto de creaciones prodigiosas: ha compuesto canciones, plegarias, himnos y ecuaciones; ha construido puentes que saltan sobre los ríos y unen los pueblos; ha pasado del ábaco las sumadoras de manivela, la regla de cálculo, los telares mecánicos y el computador; ha hecho unos discos blancos que se compran por centavos en la tienda de la esquina y nos libran del dolor; el promedio de vida pasó de los 30 años de hace un siglo a los 70 de hoy; el desciframiento del código genético promete curar desde la cuna, quizá, las enfermedades que iban a agobiarnos en la vejez; las enciclopedias dejaron de ser obras que contenían una pequeña fracción del conocimiento humano y se hacían de manera tan lenta que nacían ya obsoletas, para tomar la forma de modernos buscadores de internet, esos monstruos que lo saben todo y cuyas enciclopedias y periódicos se redactan segundo a segundo ante nuestros ojos.

Todas las profesiones, es fácil demostrarlo, se desarrollan mejor si participan de un concurso de intelectuales y mercaderes: el músico, que busca la melodía y la armonía justas para estremecer el corazón de esa altiva muchacha, encuentra en la compañía disquera un aparato de amplificación y distribución que nunca podría manejar por sí solo; el sacerdote, que no lo arredran las fuerzas oscuras y consagra su vida a la búsqueda de la virtud y al descubrimiento del alfabeto del lenguaje que le place a la divinidad, oficia una liturgia que es suma de culturas y concurso de esfuerzos; el médico, que conoce las leyes del cuerpo y los secretos de su tenue compañera, el alma, y la alquimia exacta de las pócimas que pueden restablecer el equilibrio del organismo enfermo, no sabría qué hacer hoy sin la ayuda de los laboratorios; el cocinero, que sabe escoger los frutos de la tierra, del agua o del aire, y preparar con fuego y especies los alimentos que luego serán, músculo y sangre, ideas y obras, labios y rizos, miradas o suspiros, necesita un comerciante, alguien que le atienda la clientela para que no se le quemen los alimentos en el fogón. En todas las profesiones vemos lo mismo, la feliz amalgama del mercader y el hombre de estudio.

No todo son mieles, por supuesto, ni estoy aquí para persuadirlos de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. La segunda mitad del siglo pasado y los años que van de este tercer milenio han visto crecer el comercio, la ciencia, la tecnología, la publicidad y la información a una velocidad que amenaza con dejar deja atrás al ser humano, a un ritmo que no siempre consulta los intereses superiores de la especie. Así, la tecnología, esa resultante de la sociedad del científico y el industrial, parece más interesada en la producción que en el medio ambiente, y es más efectiva para inundarnos de artefactos que para evitar que esos cacharros nos tiznen el aire y nos ensucien las aguas. La publicidad, esa argucia de artistas y mercaderes, se ha especializado en hacernos comprar lo que no necesitamos con la plata que no tenemos, pero no pone el mismo empeño a la hora de diseñar campañas cívicas. Nos promete elíxires que nos harán más sanos y cirugías que nos harán más esbeltos y técnicas que nos harán más ricos y hasta métodos para leer como una máquina, pero nunca los escuchamos decir cómo podemos ser mejores seres humanos, cómo convivir con un kilo de más o un diente torcido. La información moderna, que nació en los diarios del siglo 19 como una sociedad de escritores y vendedores hasta alcanzar la complejidad multidisciplinaria de internet y de la televisión contemporánea, nos abruma con sus ráfagas de no sé cuántos kilobites por segundo pero descuida la calidad del mensaje. Preferiríamos menos cantidad y más análisis y más poesía en el lenguaje informativo. Preferiríamos que la vieja sabiduría no se hubiera diluido en mero conocimiento, que el conocimiento no se evaporara en mera información, que la información no se banalizara en mero entretenimiento, que ciertas tradiciones no fueran engullidas por el torbellino de la moda, y que los principios fueran más importantes que la imagen. También quisiéramos que el científico pesara más en las grandes decisiones de la sociedad, que dejara de ser apenas un empleado del industrial y del político.
¿Como podemos lograrlo? ¿Cómo podemos siquiera intentarlo? Todos los analistas coinciden en la misma respuesta: educación. Una inversión decidida en educación es una condición necesaria (no sé si será suficiente) para revertir estas antipáticas tendencias de la modernidad, estas desagradables e inesperadas consecuencias del progreso.
La educación es necesaria para el crecimiento personal y profesional de las personas y las naciones. Esto es algo obvio y sabido. Pero en el contexto de esta conferencia, lo que quiero subrayar es que la educación es indispensable para que la masa pese en las decisiones del estado, para que la opinión pública juegue el trascendental e indelegable papel que debe jugar, para que la democracia tenga sentido algún día y las grandes decisiones no se dejen al capricho de un puñado de dirigentes, por más sabios, ricos o poderosos que sean.
A los que descreen del poder de la gente y piensan que la masa es muy débil frente a las maquinarias del poder, basta recordarles que hace tres años un movimiento espontáneo de la opinión pública cambió en ocho días la correlación de las fuerzas políticas de España y llevó a la presidencia al señor Rodríguez Zapatero.
Yo sueño con el día en que Colombia tenga, gracias a la educación en general y a la divulgación científica en particular, una masa crítica bien informada. Un grupo representativo, digamos un 20 por ciento de la población, que tenga nociones claras sobre temas esenciales: genoma, transgénicos, ecología, política nacional, drogas, economía. Esta masa crítica sería un multiplicador de información en los hogares y en la comunidad, y haría que un porcentaje mucho mayor de la población tuviera un criterio sólido a la hora de debatir problemas, tomar decisiones, responder encuestas o elegir gobernantes. No estoy hablando de que todos nos volvamos especialistas en política y biología molecular, no; sólo pido que tengamos los prerrequisitos necesarios para seguir la línea gruesa de esas investigaciones, y reflexionar sobre sus principales implicaciones éticas y económicas. ¿Será bueno para el mundo que clonemos a Bill Gates? ¿A David Beckam? ¿A Sofía Vergara? Después de sumar y restar con calma, ¿nos conviene el TLC?
El aborto, el homosexualismo, el narcotráfico, los diálogos de paz, la parapolítica, los medicamentos genéricos, el neoliberalismo, el tratado de libre comercio o el calentamiento global son asuntos tan delicados, tan cruciales para la especie, para la vida y para el planeta, que todos debemos tomar parte en esos debates porque son cuestiones de las que no podemos desentendernos ni dejarlas al arbitrio del ajedrez del político, ni de la vanidad del intelectual ni de la ambición del comerciante.
Un pueblo educado, apenas es necesario insistir en esto, se autorregula, adopta escalas de valores trascendentes, distingue mejor el oro de la escoria y no lo manipulan fácilmente los publicistas ni los demagogos. Un pueblo educado tiende naturalmente a la ética, es más competitivo, elige bien y lo gobierna cualquiera, hasta un político.
En esta empresa educativa que estoy soñando, que muchos soñamos, el intelectual y el comerciante juegan roles definitivos. No sé si exagero, pero creo que de la grandeza con que estos dos señores asuman sus responsabilidades sociales en el futuro inmediato, depende en buena parte que el mundo se salve y la civilización prevalezca.


