jueves, 11 de agosto de 2011

Santiago Arcos, millonario y comunista. Por Carlos Vidales. París, Agosto 11, 2011

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Santiago Arcos,

millonario y comunista

Carlos Vidales *

París, 11 de agosto de 2011

Un día de 1840, en la Academia de Ciencias Morales de París, el joven Pedro José Proudhon leyó un ensayo político que contenía frases quemantes contra los privilegios y las injusticias sociales. Una de esas frases se repetía, en diferentes tonos, a lo largo del discurso: "La propiedad es el robo".

Entre los asistentes, fascinado por la detonante oratoria de Proudhon, se encontraba un adolescente chileno de 18 años de edad. Era el hijo menor de un es­pañol liberal que había luchado por la independencia de Chile, y que se había hecho millonario gracias a ella. Don Antonio Arcos era un capitalista avaro, pero su hijo menor, chileno por naci­miento, se pasaba los días y las noches oyendo debates y dis­cusiones políticas, tratando de entender por qué la sociedad era tan injusta y qué se podía hacer para cambiarla. Y aquella tarde, hipno­ti­zado, sentía que el fragoroso discurso de Proudhon le quemaba el corazón: "¡La pro­pie­dad es el robo! ¡He aquí el toque de rebato! ¡La turbulenta agitación de las revo­luciones!"

A partir de ese momento Santiago Arcos fue miembro activo de sociedades y clubes socialistas. Leía a Proud­hon, pero sobre todo a Owen, Fourier y Saint Simon, precisa­mente los tres autores que, años más tarde, serían reconocidos por Federico Engels como los precursores del socialis­mo moderno. El joven Arcos conoció perso­nal­mente por aquellos años a Fourier, Blanqui, Le­roux, Luis Blanc y Proudhon. Leyó la novela "Viaje a Icaria" del utopis­ta Etienne Cabet, que dio origen a uno de las primeros gru­pos comunistas. En las obras de Fou­rier descubrió la pro­puesta de organizar el trabajo en colectivos o "falansterios" basa­dos en el interés común y habría de decir más tarde, en un escrito publicado en 1850, que Carlos Fourier era "el coloso intelectual del siglo XIX". Se deslumbró con la idea de Luis Blanc, de que el estado debería ser el em­plea­dor universal para liberar a los traba­ja­do­res de todo patrón capitalista. Hizo suyo el prin­ci­pio enun­ciado por Saint Si­mon, que habría de con­vertirse más tarde en la consig­na del socialis­mo moderno: "De cada uno según su ca­pacidad y a cada capacidad según sus obras". Leyó tam­bién el "Manifiesto de la Democracia" de Víctor Considé­rant, obra que años después iba a ser intensamente utilizada por Marx y Engels en la re­dac­ción del "Manifiesto Comu­nista".

En 1843, una mujer menuda de ojos encendidos como brasas, Flora Tristán, publicó un trabajo titulado "La Unión Obrera", cuya importan­cia fue definida por Marx con este comentario: "puede considerarse como el primer programa práctico para la organización del proletariado". Esta experiencia intelectual, que sacudió a todos los círculos obreros de Francia, produjo impacto también, sin duda, en Santiago Arcos.

En otras palabras, Arcos había leído ya, a la edad de veinte años, los mis­mos auto­res y obras que constituían las fuentes francesas e inglesas de Carlos Marx y Federico Engels. Pero el joven chileno carecía del contacto con la filosofía clásica alema­na y con el movimiento de los hegelianos de iz­quierda y esta cir­cunstancia iba a ser decisi­va en su evolución política. Mientras Marx y Engels continuaron desarrollando sus ideas por un camino dialéctico, hegeliano, Arcos se man­tuvo en el terreno especulativo de los so­cia­listas franceses y particularmente en los postulados de Fourier. Pero en su afán por avanzar hacia la re­volución, aceptó el principio marxista de que el socialismo sola­men­te podría lograrse por la acción de los trabajadores organizados en un partido revolucionario. De hecho, la idea de un par­tido de clase para la emancipación de la clase obrera sería más tarde agitada en Chile por Santiago Arcos en la Sociedad de la Igualdad, que él habría de fundar conjunta­mente con Francisco Bilbao. Es notable que en 1850, a la edad de 28 años, Arcos pu­diera expresar casi con las mismas palabras de Engels, el siguiente juicio sobre Owen, Fourier y Saint Simón: "han sido tan hábiles médicos para anali­zar el mal social, como inhábiles para encontrar el remedio".

