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http://ntcblog.blogspot.com , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia
y
"Las Plagas Secretas" (cuentos),
ambos de Juan Manuel Roca .
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Se presentaron, el 27 de Julio, 2013,
por los poetas peruanos Giovanna Pollarolo y Enrique Sánchez Hernani,
en la 18 Feria Internacional del Libro de Lima * (FILL)
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por los poetas peruanos Giovanna Pollarolo y Enrique Sánchez Hernani,
en la 18 Feria Internacional del Libro de Lima * (FILL)
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En la mesa: Enrique Sánchez Hernani, Juan Manuel Roca y Giovanna Pollarolo.
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Agradecemos las fotos a Alexander E. Bravo García . Coordinador de Prensa e Imagen . Cámara Peruana del Libro . Lima imagen@cpl.org.pe . www.cpl.org.pe . www.fillima.com.pe
Y la colaboración de Jaidith Soto Caraballo , Directora Ejecutiva, Kimochi Gestión Cultural. Coordinadora de Exposiciones en la FIL Lima 2013, jaidiths@yahoo.com
TEXTOS PRESENTADOS Y LEÍDOS
El placer de leer: dos libros
de Juan Manuel Roca en la FIL de Lima
Por Giovanna Pollarolo ( 1 )
Me
mandaron dos libros de Juan Manuel Roca el día anterior a mi viaje a Buenos
Aires. Uno sobre poesía colombiana; el otro, Las plagas secretas, un conjunto de cuentos. Los metí en mi mochila
y partí.
Empecé
con Galería de espejos. Una mirada a la
poesía colombiana del siglo XX, porque su título anunciaba un contenido más
teórico, de estudio. O sea, más aburrido. No fue así. Galería y luego Las plagas
secretas fueron mis compañeros en el avión y en las largas esperas en los
aeropuertos. No las sentí largas ni ruidosas ni agobiantes. No me di
cuenta del tiempo, de los vaivenes del avión, del calor ni del frío gracias al
placer que me produjo la lectura de ambos libros.
Comenzaré
con Galería, un libro que merece
elogios por más de una razón y eso es lo haré: elogiarlo. Y diré por qué.
Juan
Manuel Roca anuncia que quiere “hablar de la poesía colombiana” y el verbo
usado es preciso: hablar. No va a hacer una antología; no se va a erigir como
un juez que celebra a unos y condena al silencio o ataca a otros. Va hablar, va a buscar en “los pajares de la
historia” a poetas y poemas que a su juicio; y sí lo dice con claridad “que a
mi juicio…son emblemáticos de nuestra historia” (9). Y esta decisión de
“hablar” y no “antologar” merece mis más sinceros elogios. Y es que usualmente
las antologías se limitan a seleccionar y a excluir autores; y una vez hecha la selección proceden a
incluir poemas representativos en una extensión que varía según la importancia:
muchas páginas a los realmente importantes, la mitad a los un poco menos
importantes y así hasta llegar, tal vez, a la media página: dos poetas por
página.
El
libro que nos entrega Roca está lejos de ese espíritu catalogador, sea de
inventario que incluye a todos o de juez que premia con la inclusión o condena
excluyendo; como si de lo único de que se tratara fuera de un concurso en el
que unos ganan y otros pierden. Pero ocurre que la poesía, los poetas, los
poemas, no nacen en el aire, fuera de la vida, ajena. Los poemas y los poetas,
aunque no quieran, hablan de su época, hablan con el pasado y con el futuro de
distintas maneras, tienden redes,
preguntan y responden. Y Roca indaga en esas redes, en esos vínculos que
ya sea por rechazo o por identificación, las generaciones descartan o emulan,
admiran o cuestionan. Y acá están esas
historias que Roca desvela, “piezas que
se juntan”, nos dice; redes, he dicho yo; y estamos hablando: “para armar un
mural que se irá configurando a través de miradas grupales y semblanzas de
algunos poetas, de anécdotas y fragmentos de ensayos, de opiniones propias y
ajenas y, por supuesto, de una serie de poemas que irán encabalgados al tiempo
de aparición” (9).