lunes, 21 de mayo de 2007

"BAILA, NEGRO, BAILA", Rafael Araújo Gámez

BAILA, NEGRO, BAILA
Crónica de un salsero
Nuevo libro de RAFAEL ARAÚJO GÁMEZ
PRESENTACIÓN Y LANZAMIENTO
Club de Ejecutivos, Mayo 10 de 2.007

Carátula del libro
Editorial: Universidad Libre, Seccional Cali. Departamento de Publicaciones y Comunicaiones.
Primera edición Marzo de 2.007
Foto carátula: Concurso de bailarines solistas de Salsa, 47 Feria de Cali.
Más adelante, a la derecha se presenta la imagen de la solapa del libro
(clic sobre ella para ampliarla y hacerla legible).
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DISCURSO DE RAFAEL ARAÚJO GÁMEZ

Buenas noches amigas y amigos:

Les agradezco de todo corazón su presencia aquí. Nunca, en un lugar tan acogedor, había visto reunido a tan grandes y buenos amigos.

Entre otras cosas se dice que uno es la suma de sus amigos vivos y muertos. Me alegro de tener tantos no solo aquí si no también allá.

El iluminado Jorge Luís Borges escribió lo siguiente: “De los diversos instrumentos del hombre el más asombroso es, sin dudas, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio y el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de su voz, luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es la extensión de la memoria y de la imaginación.”

Traigo a colación estas palabras del escritor argentino para explicar el por qué de este libro y el por qué de este acto.

Hace mucho tiempo, recién llegado a Cali, me tocó en suerte asistir a una explosión musical llamada Salsa y, como es natural, esta llevó a la conformación de grupos de baile con base en esa música en los que la pericia y la calidad de los danzantes asombraban a propios y extraños.

De allí surgió un bailarín excepcional llamado artísticamente Watusi y posteriormente el periodista español Vicente Gallego Blanco organizó el dúo de baile llamado por él Watusi y María. Esta unión sirvió para consagrar al negro Watusi ya que gracias a ese don y a esas cualidades asombrosas obtuvo un éxito sorprendente aquí y en el exterior.

La irrupción de dicho bailarín en ese mundo repleto de música en ebullición, anécdotas, personajes, mitos y leyendas citadinas, causó en mi un extraño impacto interno del que no me di cuenta si no mucho tiempo después, cuando sentí que algo se cocinaba en la fragua de la imaginación.

De un momento a otro sin saber cómo ni por qué, me fue creciendo esta historia, que hizo que en mí naciera el deseo de plasmarla en un relato en el que se mostrara una especie de bitácora existencial de un personaje popular con ayuda de la ficción.

Por ello esta no es una novela sobre la Salsa. Lejos de mí tocar un tema en el cual Cali tiene grandes especialistas como Humberto Valverde, Miguel Yuste, Luís Guillermo Restrepo, Alejandro Ulloa, Rafael Quintero y algunos más. No. De lo que aquí se trata es el de bucear, de pronto con aciertos o no, dentro de una vida imaginaria pero con visos de realidad y presentarla ante los lectores como un fresco en el que por el actuar del personaje, la pintura viva y penetrante al principio, se torna gris y nebulosa después. Ojala que el propósito que me animó a escribirla hubiera tenido feliz culminación. Los lectores, si algunos los tuviera, darán después su veredicto.

Entre paréntesis, esta metáfora puede servir para hacer ciertas consideraciones acerca de algunos seres, que incluso se mueven alrededor
nuestro, con un poder tal de hacer cosas estupendas, de realizarse positivamente, de ejecutar su propia obra, de potencializar un gran periplo vital pero no se sabe por qué hados malquerientes se tornan remisos y hasta torpes para cruzar el Rubicón y se estrellan contra su propio designio.

Cambiando de pronto el tercio quiero manifestar lo siguiente: Cuando estaba de Rector de la Universidad del Valle mi amigo Jaime Galarza Sanclemente y me llamó para que lo asesorara en la programación de la Emisora de la Universidad, que en ese momento se instalaba, le manifesté que esta podía ser una gran ventana, fueron mis exactas palabras, para que el Alma Mater se asomara a Cali. Porque, a mi modo de ver, la mayoría de las universidades colombianas no mantienen vasos comunicantes con las ciudades en donde residen por lo que sus habitantes no construyen un puente de cariño y de acercamiento hacia ella.

Pareciera que la ciudad no se diera cuenta de lo que internamente se gesta y desarrolla en esa institución desde el punto de vista investigativo y esta, en la mayoría de las veces, le da la espalda a la otra.

Por eso quiero resaltar hoy la labor que está realizando la Universidad Libre de Cali. Este acto nos dice que ella quiere lanzar sus amarras para anclarse en el corazón de esta ciudad, para que sus gentes la vean como una aliada más, como un soporte capital en su desarrollo y en su cultura. Esta Cali que hoy, más que nunca, lo necesita. Porque Cali lo merece. Porque Cali lo pide a gritos, porque amamos a esta ciudad y porque Cali para mi, y creo que también para ustedes, es una herida de amor que nunca termina de sanar.

