domingo, 29 de julio de 2007

Homenaje de la Universidad del Valle
MI "DOCTOR" QUERIDO

ENRIQUE BUENAVENTURA
Alfonso Bonilla Aragón
EL PAIS, Cali, Julio 22 de 1977.
Reproducido en GACETA (El País de Cali), “El País hace 30 años”, Julio 22 de 2007 , Pág. 17
Reprodujo y difunde: NTC … Nos Topamos Con … http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com, gaboruizar@hotmail.com . 29/07/2007
(Clic sobre las imágenes para ampliarlas. Clic en "atrás" en la barra para volver aquí)


Pie de foto: El rector de la Universidad del Valle, Alvaro Escobar Navia, entrega el título de 'Doctor Honoris Causa' a Enrique Buenaventura.

Comenzamos a ser originales. ¡Loado sea Dios! El título de 'Doctor Honoris Causa' había sido conferido, prescindiendo de salvables excepciones, con propósito distinto de destacar méritos insignes en el favorecido.

Forzado a hacerlo doctor, puesto que los estatutos no prevén otra distinción, bien hizo el rector de la Universidad del Valle, Dr. Alvaro Escobar Navia, al destacar de ese modo la obra de Enrique Buenaventura. Si cuando Enrique nació en muy dramáticas circunstancias frente a la 'Pila de Crespo', no hubiera existido el teatro, lo habría inventado. No he conocido apasionamiento visceral por un oficio como el de Enrique por la escena. Al abrir los ojos descorrió un telón, y solo lo cerrará cuando muera.

Pocos encontraron tanta dificultad. Huyó de Cali porque su ciudad sólo le ofrecía las esporádicas oportunidades de unas compañías teatrales que hasta nosotros llegaban a revivir dramones. En una época en que el teatro europeo comenzaba a vivir profundísima revolución y en España se tenía el pudor de acudir, por lo menos, a Lope, Tirso y Calderón, nuestras mayores audacias llegaban a Benavente y a Guimerá.

En Bogotá no era distinto el subdesarrollo. Agravado allí por la peste del teatro costumbrista, anzuelo que pican fácilmente las audiencias desavisadas. Entonces, muy cervantinamente resolvió aprender teatro con el pueblo que es el único y final maestro. Anduvo por Haití y el rito del budú lo bañó con su bocanada de misterios africanos. En Martinica se emborrachó con ron y predicó contra el colonialismo gabacho. En Trinidad danzó calypso con mulatas de senos saltarines. Pasó por Cayena con las narices tapadas y comenzó su gran aventura brasileña. Lo que Enrique sabe de expresión corporal y de representación no se lo dieron los libros sino el pueblo de Paraiba, de Natal, de Recife, y sobre todo de Bahía. En esta ciudad abscóndita, de piel profunda, se remontó navegando por la sangre inextricable, hasta la verdad de América. Entendió el drama de los aborígenes, de los negros, de los cuarterones y mestizos, de los portugueses frustrados, de los holandeses a quienes sólo quedó de antiguos poderíos su adicción a la ginebra y a las mórbidas ancas de las mulatas. Cuando llegó a Río de Janeiro era doctor en humanidades, pero en las del hombre, no en las de los doctores. Después Buenos Aires le enseñó la técnica del teatro. Creo que don Pedro de Mendoza al fundar a Santa María del Buen Ayre, destinó un lote para la Iglesia, otro para fuerte, e el de más allá para corral de teatro. El teatro de Buenos Aires no es una afición, sino una pasión. Y así salió Enrique Buenaventura para hacer lo que pudiera, y algo más por su país y por su pueblo.

