viernes, 28 de febrero de 2014

FRANZEN CONTRA INTERNET. Polémica. Arcadia No. 101. Febrero 25, 2014

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FRANZEN CONTRA INTERNET 
Polémica 
Arcadia No. 101. Febrero 25, 2014
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Franzen contra internet
Una lluvia de críticas cayó sobre Jonathan Franzen tras la publicación de su ensayo en contra de la web. ¿Por qué nos deben interesar sus reparos frente a internet?
ARCADIA. No. 101. Febrero, 25, 2014 . Escaneó: NTC …

Santiago Wills * Bogota. *Escritor
Dos semanas antes de la publicación de su más reciente libro, The Kraus Project, Jonathan Franzen escribió un largo ensayo para The Guar­dian llamado "What's Wrong with the Modern World?". En el texto, Franzen reprodujo apartes de las notas al pie de página que acompañan su traducción de dos ensayos de Karl Kraus, un escri­tor y periodista vienés de finales de siglo xix que era conocido entre sus contemporáneos como el "Gran odiador". Sirviéndose de argumentos del austríaco en contra de los medios de comuni­cación, Franzen utilizó su ensayo para arremeter contra la futilidad de internet, las diversas redes so­ciales, los e-books (comparó a Jeff Bezos, CEO de Amazon y ahora dueño del Washington Post, con uno de los cuatro jinetes del Apo­calipsis), los medios de comuni­cación, y el estado general de la cultura norteamericana.
Un par de horas más tarde, la web contraatacó. Portales como Gawker, The Daily Beast, Slate, Vuíture, Salón, New Re- public, New York Times, entre otros, publicaron una serie de respuestas que, en su mayoría, criticaban directamente al au­tor. "[Franzen) profesa creer en la igualdad, cuando en realidad es un elitista de la peor clase" escribió el escritor irlandés Da­vid Gaughran; "El hecho es que Franzen se encuentra en una categoría por sí solo, es una voz huraña declamando ex cathedra edictos que solo se pueden apli­car a sí mismo", alegó la escritora estadounidense Jennifer Weiner; "Disfrute su torre de marfil", le respondió Salman Rushdie.
El odio es generalizado y los discursos en contra de uno de los escritores norteamericano más celebrados de su generación son numerosos y variados: Franzen no es más que un esnob, argu­mentan otros autores, un escritor petulante que se mantiene alejado de la cultura digital debido a pre­sunciones anticuadas. Franzen se rehusa a participar de la conver­sación democrática que ofrece la web simplemente porque se sien­te superior a sus lectores. Es un escritor de bestsellers elitista —esa cada vezmás rara especie- que se cree mejor que los autores cuya única opción es recurrir a blogs y a Twitter para promocionar sus escritos. Es un heredero del ludismo, concluyen, una persona que aún no ha entendido las maravi­llosas bondades que ofrece la tec­nología de nuestro siglo.
Franzen se ha mantenido en silencio. Es una lección ya aprendida luego de numerosos desencuentros con los medios de comunicación. Su pobre relación con ellos empezó a deteriorarse en 2001, cuando Oprah Winfrey, la reconocida presentadora y empresario estadounidense, se­leccionó la novela Las correcciones de Franzen para su Club de Li­bros. Oprah invitó al autor a su programa y Franzen aceptó -ser parte del club implica un inme­diato y considerable aumento en ventas— mas no sin antes confesar a la prensa que se sentía incómodo con la elección de la presentadora.
"El problema en este caso son algunas de las selecciones de Oprah -dijo Franzen en una entrevista-. Ha elegido algunos buenos libros, pero también ha es­cogido muchos libros unidimen­sionales y cursis, tanto así que (su elección de Las correcciones] me da escalofríos, a pesar de que pienso que ella es una persona muy in­teligente y que está luchando por una buena causa".
