En el poema “Lope de Aguirre”*, de su libro “El país del viento”*, William Ospina consigue transportarnos a los sentimientos de Lope de Aguirre y, por qué no, a los de Raúl Reyes e Iván Ríos. Este es sólo un ejemplo de la gran poesía de William Ospina, quizá la voz más honda y auténtica de la poesía colombiana actual … .
Por Héctor Abad Faciolince
REVISTA SEMANA, Fecha: Marzo , 24, 2008 -1351
http://www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=110358
Harto de sangre y de política, hastiado de los sucios tejemanejes del poder, cansado de los muchos oficios y vanidades en que se pasa la vida, en días de vacaciones busco yo también un poco de recogimiento. Incapaz de la ilusión religiosa, este recogimiento yo no lo encuentro rezando, sino oyendo música, leyendo poesía o mirando obras de arte. Ojalá pudiera también contemplar teoremas perfectos, pero éstos me están tan vedados como los enredos teológicos. Pues bien, en esta semana que para mí no es de farra ni de rezo, he vuelto a leer los poemas de William Ospina.
Yo estaba escribiendo algo para un periódico europeo, algo que no me salía bien, pero que ellos me habían pedido irresponsablemente: cómo veía yo, un colombiano, a las Farc. Lo que yo tenía en la cabeza era la furia sanguinaria de una gente desesperada que había perdido la cordura en nuestras selvas. Y entonces supe que William Ospina, de esa manera secreta que tienen los poetas, había conseguido sentir lo que Lope de Aguirre había sentido cuando se levantó contra el rey, y de algún modo había logrado comprender y describir también, sin pretenderlo, el despiadado furor guerrillero.
/ salpicada de jerez y orégano, / si bajo Europa entera aúllan las mazmorras, / ¿cómo puedo ser manso en estas tierras, / ceñido por las selvas impracticables, / lejos de esos palacios tapizados por la letra y la música? / He decidido ser un tigre. / La selva invade el alma como un vino. / Aquí no hay bien ni mal sino el zarpazo. (…)/ Déjenme a mí el palacio de estos atardeceres que se parecen a mi alma, / donde bestiales tropas me adoran de miedo, / donde debo mirarlos como un buitre para que no me maten, / donde los últimos ángeles de mi infancia se descomponen en las ciénagas tibias, / donde los hombres solos, desprendidos del barco de los siglos, aprenden a ser crueles, / a combatir el cielo a dentelladas, a recelar en el amor la emboscada. (…)/ Sé que al darles la espalda, estos hombres me miran como perros. / Sé que estoy afilando el cuchillo que pasará por mi garganta".*
Lo ha hecho con un oído fino, con un oído perfecto, y desde los vikings hasta los mongoles que cruzaron el estrecho de Bering, desde los conquistadores hasta los viajeros de Indias, en su voz deslumbrante resuenan las voces de todos ellos. Con William Ospina tenemos en Colombia, otra vez, un poeta inmenso, y a lo mejor ni siquiera nos hemos dado cuenta.
.
---
Ganó el Premio Nacional de Poesía Colcultura en 1992 (primera edición) con “El país del viento”. Este libro tiene edición Norma, 2.000 (Carátula y contracarátula, imagenes arriba)
----
Lope de Aguirre
http://perso.wanadoo.es/joan-navarro/tigre/tigre13/ospina.htm
Yo vine a la conquista de la selva, y la selva me ha conquistado.
Aparto con las manos los enormes ramajes,
Miro a solas las encendidas flores con forma de pájaros,
La extrema contorsión de la serpiente herida
Que las nubes parecen reflejar en el cielo.
Nada es piedad aquí, nada es dulzura.
Si son crueles los monjes en los penumbrosos claustros de España,
Si son degolladores los reyes y envenenadoras las reinas
En sus artísticos salones llenos de lienzos y de lámparas,
Si son perversos los obispos y lascivos los papas
En la nube de mármol de sus tronos romanos,
Si son despiadados los clérigos, que leyeron a Homero y a Séneca,
Si son salvajes los capitanes que comen la carne cocida,
Salpicada de jerez y de orégano,
Si bajo Europa entera aúllan las mazmorras,
Cómo puedo ser manso en estas tierras,
Ceñido por las selvas impracticables,
Lejos de esos palacios tapizados por la letra y la música?