Conozco sus logros innumerables. Es de los pocos colombianos conocidos en Europa: Botero, Obregón, Puyana, García Márquez. Sin embargo, algo se está debiendo a sí mismo: trascendencia. Lo veo sometido en demasiados localismos. Sumergido en quisicosas de plazuela. El teatro es política, como lo supieron los griegos, Shakespeare, Lope, Calderón, Moliere y todos los grandes. Pero la política acaba con el teatro, porque lo convierte en declamatorio. Además, con la política llegan los activistas que suelen ser sujetos sin ninguna actividad. Más allá de los grupillos mismos, está el pueblo y sobre todo la juventud que espera llegar al pueblo. Plausible que se haya representado la quinta o sexta versión de "A la diestra de Dios Padre". Pero Enrique Buenaventura nació para que con él naciera el teatro de Colombia. Así es, “mi doctor querido”.











miércoles, 18 de julio de 2007

ALFONSO LOPEZ MICHELSEN (1.913-2.007)

Adiós al ‘compañero jefe’
Intermedio. Por Jotamario Arbeláez
EL PAIS, Cali, Julio 17 de 2007 http://www.elpais.com.co/historico/jul172007/OPN/jotamario.html
Cuando muere un gran hombre, doctor López, todo aquel que tuvo oportunidad de tratarlo, corre a contar las historias que les fueron comunes. Y no ha sido usted la excepción. Fue un maestro en el arte de vivir, de gobernar, de opinar, de contradecir, de enseñar, de punzar, de conciliar y de disfrutar. De poner a pensar a un país que no está acostumbrado a pensar. Del que alguna vez explicó su violencia achacándola a que era un país mal tirado.
Siempre me acerqué a sus escritos en busca de aprender algo de su “venenete”, como llamaba a sus temibles retruécanos, ejercitado en el amplio y fecundo espacio que le concediera la vida para cuajar una obra vasta y valiosa, teniendo siempre en muy alta estima los valores eternos del arte y de la belleza.
Me meto, pues, en su discurrir, como la manera de manifestar mi júbilo por haber tenido una mínima participación. Hace 27 años recibí de sus manos un abultado cheque con el que se me premiaba un libro de poemas. El monto, desde luego, no salía de su bolsillo, sino de la Editorial Oveja Negra, por entonces prácticamente de García Márquez. Dijo usted en esa ocasión, con el donaire que lo caracterizaba, que “se premiaba una promesa”. Y promesa cumplida, no sólo porque no he abdicado de la poesía, ni he dejado de ganar premios, sino porque creo, con usted -que tiene el recibo de su casa prácticamente forrado en libros de poesía en sus idiomas originales-, que sólo ella es capaz de volver a traer esa luz que ha de ser de nuevo paz para el mundo.
Me monté en el carro de su segunda candidatura, que arrancó esa misma noche; lo acompañé con mi colega Elmo Valencia en sus giras, algunas veces rompiendo plaza. Debíamos apresurar la historia poniendo desde entonces el nadaísmo en el poder. No pudimos. Terminamos derrotados en el Hotel Hilton, la memorable noche electoral en que “no llegaron los votos de la Costa”.
En días anteriores, García Márquez había escrito una columna titulada ‘¿Quién le teme a López Michelsen?’, donde luego de describirlo con sus chaquetas inglesas y su universal cultura, terminaba diciendo que estaba preparado para ayudarlo “como el hombre providencial de la segunda oportunidad”. En sus memorias hablaría después de “su poder asombroso de crear situaciones históricas con una sola frase”. Como aquella reciente de que “ha sido una constante de la humanidad el desconocer la existencia del conflicto público para poder desconceptuar como malhechores a los contradictores”.
Los palos se vinieron contra el Monje Loco y contra mí, por apoyarlo a sabiendas de que era un político de raca mandaca, pero a García Márquez -que siempre fue más izquierdista y consecuente con sus ideas que nosotros-, nadie lo regañó.
Alfredo Rey, ese amigo común que vive en París, le propuso que me permitiera escribir una historia del MRL, su movimiento político paralelo en insolencia y combatividad con mi nadaísmo literario, y que titularía ‘Pasajeros de la revolución’. Tuvo usted la gentileza de hacerme pasar abordo y en su sala hacerme el despliegue de su inteligencia mordaz y de su memoria superlativa. Con la información acopiada me metí en un laberinto de datos del que no pude salir airoso. Al despedirme, le manifesté mi orgullo por haber pisado las impactantes bibliotecas de Álvaro Gómez, de Belisario Betancur y, ahora, la suya. “¿Y no ha estado en la de Turbay? -fueron sus palabras- Entonces no conoce lo que son bibliotecas”.
Supo mantenerse imperturbable, viendo cómo la historia pasaba. Y esperando -contra toda esperanza- que se sucediera el intercambio humanitario antes de partir. Pero partió usted con el sabor de ésta, su última derrota.