En 1843 llegó Carlos Marx a París y lo primero que hizo fue buscar a Proudhon, a quien quería conocer porque admiraba, según decía, "la potente musculatura de su estilo". Pronto se encontraron los dos, Marx y Proudhon, enzarzados en terribles po­lémicas y ardientes discusiones, pues el razonamiento de Marx era fruto de su dis­ci­pli­na prusiana, su cultura enciclopédica y el rigor sistemático de la dialéctica hege­liana; en cambio, el pensamiento de Proudhon seguía caminos más in­tuitivos, menos siste­má­ticos. Marx argumentaba como un científico, Proudhon como un profeta, aun­que trata­ba en vano de utilizar la férrea lógica de su adversario. El propio Marx habría de con­fe­sar más tarde, hablando de su contendor: "lo infecté, con gran perjuicio suyo, de un hegelianismo que Proudhon no podía profundizar por su ignorancia del ale­mán". En cuanto a Arcos, es evidente que asimiló algo de la in­fluen­cia de Marx, a juzgar por sus escri­tos y cartas. Pero es indudable que la densa dia­lé­ctica del barbudo prusiano no logró entusiasmar completamente al joven chileno. Y esto definió todo el curso de su exis­tencia política.

En febrero de 1845 llegaron a París varios jóvenes aristócratas chilenos, todos libe­ra­­les de izquierda, todos más o menos desterrados por el régimen conservador y todos entu­siasmados con la posibili­dad de establecer contacto con los socialistas europeos, algunas de cuyas obras habían leído ya en Chile. Entre esos jóvenes, rodeado del respe­to de todos e iluminado por una aureola de héroe, venía Francisco Bilbao. Su libro heré­tico "Sociabilidad Chilena" había sido quemado en Santiago por orden de los jue­ces. Aunque Bilbao era el menor, todos lo consideraban el jefe intelectual indiscutible. Su figura de agitador romántico habría de ser recordada de generación en generación por los relatos de agitadores y re­voluciona­rios, hasta el punto de que medio siglo más tarde José Martí podía describirlo sin ha­berlo visto nunca: "Francisco Bilbao, con sus ojos de Bécquer y su frente de Mazzini, y su cabellera ostentosa de estudiante, siem­pre inquieta con el fuego de adentro, que mandaba propagar por el mundo la verdad racionalista..."

Arcos se convirtió en el guía de esos jóvenes en París y los puso en contacto con los grupos socialistas que él frecuentaba. Pero también quería que ellos le informaran sobre su tierra natal y en esas conversaciones pudo enterarse de la agitación en que vivía la juventud chilena. Supo que todos admiraban y querían al viejo Andrés Bello. Y supo que el otro maestro de Bolívar, el brillante y excéntrico Simón Rodríguez, tam­bién se había instalado en Chile y que tenía en el mismo local una fábrica de velas y una escuela porque, según decía, su misión era "dar muchas luces por dentro y por fuera" a todos los niños que cayeran en sus manos. Simón Rodríguez se llamaba a sí mismo "amigo de la causa social" y sin haber leído jamás a Fourier había llegado casi a las mismas con­clusiones que éste. Igualmente le contaron que el argentino Sarmiento estaba exiliado en Santiago y que había un diario dirigido por José Victorino Lastarria, llamado El Progreso, en el cual se publicaban las más audaces ideas políticas y sociales.

La amistad entre Arcos y Bilbao fue desde el comienzo profunda e intensa, pero nin­gu­no de los dos renunció a sus propias ideas en favor del otro. Arcos dijo: "Fourier es mi maestro". Bilbao respondió: "Mi maestro es Lamennais". Aunque La­me­nnais era considerado por muchos como un vejestorio romántico, nebuloso y deli­rante, Arcos no dijo nada y, en cambio, le pidió a Bilbao con mucho respeto que le mostrara su famoso libro, Sociabilidad Chilena. Y al leer ese libro, dos cosas le produ­jeron un fuerte impacto: primero, que un jo­ven­cito chileno, ignorante de las dis­cusiones socialistas de París, pudiera escribir cosas tan profundas y audaces. Y segun­do, que pudiera hacerlo con tanto desorden, con tanta falta de sistema. Indudablemen­te, Lamennais era el maestro de Bilbao.