He decidido ser un tigre.
La selva invade el alma como un vino.
Aquí no hay bien ni mal sino el zarpazo,
La rauda flecha del halcón hacia la comadreja de aguas,
El estupor del conejo salvaje ante el bostezo de la enorme serpiente,
El salto de la hormiga roja escapando un instante de las fauces de la salamandra,
La innumerable y cíclica y recíproca voracidad
De la gran selva de oscuros dioses que se alimenta de sí misma como un dragón de fiebre.
El rey está muy lejos, gobernando sus yermos de Castilla,
Sus puertos que miran al África sus chambelanes obsequiosos,
Sus espejos prietos de cortesanos, sus olivares retorcidos como doctrinas,
Su orgullo salpicado de galeones, sus panoplias marchitas
(en cada daga sangre de un viejo amigo)
Y la tierra gime de leones españoles desde el río Sacramento hasta los arrozales de Manila,
Desde las charcas fétidas del infierno hasta las últimas alas de los ángeles.
El rey es rey del mundo, pero la selva es mía,
Y ese ojeroso príncipe de piel de cera y manos puntiagudas
No podría avanzar con sus tacones de nácar por estos riscos de tristeza
Donde la carne pierde toda esperanza;
No podría aventar con sus abanicos de pavo real
En los húmedos aires a estos mosquitos rojos que prodigan la fiebre,
No hundiría jamás sus tobillos lechosos
En los pantanos infestados de dientes.
Déjeme a mí el palacio de estos atardeceres de tormento
Que se parecen a mi alma,
Donde bestiales tropas me adoran de miedo,
Donde debo mirarlos como un buitre para que no me maten,
Donde los últimos ángeles de mi infancia se descomponen en las ciénagas tibias,
Donde los hombres solos, desprendidos del barco de los siglos, aprenden a ser crueles,
A combatir el cielo a dentelladas, a recelar en el amor la emboscada.
Selva monumental, aire de flechas súbitas,
Humaredas que traen olor de extrañas carnes,
Ancianos indios extasiados de ojos amarillos
Que miran como reyes o santos las vacías regiones del cielo;
Y diente de jaguar para la suerte,
Y montones de rojas semillas maceradas que me harán fértil,
Y los senos oscuros que penden como frutos,
Y la rana que se hunde en su reflejo, y bóvedas de frondas meciéndose en el agua.
Descendemos gritando por los ríos violentos en barcazas pesadas de odio;
Sé que al darles la espalda, estos hombres me miran como perros,
Sé que estoy afilando el cuchillo que pasarán por mi garganta.
Hemos dejado un rastro de cadáveres desde las sierras de Mérida,
Por los llanos resecos, por las enloquecidas serranías,
Un rastro de caseríos en llamas, alaridos de madres ya sin destino,
Rostros atónitos debajo del agua que un remo empuja hacia el fondo,
Pero qué puedo hacer si la selva me ha trastornado,
Me reveló las bestias que habitaban mi carne,
Si solo sé mandar y codiciar todo lo que pueda ser mío
Y aquí cada ramaje se opone a mis designios;
Qué puedo hacer sino amasar el oro de estos pueblos brutales,
Y ser el rey de sangre de estas tardes de lástima,
Y poner al tucán de pico extravagante sobre mi hombro,
Y coronar de flores como incendios mi cabeza aturdida,
Y declarar la guerra a las escuadras imperiales que cubren los océanos,
Con esta voz que grita en la selva y que jamás los alcanza,
Y ser el rey de ultrajes de estos soldados rencorosos
Hasta que sus cuchillos se apiaden.
[William Ospina (Padua, Tolima / Colombia 1954-)]
---
Tomado de : http://perso.wanadoo.es/joan-navarro/tigre/tigre13/ospina.htm
Y páginas 41 a 46 de la edición Norma, Junio 2000, del libro “El País del viento”
+++
Sobre Lope de Aguirre:
http://es.wikipedia.org/wiki/Lope_de_Aguirre , http://www.lector.net/phydic98/eldorado.htm
Lope de Aguire, Pintura (wikipedia)