Juan José Saavedra Velasco
Popayán, 1937 . Cali, Julio 10, 2016
Algunos textos sobre él a partir de
Julio 10, 2016
NTC ... Compilación
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Seguimientos
y complementos a:
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* MI COMPAÑERO QUE NUNCA USÓ GAFAS
Por ARMANDO BARONA MESA
Texto leído en la misa ofrecida en el sepelio de Juan José Saavedra
Cali, julio 11, 2016, 12:30 PM
EL HOMBRE ESTÁ MUY TRISTE
DESDE QUE SABE QUE SE VA A MORIR
Sorel Kierkegaard
Sentí ayer, cuando tus palabras se diluían entre los silencios,
que ya no volvería a verte más. Ya yo sabía que habías emprendido
una nueva ruta por una avenida blanca de flores amarillas. Eran cosas de un destino
que nos alcanza inexorable y sin perdón.
Cosas del dolor, cosas de la enfermedad,
cosas del naufragio de las ilusiones y de la vida.
Oh mi amigo Juan José, mi compañero que nunca usó gafas.
Si de todos tus años, deducidos los primeros veinte,
los demás fueron comunes. Eran tuyos y míos, conjuntos y coetáneos.
Vivimos el prodigio de ser jóvenes y de sentir en el alma
el fuego desprendido de los astros en los atardeceres y amaneceres
que incendiaban de efluvios tus sueños y los míos.
Supimos juntos cómo se descubría la fuente de la historia
y de la literatura, leyendo como locos todos los libros que veíamos
en sus trincheras silenciosas. Vagamos por la poesía y disfrutamos la magia
de un endecasílabo de Valencia, el compás marcial de la Marcha Triunfal
de Darío, los entrecejos modernistas de Lorca, las dispersas tergiversaciones de Neruda,
el soliloquio nictálope de Silva en los Nocturnos y todo lo que estrujaba
el sentimiento del hombre soñador, ambulante de los parajes azules de la noche
y del sedativo día de pájaros y rosas.
Un día fundamos una revista y allí, en medio de reportajes, iniciamos
la lucha contra el dictador Rojas Pinilla, mientras leíamos con avidez
“El estudiante de la mesa redonda” de Arciniegas.
Nos metimos en los laberintos del arte de la raza negra humillada, bajo la palabra
de Manuel Zapata Olivella, nuestro primer entrevistado.
Y dejamos escuchar nuestras voces en los estrados de Popayán,
en cuya Universidad nos formamos como humanistas y abogados.
Oh Juan José, corta es la vida y corto es el río en que navegamos. Hoy llegas
con dos monedas de oro para entregar a Caronte el barquero. En realidad no se necesitaban
pues tus obras te habían acreditado para ser parte del Paraíso de los justos.
Puedo decir, con el orgullo de ser tu compañero, que jamás hiciste verter lágrimas
a nadie, ni quitaste el patrimonio de una viuda, ni dejaste un derecho acomodado
solo a tus propios intereses.
Fuiste un escritor de idioma castigado, de exultante alegría, de humor repartido
como el viento con tus chascarrillos alucinantes. Y pasarán los años
sin que otro pueda ocupar tu lugar en la columna periodística que se iniciaba
con la fórmula mágica de Abracadabra.
¡Adios amigo entrañable, compañero! Tú que nunca usaste gafas porque veías muy bien
todo lo de tu mundo por extraño y confuso que fuera.
Tu que eres uno de los que el viento no se pudo llevar,
porque allí seguirás en todos los atardeceres con brisa como un vigía insomne.
Siento tan en el alma tu partida, que no tengo inconveniente en repetir
lo que dijera el poeta Carlos Villafañe en un trance similar a este:
¡Adios mi camarada, y un día de estos por allá te caigo!
ARMANDO BARONA MESA
Cali, julio 11 de 2016
VIDEO: https://yo utu.be/lae _l0OVzWE
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"Serán muy tristes los Domingos ..."