En todo caso, pronto se separó de Bilbao, porque éste emprendió una gira por Eu­ropa. En 1847 Santiago Arcos cumplió 25 años y su padre lo puso a elegir: "O traba­jas, o te vas de la casa". Don Antonio Arcos pensaba que su hijo Santiago debería se­guir el camino del comercio, haciéndose cargo de una parte de los negocios familiares. Pero el joven revolucionario se negó a aceptar este destino y tuvo por lo tanto que dejar el hogar paterno. Ahora bien, don Antonio Arcos era un avaro pero también un padre cariñoso. De manera que decidió dar a su hijo un esti­pendio mensual, bastante aceptable. Con este dinero, Santiago Arcos emprendió su viaje a Chile. Hizo su trayec­to a través de los Estados Unidos, donde conoció a Sarmiento, quien andaba en gira de estudios, y tuvo oportunidad de ayudarle, pues el argentino carecía de dinero y Arcos lo tenía en abundancia. Llegaron juntos a Valparaíso en febrero de 1848.

Arcos participó intensamente en los grupos y clubes progresistas de Santiago. Es­cribió en el periódico El Progreso artículos críticos sobre la sociedad chilena y planteó la necesidad de drásticos cambios sociales. Al constituirse la Sociedad de la Igualdad como un club de debates políticos, Arcos trabajó con entusiasmo para lograr que los obreros y artesanos ingresaran a ella, cambiando así su composición de clase. Y cuan­do Francisco Bilbao regresó a la patria a comienzos de 1850, él y Arcos dieron a la Sociedad de la Igualdad el carácter de partido de los trabajadores y lo prepararon para organizar y dirigir la gran insurrección de los mineros en Copiapó y la Serena, en 1851. Pero aunque Arcos y Bilbao fueron el alma de la Comuna de La Serena, ésta se formó sin la presencia física de los dos revolucionarios. La persecución contra ellos se había desatado ya a fines de 1850. Bilbao había sido encarcelado y Arcos habría de ser pronto destierrado al Perú. Pero a último minuto alcanzó a salir de la imprenta su folleto titulado La Contribución y la Recaudación, en el cual se advierte, por primera vez en América Latina, el propósito de sentar las bases económicas del cambio social.

La introducción de ese folleto es sorprendente: "La desigualdad de las condiciones mantiene entre los hombres una guerra incesante. Las diferentes clases que forman la sociedad se odian". Y más adelante dice: "Si el hombre sufre es porque aún no ha acertado con la forma social que le está reservada". Traza un diagnóstico certero de las lacras sociales y refuta todo derecho de propiedad que no proceda directamente del propio trabajo. Propone la financiación del estado con impuestos proporcionales a la riqueza de los individuos y el gasto público orientado a satisfacer las necesidades de los más débiles. Bartolomé Mitre, el líder liberal argentino, habría de elogiar esta obra como un producto genuino de la inteligencia, aunque, naturalmente, diría que el pro­yec­to era erróneo e impracticable.

Pero fue dos años más tarde que Arcos produjo su obra fundamental, una pieza que algún historiador ha considerado (con justicia, creo yo) "el documento más sensa­cio­nal que se escribió en Chile en la segunda mitad del siglo XIX". Se trata de una carta a su amigo Francisco Bilbao, fechada el 29 de octubre de 1852. Arcos la escribió en la cárcel de Santiago, donde se hallaba recluído después de haber pasado aventuras y zozo­bras en la lejana California, en medio de la fiebre del oro y de la plata. Al regresar a Chile fue detenido de inmediato, pues se le consideraba un peligroso subversivo.