Por ello, felicito a la doctora Esperanza Pinillos Saavedra, Delegada Personal del Presidente de la Universidad Libre en la Seccional de Cali, a su Rector doctor Jaime Gutiérrez Grisales, humanista integral quien a su profundo conocimiento del Derecho agrega un alto grado de sensibilidad hacia las Artes y la Filosofía.
Al doctor Floro Hermes Gómez Pineda, Secretario Seccional, por sus palabras tan doctas y emotivas que me hacen continuar esta febril ensoñación con la Literatura y con la vida.

A la doctora María Fernanda Jaramillo, Directora del departamento de Comunicaciones y Publicaciones por su incansable y tesonera labor para llevar a feliz término este proyecto y los muchos más que estoy seguro vendrán.

A todos ellos mi profunda gratitud y mi permanente agradecimiento.

Ahora bien, considero que el mapa humano requiere letras y arte para impedir que el mundo siga erosionándose, por eso la literatura, en cualquiera de sus formas, abre espacios que pueden amortiguar los excesos de nuestra especie y las mil y una sinrazones de la barbarie.

Por lo que coincidimos con la escritora norteamericana Susan Sontag cuando dice: “Hoy más que nunca, especialmente en una época en la que los valores de la lectura y la introspección son retados tan enérgicamente, la literatura es libertad”.

Una libertad, agrego, que debe estar, tiene que estar, inextricablemente metida en el pensamiento y en los profundos sentimientos del hombre actual quien, como un caballero medieval, debe defender esa libertad de los embates bravíos de algunas voces que tratan de socavar su imperio y su soberanía en un mundo donde el feroz desatino ha obtenido carta de ciudadanía en nuestro excesivo pragmatismo del día a día y en el inquietante rito de la realidad cotidiana.

Y es por eso por lo que siempre abogo: en que para poder sobrellevar esta vida terrena y estos tiempos procelosos hay que poner en práctica las palabras del padre de Madame Bovary, Gustavo Flaubert, cuando hablaba de “l’orgie perpetuel” y sobre ese tema enfatizó toda su vida y nos dejó una balsa de náufrago al decir que “la única forma de soportar la existencia es aturdiéndose en la literatura como en una orgía perpetua”.

Afortunadamente he tratado de seguir esa regla del maestro francés a rajatabla, con una actitud espartana frente a efímeras distracciones diarias y es por ello que sentado en el salón principal de mi torre de marfil exprimo hasta el máximo las horas en que la lectura y la escritura me abren las puertas de su mundo mágico y con garras de halcón defiendo y defenderé, con todos los medios que estén a mi alcance, el que nada ni nadie rompa el hechizo encantado de esos lúdicos momentos.

Sin embargo, quiero afirmar también aquí y decir que aunque leer y escribir no me han salvado la vida, sin embargo han producido en mí el mismo efecto de siempre: hacer de mi vida un lugar más luminoso, más agradable, más espiritual y más tranquilo.

Porque, por un lado, no hay dicha mayor que encontrar el adjetivo preciso que nos enriquezca el nacimiento de una frase y, por el otro, con un hedonismo exultante pasar la mano por el lomo de un libro que tan solo es comparable con acariciar tiernamente la espalda de una mujer.

Y agregar así mismo, que lo que decididamente procuro con intensidad de minero que socava la tierra es hacer mía una frase de Hamlet cuando exclama: “Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y considerarme soberano del espacio infinito”.

Abusando de su paciencia, permítanme hacer un reconocimiento aquí, en esta reunión de amigos, a la primera persona que puso un libro en mis manos: mi padre Rafael Araújo Meza, quien prácticamente mi sitió colocándome libros en todos los rincones de la casa para que por donde yo me moviera estuviera un libro esperándome y fue de esa forma como fue germinando esa semilla que se convirtió luego en una libromanía que me ha arropado toda la vida. Por cosas del destino se le llenó el corazón de tanto amor hacia los demás que partió dejando muchas flores sembradas de recuerdos.

Por ello quise hacerle un soneto que no sé si cumplió su objetivo, pero puedo decirles que volqué en él todo mi amor y toda mi gratitud. El soneto dice así:



El fino ademán y su apostura

labraron en favor de su talante

el honrado vivir, su donosura

el gesto amable, su sentir galante.


A todos trataba como hermano

con cara alegre y la sonrisa fresca

y su venia saludando con la mano

tenía reminiscencia versallesca.


¿Y por qué se durmió tan de mañana?

¿Por qué sus ojos se cerraron prestos

sin hacer una amorosa despedida?


Quizá este mundo le robó las ganas

de ver todas las flores en su puesto

y tal vez por eso, le quitó la vida.



En fin, creo que me he puesto un poco trascendental y espero me excusen los pensamientos anteriores que solo pretendían ser disquisiciones personales impulsadas tal vez por algún diablillo literario del cual no pude escapar pero, en últimas, como diría nuestro premio Nóbel “probablemente a lo largo de mi vida no haya hecho otra cosa que lo que estoy tratando de hacer ahora mismo: que me quieran mis amigos. Y tener cada vez más. Que es la única acumulación que merece la pena en la vida y por la que no se pagan impuestos”.

Muchas gracias.
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FOTOGRAFIAS DEL EVENTO
Rafaél Araújo Gámez firma libros y comparte con asistemtes al evento,
entre ellos la Dra. Gloria María Medina de la U. Libre.
Fotografía: MIC de NTC …
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Rafael Araújo Gámez firma libros
Lo acompaña el Dr. Floro H. Gómez de la U. Libre
Fotografía: MIC de NTC …
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Presentación de libro
En el Club de Ejecutivos tuvo lugar el acto de presentación del libro ‘Baila, negro, baila’, de Rafael Araújo Gámez. María Fernanda Jaramillo, Floro H. Gómez y el autor de la obra, en la foto.
EL PAIS, Mayo 15, 2007
http://www.elpais.com.co/historico/may152007/SOC/soc7.html




viernes, 18 de mayo de 2007

miércoles, 9 de mayo de 2007

UV, Estudios Literarios lanza libros. Invitación

La Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle celebra su primera década de labores. 7 al 11 de Mayo, 2.007

VIERNES 11 DE MAYO
Lugar: Auditorio Germán Colmenares, Edificio de Humanidades, UV

3:00 PM La Historia de la Literatura en Colombia: Un Nuevo Camino.
Conferencia a cargo de Olga Vallejo. Presenta: Alejandro López Cáceres.