Pocos días después, Oprah rescindió la invitación a Franzen, y optó por elegir un nuevo libro para su club de lectura. Desde ese momento, los medios televisivos y digitales empezaron a caracterizar al autor de Las correcciones como el típico esnob que observa el mun­do por encima de un libro, ese mismo que solo lee el New Yot ker, Harper's, y de vez en cuando el New York Times. En pocas pa­labras, un intelectual de la Costa Este que cree que la mayoría de estadounidenses son ignorantes sin remedio.
Semejante imagen se vio reforzada por el ensayo en The Guardian. Franzen es un hipó­crita y un prepotente, afirman sus detractores, una celebridad li­teraria de 53 años quien denigra a las multitudes que han descu­bierto en internet un medio para comunicarse, innovar y discutir todo aquello sobre lo que antaño solo unos pocos podían discutir. Según la mayoría de medios de comunicación, no es más que un cascarrabias, un privilegiado que se rehusa a aceptar la tecnología y el progreso.
A partir de esa imagen, hoy en día los medios concluyen que sus críticas carecen de validez. Su ensayo en The Guardian no es más que una diatriba irrelevante, afir­man, y The Kraus Project, su más reciente libro, un intento fallido de resucitar a Karl Kraus, el "Gran odiador", otro insufrible escritor elitista a quien seguramente Fran­zen se parece.
Tal análisis, por supuesto, es equivocado. Además de que con­siste en ataques ad hominem que dejan de lado el contenido del li­bro y del ensayo, ignora k) dicho por Franzen en el resto de su obra. Esta última revela que más allá de las críticas un tanto trilladas en contra de las redes sociales y de la actual pobreza de la cultura, se esconde una preocupación funda­mental por la suerte del individuo, y específicamente de los escrito­res, en la era digital. La ansiedad de Franzen frente a internet no se limita a la pérdida de tiempo y de profundidad que su ubicuidad, a todas luces, parece conllevar. Más bien, se remonta a una obsesión por la individualidad y la identi­dad personal frente a un mundo cada vez más homogéneo.
Actualmente, Franzen repre­senta una corriente que se con­trapone a quienes aceptan sin más las supuestas bondades sociales, artísticas y culturales que nos ha brindado la era digital. Al igual que Kraus, Franzen cree que el progreso tecnológico, si es que se puede llamar progreso, no debe equipararse con progreso intelec­tual y espiritual (una máxima que parece estar implícita no solo de­trás de todo argumento a favor de las redes sociales e internet, sino también detrás de todo comercial de Apple y sus competidores).
Las raíces del problema de Franzen con la tecnología an­teceden la preponderancia de la web. En "Perchance to Dream", un ensayo publicado en Harper's en 1996, Franzen sienta las bases de lo que conformará el trasfondo de sus críticas en The Kraus Project. En un texto en gran parte autobiográfico, Franzen analiza el estado de la novela estadouniden­se contemporánea, al tiempo que expresa su angustia por formar parte de ese grupo "socialmente aislado'* que está conformado por lectores serios, cuyo principal diá­logo en sus vidas tiene lugar con los autores de los libros que leen.
Teniendo en cuenta esa clase de lector, su público ideal, Fran­zen postula una dicotomía para el escritor contemporáneo: la no­vela como una obligación social, como una respuesta consciente ante la situación cultural y eco­nómica del tiempo en que vive su autor; y la novela como un acto estético, como el libre desarrollo de personajes e historias que de alguna u otra manera son impor­tantes para el escritor. Hacia el final del ensayo, como es de espe­rarse, concluye que tal dicotomía es inexistente (Las correcciones será el fruto de esa conclusión), y cita como confirmación una carta que recibió del escritor Don DeLillo, a quien, "desesperado", le había escrito para preguntarle acerca del tema: "Escribir es una forma de libertad personal. Nos libera de la identidad de masas que observa­mos que está creciendo a nuestro alrededor. Al final, los escritores escribirán no para convertirse en héroes rebeldes de una cultura subterránea, sino principalmente para salvarse a si mismos, para so­brevivir como individuos".