Por Consuelo Lago
EL PAÍS, Cali, julio 12, 2016
..
Intermedio
El cadáver de Abracadabra *
Jotamario Arbeláez
Julio 12, 2016
“Eres el más gracioso de la tierra. Y el más feliz. Y el cómico reía.”
Así hablaba el poeta del gracioso Garrik, de la Inglaterra, quien cambiaba el spleen de sus coterráneos en carcajadas.
Entre los amigos de siempre del nadaísmo Juan José Saavedra fue una de las más brillantes cabezas, como lo atestiguan sus notables sombreros.
Gonzalo Arango le comentó con altura su primer libro, proponiéndose adaptarlo para el nadaísmo.
Éste consideró que el movimiento era un chiste y a los chistes se consagró.
No a los chistes burdos a lo Cosiaca, sino a ese humor que nace de la paradoja, del juego de palabras inteligente, del chispazo oportuno, la greguería.
En eso pudo considerarse el rey, en medio de tanto caleño malhumorado y por consiguiente malhumorista.
Su secreto consistía en no reírse, en las reuniones, de sus notables ocurrencias. Se quedaba serio esperando algunos segundos la sorpresa del contertulio que terminaba desternillándose.
Payanés de pura cepa, una vez se graduó de abogado se propuso tomarse Cali, cuando lo logró se lanzó a Bogotá con su reciente y suculenta esposa.
Me contaba que iba por la 19 subiendo hacia la séptima con el codo apoyado en el borde de la ventanilla del flamante carro deportivo de su señora.
Sintió que golpeaban con una llave el vidrio de la ventanilla opuesta. Giró la cabeza alarmado, y en ese momento le arrebataron el reloj de oro.
Salió a perseguir al ladrón esgrimiendo su revólver de leguleyo.
Como no lo alcanzó regresó y se le habían robado el carro.
Llegó la policía, le decomisó el arma y lo condujo a la inspección a que mostrara el salvoconducto. Era demasiado, prefirió devolverse a Cali.
Se burlaban los amigos al verlo ufanarse de conducir como un playboy semejante nave, diciéndole que el carro era de Martica. A lo que él contestaba: Si, pero Martica es de Saavedra, huevones. Y todos reían, menos Martica.
Luis Guillermo Restrepo, quien con su generosidad proverbial nos incorporó a tantos, lo incrustó en El País donde por más de diez años con su columna Abracadabra hizo las delicias de sus lectores. Pues era un verdadero pata de cabra.
Aún en su desempeño como serio abogado apelaba al ingenio en sus alegatos, y se llegó a ver a un juez dictando sentencia cagado de risa.
Y en sus galanteos exitosos. Las cosquillas a sus prospectos románticos las hacía con el doble sentido de la palabra.
Se especializó en burlarse del matrimonio y de los vaivenes del amorío.
Una vez se dio cuenta que era malos tragos dejó el alcohol por la cocacola y el revólver por la peinilla.
Era amigo entrañable de Armando Barona Mesa, a quien le crecía el afecto luego de sus agrias disputas,
de Adolfo Vera, que veía por su corazón en derrota,
de Armando Holguín Sarria con quien intercambiaba mandobles,
de Raúl Fernández de Soto, quien era su caja de confidencias,
de Fabio Martínez y de Omar Ortiz, sus consuetas de chismes y altercados entre poetas y prosistas,
de Gabriel Ruiz Arbeláez, de NTC ... , quien lo consentía como a un hijo que se hacía el bobo;
con todos ellos y muchos otros hacía permanentes y deliciosas tertulias.
Con el Monje loco andaban de la Ceca a la Meca, de Chipichape a Unicentro, tomando tinto y riéndose de lo lindo. Cada paso una carcajada.
Fue autor de diez títulos, entre ellos Cómo ser feliz aun estando casado y Lo que el viento NO se llevó.
Y en plena temporada de lanzamiento, el viento, que levanta las faldas de las chicas por la Avenida Colombia, que no se deja hacer chistes de viejos verdes, se lo llevó.
