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Compilación continúa en:
http://ntc-narrativa.blogspot.com/2011_06_29_archive.html
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JORGE LUIS BORGES
ANIVERSARIO. HOMENAJE.
GACETA, El País, Cali. Junio 26, 2011. Páginas 10 a 13.
Textos:
"La lección de Borges",
Ensayo
y
"El paso fugaz de Borges por Cali",
Memoria
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NTC ... Compilaciones (Índice al final)
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Borges se despide en Calipuerto, tras de su visita a la Ciudad en 1964. Lo acompaña Blanquita, la mujer con quien vino a Cali, y el arquitecto Manolo Lago. La histórica fotografía fue tomada por Alfonso Bonilla Aragón (Bonar). Página 12 de Gaceta.
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LA LECCIÓN DE BORGES
Ensayo
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Por Medardo Arias Satizábal (Agradecemos al autor el envío del texto y la autorización para publicarlo)
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EL PASO FUGAZ DE BORGES POR CALI
Memoria
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“Esta es una ciudad macanuda”, dijo
Cuando Borges visitó Cali
El poeta Jorge Luis Borges almorzó en el viejo Club Colombia de Cali, y fue sacado a pasear por Pardo Llada y Rubén Grinberg en el carro el que este médico forense trasladaba orates de San Isidro a su consultorio. Se indignó con la presentación que le hizo un cónsul peronista en el Teatro Municipal.
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“Cali era una ciudad más pequeña, pero más culta”, recuerda ahora Manolo Lago, cuando rememora cómo a inicios de los 60 había pasado ya por el Teatro Municipal el poeta Pablo Neruda, quien leyó parte de sus Veinte Poemas de Amor, mientras el público, anclado en sus sillas, los completaba en coro.
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”, empezaba el poeta, y los caleños continuaban, “escribir por ejemplo la noche está estrellada/ y tiritan azules los astros a los lejos…”
Esa circunstancia de amor masivo por la poesía, hizo que el periodista Alfonso Bonilla Aragón y Manuel Carvajal, promovieran la visita a Cali de Jorge Luis Borges, quien pudo llegar hasta aquí en mayo de 1964. Atravesó la puerta del Hotel Alférez Real, custodiada por dos faroles españoles, para pasar aquí una de las temporadas inolvidables de su vida. En una y otra ocasión, alabó el rumor del río, como un arrullo en las noches, y le confesó a los académicos vallecaucanos, que le gustaba mucho también el pasaje de la cacería del tigre en la novela “María”.
“Bonar”, como era conocido el maestro de periodistas, excelso cronista, no había viajado aun en misión diplomática a la Argentina; Manolo Lago recuerda que tenía ya la intención de ir al Sur, por lo que Borges le dijo: “Como dice Don Segundo Sombra, irse de la Patria es sangrar un poco…”
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Armando Barona Mesa, por su parte, entonces un joven y prestigioso abogado, dice que fue hasta el hotel para conocer a Borges, y lo encontró en un sillón del “hall”, con la mano apoyada en un bastón, mientras esperaba a José Pardo Llada. “Recuerdo que Pardo lo llamó Maestro, al momento del encuentro, y él le dijo, ¿por qué me llamas Maestro? Momentos después salieron en un taxi. Pardo quería oficiar de Cicerone, llevándolo por la ciudad, por los lugares emblemáticos, aunque el poeta ya no podía verla…” Barona agrega que la ceguera de Borges fue paulatina, y está casi seguro que cuando vino a Cali, todavía tenía algo de visión en su ojo izquierdo. “Él podía apreciar el color rojo y el amarillo”. Al respecto, Manolo Lago acota: “En el almuerzo en el Club Colombia, nos dijo que una de las ventajas de ser ciego era que el conocimiento de las ciudades se circunscribía a la conversación; pues no podían decirle mire este monumento, observe este convento…”
Pardo continuó visitando a Borges, por cinco días, sólo que lo hizo ya con la complicidad del médico argentino Rubén Grinberg, quien cortésmente ofreció su camioneta para esos paseos por Cali. En una de estas salidas, el compatriota le reveló a Borges que en ese mismo vehículotransportaba a los orates desde San Isidro a su consultorio, lo cual hizo decir al autor del “Oro de los tigres”: “Cuando diga en Buenos Aires que fui transportado en un carro de locos en Colombia, no me lo van a creer”.