El
mural que quiere construir Roca es el de la que llama “Poesía moderna” que a su
juicio, y el consenso existe, se inicia en el siglo XIX con Rafael Pombo y José Asunción Silva.
Cada etapa, cada grupo de poetas que surge a lo largo del siglo XX es referido
por Roca desde una perspectiva histórica, social, estética y en referencia a su
relación con el pasado. Pero no se crea, y esta es otra razón para celebrar
este libro, que estamos ante una información enciclopédica o escolar, con
subtítulos para cada tema y que al final uno no cómo relacionarlos. No. En este
libro, los procesos son narrados desde una voz conversacional que entabla con
el lector un diálogo ameno pleno de anécdotas, datos biográficos, reflexiones, información que relaciona a unos
poetas con otros y todo ello acompañado con poemas que Roca ha seleccionado
cuidadosamente y cuya lectura va guiando con breves comentarios, --escritos
desde su propia poética, su manera personal de concebir la poesía—que nos
ayudan a conocer y a entender mejor y a la vez
nos permite un acercamiento directo al poeta referido.
Asimismo,
expone con transparencia y claridad sus juicios que van mucho más allá de “el
mejor”, “el gran”, o “poeta menor”, “irregular”; en fin, los típicos adjetivos
con los que la crítica suele encasillar a los autores. Roca aborda la obra,
analiza, compara, contextualiza, expone, juzga, corrige sus propios juicios, se
involucra como el protagonista que es de la poesía contemporánea sin pretender
ser “objetivo”; pero esforzándose también para hablar más allá de sus pasiones,
en calidad de testigo.
Por
ejemplo, cuando se refiere a José Asunción Silva, enuncia sus reparos y nos
enseña a encontrar las virtudes de una poesía que hoy nos puede sonar
“grandilocuente”; cuando habla de Álvaro Mutis se rectifica con honestidad: “Durante
un tiempo, tiempo de juvenil radicalismo, me molestó una estancia de su poesía,
aquella que al unísono con esta herida que es su visión del mundo, sacralizaba
a los reyes, festejaba una dinastía de monarcas…Ahora creo, a lo mejor, que eso
fue un mal chiste suyo hecho a espaldas de Maqroll el Gaviero” (157); o, cuando
se refiere a poetas que son sus contemporáneos, o coetáneos y las diferencias
son, han sido, evidentes hasta la confrontación, no las calla pero tampoco
silencia a sus “enemigos” ni los agrede. El “Retrato del grupo del nadaísmo” (33-38)
muestra la claridad de los juicios, el
relato de anécdotas, las opiniones expresadas con transparencia, la manera como
se involucra como testigo y protagonista.
Testigo
de parte, diríamos, lugar desde donde analiza, destaca errores y virtudes,
elabora conclusiones desde una mirada personal y “un sano eclecticismo”, traza
un panorama tan completo “moviéndose entre el ensayo y la historia” que, me
atrevo a decir, va más allá de dar
cuenta de la historia de la poesía del siglo XX. A través del mural que
construye Roca, entendemos mejor la historia de su país, Colombia, y también,
en cierto modo, nos permite entender la nuestra. Cuánta falta nos hace una aproximación a
nuestra poesía con ese espíritu ameno, conversacional, desjerarquizado y
generoso.
“Mi
deseo es que este libro, que encierra múltiples y diversas reflexiones sobre la
poesía, recordando que ni ella ni la historia tienen por qué ser aburridas,
pueda ser leído por amantes del tema y, muy fundamentalmente, por profesores y
estudiantes críticos y exigentes” (15), escribe Roca en el prólogo, y debo
decir, sin ninguna duda, que su deseo ha sido cumplido con creces.
