domingo, 9 de enero de 2011

Lluvia, Economía y Poesía ... . ( II ) Enero 9, 2011.

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VIENE DE:
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EL ESPECTADOR, Opinión 9 Ene 2011 - 1:00 am , http://www.elespectador.com/impreso/columna-243926-naturaleza-crimen-y-castigo (Más adelante Columna de William Ospina (Enero 16, 2011) sobre esta de Abad)
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EN LAS ÚLTIMAS SEMANAS, MIRÁNdose de reojo y con cara de pocos amigos, ha habido en El Espectador una polémica interesante entre dos valiosos intelectuales colombianos: Alejandro Gaviria y William Ospina.

Otros articulistas han metido baza en el asunto, pero me limitaré a Ospina y Gaviria (la llama y el hielo) porque sus posiciones representan los dos extremos opuestos, y se prestan fácilmente para hacer una caricatura de sus actitudes antagónicas. Si los caricaturizo no es para simplificar sus ideas ni para burlarme de sus posiciones, sino para que se entienda más claramente el debate.

La discrepancia empieza desde el mismo estilo, es decir, desde la estrategia retórica de cada uno. Ospina, poeta, usa las armas emotivas del sermón lírico y apela más a la emoción que a la razón; lo típico, en su alegato, es la anáfora (repetir las mismas palabras al principio de cada frase). Gaviria, técnico, experto economista, usa el helado bisturí del conocimiento científico; su figura retórica predilecta es el sarcasmo: muerde a los místicos y a los supersticiosos que ven motivos mágicos y metafísicos donde lo que hay es la acción brutal de la naturaleza. El motivo de la disputa es muy simple: se trata de decidir si los desastres del invierno son culpa del hombre (de la sociedad, de los gobiernos, de la técnica arrogante y trasplantada sin tino desde otras latitudes, como piensa Ospina) o consecuencia inevitable de una naturaleza ciega, como cree Gaviria.

Vale la pena oír los argumentos en sus propias palabras. No voy a ofender la inteligencia del lector diciéndole quién es quién. Será fácil reconocerlos cuando hablan de nuestra tierra y de lo que deberíamos hacer con ella. Para uno de ellos deberíamos hacer un homenaje a la naturaleza, que sea “un canto a las montañas nevadas de la pared occidental del Tolima, un canto a las aguas que bajan trayendo fertilidad a los valles, un canto a las llanuras donde fosforecen los cultivos de arroz y a donde bajan a tomar sombra los gavilanes y las águilas, un canto al río que a pesar de las ofrendas con que lo envilecen nuestras ciudades sigue llevando peces y garzas, canoas y músicas”. Para el otro, simplemente: “Hemos sufrido los peores aguaceros de los últimos cuarenta años. Vivimos en un país con una geografía difícil, casi imposible. Los asentamientos en las laderas de las montañas y las riberas de los ríos no son nuevos. Ni van a desaparecer. Son parte de este país”. Ahí pueden escoger: la lírica ensoñadora o el cinismo de los hechos irremediables.

Para William, deberíamos recuperar la sabiduría de nuestros antepasados indígenas, que convivían en armónico idilio con la naturaleza, con la Pacha Mama, y por el mismo motivo ésta no los golpeaba. Para Gaviria, aunque no niegue que la corrupción o las malas decisiones en política ambiental agravan las emergencias, la tragedia que vive Colombia es una calamidad natural sin culpables: no es Gaia que se venga ni los dioses que nos mandan castigos bajo forma aguada. Esta polémica, y estas posiciones locales, reproducen una controversia planetaria: el cambio climático es un ciclo natural de la tierra, o una alteración brusca motivada por los daños ambientales provocados por el hombre.

Aquí valdría la pena, para terminar, que yo me pusiera mi máscara de ecuánime, propusiera una tercera vía intermedia entre las dos posiciones (ni tanta lírica ni tantos hechos, diría), y que usara la estrategia retórica del equilibrio irónico. No lo haré. Y no porque quiera disimular lo que cada uno es o pretende ser, sino porque otra persona ya lo hizo: Rodrigo Uprimny, en un artículo muy ponderado, sentó una posición más sensata: “Justicia ambiental e inundaciones” *. Léanlo. Terminado este artículo, y sin tiempo para hacer otro, me doy cuenta de que sobre el mismo tema, y con mejores palabras, ya había escrito, durante mis vacaciones, Mauricio García:
“Economía y poesía” ( http://ntc-documentos.blogspot.com/2010_12_28_archive.html ) . Lo recomiendo.
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* Justicia ambiental e inundaciones
Por: Rodrigo Uprimny

EL ESPECTADOR . Opinión 20 Dic 2010 - 9:58 pm http://www.elespectador.com/columna-241520-justicia-ambiental-e-inundaciones

ESTE INVIERNO DESBOCADO NO NOS afecta a todos por igual. Para algunos de nosotros representa una leve incomodidad.