Borges fue invitado a un almuerzo en el viejo Club Colombia de Cali, uno de los hitos arquitectónicos de la ciudad, por el cual aún hacen duelo los urbanistas. Ahí le sirvieron un ajiaco, y con el sentido del humor que siempre le acompañaba, expresó: “Parece que esta sopa no se va acabar nunca…tomo y tomo y no llega a su fin…”
Lago confiesa que entonces, a inicios de los 60, pocas personas en Cali conocían de verdad la poesía de Borges, por lo que Bonilla Aragón, tres meses antes de su visita, le sugirió la lectura de algunos de sus libros. “Me puso a leer, y me tomaba la lección; Borges llegó acompañado por Blanquita, su compañera de entonces, una señora muy distinguida. El Consulado Argentino preparó el acto del Municipal; el cónsul de entonces en Cali, muy peronista, quiso presentarlo como “un servidor del gran Estado Argentino”, lo cual le cayó pesado a Borges. Recuerdo que se paró y expresó que él nada tenía que ver con el régimen, que él sólo era un porteño…” El poeta fue una víctima directa de Juan Domingo Perón, quien lo destituyó de la Biblioteca y lo mandó a dirigir una plaza de mercado, cargo con el cual quiso insultarlo.
A Pardo, Borges le expresó, después de la expedición por la ciudad, que Cali le parecía “una ciudad muy macanuda”, así lo consignó el periodista en su columna “Mirador”.
Lago recuerda también que el lleno en el Municipal fue total, y que Borges ponderó la obra de Joseph Conrad, uno de sus autores favoritos, al tiempo que leyó una estrofa de Luis de Góngora, de la fábula de Polifemo y Galatea, y la explicó.
“A Borges le gustaba la novela de Isaacs; aparte de lo que le expresó a la Academia de la Lengua del Valle, con respecto a la cacería del Tigre en María, dijo algo que después utilizaría Mario Carvajal; manifestó que María le parecía un personaje “vegetal”, de una literatura que no se encontraba en ninguna otra parte del mundo, por su exaltación de la naturaleza, lo maravilloso del paso del río Dagua…”
En el teatro se presentó un momento dramático, pues algunos estudiantes empezaron a gritar consignas. Él, sin inmutarse, dijo: “Si están gritando, quiere decir que son jóvenes…”
Al acto del Municipal, concurrieron entre otros, Lino Gil Jaramillo, el poeta Octavio Gamboa, Álvaro y Rodrigo Escobar Navia.
Borges se despidió de la ciudad, rumbo a Cambridge, Massachusetts, donde debía dictar un semestre en Harvard, cátedra de Inglés Antiguo. En esta zona de Estados Unidos, conocida como Nueva Inglaterra, como el Sur Profundo, el inglés isabelino dejó su impronta mayor en la obra de William Faulkner. Algunos giros de Mark Twain pertenecen también a esa fase clásica. Del estudio de poetas como Fizgerald, Shelley y Swinburne, Borges conoció las raíces había tomado también las raíces del “Cockney”, una vieja jerga en lengua inglesa, muy extendida en los puertos y entre el populacho. Más tarde, la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut, lo contrataría también. Sus conferencias magistrales ahí, fueron editadas y están hoy en las librerías, de manera cronológica.
“A Bonilla Aragón y a mí, nos confesó que muchas veces había querido vivir en Estados Unidos, en Europa, pero lo que realmente amaba, lo que sintetizaba todos sus afectos, era su tierra”, concluye Manolo Lago, quien lo acompañó al aeropuerto junto. En ese momento, Bonar le hizo la foto que acompaña esta crónica, detrás de la cual el otro día Ministro Consejero de la Embajada de Colombia en Buenos Aires, le escribió un poema de Borges, para que nunca lo olvidara: “Gira en el hueco la amarilla rueda de caballos y leones, y oigo el eco de esos tangos de Arolas y de Greco…”
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SEGUIMIENTOS Y ACTUALIZACIONES
A ENERO 13 de 2018
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SEGUIMIENTOS Y ACTUALIZACIONES
A ENERO 13 de 2018
COMENTARIO de NTC ... en:
Gracias mil, apreciados amigos, por reproducir y difundir esta publicación y por el honroso crédito que dan a NTC ... . Por estos días, Marcela Barona Montúa, hija del abogado Armando Barona Mesa, quien es mencionado en esta crónica, compartió y difundió este texto. El autor de él, Medardo Arias Satizábal consideró prudente realizar algunas pequeñas correcciones a su texto original, en lo referente a Blanquita y a “Cockney”. El nuevo texto, que recibimos el 12 de enero de 2018, lo publicamos en: https://drive.google.com/file/ d/ 1tHljiAN9A5LA0SFZ3SWxOSuWbdAPd KMz/view , y mediante este enlace en : http://ntc-documentos. blogspot.com.ar/2011/06/jorge- luis-borges-en-gaceta-el-pais. html
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NTC ... Compilaciones. Índice:
Continuación de:
*** BORGES Y LA NOCHE. Por JUAN MANUEL ROCA
http://ntc-documentos.blogspot.com/2011_06_16_archive.html
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NTC ... ENLACES Y COMPLEMENTACIONES
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Reminiscencias
Cali, una ciudad muy "macanuda"
Por: José Pardo Llada - Especial para El Pais
Cali, una ciudad muy "macanuda"
Por: José Pardo Llada - Especial para El Pais
http://historico.elpais.com. co/paisonline/calionline/ notas/Mayo122006/ca3.html
A Borges, aunque ya estaba ciego, le gustaba que lo paseara por Cali en la camioneta del médico argentino Rubén Grinberg. En uno de esos viajes Grinberg le dijo que en la misma camioneta acostumbraba a llevar a los locos desde San Isidro hasta su consultorio. Borges río a carcajadas y exclamó: “Cuando llegue a Buenos Aires y les diga a mis amigos que me trasladaron en un carro para locos no van a creerlo”.