El hombre desparece y el mundo sigue andando y bailando tango.
Los amigos lo guardan en los entrepaños de la nostalgia.
Los lectores desempolvan sus recortes de prensa y evocan lo que fueron sus carcajadas.
El hueco de su columna pasa a ser ocupado por otro escriba.
Sus libros tendrán una efímera alza de ventas.
Y sólo su sombrero dará fe de la medida de su cabeza. Otro cráneo que se va despojado de pensamientos.
Hay que perdonarles a los amigos que se marchen antes que uno para poder despedirlos,como hizo tan líricamente el elocuente Armando Barona en su cremación.
Y que le dejen la huella de su paso por esta vida compleja, donde los unos a los otros nos empujamos, o para impulsarnos o para tumbarnos.
Que los gusanos del fuego que a partir de ayer se comen a este cristiano disfruten del banquete del fin del mundo.
Porque era su convicción, ya que la eternidad le hacía bostezar, la de que el mundo se acaba cuando el paciente termina.
----* Publicado parcialmente en:
Abracadabra
Por Jotamario Arbeláez
EL PAíS, .com, Julio 11 de 2016 - 23:47. Impreso Jul 12
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El Juan José que yo conocí
Por Mario Fernando Prado
(Sirirí)
EL PAÍS, Cali, Julio 12, 2016
Por un tiempo fui víctima de
sus implacables sarcasmos que me asestó con ese humor negro y vergajo que le
caracterizó. Su mordacidad no tenía límites y cuentan que en más de una
oportunidad se tiró una amistad por hacerle un chiste a quien fue hasta ese
momento su entrañable amigo.
Otros aseguran que se peleaba
hasta con su propia sombra, que a ratos no se soportaba ni a sí mismo y que
llegó a cosechar tantos malquerientes que ni siquiera sus bienqueríentes
lograron equilibrar la balanza de sus afectos.
Locuaz, monotemático y
egocentrista tuvo cientos de defectos que incidieron en los éxitos terrenales
que pudo alcanzar y que lo habrían llevado a las más altas dignidades habida
cuenta su inteligencia avasalladora, su incontenible genialidad y su innegable
don de la palabra.
Le sacaba pelo a una calavera y
sus enhiestas posiciones ante las que jamás claudicó le valieron por igual
odios irreconciliables y seguidores incondicionales.
Como abogado y sobre todo como
penalista se lució en los estrados judiciales. Como columnista despertó por
igual admiraciones y rechazos. Como persona fue un dolor de cabeza para sus
allegados y como pariente despertó antipatías tales que a veces lo consideraban
más Saavedra que Velasco y viceversa e incluso, unos y otros quisieron en un
momento hasta ‘desapellidizarle’.
No obstante esa cantidad de
peros sirvieron también para valorarle en su verdadera dimensión una vez que se
lograba entender su compleja personalidad: la de un escritor dueño de una prosa
singular que le permitió perpetrar -como el mismo decía- dos docenas y hasta
más de libros que se siguen leyendo con deleite y fruición.
En los últimos años gocé de su
amistad y conocí al otro Juan José, el espléndido, el compañero, el colega, el
consejero solidario. Incluso fue colaborador del programa Oye Cali en el que
por poco nos enloquece cuando se adueñaba de la palabra con sus agudas
intervenciones. Pero así era él, genio y figura hasta la sepultura.
Sus Abracadabras los domingos
en este periódico fueron siempre lectura obligada y tener la dicha de tertuliar
con él -a pesar de sus interminables monólogos- era una fiesta del talento, la
ilustración y la suspicacia.
Últimamente y víctima de un
cáncer demoledor que comenzó a menoscabarle se le notaba mermado y disminuido
pero nunca quejumbroso y menos carente de esa chispa y ese repentismo que nos
hacía carcajear a todos.
