Adiós al ‘compañero jefe’
Intermedio. Por Jotamario Arbeláez
EL PAIS, Cali, Julio 17 de 2007 http://www.elpais.com.co/historico/jul172007/OPN/jotamario.html
Cuando muere un gran hombre, doctor López, todo aquel que tuvo oportunidad de tratarlo, corre a contar las historias que les fueron comunes. Y no ha sido usted la excepción. Fue un maestro en el arte de vivir, de gobernar, de opinar, de contradecir, de enseñar, de punzar, de conciliar y de disfrutar. De poner a pensar a un país que no está acostumbrado a pensar. Del que alguna vez explicó su violencia achacándola a que era un país mal tirado.
Siempre me acerqué a sus escritos en busca de aprender algo de su “venenete”, como llamaba a sus temibles retruécanos, ejercitado en el amplio y fecundo espacio que le concediera la vida para cuajar una obra vasta y valiosa, teniendo siempre en muy alta estima los valores eternos del arte y de la belleza.
Me meto, pues, en su discurrir, como la manera de manifestar mi júbilo por haber tenido una mínima participación. Hace 27 años recibí de sus manos un abultado cheque con el que se me premiaba un libro de poemas. El monto, desde luego, no salía de su bolsillo, sino de la Editorial Oveja Negra, por entonces prácticamente de García Márquez. Dijo usted en esa ocasión, con el donaire que lo caracterizaba, que “se premiaba una promesa”. Y promesa cumplida, no sólo porque no he abdicado de la poesía, ni he dejado de ganar premios, sino porque creo, con usted -que tiene el recibo de su casa prácticamente forrado en libros de poesía en sus idiomas originales-, que sólo ella es capaz de volver a traer esa luz que ha de ser de nuevo paz para el mundo.
Me monté en el carro de su segunda candidatura, que arrancó esa misma noche; lo acompañé con mi colega Elmo Valencia en sus giras, algunas veces rompiendo plaza. Debíamos apresurar la historia poniendo desde entonces el nadaísmo en el poder. No pudimos. Terminamos derrotados en el Hotel Hilton, la memorable noche electoral en que “no llegaron los votos de la Costa”.
En días anteriores, García Márquez había escrito una columna titulada ‘¿Quién le teme a López Michelsen?’, donde luego de describirlo con sus chaquetas inglesas y su universal cultura, terminaba diciendo que estaba preparado para ayudarlo “como el hombre providencial de la segunda oportunidad”. En sus memorias hablaría después de “su poder asombroso de crear situaciones históricas con una sola frase”. Como aquella reciente de que “ha sido una constante de la humanidad el desconocer la existencia del conflicto público para poder desconceptuar como malhechores a los contradictores”.
Los palos se vinieron contra el Monje Loco y contra mí, por apoyarlo a sabiendas de que era un político de raca mandaca, pero a García Márquez -que siempre fue más izquierdista y consecuente con sus ideas que nosotros-, nadie lo regañó.
Alfredo Rey, ese amigo común que vive en París, le propuso que me permitiera escribir una historia del MRL, su movimiento político paralelo en insolencia y combatividad con mi nadaísmo literario, y que titularía ‘Pasajeros de la revolución’. Tuvo usted la gentileza de hacerme pasar abordo y en su sala hacerme el despliegue de su inteligencia mordaz y de su memoria superlativa. Con la información acopiada me metí en un laberinto de datos del que no pude salir airoso. Al despedirme, le manifesté mi orgullo por haber pisado las impactantes bibliotecas de Álvaro Gómez, de Belisario Betancur y, ahora, la suya. “¿Y no ha estado en la de Turbay? -fueron sus palabras- Entonces no conoce lo que son bibliotecas”.
Supo mantenerse imperturbable, viendo cómo la historia pasaba. Y esperando -contra toda esperanza- que se sucediera el intercambio humanitario antes de partir. Pero partió usted con el sabor de ésta, su última derrota.
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CONTRAVÍA
YO TAMBIÉN CONOCÍ A LÓPEZ
Eduardo Escobar. eleonescobar@hotmail.com Columnista de EL TIEMPO.
