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FRANZEN CONTRA INTERNET
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TEXTO, MÁS ADELANTE
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Franzen
contra internet
Una lluvia
de críticas
cayó sobre Jonathan Franzen tras la publicación de
su ensayo en contra de la web. ¿Por
qué nos deben interesar sus reparos frente a internet?
ARCADIA. No. 101.
Febrero,
25, 2014
. Escaneó: NTC …
Santiago Wills * Bogota. *Escritor
Santiago Wills * Bogota. *Escritor
Dos semanas antes de la publicación de su más reciente
libro, The Kraus Project, Jonathan Franzen escribió un largo ensayo para The Guardian llamado "What's Wrong with the Modern
World?". En el texto, Franzen reprodujo apartes de las notas al pie de
página que acompañan su traducción de dos ensayos de Karl Kraus, un escritor y
periodista vienés de finales de siglo xix que era conocido entre sus
contemporáneos como el "Gran odiador".
Sirviéndose de argumentos del austríaco en contra de los medios de comunicación,
Franzen utilizó su ensayo para arremeter contra la futilidad de internet, las
diversas redes sociales, los e-books (comparó a Jeff Bezos, CEO de
Amazon y ahora dueño del Washington Post, con uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis),
los medios de comunicación, y el estado general de la cultura norteamericana.
Un par de horas más tarde, la web contraatacó.
Portales como Gawker, The Daily Beast, Slate, Vuíture, Salón, New Re- public,
New York Times, entre otros, publicaron una serie de respuestas que, en su
mayoría, criticaban directamente al autor. "[Franzen) profesa creer en la
igualdad, cuando en realidad es un elitista de la peor clase" escribió el
escritor irlandés David Gaughran; "El hecho es que Franzen se encuentra
en una categoría por sí solo, es una voz huraña declamando ex cathedra edictos
que solo se pueden aplicar a sí mismo", alegó la escritora estadounidense
Jennifer Weiner; "Disfrute su torre de marfil", le respondió Salman
Rushdie.
El odio es generalizado y los discursos en contra de
uno de los escritores norteamericano más celebrados de su generación son
numerosos y variados: Franzen no es más que un esnob, argumentan otros
autores, un escritor petulante que se mantiene alejado de la cultura digital
debido a presunciones anticuadas. Franzen se rehusa a participar de la conversación
democrática que ofrece la web simplemente porque se siente superior a sus
lectores. Es un escritor de bestsellers elitista —esa cada vezmás rara
especie- que se cree mejor que los autores cuya única opción es recurrir a
blogs y a Twitter para promocionar sus escritos. Es un heredero del ludismo,
concluyen, una persona que aún no ha entendido las maravillosas bondades que
ofrece la tecnología de nuestro siglo.
Franzen se ha mantenido en silencio. Es una lección
ya aprendida luego de numerosos desencuentros con los medios de comunicación.
Su pobre relación con ellos empezó a deteriorarse en 2001, cuando Oprah Winfrey,
la reconocida presentadora y empresario estadounidense, seleccionó la novela
Las correcciones de Franzen para su Club de Libros. Oprah invitó al autor
a su programa y Franzen aceptó -ser parte del club implica un inmediato y
considerable aumento en ventas— mas no sin antes confesar a la prensa que se
sentía incómodo con la elección de la presentadora.
"El problema en este caso son algunas de las
selecciones de Oprah -dijo Franzen en una entrevista-. Ha elegido algunos
buenos libros, pero también ha escogido muchos libros unidimensionales y
cursis, tanto así que (su elección de Las correcciones] me da
escalofríos, a pesar de que pienso que ella es una persona muy inteligente y
que está luchando por una buena causa".
Pocos días después, Oprah rescindió la invitación a
Franzen, y optó por elegir un nuevo libro para su club de lectura. Desde ese
momento, los medios televisivos y digitales empezaron a caracterizar al autor
de Las correcciones como el típico esnob que observa el mundo por
encima de un libro, ese mismo que solo lee el New Yot
ker, Harper's, y de vez en
cuando el New York Times. En pocas palabras, un intelectual de la Costa
Este que cree que la mayoría de estadounidenses son ignorantes sin remedio.