Su última columna, la de
antier, le resultó de antología así como su postrer artículo en la revista
Épocas de la que fue también asiduo colaborador. Estaba a punto de sacar un
libro sobre las raíces payanesas de la familia Pardo a pesar de que tenía los
días contados y él lo sabía de sobra. Sin embargo, no bajó nunca la guardia.
Batallador que fue, no le ganó
la partida a la muerte, a la que encaró muchas veces, porque no le profesaba un
carajo de miedo ni a ella ni a nadie más en este mundo...
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Juan José Saavedra
Por Julio Cesar Londoño
La Plana, El País, Cali, Julio 14, 2016
Se murió Juan José Saavedra. Me enteré a los siete minutos del deceso por un mensaje en Facebook del blog de NTC …, de Gabriel Ruiz, y entendí al fin el verso de Vallejo: “Hay golpes, yo no sé, como del puño de Dios”.
Escogió Juan José la peor hora del peor día de la semana, el domingo en la mañana. Sobrevivió varios años al cáncer, la política colombiana, las calles de Cali, a varios matrimonios y a tres profesiones de alto riesgo, el derecho, el periodismo y la literatura, y al final lo mató el domingo, esos miasmas letales que expide el día del Señor y hacen que uno llegue al trabajo el lunes hecho polvo. Los ‘días hábiles’ no son pera en dulce, en absoluto, pero sobre el domingo pesa, además de las jodas de todos los días, la sombra negra de la inminencia del lunes.
El lunes todo Cali asistió al funeral. Desde Álvaro H. Caicedo hasta gente de pie. El masón Armando Barona Mesa eludió hábilmente la ostia que le ofreció un sacerdote solícito e improvisó un discurso que estrujó el corazón de la parroquia. El amigo más joven de Juan José, Santiago Ángel, mi hijo de ocho años, lució su única camisa de manga larga y un sombrero de ala angosta, como los que usaba Juan José.
“Se murió el único uribista inteligente”, masculló alguien en un corrillo de sujetos castrochavistas. “Lo mató ese oxímoron”, dijo otro. La observación es injusta. Hay muchos uribistas inteligentes, y Juan José era la mejor pluma de esa facción, como lo demostró en el ejercicio de su profesión, en sus libros de historia o de humor y en sus columnas de prensa.
Pero donde más se evidencia el filo de su pensamiento es en los aforismos, esa especie de haikú del ensayo. Algunos son poéticos. “El amor es una tormenta en una copa de champagne”. Otros son lógicos. “El neurótico construye castillos en el aire, el sicópata vive en ellos y el psiquiatra cobra el alquiler”. “La gente puntual es la culpable de que uno llegue tarde”. “Se ha vuelto tan escaso el servicio doméstico que lo mejor es casarse con una sirvienta y contratar una señora por días”.
La mayoría son políticos. “Errar es humano pero persistir en el error es bolivariano”.
“En Cuba manda el hermano del muerto, en Argentina la esposa del muerto, en Corea del Norte el hijo del muerto y en Venezuela la caricatura del muerto”.
“La arrogancia es la madre de todos los Lleras”.
“En Cuba manda el hermano del muerto, en Argentina la esposa del muerto, en Corea del Norte el hijo del muerto y en Venezuela la caricatura del muerto”.
“La arrogancia es la madre de todos los Lleras”.
“¿Cómo hace un presidente para gobernar con una justicia ordinaria, una cámara baja, un servicio de contrainteligencia y un secretario privado?”.
“Bogotá debería llamarse Petrópolis, Cali Negrópolis y Popayán Indianápolis”.
La ironía y mala leche son la piedra de toque del aforismo saavedriano. “El prestigio consiste en no dejarse conocer demasiado”. “Estudió otro idioma porque la ignorancia no le cabía en uno solo”. “El sauna es un invento de los ricos para sudar sin trabajar”.
