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Cali, Colombia.
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Masacre en Noruega: la cultura del malestar
El atentado en el centro de Oslo y la subsiguiente masacre de adolescentes en la isla de Utoya, perpetrados por un neofascista noruego el día 22 de julio, han estado en el centro de atención de todos los medios del mundo. Una abrumadora masa de información se ha derramado sobre la opinión pública.
Sintomáticamente, la mayor parte de ese bombardeo informativo cubre datos sobre el asesino, las víctimas, las circunstancias y secuencias de la tragedia, en fin, todos los detalles concretos de los acontecimientos, pero muy poco tiempo y espacio se ha dedicado a la discusión de las causas profundas de este crimen o a la indagación del contexto social y político en que tuvo lugar.
El resultado ha sido lo que algún periodista llamó recientemente el “efecto de infoxicación”, es decir, un efecto de desorientación y confusión provocado por el exceso de datos circunstanciales y la casi total ausencia de interpretación.
La televisión, a través de los telediarios principalmente, ha jugado en este proceso un papel decisivo. Ella ha cumplido con exactitud esa función que Ignacio Ramonet, en su último libro “La explosión del periodismo” denuncia con tanta claridad: el telediario se ha convertido en un medio de distracción, que debe alejar, distraer la atención del ciudadano, apartarla de lo importante y ponerla en contacto con lo superficial, lo frívolo, el detalle morboso o espectacular, lo que en última instancia es superfluo a la hora de comprender el sentido profundo de los acontecimientos.
Ya no recibimos información verdadera; recibimos infodistracción,infoentretenimiento.
De este modo ha sido posible infundir en la opinión pública la creencia de que la horrible matanza de Utoya es un hecho aislado, producto de la acción individual de un “loco suelto”, es decir, un crimen ajeno a todo contexto político o social.
Pero la realidad es otra: el asesino publicó en internet, unas horas antes del crimen, un extenso manifiesto de 1.500 páginas, en el que repite obsesivamente su rechazo a la política “multicultural” de liberales, socialistas y comunistas, y su llamado a la lucha contra la creciente “islamización” de la sociedad europea.
Utiliza las mismas palabras, las mismas expresiones y los mismos argumentos de los partidos neofascistas que, cubiertos bajo disfraces populistas, avanzan y crecen en Noruega (segundo partido del país con el 23% de los votos), Dinamarca (donde gobiernan), Suecia (donde han logrado escaños en el parlamento), Holanda, Bélgica y otros.
Y los argumentos del asesino son recogidos y apoyados por políticos establecidos. La canciller alemana, Merkel, el presidente francés, Sarkozy, el primer ministro italiano, Berlusconi y el primer ministro británico, Cameron, ya dijeron hace tiempo que “el multiculturalismo ha fracasado”.
En Suecia, Erik Hellsborn, uno de los líderes del partido de Los demócratas Suecos (Sverigedemokraterna) escribe en su blog: “La masacre en Noruega puede ser el peor hecho de violencia en Escandinavia desde la Segunda Guerra Mundial, pero no es ningún relámpago caído del límpido cielo.
Esto es lo que hace el multiculturalismo, que crea conflictos entre las personas, conduce al odio, a la violencia y a una brutalización general de la sociedad”.
Confrontado con la opinión pública, Hellsborn matiza su posición, pero eso no impide que en la página oficial de los Sverigedemokraterna se repita el llamamiento a luchar contra la multiculturalidad y la “islamización de Suecia”.
Y los mismos argumentos pueden encontrarse en todas las páginas oficiales de todos partidos neofascistas europeos, hoy en ascenso.
El multiculturalismo, alguna vez apoyado por los neoliberales para embellecer su política de globalización, se vuelve ahora contra las metrópolis europeas, atrapadas en la paradoja de presentarse como las campeonas de la libertad y, al mismo tiempo, cerrar los diques a la oleada migratoria de los países “periféricos”.
La nueva conquista del mundo, con la inevitable consecuencia de invasiones, intervenciones, alianzas militares y guerras “civilizadoras” o “democráticas” ha conducido a un estado de guerra permanente sustentado en los parámetros de una nueva guerra fría: la confrontación entre el Cristianismo y el Islam.
Paralelamente se fortalece la universalización de los métodos del terrorismo de estado porque, como consecuencia de lo anterior, la “seguridad” ya no es asunto de cada potencia en particular, sino de la Cruzada Globalizadora en general.
Por eso se paralizan vuelos de aviones, sin importar en qué territorio, se detiene a miles y miles de personas en cualquier rincón del planeta y se las encierra en centenares de campos de concentración clandestinos al estilo Guantánamo regados por todo el mundo. O, para no ir más lejos, se “activa” una orden de captura de la Interpol contra un viajero, se obliga a un gobierno a detener ilegalmente a ese señor, sin cumplir con los requisitos legales, y se entrega al capturado al estado que lo ha perseguido, violando todas las normas del derecho de asilo. No son actos aislados: es el proceso de globalización planetaria de la represión.