Sobre
Las plagas secretas, diré que es un
bellísimo libro que reúne un conjunto de catorce cuentos cuyas historias
hablan, como la poesía, de asuntos que no están en la superficie. Son grandes
metáforas de diversos temas relacionados
con la creación, el lenguaje, la violencia, el exilio y plenos de referencias
intertextuales e históricas. El que le
da título al conjunto, por ejemplo, es una carta del narrador a Juan Rulfo,
escrita “en cualquier esquina de Comala” donde las balas “llevan más de un siglo sobrevolando”. Y
Comala es Colombia y es el Perú y es América Latina. Y el narrador le pide a
Rulfo ¿o será a Juan Preciado? “Ojalá pueda usted, que sabe de embrujos y
trasmundos, leer estas líneas” (56). Las palabras escritas no llegarán, parece,
porque una escuadra de hormigas las transporta como granos de azúcar o de trigo
“hasta las hojas foliadas de un cuaderno donde me inician un prontuario”,
advierte el narrador, para señalar que las palabras muchas veces llevan al
engaño cuando son manipuladas y puestas al servicio del engaño y la mentira. La
escritura de Juan Manuel Roca nos invita a aprender a leer más allá de la
superficie, a aprender a preguntar, a cuestionar a las hormigas que las llevan
y traen, a ser otra vez dueños de la palabra.
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PALABRAS
CELEBRATORIAS PARA UNA GALERÍA DE ESPEJOS
Por Enrique Sánchez Hernani ( 1 )
Hace poco más de veinte
años, junto a otros poetas peruanos, fui invitado a participar en el I Festival
Internacional de Poesía de Bogotá. A mi arribo por primera vez a Colombia, las
sorpresas fueron múltiples. Hasta entonces había tenido un fugaz pero
prometedor romance con la poesía colombiana.
En 1977 mi amigo Carlos
López de Gregori, me envió una antología de tapas oscuras, preparada por
Fernando Garavito, llamada “Diez poetas colombianos”. Uno de los antologados
era un poeta que me llamó la atención, un tal Juan Manuel Roca. Por esos mismos
años, en Lima, pude conseguir poemarios de Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez y
de un misterioso poeta que se hacía llamar X-504.
Tiempo después, en 1987,
en un viaje a La Habana, entre otros libros de poesía, adquirí uno de la
Colección La Honda de Casa de las Américas, llamado “País Secreto”, también del
poeta Roca, que movió más mi interés. Allí, el poeta hablaba de “mujeres diestras
en cosas siniestras,/ que pasan el días en estaciones ferroviarias”, de
“fantasmas que galopan en caballos blancos”, de “ladrones nocturnos/ que
descienden por los techos del alba”, de una “extraña mujer con voz de agua” y
otros seres abisales. Confieso que, entonces, a la distancia, le tomé afecto.
Por esos cuando viajé
por primera vez a Bogotá, uno de mis mayores intereses era conocer a Roca, cosa
que felizmente pude hacer cuando el poeta nos recibió en su casa, rodeado de
otros poetas, de tacitas de tintico, copitas de aguardiente, muchachas que se
exhibían como flores, un aire que se estremecía y la luz inolvidable de la
tarde. El poeta Roca, con apostólica amabilidad, departía con todos, sentado en
una grave poltrona que podía ser perfectamente un trono pontificio.
Después lo vi en
Medellín, cuando acudí a participar en el célebre Festival Internacional de
Poesía, y luego en nuestrra capital, cuando vino a un evento preparado en la
Universidad de Lima y me tocó el honor de presentarlo junto al poeta mexicano
Alejandro Aura, al argentino Juan Gelman y al peruano Francisco Bendezú.
En todo ese tiempo, en
mis lecturas de días lluviosos como estos, o en los alumbrados por el sol del
verano, he podido reconocer que la poesía de Juan Manuel Roca es una de las más
gravitantes de América Latina. Guardo con afecto su edición de 1991 de “Luna de
Ciegos”, que me dedicara en Bogotá, una antología de los libros que había
publicado hasta entonces, donde su poesía reverbera sobre la implacable
superficie del lenguaje, con imágenes fulgentes y cuyo estremecimiento nos
lleva de la mano a paraísos inexplorados y amables.