El aforismo es un ensayo brevísimo que reúne en una sola línea la introducción y el desarrollo de una reflexión (la conclusión sucede en la cabeza del lector). Por esto los ingleses, tan precisos siempre, llaman oneliners a sus cultores. En Colombia solo Nicolás Gómez Dávila y Saavedra han cultivado bien este exigente género. El primero escribió aforismos serísimos. Saavedra los hizo con una sonrisa inteligente y pérfida.
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Con Carlos Duque en El País, sigue la magia (de Juan José Saavedra **)
Por Luis Guillermo Restrepo S., Director de Opinión de El País
El País, Cali, Domingo, Julio 17, 2016
NTC ... reproducida en http://ntc-documentos. blogspot.com.co/2016_07_16_ archive.html
Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana. Luego click sobre la imagen para mayor ampliación. Columna en la edición impresa de EL PAíS.
Estamos en el año 2007 y a la sección de Opinión le han entregado una nueva página que pensamos hacerla distinta. Recibo entonces la llamada de Raúl Fernández de Soto, director de la revista Épocas, quien me invita a un almuerzo con Juan José Saavedra **.
Al ilustre payanés lo conocía por sus libros y por la columna que tuvo años antes en El País. Su inteligencia era similar a su genio explosivo. Su repentismo y buen humor, a su capacidad de reflexionar. Su profesión de abogado, su vena de escritor, novelista y panfletario. El político frustrado y el popayanejo de siempre.
La conversación del almuerzo fue sobre varios temas. Pero, ante todo, estuvo guiada por esa característica de Saavedra, la de quien es capaz de sacarle jugo a cualquier situación y de lanzar una frase con la cual resume en instantes y en centímetros todo un mundo. Y de ponerle la sal a la vida sin despeinarse.
Al final, Juan José repitió su pedido de siempre: una columna. Después de escuchar sus apuntes durante hora y media, le di la respuesta natural. Le dije que no iba a tener una columna sino veinte, cada una de esas frases que era capaz de inventarse.
Y así duramos casi diez años. Saavedra escribiendo sus frases y El País con una columna inusual, coronada por un cubilete y hecha para hacer pensar a los lectores. Un escrito semanal en el cual se resumía la personalidad del autor de ‘De cómo ser feliz aun estando casado’.
Así fue siempre, incluso cuando mandó un mensaje cifrado en mayo de 2015. Una despedida, según dedujimos con Raúl, a quien le envió unas fotos personales, gesto inusual en quien se comunicaba con él mediante una llamada o una visita. Después supimos que le habían descubierto el cáncer que se lo llevó un año después, el pasado domingo.
Ahora, además de lamentar la partida del hombre que dejó huella, debimos enfrentar la obligación de reemplazarlo.
Recordé a Carlos Duque, el discípulo del maestro Hernán Nicholls, a quien hace quince años le ofrecimos un espacio en El País * . Su inteligencia, la agudeza que no olvida, su versatilidad, le impedían y le impiden escribir largo. Por eso dijo entonces que no.
Carlos ha hecho y ha sido de todo: fotógrafo, caleño de corazón, retratista incomparable, publicista de fortuna, asesor y director de campañas políticas. Pero, sobre todo, de pensamiento independiente, capaz de resumir sus visiones en una fotografía, o en una frase, que es lo mismo.
Ahora, la oportunidad de escribir corto apareció sin que nos hubiéramos puesto de acuerdo. Es el tuitero, versión moderna de lo que hace tres lustros definió como la única posibilidad de publicar su opinión en el periódico.
Por eso, y a partir de hoy **, las miradas de Duque a la actualidad y a la vida serán protagonistas de nuestras páginas. Son ‘Instantáneas’ ** para poner a pensar a la gente, para mostrar como Juan José que el humor, el buen humor, es la señal nítida de la inteligencia.
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¡Juan José Saavedra Velasco!