Pero para millones de colombianos, que ya vivían en situaciones muy precarias de pobreza, las inundaciones han sido una tragedia, pues les arrebataron lo poco que tenían.

Las lluvias inclementes han tenido entonces un impacto social diferenciado, pues no han afectado por igual a ricos y pobres, por lo cual resulta fructífero analizar siempre estos desastres a la luz de la llamada “justicia ambiental”.

Esta visión se desarrolló en Estados Unidos, durante las luchas sociales de los años sesenta contra la pobreza y la discriminación racial, cuando los activistas y algunos estudiosos constataron que la degradación ambiental afectaba especialmente a los pobres y afros, quienes tenían poca incidencia en las decisiones políticas. A su vez, otros estudios mostraron que la contaminación derivaba especialmente de los patrones de consumo de las clases medias y altas.

Estas constataciones son la base de la justicia ambiental, cuya tesis básica es que el deterioro ambiental y los riesgos naturales no son neutros desde el punto de vista de la justicia social. Las dinámicas ambientales son injustas, pues los grupos pobres y discriminados son quienes más sufren por la contaminación o por las catástrofes, mientras que las clases medias y altas no sólo suelen ser las más contaminantes, sino que tienen mayor incidencia en las decisiones políticas y están más protegidas frente a los desastres. Por decirlo un poco panfletariamente, mientras que los pobres y discriminados son quienes más sufren por el deterioro ambiental y por las catástrofes, los ricos son quienes más contaminan y quienes terminan decidiendo sobre las políticas ambientales.
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La idea fundamental de la justicia ambiental es entonces que no basta lograr el desarrollo sostenible y prevenir los desastres naturales. Estos propósitos son obviamente trascendentales. Pero es igualmente indispensable, al momento de definir las políticas ambientales, incorporar criterios de equidad, a fin de que sean justamente distribuidos entre todos los beneficios de la sostenibilidad y de la mitigación de los riesgos naturales, así como las cargas para alcanzarlas. E igualmente es necesario establecer mecanismos de participación para que los potencialmente más afectados, esto es, los pobres y discriminados, tengan una voz poderosa en las decisiones ambientales.
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Esta tragedia invernal es tal vez la peor catástrofe natural que Colombia ha vivido. Aunque el número de víctimas fatales ha sido —afortunadamente— más bajo que en otros desastres, como el de Armero, el impacto global es terrible. Más de dos millones de personas, especialmente pobres, han sido gravemente afectadas.
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Algunos podrían argumentar que resulta excesivo echarle la culpa al consumismo de los ricos por las inundaciones. Y es cierto que el vínculo causal no es directo. Pero todo indica que el inusitado aumento de las lluvias deriva del cambio climático. En todo caso, incluso frente a catástrofes naturales imprevisibles, como un terremoto, la vulnerabilidad de los pobres suele ser mayor, pues las dinámicas sociales los llevan a habitar las zonas más riesgosas, incluso a veces con estímulo de los gobiernos locales. Por ejemplo, en Córdoba, es conocido que las zonas más inundables son las de la margen izquierda del río Sinú y ahí es donde los gobiernos locales han promovido las viviendas de los más pobres.
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Las crisis y las catástrofes son siempre dolorosas, pero pueden ser también oportunidades. Esta tragedia invernal debería entonces ser la oportunidad para revertir nuestra terrible injusticia ambiental e incluso para repensar ciertas estrategias económicas. ¿Podemos meternos en la locomotora minera sin pensar en su posible injusticia ambiental?
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*Director del Centro de Estudio “DeJuSticia” (http://www.dejusticia.org/) y profesor de la Universidad Nacional.
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LOS 5.000 TURPIALES SARGENTO DE alas rojas que llovieron sobre Arkansas, los 500 mirlos y estorninos de Louisiana, las 100 grajillas de Falköping en Suecia, las decenas de aves no identificadas de Kentucky, las decenas de pájaros pechiamarillos de Chihuahua, las 10.000 aves selváticas de Manitoba, las 8.000 palomas de Italia… ¿son un hecho corriente de muerte de bandadas en tiempos de invierno, excepcionalmente advertido y divulgado por los medios este año, o es el surgimiento de un fenómeno inesperado, inquietante y desconocido?