EL TIEMPO Julio 17, 2007
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/eduardoescobar/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3642085.html
Un político con formación humanística y sensibilidad intelectual refinada.
Fue en casa de un médico homónimo suyo, del PC, en Cali, con los nadaístas. Adusto y maduro, empeñado en un proyecto de izquierda, vestía a la inglesa. Nosotros éramos unos muchachos desaliñados en plan de alterar el mundo con los instrumentos de la vanidad juvenil.
El anfitrión; Pedro Alcántara y Norman Mejía, premios nacionales recientes de pintura y dibujo; Elmo Valencia, recién venido de Cuba con un saludo de Allen Ginsgerg; Jotamario, Gonzalo Arango y yo, de veinte años, recién casados. Estaba sentado en el apoyo de una silla con displicencia, cruzado de brazos. Junto a él, un señor de guayabera reposaba en una poltrona en actitud imperial de pavo: era Jorge Zalamea, el de las escalinatas.
Nosotros no hablamos. Era imposible. No nos importó. Nos dedicamos a beber con indiferencia. López, en el filo del sillón, aguantaba el asedio de los reparos de Zalamea al MRL. Se defendía lacónico señalando las perspectivas de su movimiento y contando en cortas palabras sus dificultades, y los muertos que el establecimiento cobraba entre sus huestes de liberales disidentes y comunistas vergonzantes. Al fin se aburrió. Y se fue dejándonos como únicos adoradores del Gran Burundún.
Este llamó a su esposa. Le pidió el libro de la poesía ignorada y olvidada que acababa de ganar un premio en la Casa de las Américas de Cuba. Y no solo amenazó con leernos el mamotreto, sin consideración, sino que lo hizo, hasta cuando Elmo Valencia se quedó dormido abrumado por la salmodia y la travesía trasatlántica desde Praga y emitió un ronquido olímpico que nos hizo estallar a los demás en una carcajada unánime que ni ensayada. Zalamea trataba de ocultar en vano la insolencia elevando el tono del vozarrón de abad. Nosotros no podíamos parar. Su mujer salvó la situación quitando el legajo de las rodillas del esposo y devolviéndolo al maletín de diplomático.
Quedó un ambiente insufrible. Los nadaístas secándonos las lágrimas de la risa nos largamos. Mientras el anfitrión nos conducía a la puerta, disculpó nuestros espasmos con un guiño de complicidad. También estaba harto con la lectura.
Después Zalamea acusó a Gonzalo Arango de ser agente de la CIA, al terciar en el debate que suscitó entre los intelectuales de izquierda que hubiera negado a su nuera Marta Traba el premio del concurso de novela nadaísta. Gonzalo contestó la infamia con dos cartas de virulencia asesina que deberán figurar para siempre, cuando se hagan, en las antologías del panfleto en Colombia. Y canceló nuestras relaciones pacíficas con su Excelencia.
¿Zalamea nos impidió entendernos con López o salvó al MRL de nuestras vociferantes melenas? López representaba al rebelde en la obsoleta estructura política nacional. Nosotros, alzados contra la servidumbre de un arte anquilosado, acabábamos de pasar de la política a la estética. López, del papel del discreto novelista a las plazas. Gonzalo había publicado en el periódico La Calle, de él, unas memorias de presidiario. Y como él, declaró al cabo de la brega una incierta melancolía de no haber transformado este país de alma conservadora como queríamos. Además, muchos incautos militantes del MRL y del nadaísmo, que también tuvo ala izquierda, acometieron la aventura asesina de la lucha armada dejando los huesos inútiles regados en el camino de la infamia. Más tarde Elmo y Jotamario acompañaron a López en su búsqueda de la reelección. Aunque los confundía al citarlos en el bochinche de los mítines. Era comprensible en un admirador de Ronsard.
Lástima no haber conocido mejor a López. Con él desaparece el penúltimo -el otro es el benévolo maestro de Amagá- de los políticos colombianos con formación humanística y sensibilidad intelectual refinada, desgarrados entre las marrullas de la política y las ironías de la Belleza. Capaces de leer a Proust entre campañas, y a Cicerón en latín, y con la generosidad para gozar de la peor música tanto como de la buena. Pero así es la vida.
miércoles, 18 de julio de 2007
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