POR: ALVARO ORLANDO GRIJALBA
GÓMEZ
El
nuevo Liberal, Popayán 24-julio, 2016
“La historia no la hacen los
que la hacen sino los que la escriben”. JJSV
Juan José Saavedra Velasco,
nació en Popayán en 1937 y falleció en Cali, su segunda tierra por adopción, el
pasado 10 de julio a los 79 años, de fructífera existencia, de reírse, hacer
reír y tomar el pelo a muchos, a otros respingar la nariz, voltear los ojos, la
boca y dar la vuelta, pues era el mamador de gallo más elegante que he conocido
en mi vida, unido a ese fino sarcasmo y humor negro que le caracterizó, que
malhumoraban a unos y a otros hacían sonreír.
Su universo era el del absurdo
inentendible de la ironía y el retintín, que le hicieron ver el mundo a su
manera, pero sin dejar de amar siempre a su Popayán, donde vivió más de treinta
años de su vida, ésta tierra amada, a la “que hasta el año nuevo le llega
tarde” como inquiría él su Abracadabra.
Juan José, el que conocí era
genial, brillante orador, extraordinaria pluma, erudito jurisconsulto, de gran
carácter, ex alumno de la Universidad del Cauca, contestatario sin temores,
descendiente de “Los Velasco”, así tituló unas de sus más de 20 obras publicadas,
ingenioso, profundo investigador, quién matizado con su único y
personalísimo humor todas sus obras.
Varias
veces me visitó en mi hogar de la carrera tercera, y
departimos con él para recordar con nostalgia que allí había sido su casa, la paterna, en la que había transcurrido
gran parte de su vida, y la cual compré
a los herederos después del terremoto de 1983.
De sus obras… “se destacan
todas”…, como él mismo dijera, “Abracadabra”, “De cómo Divertirse sin
Reproducirse”, “De cómo ser feliz aun estando casado”, “Sobre fallos y fallas”,
“De cómo vivir rico sin tener con qué”, “De cómo ser de posición”, “Líneas
paralelas (y para lelos)”, “Los Velasco”, “La Puñalada”, entre otras,
todas son un recorrido por el humorismo audaz, con inteligencia, con la chispa
patoja, no la otra, para saborearlo como las empanadas de pipián.
Ha marchado a divertirse en el
más allá con las figuras del aticismo ateniense, que encontrarán en éste
brillante payanés de padre bugueño y madre payanesa, a uno de sus mejores contertulios,
competidor en la elegancia de estilo, en la capacidad oratoria.
Era impredecible con su poder
de convicción al defender a sus clientes en los estrados judiciales, y hacer
sonreír a pesar de la crudeza realista de sus aforismos a quienes tenían que
juzgar, y a los que hemos leído con deleite sus obras.
Lo cierto es que Popayán,
Colombia y las letras, han perdido a un brillante escritor, periodista y
abogado penalista, a uno de los pocos exponentes, maestro del sarcasmo y la
picardía literaria, difícil de encontrar, que deja un legado en sus obras a
quienes deseen incursionar en este estilo, que se lleva más en los genes que lo
que se pueda aprender en las universidades.
Juan José a pesar del cáncer
que terminó con su vida, logró también concluir su última obra, que será
posiblemente presentada el próximo mes, titulada “La Casona”, que bien podría
considerarse como su último parto literario, de investigador genealogista,
sobre sus orígenes, su niñez, su gente, sus padres y sobre la familia Pardo.
Ya se prepara la gala para este
acontecimiento literario, como homenaje al gran mago de Abracadabra, Juan José
Saavedra Velasco, personaje que dejó escritas muchas páginas, sacadas del
sombrero de su pensamiento, serpentinas de inigualable chispa y fino humor para
una sociedad que necesita abrir sus labios a las sonrisas. Popayán está en mora
a través de sus autoridades departamentales, municipales, académicas de rendir
un gran homenaje a este insigne payanés.
Para el recuerdo la dedicatoria
que mes escribió en su obra “Los Velasco”: “Para don Álvaro Grijalba Gómez,
amigo de toda la vida, el último popayanejo en cautiverio. Con el aprecio
inmenso de Juan José Saavedra Velasco. Popayán Noviembre de 2007”.