Y si a eso le añadimos los 100.000 peces tambor muertos en Arkansas, los millones de pececillos muertos de Maryland, los miles de peces muertos de la Florida, las cien toneladas de peces del Brasil, los cientos de pargos de Nueva Zelandia, y los 40.000 cangrejos de Gran Bretaña, todo en el lapso de menos de dos semanas… ¿estamos ante una serie de accidentes naturales provocados por el frío, como quieren unos, por los tornados, como quieren otros, por los fuegos de artificio del fin de año, como pretenden los demás?

Lo cierto es que algo está pasando, y en unos días más sabremos si se trata de una serie de acontecimientos casuales o un hecho trascendente de proporciones planetarias. Por lo pronto ha comenzado la avalancha de los rumores y las conjeturas. “Antes de que comenzaran a caer muertos se escuchó un fuerte sonido”, dijeron testigos en Beebe, Arkansas, después de la lluvia de turpiales, en la medianoche de fin de año. “Hubo decenas de pájaros muertos en mi patio hace varios días”, dijo una mujer de Kentucky, pero sólo se animó a contarlo cuando descubrió que estaba pasando en otros sitios. La lluvia de pájaros de Chihuahua había ocurrido el 22 de diciembre, pero sólo empezó a ser alarmante después de los episodios de comienzos de año.

Los organismos estatales se han apresurado a tranquilizar a la opinión pública con los argumentos menos tranquilizadores. Decir que las aves son nerviosas y que el stress puede llevarlas a la muerte exigiría que desde el Génesis estén cayendo bandadas de pájaros muertos por todas partes, y no parece que haya sido así. Acusar del hecho a los fuegos de artificio de Arkansas deja sin explicar casi todos los otros fenómenos. Hablar de tormentas y de tornados, de la contaminación, de las granizadas a gran altura, como la que en 1973 mató centenares de patos en Stuttgart, es ignorar culpablemente que muchos hechos se han reportado en el hemisferio sur, y que en este momento incluyen también peces y cangrejos.

Las 17 autopsias de pájaros realizadas en Arkansas delatan traumas severos y hemorragias internas, pero no hay manera de saber si esas anomalías fueron la causa de la caída o se debieron a ella. Los episodios previos también sirven sólo para el que quiere tranquilizar, y en México se han traído a cuento dos: la muerte de 25.000 aves migratorias en la presa De Silva, municipio de San Francisco del Rincón, en 1994, y la muerte de 12.800 aves en la presa del Coyote, no muy lejos de allí, en 2004.

Sobra decir que la película Los pájaros de Hitchcock ha vuelto a ser objeto de la curiosidad de los adictos a internet, y que presenciar sus escenas finales, con el antecedente de los hechos recientes, es de verdad impresionante. Pero la humanidad ama la intriga, y ayer no más hubo quien vinculara los episodios de muerte de pájaros a una supuesta trama conspirativa que incluye el desarrollo de un arma química norteamericana, la guerra de Afganistán, el asesinato hace cuatro días del consejero militar John Wheeler, y la liberación en la atmósfera de una sustancia llamada fosgeno.

Para mí es fundamental tener en cuenta que se habla hasta ahora de la muerte en vuelo de bandadas enteras. No hay evidencias de que los pajarillos aislados estén muriendo. Alguien habló de la posibilidad de que las bandadas estén extraviando su rumbo o perdiendo su capacidad de orientación, y colisionen a veces unas con otras, o se alejen por regiones no deseadas. Las palomas muertas en Italia tenían los picos azules y eso parece evidenciar que se extraviaron y remontaron la atmósfera hasta regiones donde les faltó el oxígeno.

Y una de las explicaciones más inquietantes tiene que ver con el cambio del polo magnético de la Tierra, que según unos se está desplazando y según otros se está invirtiendo. Cabe la posibilidad de que esa modificación esté influyendo en el extravío de las bandadas de pájaros y podría también explicar la muerte de los cardúmenes y los accidentes de los bancos de peces.

Hay quienes piensan que estamos en el preludio de las catástrofes anunciadas del 2012. Pero todo eso pertenece al terreno de la especulación. Lo único cierto es que en este asunto de la muerte de los pájaros no lo hemos oído todo. Y acaso lo más importante todavía no nos fue revelado.
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¿Una polémica?
Por:
William Ospina
El Espectador, 16 Ene 2011 - 1:00 am http://www.elespectador.com/impreso/columna-245064-una-polemica

EN NUESTRO PAÍS ESTAMOS TAN POco acostumbrados a dialogar, que a cualquier cosa la llamamos una polémica.