4:30 PM Perspectivas de la Crítica Literaria en Colombia.
Mesa Redonda con la participación de Olga Vallejo, María Antonieta Gómez Goyeneche y Juan Moreno Blanco. Modera: Fabio Martínez.

6:30 PM Acto de Clausura
Presentación de últimas publicaciones de profesores/as de la Escuela de Estudios Literarios. (ver imágenes para relación de libros)
Copa de Vino.


Clic sobre las imágenes para ampliarlas.
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Toda la programación:
http://estudiosliterarios.univalle.edu.co/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=61&topic=

martes, 8 de mayo de 2007

LA POESÍA Y VIOLENCIA EN COLOMBIA. Juan Manuel Roca

LA POESÍA Y VIOLENCIA EN COLOMBIA
LA POESÍA COLOMBIANA FRENTE AL LETARGO
JUAN MANUEL ROCA
Revista CASA SILVA No. 15, 2.002 (págs 46 a 57)
Escaneo, Reprodujo y difunde: NTC … Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntc@andinet.com, ntcgra@gmail.com
Mayo 8, 2.007

http://www.casadepoesiasilva.com/revista15.htm Contenido de la revista (el texto no está en este portal)
Poesía y violencia en Colombia: La poesía colombiana frente al letargo. Por Juan Manuel Roca (Revista CASA SILVA No. 15 , Pag. 46)

Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia.
José Eustasio Rivera
Crear arte en Colombia, y tomo la poesía como nombre genérico para él, muchas veces nos remite a la divisa que René Char dejó registrada para hombres de diferentes entornas y sociedades: la lucidez es la herida más cercana al sol.

Ejercer esa lucidez en medio de un país cruento donde la guerra siempre viene después de la postguerra, no resulta propicio cuando ese mismo país parece fijo como una bicicleta estática a un paisaje de barbarie acrecentado por diferentes fases de la violencia: la partidista, la guerrillera, la de la delincuencia común, la del terrorismo de estado y sus eslabones paramilitares, la del narcotráfico ... La masacre de hoy borra la masacre de ayer pero anuncia la de mañana.

El creador de poesía tendría que ser muy ciego para que todo ese entorno no se filtrara en su obra. Aunque hay quienes parecen habitantes del país de Catatonia. Son muchos los que operan a la inversa del hombre que come una alcachofa. Este la deshoja hasta encontrar su centro, su corazón. Los poetas en mención, por el contrario, le agregan hojas y hojas a ese centro hasta ya nunca percibir su aliento, su respiración.

Por supuesto que la falsa y preconcebida poesía que quiere a todo trance hacer el registro sociológico de la vida del país, anclándose en una mirada puramente historicista, ha dejado momentos de precaria realización, en los que cuenta más el qué decir que el cómo hacerlo.

La pregunta de Hölderlin, para qué la poesía en tiempos sombríos, acá tiene unos matices particulares, porque todos "nuestros" tiempos han sido aciagos, lo que nos llevaría a un silogismo ya pensar que nunca tendría sentido la lírica en estos feudos.

Imagen de Hölderlin

No voy a intentar, ni lo quisiera, hacer una vez más el diagnóstico de nuestra violencia. Trato, mejor, de señalar esta escindida razón de ser de la poesía en tiempos en los cuales está en crisis la palabra.
Esta doble condición parece antípoda: por una parte el deseo del canto en medio de la guerra, por otra la expresión poética ahogada dentro del caos y la crisis que jalona la falta de credibilidad en el lenguaje, cuando la palabra pan no reemplaza al pan, cuando la palabra libertad casi siempre está en boca de carceleros, cuando la palabra paz está deshabitada. Con la palabra paz, o con la idea de que impera la paz, nos estamos engañando "sólo porque todavía podemos salir a comprar el pan sin que nos acribille un tirador emboscado", dice Hans Magnus Enzensberger ante las guerras civiles posteriores a la Guerra Fría. Son palabras, ojalá globalizadas, que debían tener fuerte resonancia en un país como Colombia donde, cada vez más, la guerra toca a nuestras puertas, cerca a los reductos urbanos en los que nos creemos a resguardo de una mayor barbarie.

Imagen Hans Magnus Enzensberger

Palabra en crisis

Por esa suerte de vasos comunicantes - casi siempre paradójicos que hay entre la realidad más inmediata y la poesía que intenta transgredir y ampliar la realidad, la crisis de la palabra resulta un difícil estímulo, riesgoso o delirante pero estímulo, para buscar el habla justa y las esencias que hay bajo su piel. Se trata de intentar un lenguaje que no sea cortina de humo a la manera de los políticos de tribuna, gentes de la contingencia inmediata que tienen el dudoso don de hacer espuria toda palabra. "El arte, como el Dios de los judíos, se alimenta de holocaustos", decía con trágica certeza Gustave Flaubert.

Si nos adentramos un poco en la poesía colombiana del pasado siglo, a partir de la llamada Generación del Centenario, podemos encontrar cambios estéticos en la manera de abordar uno de los temas más recurrentes en la vida republicana: la violencia. No en vano parece un leit motiv, una divisa para el país, la frase de Rivera que encabeza este texto: jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia, con la que comienza La vorágine, publicada en 1924. Pero aún con los centenaristas se confundían la oratoria y la poesía. El tono altisonante de una y de otra retrasaron la entrada en la modernidad lírica de un país siempre a deshoras.