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CONTRAVÍA
YO TAMBIÉN CONOCÍ A LÓPEZ
Eduardo Escobar. eleonescobar@hotmail.com Columnista de EL TIEMPO.
EL TIEMPO Julio 17, 2007
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/eduardoescobar/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3642085.html
Un político con formación humanística y sensibilidad intelectual refinada.

Fue en casa de un médico homónimo suyo, del PC, en Cali, con los nadaístas. Adusto y maduro, empeñado en un proyecto de izquierda, vestía a la inglesa. Nosotros éramos unos muchachos desaliñados en plan de alterar el mundo con los instrumentos de la vanidad juvenil.
El anfitrión; Pedro Alcántara y Norman Mejía, premios nacionales recientes de pintura y dibujo; Elmo Valencia, recién venido de Cuba con un saludo de Allen Ginsgerg; Jotamario, Gonzalo Arango y yo, de veinte años, recién casados. Estaba sentado en el apoyo de una silla con displicencia, cruzado de brazos. Junto a él, un señor de guayabera reposaba en una poltrona en actitud imperial de pavo: era Jorge Zalamea, el de las escalinatas.
Nosotros no hablamos. Era imposible. No nos importó. Nos dedicamos a beber con indiferencia. López, en el filo del sillón, aguantaba el asedio de los reparos de Zalamea al MRL. Se defendía lacónico señalando las perspectivas de su movimiento y contando en cortas palabras sus dificultades, y los muertos que el establecimiento cobraba entre sus huestes de liberales disidentes y comunistas vergonzantes. Al fin se aburrió. Y se fue dejándonos como únicos adoradores del Gran Burundún.
Este llamó a su esposa. Le pidió el libro de la poesía ignorada y olvidada que acababa de ganar un premio en la Casa de las Américas de Cuba. Y no solo amenazó con leernos el mamotreto, sin consideración, sino que lo hizo, hasta cuando Elmo Valencia se quedó dormido abrumado por la salmodia y la travesía trasatlántica desde Praga y emitió un ronquido olímpico que nos hizo estallar a los demás en una carcajada unánime que ni ensayada. Zalamea trataba de ocultar en vano la insolencia elevando el tono del vozarrón de abad. Nosotros no podíamos parar. Su mujer salvó la situación quitando el legajo de las rodillas del esposo y devolviéndolo al maletín de diplomático.
Quedó un ambiente insufrible. Los nadaístas secándonos las lágrimas de la risa nos largamos. Mientras el anfitrión nos conducía a la puerta, disculpó nuestros espasmos con un guiño de complicidad. También estaba harto con la lectura.
Después Zalamea acusó a Gonzalo Arango de ser agente de la CIA, al terciar en el debate que suscitó entre los intelectuales de izquierda que hubiera negado a su nuera Marta Traba el premio del concurso de novela nadaísta. Gonzalo contestó la infamia con dos cartas de virulencia asesina que deberán figurar para siempre, cuando se hagan, en las antologías del panfleto en Colombia. Y canceló nuestras relaciones pacíficas con su Excelencia.
¿Zalamea nos impidió entendernos con López o salvó al MRL de nuestras vociferantes melenas? López representaba al rebelde en la obsoleta estructura política nacional. Nosotros, alzados contra la servidumbre de un arte anquilosado, acabábamos de pasar de la política a la estética. López, del papel del discreto novelista a las plazas. Gonzalo había publicado en el periódico La Calle, de él, unas memorias de presidiario. Y como él, declaró al cabo de la brega una incierta melancolía de no haber transformado este país de alma conservadora como queríamos. Además, muchos incautos militantes del MRL y del nadaísmo, que también tuvo ala izquierda, acometieron la aventura asesina de la lucha armada dejando los huesos inútiles regados en el camino de la infamia. Más tarde Elmo y Jotamario acompañaron a López en su búsqueda de la reelección. Aunque los confundía al citarlos en el bochinche de los mítines. Era comprensible en un admirador de Ronsard.
Lástima no haber conocido mejor a López. Con él desaparece el penúltimo -el otro es el benévolo maestro de Amagá- de los políticos colombianos con formación humanística y sensibilidad intelectual refinada, desgarrados entre las marrullas de la política y las ironías de la Belleza. Capaces de leer a Proust entre campañas, y a Cicerón en latín, y con la generosidad para gozar de la peor música tanto como de la buena. Pero así es la vida.