En los últimos días oigo decir que Alejandro Gaviria y yo estamos trenzados en una polémica, sólo porque un día hablé de los estragos del invierno y añadí, como vaga premonición, que a lo mejor Alejandro no estaría de acuerdo con mis opiniones. Dio la casualidad de que ese mismo día Alejandro escribió sobre el tema en el sentido que yo había previsto.

No hemos alcanzado a polemizar, sólo expresamos, por una sola vez, y sin insistencia, nuestro desacuerdo. Pero algunos amigos han terciado en el tema, y son ellos quienes verdaderamente intentan darle cierto sabor de polémica a lo que inicialmente no pretendía serlo. Lástima que, para que la polémica parezca real, hayan creído conveniente, y no todos, por supuesto, resumir nuestras posiciones, para lograr así que no sólo los argumentos sino sus emisores resultemos bien distintos y pintorescos. Héctor Abad, que es un gran escritor y un gran amigo, por ejemplo, ha decidido recurrir a la caricatura.

La verdad es que no hay todavía tal polémica. En una columna distinta hablé de la catástrofe de Armero y de la conveniencia en términos culturales de rendir un homenaje a las víctimas y también a la naturaleza en la que se cumplió esa tragedia. No sé por qué Héctor mezcla y confunde las dos columnas y decide que mi recomendación para enfrentar los desastres de la naturaleza consiste en ese homenaje que recomendé para conmemorar la tragedia de Armero.

Yo pienso que nada como el conocimiento del mundo en que vivimos nos ayudará a prever los desastres naturales y a responder adecuadamente a sus desafíos. Pretender que ese homenaje al que aludo es mi recomendación para enfrentar los problemas del invierno es reducir el argumento al absurdo.

Cuando hablé del complejo sistema de canales de los zenúes sólo afirmaba que ese pueblo tuvo un conocimiento técnico y desarrolló grandes soluciones hidráulicas, y que nuestra cultura nacional ni siquiera eso ha conseguido. Sé que es de mal gusto citarse, pero me veo obligado a hacerlo. Los zenúes, dije, “ya hace mil años sabían controlar el régimen de las inundaciones y aprovecharlo para convertir las tierras inundables en zonas de cultivo. Quinientas mil hectáreas de canales son testimonio de una extraordinaria civilización hidráulica que, sin ninguno de los recursos técnicos del mundo moderno, crearon ese prodigio de ingeniería que aún sobrevive, siquiera como vestigio de una cultura ejemplar…”.

Héctor convierte ese argumento en esto: “para William deberíamos recuperar la sabiduría de nuestros antepasados indígenas, que convivían en armónico idilio con la naturaleza, con la Pacha Mama, y por el mismo motivo ésta no los golpeaba”.

¿De dónde sacas, Héctor, ese armónico idilio con la naturaleza, esa Pacha Mama de la que yo no he hablado, y por qué decides que yo pienso que la naturaleza, como si fuera una dama llena de buena voluntad, por esa razón no los golpeaba? No les estás haciendo un favor a tus lectores simplificando mis argumentos. Y pensar que al comienzo dijiste que no nos caricaturizabas para simplificar nuestras ideas sino para que se entendiera más claramente el debate.

Pienso que rendir homenaje a la naturaleza no es sentarse a rezarle: es estudiarla, es conocerla, es respetarla, no depredarla, no contaminar, no arrasar los bosques, y también, por supuesto, reconocerla en nuestra literatura, en nuestra música, en nuestras artes. Pretender que mi receta para enfrentar el invierno se reduce a hacer un canto a las paredes de la cordillera y que la de Alejandro es resignarse a la furia de la naturaleza, acaba por reducir los argumentos y por convertir la supuesta polémica en una tontería.

En otro momento de mi texto dije que era conveniente: “pensar en la enorme necesidad de conocimiento aplicado que tienen estas tierras nuestras para convertir en prosperidad este tesoro de aguas inagotables…”. No sé por qué eso significa que mi lenguaje recurre a “las armas emotivas del sermón lírico y apela más a la emoción que a la razón”.

En este caso, y eso no disminuye para nada el afecto que siento por él, Héctor no es justo con mis argumentos, me traduce a su propio código y forma en los lectores una idea falsa de lo que dije. No creo haber dicho gran cosa, pero si alguien está interesado en saber lo que pienso, le aconsejaría que no crea en la versión de Héctor, y más bien lea mi columna.