Decir que cada sociedad comporta su estética, no es más que una tautología, una reiterada verdad. Acá la premisa de Walter Benjamin: "hay una esfera hasta tal punto no violenta de entendimiento humano que es por completo inaccesible a la violencia: la verdadera y propia esfera del entenderse, la lengua", se intuye poco practicable. Las palabras que no se cumplen, los falsos entendimientos y acuerdos en nuestra vida política, son otra forma de la violencia. De ahí la eterna
pregunta sobre el quehacer de la poesía en un medio de tal naturaleza ilegítimo e intolerante. Parece ser que la pregunta canónica del poeta romántico, ¿para qué poesía en tiempos sombríos?, se respondiera a sí misma, como si fueran de la misma materia lo sombrío de todos los tiempos y la necesidad de oponerle, sin grandes ademanes optimistas o mesiánicos, el poema.

Imagen José Eustasio Rivera

La poesía que en Colombia se ha referido a la violencia resulta menos estudiada que su narrativa. Pero hay muestras claras de ese registro desde la Colonia, como en el poema "Santa fe cautiva", de Torres y Peña, un tunjano nacido en 1767 que escribía versos contra Simón Bolívar, a quien llamaba fiera que aborta Venezuela y en las Sextinas escritas por indígenas paeces donde se registra la violencia española y se elogia al Libertador. Me remito a este paraje tan lejano, con el fin de señalar las diferencias al mirar el tema de las luchas violentas que desde la fundación del país nos han asolado. Violenta fue la forma como Luis Vargas Tejada pedía descuartizar a Bolívar para encontrar la paz, durante los sucesos septembrinos de 1828. Vargas, poeta y autor de sainetes teatrales y políticos participó con otros poetas en la conspiración contra Bolívar. Así trazó sus versos:

IMPROVISACIÓN

(En la última junta que precedió
a la conjuración del 25 de septiembre)

Si a Bolívar la letra con que empieza,
y aquella con que acaba le quitamos
oliva, de la paz símbolo hallamos.
Esto quiere decir que la cabeza
al tirano y los pies cortar debemos,
si es que una paz durable apetecemos.

Imágenes Jorge Artel Dibujo de Ramón Barba y Eduardo Cate Lamus

La guerra toca a la puerta

Suenan muy lejos los perdigones de esas guerras frente a las nuevas violencias, luego del 9 de abril de 1948, cuando sube el calibre de las balas, pocas veces recogido en poemas. El poema de Jorge Artel, "El 9 de abril en Colombia", cuyo título, de puro escueto parece noticioso, no resultaría particularmente memorable, de no ser uno de los pocos escritos a la muerte del caudillo liberal. La vehemencia de sus versos, que señalan lo que Luis Vidales llamó "la insurrección desplomada", esto es la falta de norte de la revuelta gaitanista, le otorgan a Artel una voz para ironizar sobre los líderes que según su entender, "se cruzaban de brazos": Eduardo Santos, Darío Echandía, son sus blancos preferidos y, por supuesto Mariano Ospina Pérez, descritos con nombres propios en algo que podría llamarse poesía de emergencia, aquel mandato individual o colectivo cuando el poeta se siente obligado al habla y no median ni el reposo ni el rigor. Como si en su arrebato no recordara que casi siempre es más importante la mano que borra que la que escribe.

Entre los poetas que señalaron su hora de violencias, Darío Samper (Guateque, 1909), miembro de la generación de Piedra y Cielo, logró poemas de mayor fortuna, en ritmos cercanos a las coplas populares donde se rastrean duras huellas de la violencia. Y lo mismo ocurre con Eduardo Cote Lamus, de la generación de Mito.

Como si todos los Rivera, Nicanor, Eustaquio, los Granados
don Ignacio juntos se mataran sin por qué;
como si todos los niños no nacidos
y esparcidos en la imaginación de las muchachas
comenzaran a llorar como si los árboles
de pronto se volvieran horcas.

Así veía Cote Lamus la violencia desde una aproximación goyesca, en un poema que además es una evocación del hombre del campo. ("Bábega"). Cote Lamus era militante del partido conservador, como algún otro de los escritores de la revista Mito, pero su poema no resulta sesgado ni partidista. Registra allí la violencia de los años cincuentas, tratada por la novela hasta el punto de convertirse, a veces, en un mal endémico de la literatura colombiana. Lo mismo hace Jorge Gaitán Durán cuando habla del guerrero:

Lleva la muerte en su espalda quien por amor debe morir
O matar lo que ama, magnánimo en su pena
Pues no busca olvido sino infierno.
Si el arma hunde en otro pecho, en su pecho la aloja,
Mas la carroña no es suya sino definitivamente ajena.

Imagen Jorge Gaitán Durán. Imagen Luis Vidales

Héctor Rojas Herazo, el poeta que en su novela Respirando el verano traza una saga familiar con el telón de fondo de una de nuestras guerras civiles, decía alguna vez, en un gesto de hondo humanismo, que "ninguna gran idea merece un cadáver". Entre otras cosas, porque los muertos no tienen ideología y pasan a ser militantes del vacío.

Ya Luis Vidales había denunciado el espejismo de la paz donde se esconde el cuchillo: "Lejos, en las ciudades populosas, la paloma de la paz ponía huevos de víbora y había hecho su nido sobre el techo de Tartufo".

Sí, ocurre que contra las lenguas del terror la palabra poética, muchas veces sin pretenderlo, sin un acento programático, se opone al "empleo sin escrúpulos de la violencia", aunque muchas veces sea ella misma, la poesía, una forma de la violencia transgresora de la realidad inmediata. Hablo, claro está, de la poesía insumisa, de la que está lejos de la hipnosis que sufren los poetas cortesanos, siempre alquilando la cabeza para comprarse un sombrero, siempre tras el mejor postor, que casi siempre es el mayor impostor. "Cadáveres aplazados", según el decir de Pessoa. Por algo el colombiano Samuel Vásquez dice que sobremuere "en este país que es paisaje, pero nunca patria". Y a veces, agregamos, ni siquiera es paisaje, ante la imposibilidad del viaje a zonas vedadas por la guerra.