DeLillo cierra con la siguien­te posdata: "Si la lectura seria se reduce a virtualmente nada, esto probablemente quiere decir que aquello sobre lo que hablamos cuando usamos la palabra identi­dad' ha llegado a su fin".
La clave de la preocupación de Fraii7.cn yace en esa última frase de DeLillo y en una sen­tencia relacionada de Karl Kraus: "¡Créanme, ustedes, personas que aman el color, en las culturas en las que todo zopenco tiene indi­vidualidad, la individualidad se convierte en materia de zopen­cos!". Para Franzen, la misma crí­tica aplica en nuestro tiempo para quienes han adoptado sin reservas la cultura digital, para quienes dan una importancia indebida a las redes sociales y a la web sin tener en cuenta lo que semejante apoyo significa para el destino del individuo y, por extensión, de la literatura: "Confieso sentir una versión similar de decepción (a la que sintió Kraus) cuando Salman Rushdie, un novelista, quien creo que debería haber sabido mejor, sucumbe ante Twitter. O cuando una revista políticamente comprometida que respeto, n+1, acusa a las revistas impresas de ser terminantemente 'masculinas”, celebra a internet como 'femeni­no', y de alguna manera olvida mencionar como este contribuye a la acelerada pauperización de los escritores freelance. O cuando bue­nos profesores de izquierda que en algún momento resistieron la alienación —que criticaron el ca­pitalismo por su incesante asalto a toda tradición y comunidad que estuviera en su camino- empie­zan a llamar "revolucionario" a un internet movido por corpo­raciones, y felizmente adoptan computadores Apple y no paran de hablar sobre sus virtudes".
Sus quejas aluden a lo que sería una nueva clase de pseudo- intelectualidad.  Franzen se opo­ne a una clase intelectual que se empecina en solo recalcar las ventajas de la era digital, dejan­do de lado todo aquello que se ha perdido en las últimas décadas. Se resiste, en últimas, a aceptar que el hecho de tener un espacio abierto  a todos es equivalente a tener un espacio intelectual y espiritualmente más rico al que existía en un espacio moderado por críticos y gatekeepers. "Muchos buenos es­critores se han mostrado preocu­pados, sobre todo en privado, por el hecho de no poder interesarse por Facebook o Twitter", escri­be Franzen en The Kraus Projcct. "Creo que lo que esto significa es que tienen personalidad".
La igualdad en la web no es más que un espejismo. Mil mi­llones de biografías en Facebook no implican mil millones de bio­grafías. Revoluciones políticas y sociales triunfaron siglos antes de que Twitter se convirtiera en el espacio predilecto para discu­tir la moda. Los blogs no son la salvación de todos esos grandes escritores que han sido ignorados por las casas editoriales. La de­mocratización no es más que un eufemismo para disfrazar la cre­ciente homogeneidad que acom­paña la preeminencia de los me­dios de comunicación masivos. Es, en definitiva, la encarnación de la creciente identidad de masas acerca de la cual DeLillo advertía en su carta.
Ahora bien, si la escritura es la  lucha contra esa masificación, los escritores, más que nadie, deberían ser los primeros en evi­tar "sucumbir" a esos medios. De ahí las quejas contra Salman Rushdie y contra aquellos que buscan calificar a internet como el jardín perfecto para la flo­ración de la individualidad y la lucha contra la discriminación. Para Franzen y otros escritores que él considera serios, la reali­dad es todo lo contrario. "Todo en la cultura objeta en contra de la novela", afirma Don DeLillo en una entrevista con el París Re view. "Por esto es que necesita­mos al escritor en la oposición, al novelista que escribe contra el poder, que escribe contra las corporaciones o el Estado o el apara­to completo de asimilación".
Los novelistas deberían de­nunciar esto, no pregonar o par­ticipar de una democratización aparente, sobre todo teniendo en cuenta que la web es una dis­tracción más que compite con los productos de su labor. (Las mal llamadas "tuit novelas" son un adefesio creado por mal llamados lectores). A final de cuentas, el es­critor debe estar en la oposición, como afirma DeLillo, incluso si esto le vale el título de esnob.
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