viernes, 6 de julio de 2007

JOSE SARAMAGO Y LAURA RESTREPO en Bogotá

JOSÉ SARAMAGO Y LAURA RESTREPO
EN BOGOTÁ el lunes 9 de Julio 2.007
Foto: En “Lecciones y Maestros” evento que organizaron la Universidad Internacional Menéndez Pelayo UIMP) y la Fundación Santillana. JUNIO 11 al 13 de 2.007.
http://www.uimp.es/institucional_prensa_notas.asp?orden=FechaNoticia%20desc&pg=1

José Saramago y Laura Restrepo, por Canal Capital, el lunes 9.
EL TIEMPO, Julio 6, 2.007
Elogio de la Lectura, el evento en el que participarán los escritores José Saramago y Laura Restrepo el próximo lunes (JULIO 9) , se transmitirá a través del Canal Capital, a las 7:30 p.m. Las boletas de entrada se agotaron desde el miércoles cuando se empezaron a repartir al público, de manera gratuita.

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Vuelve una luz que nadie vio
Se enciende otra vez la estrella Saramago
Por Ignacio Ramírez , ignacioramirez@cable.net.co , Director de Cronopios
Cronopios* Diario virtual para hombres y mujeres de palabra. Viernes 6 de julio de 2007
cronopios@cable.net.co


Carlos Fuentes, José Saramago y Juan Goytisolo en “Lecciones y Maestros” evento que organizaron la Universidad Internacional Menéndez Pelayo UIMP) y la Fundación Santillana. JUNIO 11 al 13 de 2.007.



Fue tan grande el interés de los colombianos por ver y escuchar al premio Nobel de Literatura José Saramago, durante su permanencia de 72 horas en Colombia en el año 2001, que "los árboles no dejaron ver el bosque": tras la aparente impasibilidad de su rostro y el vuelo de las palabras en sus manos, se esconde un niño que piensa en una estrella que le acompaña a donde quiera que va.

Parece que no le quedara bien a un marxista confeso hablar de una estrella de la infancia que de alguna manera se relaciona con la estrella de Belén, que guió a los reyes magos en el camino a la cuna de Jesús. A José Saramago, el escritor portugués, autor de numerosos libros de enorme éxito y repercusión mundial, le ocurre, con una pequeña diferencia: es, en efecto, un mago, pero de las palabras; la estrella es el vivo y permanente recuerdo de su infancia y la orientación para la búsqueda, no fue para el hallazgo del hijo de María y José, sino de otro polémico redentor de la humanidad: el libro.

En una maratón incontenible que persiguió sin tregua al autor del Evangelio según Jesucristo durante su rauda visita a Bogotá Hace ya seis años para presentar su novela La caverna, auditores y periodistas, críticos y curiosos sólo le prestaron atención al insistente izquierdista que alela a muchedumbres con el prodigio de su elocuencia, que por supuesto agita los temas actuales del neoliberalismo, la globalización, el consumismo, los supermercados, los códigos de metamorfosis naturales que se producen en el encuentro de milenios como el que ahora andamos, pero que también recalca la necesidad de acceder al mundo de los libros, "donde todo nos espera".