Las diferentes formas de la violencia no tienen ese carácter puramente físico que hacen los largos empadronamientos de muertos desde el trasunto de la historia y de la sociología. No es ese su único registro. También la educación, esa empresa tantas veces deformadora, es un estadio larvado de la violencia institucional, aunque no deja huellas tan evidentes como las de la guerra. Tal como ocurre con la crítica sesgada y caprichosa, aquella cuya mayor carencia es su carácter "doctrinario". Esa supuesta crítica, a veces peor a la ausencia total de ella, es otra cara de la violencia. Desde Antonio Gómez Restrepo señalando como clásica la modosa escritura de Marco Fidel Suárez, hasta mi coetáneo Cobo Borda, esa crítica tiene el acento paródico de la corte. De alguno de ellos, creo que del segundo, se afirma que hay una curiosa fotografía de su infancia: posa trepado en un triciclo con placas oficiales. Y a todas estas, los disparos son la partitura del himno nacional, diría un poema de Mery Yolanda Sánchez.

La lectura de la poesía colombiana desde el ámbito de la violencia lleva a pensar que no es sencillo para el poeta realizar su obra, tan llena de intuiciones, de alumbramientos muchas veces dictados por la esfera de lo irracional, para, a un mismo tiempo, volcarse hacia el ejercicio de una reflexión sobre su época. En el corpus de esta poesía ocurre a veces, como sucede con la plástica, hay atmósferas abstractas de violencia, pero otras veces se establece en una suerte de figuración. Atmósferas veladas, como las de Carlos Obregón:

Todo es la lucha, la violencia del sueño
donde una fuerza ciega nos crece y nos integra
en el rumor del bosque
y en su lenta espesura hoy se escucha el viento
venir desde más lejos, venir
vivir la tierra, sus huesos siderales
los héroes y los potros que marcaron las sendas.

O descarnadas atmósferas figurativas en las que José Asunción Silva habla de un recluta muerto:

destrozada la cabeza
por una bala de rémington;
con la blusa de bayeta
y la camisa de lienzo,
un escapulario santo
colgado al huesoso cuello
los pantalones de manta
manchados de barro fresco,
y la sangre, ya viscosa
pegándole los cabellos.

Acá bien vale la pena preguntarse en el trato de lo social en el poema, ¿cómo hacer para que esa irracionalidad a favor, que algunos llaman inspiración o rapto poético, pase por una suerte de aduana del pensamiento y se pueda mirar un entorno, un rastreo de lo que nos ocurre en el otro? ¿ Cómo creer en las voces que le piden a la poesía una única utilidad pública y programática, si muchas veces la utilidad de la poesía es de otro orden, de un orden que hace tangible lo intangible? ¿ Cómo andar al mismo tiempo en dos orillas de la realidad? ¿ Cómo moverse en medio de lo que Simone Weilllama "una comunidad ciega", escindidos entre la realidad y el deseo? Se puede hacer una relación estrecha entre lo que la misma Weil señala: "cuando se sabe que es posible matar sin arriesgar castigo, ni censura, se mata; o por lo menos se rodea de sonrisas de invitación a hacerlo a los que matan", y un poema del colombiano Omar Ortíz titulado "El espejo":

No es verdad que los ojos sean el espejo del alma.
Si tal ocurriera, los asesinos caerían fulminados
y nada sucede cuando el torturador cruza y se peina.

Es una clara alusión a esa "comunidad ciega" que no se reproduce en los espejos, que no es castigada por el reflejo de la culpa.

Si bien ya no se expulsa al poeta de la República de Platón, que en nuestro caso podría ser la República de Plutón, el disenso incomoda a los generadores de violencia, por una parte, ya los agentes de una supuesta paz, por el otro. El temor a la ambigüedad, a las verdades que no pertenecen al orden de lo comprobable, la falta de rigor científico y otros aparatos del concepto lógico que le enrostran a la poesía, es otra forma de violencia cultural, es decir, de imposición.

Si se me apresurara a decir dónde radica el poder transformador de la poesía, diría que está en lo que queda por fuera de lo ya visto, en lo que suscita la duda. Hay un poema de Fernando Charry Lara, "Llanura de Tuluá", que es una larga pregunta sobre la muerte violenta vista desde un estadio amoroso. En su lenguaje hay una andadura entre dos orillas que crean una atmósfera de trágica belleza y la narración episódica de un hecho. Esas dos orillas se mezclan en una condición elusiva del lenguaje, en una sutil manera de pastorear silencios. Lo cito en su totalidad:

LLANURA DE TULUÁ

Al borde del camino, los dos cuerpos
uno junto al otro,
desde lejos parecen amarse.

Un hombre y una muchacha, delgadas
formas cálidas
tendidas en la hierba devorándose.

Estrechamente enlazando sus cinturas
aquellos brazos jóvenes,
se piensa: soñarán entregadas sus dos bocas,
sus silencios, sus manos, sus miradas.

Mas no hay beso, sino el viento,
sino el aire
seco del verano sin movimiento.

Uno junto del otro están caídos,
muertos,
al borde del camino, los dos cuerpos.

Debieron ser esbeltas sus dos sombras
de languidez
adorándose en la tarde.

Y debieron ser terribles sus dos rostros
frente a las
amenazas y los relámpagos.

Son cuerpos que son piedra, que son nada,
son cuerpos de mentira, mutilados,
de su suerte ignorantes, de su muerte,
y ahora, ya de cerca contemplados,
ocasión de voraces negras aves.

Imagen Carlos Castro Saavedra y Fernando Charry Lara

Es un cuadro de la violencia sin rostro y sin rastro. No se sabe quién los mató, por qué los mataron, a qué bando pertenecieron, si es qué pertenecieron a alguno. Se trata de uno de los más intensos poemas de la violencia colombiana que no hace concesiones a lo tópico, al lugar común, a una simbología de fácil recibo que en poetas como Carlos Castro Saavedra se hace en exceso repetitiva: Fusiles y luceros. Y no hay en esto una repulsa a la memoria. La desmemoria histórica es una forma de la violencia. Mientras la memoria pone cimientos, la viga maestra, la techumbre a su casa, la desmemoria socava sus bases, pudre sus vigas, destecha lo que podría darle cobijo a una identidad.