La carta a Bilbao es todo un Manifiesto. Analiza en detalle, con un estilo muy parecido al de Engels, la situación de las clases sociales en Chile, y concluye proponiendo la formación de una sociedad democrática, igualitaria, en donde "todo ciu­da­dano es Legislador. Jurado. Ejecutor", donde "todo ciudadano es Guardia Nacio­nal" y donde se garantizan todos los derechos políticos a todos los grupos y ciu­dadanos. Insiste en que "es necesario quitar sus tierras a los ricos y distribuirlas entre los pobres", así como "quitar sus ganados a los ricos, y sus aperos de labranza, para distribuirlos entre los pobres". En la sociedad imaginada por Arcos, sólo podrá ser propietario quien use directamente la propiedad con su trabajo, sin explotar a otros. Hablando de las expropiaciones advierte que "aunque los ricos reciban una compen­sa­ción justa, esta medida será tildada de robo por ellos, y a los que la proponen no les faltarán los epítetos de ladrones y comunistas. Pero no hay que asustarse por las palabras, la medida es necesaria, y aunque fuerte debe tomarse para salvar al país". Toca todos los puntos fundamentales de la organización del estado: la deuda pública, el comercio interno y externo, la planificación de la producción, los sectores de la economía, los deberes y derechos de los ciudadanos, la colonización, la in­mi­­gración, la educación como deber primordial del estado, la salud pública, el desarrollo de las artes y las ciencias, en suma, todo. Y en todo antepone el interés de los trabajadores. Este documento admirable por su orden, concisión y claridad, concluye: "Tal es, amigo mío, la idea que me formo de la revolución...Demos el grito de PAN Y LIBERTAD y la Estrella de Chile será el lucero que anuncia la luz que ya viene para la América Española..."

Pero un destino oscuro y trágico esperaba a Santiago Arcos. Desterrado de nuevo, esta vez a Argentina, tomó partido por Mitre mientras su amigo Bilbao apoyaba a Urquiza. Trató de ser empresario minero, explorador y maestro, pero nada le acomo­da­ba al gusto. Muerto su padre, heredó una inmensa fortuna y regresó a Europa, a París, a pasear por los bulevares sus recuerdos de revolucionario. Una honda depresión fue adueñándose de él. Una mañana de septiembre de 1874, Arcos bajó las escaleras de piedra hasta llegar a las orillas del Sena, y mirando fijamente al agua se disparó un tiro en la sien, destrozándose el cráneo.

Tenía 52 años de edad. “Nadie sabe dónde está su tumba”, dicen los historiadores. Pero yo la he encontrado. El día 9 de agosto de 2011, durante una visita al cementerio parisino de Père-Lachaise en compañía de mi erudito amigo Yves Moñino (en la foto a la derecha),

descubrí la sepultura de la familia Arcos y, entre sus inscripciones funerarias, pude leer lo siguiente:

SANTIAGO ARCOS ARLEGUI

FALLECIDO

EN 23 DE SEPTIEMBRE DE 1874

A LA EDAD DE 52 AÑOS

Valga, pues, este modesto aporte a la historia de las ideas socialistas de Nuestra América.

* Carlos Vidales

http://hem.bredband.net/rivvid/

http://luisvidales.blogspot.com/

http://losimportunos.wordpress.com/

París, 11 de agosto de 2011

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NTC ... Enlaces:

http://es.wikipedia.org/wiki/Santiago_Arcos

http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_Bilbao

Carta a Bilbao

AutorArcos, Santiago, 1822-1874
TítuloCarta de Santiago Arcos a Francisco Bilbao
Descripción32 p.
DatosMendoza : Impr. de la L. L., 1852

Ver Documento.

http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0002723.pdf

(Matriz: http://www.memoriachilena.cl/temas/documento_detalle.asp?id=MC0002723 )

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De navegaciones-e en nuestro "potrillo a vela" ( 1 ),

"Valga, pues, este modesto aporte a la historia de las ideas socialistas de Nuestra América."

Fuente de esta bella imagen:

Escuela Latinoamericana de Biel/Bienne

http://www.puntolatino.ch/index.php?option=com_content&view=article&catid=499%3Aescuelas-ninos&id=4116%3A150811-escuelas-escuela-latinoamericana-bielbienne&Itemid=108&lang=es

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