Dentro de este marco, como las personas y los pueblos no son muñecos pasivos, crecen los movimientos de protesta, las movilizaciones, pero también las fuerzas del racismo, la discriminación, el odio entre pueblos y el temor al “otro”.
Los grandes medios de comunicación alientan esto último, a veces simplemente porque los periodistas reciben cheques de organizaciones secretas de los estados y multinacionales y, a veces, porque se ha llevado a la opinión pública a un estado de estrés cultural y siempre se vende más y mejor la noticia que difunde el miedo y el odio cultural que cualquier otra noticia. El mundo se polariza y se crean estados de ánimo de las culturas.
En 1929 escribió Freud un trabajo herético “El malestar en la cultura”. En él planteó que la insatisfacción del individuo ante la cultura se debe a que esta reprime sus impulsos agresivos. De entonces a hoy, el sistema de poder ha aprendido a reorientar, fortalecer y encauzar los impulsos agresivos del individuo, remplazando el malestar en la cultura por la cultura del malestar.
En este ambiente se nutren y proliferan los extremismos raciales y culturales de uno o de otro color. Hay, como resultado de la crisis económica “global” (en realidad, crisis de las metrópolis), millones y millones de desocupados y desempleados deambulan por Europa y constituyen un excelente caldo de cultivo para alimentar el odio contra los africanos, contra los árabes, contra los de piel oscura, contra los inmigrantes de todos los colores.
Los políticos y banqueros responsables de la crisis e incapaces de resolver los problemas que ellos mismos han creado, alientan y estimulan esta xenofobia, como lo hicieron ya en vísperas de las dos grandes guerras mundiales.
En ese contexto nacen y crecen y mastican sus resentimientos los seres inferiores, frustrados, “solitarios”, rumiando proyectos ”heroicos” como atentados, asesinatos, sabotajes, contra los grupos que ellos consideran “culpables” de su situación de inferioridad.
El ciclo se ha cerrado: los medios de comunicación y los detentadores del poder han levantado las banderas del recelo cultural y el último estrato de la basura social ha recogido las banderas y ha pasado a la acción. Como diría Jesús, un judío en cuyo nombre actúan los nazis, los arios puros, los enemigos de la multiculturalidad: “todo está consumado”.
Como las masacres de Colombia, de Ruanda, de Sudán, este crimen es obra del sistema. Su importancia no radica en el número de muertos ni en su localización geográfica. Su verdadera importancia consiste en que pone al desnudo la estrategia de los detentadores del poder económico, los nuevos “Cruzados de la civilización”. En ancas del odio que ellos siembran todos los días, odio multicultural, cabalgan las fuerzas organizadas que realizan las “invasiones democráticas” y los “bombardeos humanitarios”, y también cabalgan los espontáneos, los impacientes, los megalómanos imbéciles, ejecutores de los actos de terrorismo “individuales”.
Así pues, el masacrador de Oslo no actuó solo. Él ha sido simplemente el instrumento sicópata del sistema.
Los autores intelectuales, los instigadores de la masacre, son los estadistas, los grandes consorcios de la comunicación y los políticos que ya llevan décadas sembrando el recelo y el odio, preparando nuevas y más crueles “guerras de civilización” en aras de la codicia.
* Carlos Vidales
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Massacre in Norway: the culture of discontent
JULY 31, 2011 2:00 PM 1 COMMENT
http://www.theprisma.co.uk/2011/07/31/massacre-in-norway-the-culture-of-discontent/
The attack in the centre of Oslo and the subsequent massacre of adolescents on the island of Utoya, carried out by a Norwegain neo-fascist on July 22nd , has been the centre of media attention around the world. An overwhelming amount of information has poured out over public opinion.
Carlos Vidales
Typically, most of this informational bombardment concerns facts about the killer, the victims, the circumstances and the sequence of events of the tragedy, in other words, all the concrete details of what happened; but very little space and time has been spent on discussion of the deeper causes of this crime, or investigation of the social and political context in which it took place.
The result has been what one journalist recently called the infotoxication effect , in other words an effect of disorientation and confusion caused by the excess of circumstantial details and an almost complete absence of interpretation.
Television, principally through daily news programmes, has played a decisive role in this. It has fulfilled exactly the function that Ignacio Ramonet, in his latest book “The Explosion of Journalism”, exposed so clearly: the TV news programme has turned into a means of distraction, which has to divert and distract people’s attention, taking it away from what is important and putting it in contact with what is trivial or frivolous, the morbid or spectacular details, which in the end are irrelevant to understanding the deeper meaning of events.
We don’t get true information, what we get is infodistraction and infotainment.
In this way it has been possible to infuse public opinion with the idea that the horrible massacre of Utoya is an isolated event, the product of the individual action of an ‘odd loner’, in other words a crime outside of any political or social context.
But the reality is different: the killer published on the internet, a few hours before the massacre, a 1500-page manifesto, in which he repeats obsessively his rejection of the ‘multicultural’ politics of liberals, socialists and communists, and his call for a struggle against a growing ‘Islamization’ of European society.