Por eso, es para mí un
nuevo honor poder presentarlo a ustedes esta tarde. Juan Manuel Roca, como
quizá ya conocen, nació en Medellín y es un poeta a tiempo completo y a libro
batiente. Ha dado a conocer, entre libros individuales y antologías de su obra
poética, una treintena de volúmenes de poesía, uno de los últimos su “Biblia de
Pobres”, que ganó el IX Premio Casa de América de Poesía Americana. También ha
publicado narrativa y ensayo, además de haberse desempeñado como periodista
cultural cuando dirigió con ecuménica eficacia el suplemento “Magazín
Dominical” del diario “El Espectador”. Tiene una larga lista de reconocimientos
académicos y literarios, y sus amigos son una legión que desambula feliz por el
mundo.
Como Roca no solo es un
poeta de enorme valor sino un generoso difusor de la obra de sus colegas, ahora
nos ofrece un libro precioso: “Galería de Espejos”. Una mirada a la poesía
colombiana del siglo XX en la poesía de Colombia, donde se repasa la obra de
cada uno de ellos y los aspectos biográficos que nos facilitan su
entendimiento.
El estilo de la prosa
con la que ha sido escrito es ejemplar; es distante del lenguaje ampuloso y
recargado de los académicos, y más bien respira pasión y un fervor genuino por
la poesía, dándonos claves para resolver los enigmas en los que descansa el
lírico trabajo de las musas.
En este libro está todo
el altar mayor de la poesía colombiana. Figuran, por ejemplo, José Asunción
Silva, el fundador de la moderna poesía de Colombia, cuya casa en La Candelaria
acoge a los poetas de todo el mundo. Está el antioqueño Porfirio Barba Jacob,
poeta de enorme vitalidad y exotismo, que murió desterrado en México. También
Luis Carlos López, a quien en la tertulia amical apodaban “El tuerto” a causa
de su bizquera y que hizo de su poesía un ejercicio irónico de la burla social.
Aparece León de Greiff,
a caballo entre el romanticismo y cierta herencia modernista, con sus poemas de
enorme sentido musical. También Luis Vidales, poeta marxista y tío materno de
Roca, lleno de humor y de vida, y amigo de Pablo Neruda, a quien conoció en su
exilio chileno. Está luego Aurelio Arturo, que con su único pero intenso libro
“Morada al Sur” se insertó en el canon poético de su patria. También figura
Fernando Charry Lara, que entendía la poesía como un puente tendido entre el
sueño y la vigilia.
Viene así mismo Héctor
Rojas Herazo, un lírico cuya poesía era un ejercicio de vitalismo. Después está
Álvaro Mutis, que también es novelista y padre de esa numinosa criatura llamada
Maqroll el Gaviero. También está Jorge Gaitán Durán, “sensorial y vigilante”,
como le llama Roca, muerto prematuramente en un accidente aéreo. Y así
podríamos seguir nombrando a todas las luces del parnaso colombiano, a las
estrellas ordenadas y a los luceros díscolos, como los nadaístas Jaime
Jaramillo Escobar y Jotamario Arbeláez, o Raúl Gómez Jattin, arropado en los
brazos de la demencia y una radical marginalidad. La lista es larga: Giovanni
Quessepp, Raúl Henao, Jaime García Maffla, María Mercedes Carranza, los
Jaramillo (Darío y Samuel), Omar Ortiz o Rómulo Bustos, entre muchos más.
Por suerte, y debido a
las generosas invitaciones que he tenido para viajar distintas veces a
Colombia, he conocido personalmente a muchos de los nombrados y con algunos tengo,
incluso, grata amistad. Por esa cercanía soy uno de los persuadidos de la
necesidad de leer a profundidad la poesía colombiana, que es un gozo que nadie
debería prohibirse. Este estudio de Roca es un excelente abrebocas a ese festín
y actúa con un conocimiento extenso en la materia.
No me explayo más. Solo
deseo reiterarle la bienvenida a Lima al poeta Roca. Que venga muchas veces en
el futuro, que nos traiga su poesía, la de sus congéneres, su cordial amistad,
que aquí le estaremos esperando para avivar las candelas sagradas de la palabra
e iniciar una misa personal donde rogaremos por todas las almas de la poesía.
Lima, julio de 2013
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