Semejante imagen se vio reforzada por el ensayo en
The Guardian. Franzen es un hipócrita y un prepotente, afirman sus
detractores, una celebridad literaria de 53 años quien denigra a las
multitudes que han descubierto en internet un medio para comunicarse, innovar
y discutir todo aquello sobre lo que antaño solo unos pocos podían discutir.
Según la mayoría de medios de comunicación, no es más que un cascarrabias, un
privilegiado que se rehusa a aceptar la tecnología y el progreso.
A partir de esa imagen, hoy en día los medios
concluyen que sus críticas carecen de validez. Su ensayo en The Guardian
no es más que una diatriba irrelevante, afirman, y The Kraus Project, su más reciente libro, un intento fallido de
resucitar a Karl Kraus, el "Gran odiador", otro insufrible
escritor elitista a quien seguramente Franzen se parece.
Tal análisis, por supuesto, es equivocado. Además de
que consiste en ataques ad hominem que dejan
de lado el contenido del libro y del ensayo, ignora k) dicho por Franzen en el
resto de su obra. Esta última revela que más allá de las críticas un tanto
trilladas en contra de las redes sociales y de la actual pobreza de la cultura,
se esconde una preocupación fundamental por la suerte del individuo, y
específicamente de los escritores, en la era digital. La ansiedad de Franzen
frente a internet no se limita a la pérdida de tiempo y de profundidad que su
ubicuidad, a todas luces, parece conllevar. Más bien, se remonta a una obsesión
por la individualidad y la identidad personal frente a un mundo cada vez más
homogéneo.
Actualmente, Franzen representa una corriente que
se contrapone a quienes aceptan sin más las supuestas bondades sociales,
artísticas y culturales que nos ha brindado la era digital. Al igual que Kraus,
Franzen cree que el progreso tecnológico, si es que se puede llamar progreso,
no debe equipararse con progreso intelectual y espiritual (una máxima que
parece estar implícita no solo detrás de todo argumento a favor de las redes
sociales e internet, sino también detrás de todo comercial de Apple y sus
competidores).
Las raíces del problema de Franzen con la tecnología
anteceden la preponderancia de la web. En "Perchance to Dream", un
ensayo publicado en Harper's en 1996, Franzen sienta las bases de lo que
conformará el trasfondo de sus críticas en The Kraus Project. En un
texto en gran parte autobiográfico, Franzen analiza el estado de la novela
estadounidense contemporánea, al tiempo que expresa su angustia por formar
parte de ese grupo "socialmente aislado'* que está conformado por lectores
serios, cuyo principal diálogo en sus vidas tiene lugar con los autores de los
libros que leen.
Teniendo en cuenta esa clase de lector, su público
ideal, Franzen postula una dicotomía para el escritor contemporáneo: la novela
como una obligación social, como una respuesta consciente ante la situación
cultural y económica del tiempo en que vive su autor; y la novela como un acto
estético, como el libre desarrollo de personajes e historias que de alguna u
otra manera son importantes para el escritor. Hacia el final del ensayo, como
es de esperarse, concluye que tal dicotomía es inexistente (Las
correcciones será el fruto de esa conclusión), y cita como confirmación una
carta que recibió del escritor Don DeLillo, a quien, "desesperado",
le había escrito para preguntarle acerca del tema: "Escribir es una forma
de libertad personal. Nos libera de la identidad de masas que observamos que
está creciendo a nuestro alrededor. Al final, los escritores escribirán no para
convertirse en héroes rebeldes de una cultura subterránea, sino principalmente
para salvarse a si mismos, para sobrevivir como individuos".
DeLillo cierra con la siguiente posdata: "Si
la lectura seria se reduce a virtualmente nada, esto probablemente quiere decir
que aquello sobre lo que hablamos cuando usamos la palabra identidad' ha
llegado a su fin".