¡Paz en su tumba!
POR: ALVARO ORLANDO GRIJALBA
GÓMEZ
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Con Juan José
Saavedra
Carlos Mejía Gomez
El País, Cali, agosto 3, 2016
1.
Tres niveles de amistad. Con Juan José Saavedra fui muy amigo,
después fui amigo y luego fuimos casi amigos. Nos reuníamos con frecuencia en
largas tertulias donde nos tomábamos del poco pelo que ambos teníamos. En esa
primera etapa se podía conversar, incluso Juan José dejaba hablar. Con el
tiempo perdió la costumbre por completo. Se deleitaba oyéndose a sí mismo.
Fuimos tan cordiales que en una
ocasión de euforia me hizo un inmenso elogio: “por tu ingenio y tus ocurrencias
tú debiste haber nacido en Popayán”. Yo le correspondí: “Y tú también.”
Esto no era lo usual porque
Juan José sacrificaba un mundo por pulir un chiste o echar una ironía.
2.
El tiempo pasa. Si querías sobrevivir a una charla con Juan
José tenías que adelantarte, siendo agudo y ágil. Nadie se le escapaba.
Desbordaba talento y rapidez mental. Y era muy erudito. Yo se lo reconocí así:
“tú eres muy erudito sobre todo cuando hablas de tus propios escritos. Y muy
elocuente cuando hablas de ti mismo”. Respondía, mordiéndose la lengua: “Es que
son los temas que más domino”. Todavía toleraba un poco.
Una vez me presentó una novia.
Como yo la conocía le dije: “No te va a durar mucho”. “¿Por qué?”, me preguntó.
“Porque la llamas por teléfono para leerle los artículos que vas a publicar;
tus amigos decidimos si leerlos o no. Pero la pobre que no puede colgar el
teléfono.”
Con estos comentarios pesados
enrojecía su rubicunda vanidad. Se creía intocable. Era intocable.
Nos fuimos enfriando.
Nos fuimos enfriando.
3.
“Eso no es novela”. Nos teníamos confianza para echarnos sátiras.
Con él no se podía alternar de otra manera. Estábamos en Bogotá. El había
presentado un libro. Yo presentaba mi novela ‘Hijos de cuatro’. Con un puñado
de amigos nos intercambiamos las ‘obras’. Juan José me preguntó cómo me parecía
su libro. Yo le dije, en broma: “¿Es un libro o un chiste?”. Cogió mi libro, lo
tiró en una mesa furibundo y dijo: “Eso no es ninguna novela”.
Ya nos teníamos pisadas las
cuerdas. En una intervención sobre las frecuentes acechanzas contra el Club
Campestre yo propuse que la entidad adelantara una usucapión para concluir con
una declaración de pertenencia a fin de obtener un santo y definitivo remedio.
Juan José me dijo: “cómo se nos ha olvidado el Derecho”. Y yo le repliqué: “Sí,
pero no lo olvidan los que nunca lo supieron”.
Ya eran demasiados muletazos y
estocadas. Y nos distanciamos estratégicamente.
4.
Nadie con tanto talento. He conocido pocas personas con su brillo,
con su talento, con su dominio del ingenio y de la palabra. En aforismos sólo
lo superó Nicolás Gómez Dávila. En destellos y ocurrencias y juegos de palabras
y retruécanos, casi nadie. Cada Abracadabra dominical era un manjar
para el espíritu.
El
domingo 10 de julio en la mañana me comentaron que había fallecido.
Sentí un inmenso pesar aunque no era nada sorpresivo. Llevaba meses con su
enfermedad mortal al acecho. Las últimas veces que lo vi me impresionó su
aspecto cadavérico. Conversamos brevemente ya sin ánimo de pullas, ya sin ánimo
de nada. Una lágrima en el alma por la estrella que partió y que nunca fue una
estrella fugaz.
---
.... A AGOSTO 4, 2016. CONTINUARÁ
....
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