lunes, 18 de marzo de 2019

El pasado en presente. Por: Piedad Bonnett . El Espectador, 17 Mar 2019 / NTC ... REGISTROS

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El pasado en presente  
Por: Piedad Bonnett  

El Espectador, 17 Mar 2019 
https://www.elespectador.com/opinion/el-pasado-en-presente-columna-845317


El presidente Duque, que al principio parecía tan comedido, se envalentonó a raíz del alza en las encuestas por su protagonismo en el conflicto venezolano, y, ya sin vergüenza, mostró su entraña uribista y su decisión de no deslindarse ni un ápice de lo que su amo y señor le dicta tras bambalinas. Ahora los colombianos podemos ver que lo que sólo parecían señales de conservadurismo no era otra cosa que pasos sistemáticos hacia la destrucción de lo logrado en el país en campos diversos.
Las decisiones de Iván Duque, ya vistas en conjunto, apuntan a un regreso a un pasado de discordia, restricción de libertades y amenazas a la paz. Todo comenzó a evidenciarse con la persecución a la dosis mínima y políticas punitivas que está ya probado que no funcionan, y tuvo un segundo tiempo en la propuesta de crear una “Red de participación cívica”, una resurrección de las antiguas redes de cooperantes, causantes en buena parte del nacimiento de los ejércitos paramilitares. Esto adobado con unas políticas de porte de armas que parecieran restrictivas pero que en verdad son excusa para armar a más civiles. Para que no queden dudas de su voluntad de retroceder en el tiempo, su gobierno ha resucitado también la idea de volver al glifosato, cuando la sabiduría indica que hay que abstenerse en caso de duda sobre algo tan serio como la salud humana; y ha reforzado la posibilidad del fracking, a sabiendas de que no se cumplirán, en un país donde nada se cumple, las recomendaciones para atenuar sus pésimos efectos sobre el medio ambiente y las comunidades. En relación con Venezuela, Duque ha sido imprudente e infantil, hasta el punto vergonzoso de hablar de similitudes con la caída del muro de Berlín, y ha mostrado una obsecuencia igualmente penosa con Estados Unidos y el personaje que allí gobierna. Y el último golpe, ya se sabe, es la herida que le acaba de asestar a la paz con las objeciones a la JEP.
Pero en su tarea el presidente no está solo. En su equipo, además de los desdibujados tecnócratas de ciertos ministerios, está la vacilante ministra de Justicia, que envió la carta por el peor correo de América y explicó que los padres de los adictos serán los que testimonien a su favor; un ministro de Defensa que habló de limitar la protesta y que jura que son inocentes los militares implicados en los falsos positivos, a pesar de las graves denuncias de HRW, y en vez de dejar que sea la justicia la que diga la última palabra; un ministro de Hacienda que cree que el salario mínimo “es ridículamente alto”; una ministra del Interior que abuchearon por negar la culpabilidad del Gobierno y del Congreso en el hundimiento de la mayoría de los proyectos de ley anticorrupción y una ministra de Cultura que opina que cultura y turismo son la misma cosa, y que habla solo con vaguedades y lugares comunes. Cuenta también con un director de Memoria Histórica que cree que no hay conflicto. Pero, sobre todo, con dos poderes detrás del trono: el de Néstor Humberto Martínez, en cruzada perpetua contra la paz, y el del Supremo, que incluso aboga ahora por las restricciones en la libertad de cátedra. Dos personajes que, como los gatos, siempre caen parados, a pesar de todas sus maturrangas. Habrá que saber enfrentar tanta derecha, mediocridad y perfidia.
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viernes, 15 de marzo de 2019

Se quitaron la tenue máscara. Por Julio César Londoño. El Espectador .com e impreso. Marzo 16, 2019.

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Se quitaron la tenue máscara
La JEP no se hizo en un día. El de la justicia fue el punto más discutido en La Habana. Les tomó dos años. La pelea entre Iván Márquez y Sergio Jaramillo fue a muerte. Las posiciones eran extremas. Ustedes tienen que entregar las armas e ir a la cárcel, decía Jaramillo. “Nos vamos, pero con unos cuantos generales, cacaos y expresidentes”, respondía Márquez. “Todos en la cama o todos en el suelo. Esto es una negociación, no una rendición”. Al final quedaron todos en la cama, o Justicia Restaurativa, como la llaman los juristas, porque no había suelo para tanta gente, para los miles de sujetos de ambos bandos que cometieron delitos de lesa humanidad, porque la guerra no se cocina con pecados veniales.  
         El 2 de octubre de 2016 venció el No y los triunfadores introdujeron decenas de ajustes. Quedó escrito, por ejemplo, que la JEP no juzgaría a los “terceros de buena fe” ni a los expresidentes, ni siquiera a los de comprobada mala fe.      
         Luego se escogieron, con altísimos estándares académicos, los magistrados de la JEP.
En diciembre de 2017 la Ley Estatutaria fue aprobada por el Congreso y pasó al estudio de la Corte Constitucional, que la declaró exequible el 17 de agosto de 2018. Al tiempo, el Congreso debatía la Ley de Procedimiento, la que legalizaría el funcionamiento de la JEP. Este debate fue larguísimo porque el asunto era complejo y porque la bancada del Centro Democrático se ausentó de la sala siete veces a la hora de las votaciones para romper el quorum.
         La noche del domingo 17 de junio de 2018 Duque pronunció su discurso de victoria: “Ni risas ni trizas”, dijo muy serio. Minutos después Paloma Valencia dijo muerta de la risa: “Una cosa es el Gobierno y otra cosa es el Centro Democrático”.
         Tenía razón la bella senadora: el lunes una coalición fuerte (Centro Democrático + Cambio Radical + los conservadores + los pastores) aplazó por enésima vez la votación para aprobar la Ley de Procedimiento: el Centro Democrático lo hizo para dejar en claro que la risa de Paloma iba en serio, y los demás, encabezados por un filipichín goloso, Rodrigo Lara, para exigirle al presidente saliente el raspao de la mermelada.
         Finalmente La Ley de Procedimiento fue aprobada por el peso del clamor nacional y la presión de varios tribunales del mundo.
El domingo pasado sucedió lo que todo el mundo esperaba, pero a una escala que nadie imaginó: ¡Duque salió con seis objeciones sobre cosas mil veces juzgadas, como demostró Juanita Goebertus *, con un maquillaje de “inconveniencia nacional” que no convenció a nadie!
A no ser que se considere conveniente el grotesco acto de expeler objeciones inconstitucionales, delictivas, incendiarias, mezquinas, carroñeras e históricas.
Van contra la constitución porque esas objeciones no son políticas ni sociales: solo buscan romper el sistema de contrapesos de nuestra frágil democracia. Son delictivas porque el Senado no puede volver a discutir esos seis puntos sin incurrir en prevaricato, como advirtió el procurador Carrillo. Son históricas porque pueden echar por el suelo el primer tribunal de guerra del mundo construido por consenso de las partes. Son mezquinas porque solo buscan volver a polarizar el país con miras a tener réditos en las elecciones de octubre. Son incendiarias porque pueden aumentar el número de las disidencias de la Farc con consecuencias macabras para la seguridad nacional. Y son carroñeras porque quieren revivir el cadáver de la Farc para seguir nutriendo su sed de guerra. Su sed de sangre.
Para resumir, las objeciones del presidente buscan incendiar nuevamente el país para quemar los expedientes de la última guerra y echar las chispas de la próxima.
Como dijo Sergio Jaramillo, Duque se quitó la máscara.
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