Yo no voy a desconfiar de la inteligencia de los lectores. Ni he jugado, ni jugaré, a contarles cómo piensa él, pretendiendo que lo hago para que lo entiendan más claramente.
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Cuenta por cobrar
Por: Heriberto Fiorillo

El Tiempo .com 16 de Enero del 2011. http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/heribertofiorillo/cuenta-por-cobrar_8786672-4 Impreso 17 ene.

Agradecemos la “topación” y el envío a Germán Patiño quien nos la envió con la siguiente nota: “¿Por qué las universidades no pueden hacer depender su desarrollo académico del vínculo con la empresa privada? Esta pregunta genera un interesante debate. La columna de Fiorillo es un buen ejemplo de por qué aquello es perverso.”

¿Cuánto deben pagar las empresas explotadoras de carbón por el daño ambiental que dejan?

¿Qúe precio pagaremos por entregar nuestros recursos carboníferos y disfrutar de sus ganancias? La legislación del medio ambiente ha sido casi inexistente en Colombia frente a la urgencia de vender todo el carbón, antes de que el mundo postmoderno pierda su interés en él. La coexistencia ideal de explotación carbonífera y desarrollo turístico no nos ha resultado viable, a juzgar por el costo ecológico de las operaciones de la empresa Drummond tanto en el Cesar como en el Magdalena.

La Drummond está vendiendo sus negocios en Colombia. La multinacional estadounidense estaría pidiendo entre 8 y 10.000 millones de dólares por el total de sus activos, con claras intenciones de salir rápidamente de aquí.

¿Por qué irse ahora de un país que le ha entregado en concesión, sólo en el Cesar, un campo de 47.000 hectáreas de explotación, en tamaño una tercera parte de Bogotá, donde hay 1.700 millones de toneladas en reservas de carbón, algo que le aseguraría 60 años de incalculable enriquecimiento?

Cuatro firmas han manifestado interés en comprar, pero están evaluando el estado de todas sus operaciones, sobre todo el daño ambiental. Unos aseguran que supera la suma pretendida por la Drummond en la venta.

¿La vamos a dejar vender e irse así no más?

Me pregunto si el gobierno colombiano tiene una medida del daño causado por el polvillo mineral que las barcazas de la Drummond sueltan todos los días sobre el mar y las playas entre Ciénaga y Santa Marta y por las miles y miles de toneladas del mineral que, empujadas por las tormentas del invierno, arrojan al lecho marino, aniquilando en él todo vestigio de vida.

La Drummond saca anualmente miles y miles de millones de dólares en carbón colombiano de alta calidad. Las utilidades de la empresa son mejoradas por ventajas tributarias como la devolución del IVA y del impuesto a la renta. Está además exenta del pago del impuesto de industria y comercio y del impuesto predial sobre casi 20.000 hectáreas, a cambio de un 10 por ciento de regalías a boca de mina para nuestro país. Regalías que mal liquida, como lo comprueba una multa por 48 millones de dólares, pagada hace un par de años.

La Drummond suele incumplir sus protocolos de seguridad y de responsabilidad social en Colombia. Tres dirigentes de su sindicato fueron asesinados, hace seis años, en condiciones aún no esclarecidas. La empresa ha enfrentado tres huelgas por inseguridad industrial a causa de frecuentes accidentes, lesiones y enfermedades, estabilidad laboral y falta de inversión social en compensación por los daños infligidos a pobladores del área donde se asienta la mina o que viven a todo lo largo del corredor carbonífero. Se han registrado varios paros cívicos en protesta por la presencia de enfermedades pulmonares de obstrucción crónica, especialmente entre niños y ancianos. Ya el país sabe de Asotred (Asociación de Trabajadores Enfermos en la Drummond), que agremia desde el 2008 a 599 trabajadores afectados en su salud por las minas de esta entidad.

Es necesario, repetimos aquí, que el Gobierno Nacional abandone su actitud arrodillada frente a la oferta y el comportamiento de las multinacionales. Es necesario que les exija y les ayude a minimizar los perjuicios sociales y ambientales de sus operaciones. Es su deber defender los derechos de los ciudadanos, cuidar el patrimonio nacional y prever las consecuencias de las actividades que puedan impactar la vida diaria de sus comunidades.

La Constitución respalda también numerosas formas de participación ciudadana, para demandar información, explicación, justificación y legitimidad de los procesos y métodos utilizados en la explotación de nuestros recursos naturales.
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CONTINUARÁ ...