Por eso el intenso poema de Emilia Ayarza, "A Cali ha llegado la muerte", sobrecoge. Hay allí una memoria de sangre y polvo, cuando el estallido de un camión de dinamita durante el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla estremeció a la capital del Valle del Cauca:

La ciudad era un racimo de plomo derretido
y la mue11e le salía a bocanadas.

De alguna manera lo que más impregna la poesía de la violencia en el pasado de Colombia es la muerte provocada por segmentos partidistas, liberales y conservadores. Ya esto no ocurre, porque como bien lo señala Enzensberger en su lúcido ensayo "Perspectivas de guerra civil", "en las actuales guerras civiles ha desaparecido todo vestigio de civilización. La violencia se ha desligado totalmente de las justificaciones ideológicas". ¿No parece hablar del momento colombiano? Ahora, entreverados los conceptos de víctimas y victimarios, opresores y oprimidos, desvanecidas las orillas para la fundación de una tercera orilla del horror, la violencia nace de la lucha por un botín particular. Ante esto el escritor, aturdido y perplejo, opera como el hombre incongruente que al ver su casa sucia y sabiendo que la van a quemar, duda entre limpiarla o luchar. Pero una cosa es la duda
saludable y otra la impotencia castradora. Talvez por esto, en la poesía colombiana, repito, hay atmósferas que van desde un expresionismo abstracto -poetas que esconden el tema pero no lo ignoran- hasta poetas figurativos que se vuelcan de manera más explícita, esto es, de la elusiva carga de violencia interior ya señalada en Carlos Obregón, a la descripción violenta en poemas como el de Cote Lamus.

En la más reciente poesía colombiana aparece la violencia al unísono con los cambios del tramado social. Así se filtra el tema de los sicarios, de esa forma pérfida de la guerra, ya no sólo en el campo sino en las ciudades. Algo que me hace recordar el fragmento de un poema escrito por un niño de Medellín: el mundo es grande para la guerra y pequeño para la vida.

Dice un poema de la poetisa antioqueña Liana Mejía anunciando la abominable presencia de estos nuevos señores de vidas y de bienes:

Desde las alcantarillas
sicarios que se saben
cobradores de viejos
errores
asedian la ciudad.

Avanzan,
a pesar de los susurros
detrás de las persianas.

Al otro lado de la calle
alguien cae.

Imagen Emilia Ayarza

En el poema de Liana Mejía, en su atmósfera que revela la muerte de un desconocido, un alguien que cae entre tantos, hay una suerte de elección previa, señal del que se abroga como un dios maléfico quién debe morir.

Lejos de la ya un tanto resabida fórmula de la novela de sicarios en Colombia, que en buena parte se ha vuelto, al igual que cierto cine, una especie de complejo de Eróstrato, de éxito asegurado para el voyerismo de la violencia, los tratos del lenguaje, de la imagen y el distanciamiento de la crónica roja, hacen que el poema sacuda nuestra indiferencia sin un naturalismo de jergas y cuchillos. No le hace eco a aquello que señala Enzensberger: "la masacre se ha convertido en entretenimiento de masas. El cine y el vídeo compiten por convertir al sicario, al secuestrador, al asesi-
no, en héroe público", El perverso trato de héroes que se hace de los sicarios, la sociopatía apoyada por los medios de comunicación que valoran un filme por el número de actores muertos después de filmado, (Rodrigo O no futuro, o La Vendedora de Rosas) la mitología exacerbada del terrorista y del mafioso, hace diana en las mentes adolescentes que piensan con ironía que "tiene más futuro la semana pasada", y que por ello, cultivan de manera fundamentalista una pasión por la muerte. "La espera de lo que vendrá -señala Simone Weil- ya no es esperanza sino angustia", Todo esto deviene en miedo. Ni qué decir del método facilista de la sicaresca antioqueña, la de los sicarios y sicarias de todos los tamaños y edades adosados a narraciones tan pueriles como Rosario Tijeras.

Ese mismo miedo, que es una especie de hijo bastardo de las violencias aparece en una buena lonja de poemas recientes. La ciudad por entonces ardía en los puñales/ y el miedo se quedaba tras los pasos. (Luis Aguilera). Miradme,. en mí habita el miedo. (María Mercedes Carranza). De la misma Carranza, un poema que registra la muerte del político liberal Luis Carlos Galán, resulta una suerte de pintura tenebrista. El poema, "Soacha", toma el título del pueblo donde fue el crimen. Dice en su dura parquedad:


Un pájaro
negro husmea las sobras de
la vida.

Puede ser Dios
o el asesino:
da lo mismo ya.


Es el sobresalto, la irrupción del victimario que en Jaime Jaramillo Escobar, creador del único gran libro salvado del narcisismo nadaista - Los poemas de la ofensa -, asalta sus palabras:

voy a dar la vuelta cuando¡zas!, el hombre,
me lo encuentro a boca de jarro, detrás de una columna,
me está esperando para matarme, tiene el cuchillo en la mano
me coge por la cabeza,
en la ventanilla de los tiquetes no hay nadie, el asesino, tranquilo, me mira.

Imágenes carátulas de Los poemas de la ofensa X-504 y de “El canto de las moscas”

Se trata de la violencia urbana del extramuro, la de los nuevos asentamientos de gentes desplazadas cuyo temor es el otro. Es la atmósfera de terror que se recoge en La balada de los pájaros de Mario Rivero y que en uno de sus fragmentos habla de la Medianoche de toque a muerto/ del tañido a sangre/ del hombre turbado en su sueño.


Imagen Piedad Bonnett

O la violencia registrada en los números fríos de las estadísticas, a los que Piedad Bonnett quita hibridez para hacerlos materia poética:

CUESTIÓN DE ESTADÍSTICAS

Fueron veintidós, dice la crónica.
Diecisiete varones, tres mujeres,
dos niños de miradas aleladas,
sesenta y tres disparos, cuatro credos,
tres maldiciones hondas, apagadas,
cuarenta y cuatro pies con sus zapatos,
cuarenta y cuatro manos desarmadas,
un solo miedo, un odio que crepita,
y un millar de silencios extendiendo
sus vendas sobre el alma mutilada.