En Bogotá, en una súbita rendija de tiempo encontrado para hablar de la importancia del libro, Saramago hizo una hermosa evocación de su infancia y de los elementos y avatares en su destino de escritor. A eso ningún comentarista le prestó atención; y en esa indiferencia frente al otro yo de Saramago, parece que "los árboles no dejaron ver el bosque". Sólo la HJCK, el mundo en Bogotá, una emisora que lleva 50 años promoviendo la cultura, le dedicó un espacio breve en su edición especial de los domingos.

Con esa música de fado —mezcla de saudade con alegría— que identifica a la charla de los portugueses que hablan bien el español, José Saramago se mostró muy orgulloso de provenir del más agreste campo de su tierra lusitana: "de un pueblo de gente sencilla", dijo entonces, y recalcó el inmenso capital humano que mora en el espíritu de los campesinos, especialmente de aquellos que pasan la vida en los pueblos anónimos cuyos nombres casi nadie conoce y a veces ni figuran en los mapas.

Dedos en las llagas

"Todos analfabetos, pastores, elementales y buenos", según dijo levantando levemente las manos hasta tocarse con ellas la frente, en un ademán de aquellos que todos los seres humanos acostumbramos cuando sentimos que fluyen los recuerdos.

Habló entonces de los inmigrantes, los desplazados, esos seres acosados por la miseria o perseguidos por la indiferencia de los gobiernos, deslumbrados a veces por las luces de la ciudad, pero siempre vacíos de lugar, porque los campesinos son la misma tierra, en cualquier sitio del mundo. Sus campesinos portugueses. Nuestros desplazados campesinos colombianos.

"Mis padres se fueron a Lisboa, emigraron de la aldea a la capital. Y yo tuve, hasta la edad adulta, una relación muy fuerte, muy intensa, con el campo. Y por eso comprendo a la gente que se queda sin nada cuando por cualquier razón tiene que irse".

En Colombia, país de desplazados, de territorios evacuados para la "distensión" que se convierte en la tensión del desgobernado pueblo, esas palabras hubiesen podido calar más que sus disertaciones una y mil veces repetidas acerca de la globalización o de los otros fenómenos postmodernos que vendrán con su pan bajo el brazo, como ha ocurrido siempre en los vericuetos de la historia. Pero no. Nadie prestó atención al significado de semejantes dedos en las llagas.

Deberíamos recordar, por ejemplo, cuando en México, en 1998, año en el cual le concedieron el Nobel un vocero oficial mexicano le advirtió al novelista radicado en las "tierras" volcánicas de Lanzarote, España: «que se limite a hablar sobre cuestiones específicas de literatura.» Y agregó después: « se mantenga dentro de las leyes de México, tierra en la que responderá muchas preguntas, para que no tenga problemas". Aquí, en situación por lo menos similar, pero de todas formas más aguda por el fragor de la guerra, nadie tuvo en cuenta el poder político del personaje, de quien los medios simplemente destacaron su visualización de la aldea global que quisiera detener y cuyas claves y símbolos palpitantes en sus confesiones personales, al parecer nadie advierte.

El mecánico que se nobelizó

En Bogotá, Saramago —quien ya está a punto de regresar en una nueva visita para unirse a Bogotá Capital Mundial del Libro 2007— repitió aquella vez que los más fuertes y trascendentales recuerdos de su vida son los relacionados con el tiempo en que permaneció en la aldea. Y aunque es en apariencia un hombre citadino, la energía que proyecta cuando se refiere a ella es como si le produjera una instantánea transformación del alma. Ese hombre circunspecto, rígido, de muy seria apariencia, que acepta repetir conferencias, aburridas y fatigosas sesiones de firma de sus libros o enfrentarse a nubes de reporteros que siempre le preguntan lo mismo, de verdad se transfigura en un niño cuando habla, por ejemplo, del tiempo que vivió con sus abuelos en la campiña portuguesa y menciona su destino como algo que aún no comprende bien.