He uses the same words, the same expressions , and the same arguments as the neo-fascist parties that under populist disguises, are advancing and growing in Norway (2nd party of the country with 23% of the vote), Denmark (where they are the Government), Sweden, (where they have gained seats in parliamant), Holland, Belgium and others.
And the arguments of the killer are taken up and supported by mainstream politicians. The German Chancellor, Merkel, the French President, Sarkozy, the Italian Prime Minister, Berlusconi, and the British Prime Minister, Cameron, have all said some time ago, that “multiculturalism has failed”.
In Sweden, Erik Hellsborn, one of the leaders of the Swedish Democratic party (Sverigedemokraterna), wrote in his blog: “ The massacre in Norway may be the worst incident of violence in Scandinavia since the Second World War, but it is not a bolt of lightning that fell from a clear sky.
This is what multiculturalism causes, which creates conflicts between people, and leads to hatred, violence and a general brutalization of society”.
When confronted with public reaction, Hellsborn softened his position, but that didn’t prevent the official webpage of Sverigedemokraterna repeating the call to fight against multiculturalism and the ‘Islamization of Sweden’.
And the same arguments can be found on all the official webpages of European neo-fascist parties, which are on the rise today.
Multiculturalism, once supported by the neo-liberals to give a more attractive appearance to their policy of globalization, now turns back against the big European cities, trapped in the paradox of presenting themselves as champions of liberty, while at the same time, raising the floodgates against a wave of immigration from the countries ‘on the periphery’.
The new conquest of the world, with the inevitable consequence of invasions, military interventions and alliances, and ‘civilizing’ or ‘democratic’ wars, has lead to a state of permanent war, maintained according to the parameters of a new cold war: the confrontation between Christianity and Islam.
At the same time the universalization of the methods of state terrorism are reinforced, because as a consequence of the former, ‘security’ is no longer a matter for each individual country, but for the Globalizing Crusade in general.
In its name no-fly zones are imposed in no matter what country, thousands of people are detained in whatever corner of the planet, and locked up in hundreds of secret concentration camps, Guantanamo style, scattered around the world. Or, without going further, if an Interpol arrest warrant is ‘activated’ against a traveller it obliges a government to detain this person, without meeting legal requirements, and to deliver the arrested person to the state that is pursuing him, in violation of all the norms of the right to asylum. These are not isolated acts: this is the process of the globalization of repression.
Within the same framework, since people are not passive puppets, protest movements and mobilizations grow, but so do the forces of racism, discrimination, hate between peoples and the fear of the Other.
The mass communication media feed the latter, sometimes simply because journalists receive payments from secret organizations of the state, or of multinational companies, and sometimes because public opinion has been brought to a state of cultural stress, and news which spreads cultural hate and fear always sells better than any other material. The world is polarized and cultural mindsets are created.
In 1929 Freud wrote a heretical work “Civilization and its discontents”. In this book he suggested that the dissatisfaction of the individual with civilized culture, is due to its repression of his aggressive impulses. Between then and now the ploitical power structure has learned to re-orient, strengthen and channel the aggressive instincts of the individual, replacing discontent with culture by the Culture of Discontent.
In this environment racial and cultural extremisms of all shades feed and proliferate. There are, as a result of the global economic crisis (in reality a crisis of the metropolises), millions of unemployed, and people without work wander across Europe and constitute an excellent culture medium for feeding hatred against Africans, Arabs, people with dark skin, and against immigrants of all colours.
The politicians and bankers who caused the crisis and are incapable of solving the problems they have created, feed and stimulate this xenophobia, in the same way they did on the eves of the two world wars.
In this context the excluded peoples, frustrated, alone, give birth to, nurture and chew over their resentments, plotting ‘heroic’ projects like bombings, assassinations, sabotages , against the groups that they consider responsible for their inferior situation. The cycle is complete: the mass media and those who hold the power have raised the banner of cultural fear, and the lowest layer of social rubbish has picked them up and begun to take action. As Jesus would say, a Jew in whose name the Nazis acted, the pure Aryans, the enemies of multiculturalism: “everything has been accomplished”.
Like the massacres in Colombia, Ruanda, Sudan, this crime is a product of the system. Its importance doesn’t lie in the number of dead, nor in where it happened. Its true importance is in uncovering the strategy of those in control of economic power, the new Crusaders of Civilization. On the back of the multicultural hate that they sow every day, ride the organized forces that carry out the ‘democratic invasions’ and the ‘humanitarian bombardments’; and also ride the impulsive, the impatients, the megalomaniacal imbeciles, those who carry out acts of ‘individual’ terrorism.
So the Oslo killer did not act alone. He has simply been the instrument of the psychopathy of the system.
The intellectual authors, the instigators of the massacre, are the statesmen, the big media companies and the politicians that have already spent decades sowing fear and hate, preparing new and more cruel ‘wars of civilization’ in the service of greed.
(Translated by Graham Douglas – Email: ondastropicais@yahoo.co.uk)
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