La clave de la preocupación de Fraii7.cn yace
en esa última frase de DeLillo y en una sentencia relacionada de Karl Kraus:
"¡Créanme, ustedes, personas que aman el color, en las culturas en las que
todo zopenco tiene individualidad, la individualidad se convierte en materia
de zopencos!". Para Franzen, la misma crítica aplica en nuestro tiempo
para quienes han adoptado sin reservas la cultura digital, para quienes dan una
importancia indebida a las redes sociales y a la web sin tener en cuenta lo que
semejante apoyo significa para el destino del individuo y, por extensión, de la
literatura: "Confieso sentir una versión similar de decepción (a la que
sintió Kraus) cuando Salman Rushdie, un novelista, quien creo que debería haber
sabido mejor, sucumbe ante Twitter. O cuando una revista políticamente
comprometida que respeto, n+1, acusa a las revistas impresas
de ser terminantemente 'masculinas”, celebra a internet como 'femenino', y de
alguna manera olvida mencionar como este contribuye a la acelerada
pauperización de los escritores freelance. O cuando buenos profesores de izquierda que en
algún momento resistieron la alienación —que criticaron el capitalismo por su
incesante asalto a toda tradición y comunidad que estuviera en su camino- empiezan
a llamar "revolucionario" a un internet movido por corporaciones, y
felizmente adoptan computadores Apple y no paran de hablar sobre sus
virtudes".
Sus quejas aluden a lo que sería una nueva clase de
pseudo- intelectualidad. Franzen se opone
a una clase intelectual que se empecina en solo recalcar las ventajas de la era
digital, dejando de lado todo aquello que se ha perdido en las últimas
décadas. Se resiste, en últimas, a aceptar que el hecho de tener un espacio
abierto a todos es equivalente a tener
un espacio intelectual y espiritualmente más rico al que existía en un espacio
moderado por críticos y gatekeepers. "Muchos buenos escritores se
han mostrado preocupados, sobre todo en privado, por el hecho de no poder
interesarse por Facebook o Twitter", escribe Franzen en The Kraus
Projcct. "Creo que lo que esto significa es que tienen
personalidad".
La igualdad en la web no es más que un espejismo.
Mil millones de biografías en Facebook no implican mil millones de biografías.
Revoluciones políticas y sociales triunfaron siglos antes de que Twitter se
convirtiera en el espacio predilecto para discutir la moda. Los blogs no son
la salvación de todos esos grandes escritores que han sido ignorados por las
casas editoriales. La democratización no es más que un eufemismo para
disfrazar la creciente homogeneidad que acompaña la preeminencia de los medios
de comunicación masivos. Es, en definitiva, la encarnación de la creciente
identidad de masas acerca de la cual DeLillo advertía en su carta.
Ahora bien, si la escritura es la lucha contra esa masificación, los escritores,
más que nadie, deberían ser los primeros en evitar "sucumbir" a esos
medios. De ahí las quejas contra Salman Rushdie y contra aquellos que buscan
calificar a internet como el jardín perfecto para la floración de la
individualidad y la lucha contra la discriminación. Para Franzen y otros
escritores que él considera serios, la realidad es todo lo contrario.
"Todo en la cultura objeta en contra de la novela", afirma Don
DeLillo en una entrevista con el París Re view. "Por esto es que
necesitamos al escritor en la oposición, al novelista que escribe contra el poder,
que escribe contra las corporaciones o el Estado o el aparato completo de
asimilación".
Los novelistas deberían denunciar esto, no pregonar
o participar de una democratización aparente, sobre todo teniendo en cuenta
que la web es una distracción más que compite con los productos de su labor.
(Las mal llamadas "tuit novelas" son un adefesio creado por mal
llamados lectores). A final de cuentas, el escritor debe estar en la
oposición, como afirma DeLillo, incluso si esto le vale el título de esnob.
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