"Porque en mi casa no había ni siquiera un libro y porque además, como ya lo señalé, los habitantes de mi pueblo no sabían leer". Se siente afortunado de haber hecho la primaria y accedido al Liceo (el bachillerato), pero cuenta asimismo que nunca pudo asistir a la universidad, "por pura pobreza", porque los campesinos nunca tienen más que la comida que les da la tierra.

"Finalmente, me quedé con una preparación técnica, de mecánico". Y todo eso ocurría en la casa de sus padres, donde no había ni un libro y donde Saramago aprendió a leer prestando atención a las formas como las letras configuraban palabras en los escasos periódicos que llegaban al villorrio o preguntando en qué consistían los misterios de la lectura a las pocas personas que los conocían, así fuera de manera superficial.

"Así aprendí a leer como a los siete años. Y luego, cuando tenía 16, ya en la ciudad, descubrí las bibliotecas, que me inspiraron natural respeto y reverencia. Y en ellas me quedaba todo el día y hasta la hora de la noche en que estuvieran abiertas y me fuera permitido permanecer allí. Era habitual que no entendiera nada, pero no me importaba, porque sabía que estaba en un proceso que había de llevarme a desentrañar un enigma. Aunque no entendiera, me gustaba estar en ese continente prohibido. Me sentía un navegador por el océano del libro, donde todo era nuevo, donde se me provocaba la sed del conocimiento, que es una sed extraña porque aunque no se calma nunca, tampoco mortifica".

Los primeros libros que tuvo Saramago, entre 10 y 15, según recalca, "pude adquirirlos con dinero ajeno. Un amigo que me llevaba como veinte años, me lo prestó, viendo el afán que yo tenía por sentirme dueño de algún volumen, de algún título. Esa fue mi primera biblioteca, la mejor, la más querida. Hoy, que poseo tantos libros que compro, que me regalan y que me llegan, aquella biblioteca sigue siendo mi preferida. No me pregunten cuáles libros eran. Eran libros, es todo. En cambio, sí recuerdo cómo miraba casi con reverencia los catálogos que encontraba y cuyos títulos anunciados no podía adquirir. Y comenzaba entonces la aventura que yo ni siquiera sabía que estaba viviendo. Por eso ni siquiera ahora me explico cómo fue aquello de haberme hecho escritor cuando yo lo que quería era leer. Mi vida era ser mecánico todo el tiempo del día y en cada oportunidad, incluyendo el tiempo que debía al sueño, pasar las noches leyendo, levantarme y volver a leer. Nada extraordinario".

Monólogo de los de afuera

Ni los dos mil colombianos que se acomodaron la noche del jueves 22 de febrero del año 2001 en las butacas del teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, ni los mil que no pudieron entrar porque ya no cabían, pero que de todas maneras permanecieron todo el tiempo a las puertas del teatro, como si tuvieran la esperanza de ver y oír a través de los muros, se enteraron de las evocaciones que de la infancia y de los libros, del campo y la ciudad, los miserables desplazados y los civilizados ricos aquí les hemos relatado.

Allí, frente al teatro, ocurrió lo que siempre sucede en el corazón de las multitudes. La gente vociferó contra los administradores de la sala, que no sabían cómo multiplicar las sillas ni impedir que escribieran graffitis a veces ofensivos, a veces cómicos y a veces airados sobre los muros de los alrededores. Era una noche de fuerte aguacero bogotano, pero tampoco importó mucho a quienes no querían perder la ocasión de darle la mano, pedirle un autógrafo, escuchar o siquiera ver de lejos a la luminaria de la literatura. Sirvió, eso sí, para escuchar los más antagónicos conceptos acerca del arte de vivir de las palabras: "Saramago es un mago" dijo una muchacha con abrigo de piel, que aseguraba haber estado en Estocolmo la noche de la "coronación" del escritor. "Yo lo adoro porque habla muy bello", afirmó Guillermo Castellanos, un joven estilista que peina a las señoras bien del norte de Bogotá y que además tiene fama de ser un gran lector, "Yo en cambio lo detesto por mamerto" aseguró Stella Pinilla, estudiante de sicología de la Universidad Católica de Bogotá, "pero vine a verlo para analizarlo"; "A mí me da tristeza habérmelo perdido por llegar tan tarde" repetía una señora que llevaba en la mano un ejemplar de La caverna. Tenía la ilusión de al menos lograr que el escritor portugués se lo firmara a la salida, "mientras pasa este monólogo de los de afuera".