En todo esto parecen ponerse de presente los vasos comunicantes que existen entre la realidad (no necesariamente como una forma de servil naturalismo) y el sentir individual que a fuerza de necesidad se hace colectivo. "A la lectura de tanteo y falansterio" de que hablaba José Martí le han salido autores que intentan no escamotear lo que tiene ocurrencia en sus conglomerados sociales. Si bien en Colombia siempre está en vilo la vida, como en pocas partes, si es una aventura descabellada intentar una cultura orgánica en un país inorgánico, y a sabiendas de lo expresado por Borges acerca de cómo "la realidad no es verbal", hay zonas jamás nominadas por la palabra a las que aspira a llegar la poesía.

La vertiginosa violencia que en los últimos años ha cambiado el perfil de esta nación, nos obliga a algo casi siempre desdeñado en el medio, a una permanente reflexión. Si Hegel señalaba que el primer paso en la comprensión de algo está en negarlo, en verlo desde su negación crítica, la violencia, que ya hemos empezado a llamar como una forma de cultura, es posible negarla desde la afirmación del arte. Decía César Fernández Moreno que "la poesía se politiza en vez de poetizarse la política". Algo que como hecho programático podría resultar lamentable. Como lamentable resulta, valga la digresión, que se satanice la poesía política -adiós Ritsos, Hikmet, Char, Cesaire, Brecht, Vallejo y hasta Rimbaud- desde la orilla de los satisfechos. No se entiende por qué se estigmatiza y rotula como ideología la poesía de Juan Gelman cuando habla de Argentina y sus procesos de desapariciones y secuestros, y no se considera de la misma manera a Álvaro Mutis cuando loa a los reyes. ¿No es eso, también, una actitud política?

Imagen Samuel Jaramillo

Más allá de la anterior digresión, ocurre que la violencia en la poesía muchas veces está más bajo la piel del lenguaje, en las atmósferas y en los silencios, que en los enunciados directos, propagandísticos, de quienes adhieren a la idea de ser boca de partido. Pero es rastreable la violencia en la poesía no partidista ni panfletaria, como en los versos de un poema de Samuel Jaramillo que dan cuenta de la geografía de un país en acoso:

MUERTE DOS VECES

Nosotros hablamos de la muerte
llamándola con el nombre de una vieja compañera
de la cual no podemos librarnos.
La sabemos habitando cada latido de la sangre,
paralizando la alarma
de nuestra mirada de conejos aterrorizados.
Ella se nutre de nuestro tiempo, nos arrincona
en habitaciones cada vez más estrechas
dándole un sentido a cada palabra que decimos:
nos convierte en gigantes.
Pero también sabemos que ayer aparecieron
Dos cuerpos en la carretera, que cuerpos precidos
engordan nuestros árboles
con su madurez irrespirable.
Su sangre negra derramada en la tierra
no tiene nada de bello.
Odiamos a quienes nos regalan
con esta cosecha siniestra.
Nosotros nombramos la muerte dos veces.

La poesía nos aproxima a esa pulsión entre la palabra y el morir. Aldo Pellegrini decía que "como organismo vivo, toda cultura está expuesta a la ley de la evolución y de la muerte". Si acá lo está a causa de los múltiples factores sociales que generan la violencia, resulta cierto que ella misma intenta crear sus defensas, su estado de alerta o de emergencia para vigorizarse e interpretar la realidad. La poesía ha dado cuenta de esto, quizá de manera no menos explícita que a través de quienes realizan una escritura testimonial o novelar, y como respuesta a una sociedad de viejo cuño. Y no por adentrarse en temas que para algunos aparecen como vedados a la lírica, es decir, por quienes creen ver en ella un aparato verbal distante de lo cotidiano, deja, en los casos que he citado y en otros momentos que se me escapan, de tener un rigor formal.

Imagen José Manuel Arango

Nadie, desde la poética, querría señalar la violencia como si fuese un prontuario. No imagino a alguien pensando: voy a escribir un poema sobre la violencia en la lucha de clases o sobre la violencia del poder, uno más sobre las insurrecciones populares y la violencia revolucionaria, acá alguno sobre las guerras civiles, la delincuencia o el crimen organizado del narcotráfico. Sin embargo, es difícil que una de esas formas -o varias- no golpeen y se filtren en las preocupaciones de quien intenta una expresión artística. La crítica política sólo considera un balance de los contenidos, de sus fines. La poética piensa que una verdad mal dicha puede volverse mentira. Piensa, con Raúl Gustavo Aguirre, que "lo inexpresable también forma parte de la realidad del hombre".

Pero no puede negarse que en la poesía colombiana se refleje el campo minado de nuestra violenta realidad. Como ocurre en el poema "Los que tienen por oficio lavar las calles", de José Manuel Arango:

Los que tienen por oficio lavar las calles
(madrugan Dios les ayuda)
encuentran en las piedras, un día y otro,
regueros de sangre.

Y la lavan también: es su oficio.
Aprisa
no sea que los primeros transeúntes la pisoteen.


El poeta, como los lavadores de calles del poema de Arango, ha madrugado en una visión franca del país y lo registra como una memoria en tiempos del olvido. El inxilio, el exilio interior, es posible que lo asedie, pero aún le queda el exorcismo del poema.

"Es un tiempo en que resulta aterrador estar vivo, cuando es difícil pensar en los seres humanos como racionales. Donde quiera que dirijamos la mirada veremos brutalidad y estupidez, tal parece que no hay otra cosa que ver: por todas partes un descenso a la barbarie, que somos incapaces de contener", dice Doris Lessing en Las cárceles elegidas, en el capítulo "Cuando en el futuro se acuerden de nosotros".'

Habría que agregar que si hay futuro, si hay quien se acuerde, si merecemos llamarnos nosotros, a lo mejor alguien pensará que a pesar de todo, y de ser tan inútil como el intento de descarrilar un tren atravesándole una rosa en la carrilera, la poesía se dio en tiempos aciagos, en tiempos de muerte y de letargo.