Adentro, Saramago tenía con la boca abierta a los afortunados que lograron entrar. Sus palabras les conmovían de tal manera, que mirar a sus rostros semejaba imágenes propias de los conciertos, cuando la gente tiene muchas ganas de aplaudir pero no puede porque no han llegado a su final y el protocolo impide interrumpir el éxtasis.

El discurso contra la globalización, la escenificación de la vida en los supermercados, el fuego fatuo visible por los lados del neoliberalismo y todas esas pequeñas cosas que en el empate de los milenios son la vida, eran el tema del Señor de Portugal. Con él, fulgía su estrella.

Señas de identidad

La literatura en lengua portuguesa -en sus diversas modalidades: portuguesa, brasileña y portuguesa africana- presenta hoy aspectos de inusitada novedad y propuestas muy válidas para la narrativa del siglo XXI. La riqueza y diversidad de ambientes reflejados en estas narrativas, junto con la plasticidad idiomática que se manifiesta en formas dialectales de especial riqueza, hacen de la literatura creada en lengua portuguesa una de las más sorprendentes y cargadas de novedad en el mundo actual.

La figura de José Saramago -nominado un año tras otro para el Premio Nobel de Literatura, y el escritor portugués de mayor proyección fuera de las fronteras de su país- es testimonio de esta creatividad idiomática, riqueza y variedad de temas que caracterizan a la narrativa portuguesa de hoy.

José Saramago nació en 1922 en una aldea de Ribetejo, en el Portugal profundo, en una familia de labradores y artesanos. Su carrera literaria se inicia en 1947. Trabajaba entonces como administrativo en una Caja de Pensiones. Había terminado en 1939 sus estudios medios y, por dificultades económicas, no pudo proseguir los universitarios, como nos lo cuenta en el reportaje de CRONOPIOS. Posteriormente trabajó como traductor, asesor editorial, corrector y periodista. Publica algunos libros que anticipan lo que va a ser su obra fundamental a partir de 1975. José Saramago, entonces ya notable periodista y militante conocido en el PC portugués, se quedó sin trabajo -paradójicamente con el triunfo de la Revolución o, por mejor decir, de la post-revolución. Fue entonces cuando se convirtió en escritor profesional.

La novela Manual de Pintura y Caligrafía (1977), obtiene un gran éxito de público y de crítica, pero es Levantado do Chao (Alzado del suelo) la obra en que revela Saramago su madurez estilística. Obra de denuncia social centrada en la represión salazarista contra los campesinos y los sindicatos agrarios, muestra la emergencia de un gran escritor y su constante compromiso con los oprimidos. Seguirán luego Memorial do Convento (1982), Io da morte de Ricardo Reis (1984), A Jangada de pedra(1986), fábula en la que el autor plantea sus dudas sobre la Unión Europea y propone una vinculación de la Península Ibérica a su área natural de integración : a África y América. Historia do cerco de Lisboa (1989) y Evangelio según Jesucristo, (1991), esta última rodeada de una escandalosa polémica, obtienen premios relevantes en todos los países donde fueron publicadas y revelan a Saramago como uno de los narradores más interesantes y comprometidos de la literatura europea actual.
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Ahora esperamos de nuevo al maestro Saramago, invitado esta vez con los programas de Bogotá capital mundial del libro 2007. Ayer, sus representantes editoriales aseguraron que en los primeros 30 minutos el público agotó las boletas de entrada para los actos previstos en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, en los cuales participará también la escritora colombiana Laura Restrepo. De todas maneras, se hará transmisión de televisión en directo y proyección en pantallas gigantes en varios puntos estratégicos de la capital. Esté pendiente de las noticias de Cronopios: una vez más la palabra es noticia.
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