En una entrevista que le hice a Borges para el periódico Occidente, le pregunté si había leído María, de Jorge Isaacs. Me contestó: “Sí, pero hace muchos años y no me acuerdo”. Igualmente le indagué sobre Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, que acababan de editar precisamente en Buenos Aires, y el gran escritor guardó silencio.
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Otra figura argentina que estuvo en Cali fue el gran escritor Jorge Luis Borges. Se alojó en el Hotel Alférez Real invitado por Manuel Carvajal y Alfonso Bonilla Aragón. Como sus anfitriones sólo iban a buscarlo después de las cinco de la tarde, por la mañana y al medio día tuve la oportunidad de verlo durante cinco días. A Borges, aunque ya estaba ciego, le gustaba que lo paseara por Cali en la camioneta del médico argentino Rubén Grinberg. En uno de esos viajes Grinberg le dijo que en la misma camioneta acostumbraba a llevar a los locos desde San Isidro hasta su consultorio. Borges río a carcajadas y exclamó: “Cuando llegue a Buenos Aires y les diga a mis amigos que me trasladaron en un carro para locos no van a creerlo”.
En una entrevista que le hice a Borges para el periódico Occidente, le pregunté si había leído María, de Jorge Isaacs. Me contestó: “Sí, pero hace muchos años y no me acuerdo”. Igualmente le indagué sobre Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, que acababan de editar precisamente en Buenos Aires, y el gran escritor guardó silencio.
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*** 29 de Junio, CALI, 6:00 PM.
-- Borges, La invención de la memoria. Mesa redonda. Participarán: William Ospina, Darío Henao, Julio César Londoño y Edgard Collazos. Miércoles, 29 de junio, 2011. Hora 6:00 PM. Lugar: Teatro Estudio Telepacífico, Imbanaco. Calle 5 #38 A-14 . Entrada libre. (Click sobre la imagen para ampliarla. O click derecho para abrirla en otra ventana)
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... la primera, a mediados de los años sesenta, ... En su segunda visita a la ciudad , ... Corría el año de l978 y Borges ...
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En su segunda visita a la ciudad, a diferencia de la primera, una amplia concurrencia escuchó a Borges en el auditorio de la Biblioteca Pública Piloto. Entre una y otra visita habían transcurrido aproximadamente diez años, y de un autor apenas conocido entonces, ahora se hacía difícil creer que su sólo nombre despertara el delirio colectivo. Sus complejas invenciones, su bella e ingeniosa escritura, hasta su perpleja y a ratos burlona sabiduría, parecían estar al fin al alcance de todos.
Corría el año de l978 y Borges, quien llegaba acompañado de María Kodama, una alumna de la cual se había enamorado, como de tantas otras en el pasado, sin desbordar nunca los límites platónicos, era ya casi un anciano, y a la ceguera sumaba ahora dificultades al hablar, pues demoraba en dar con las palabras que necesitaba, dando la impresión de que éstas iban a un ritmo mucho más lento que su pensamiento.
A sus setenta y pico de años, Borges era ya una leyenda que pocos discutían, y aquella mañana privilegiada en lugar de una conferencia prefirió contestar a las preguntas de los asistentes, no siempre atinadas, que en su peculiar tono y sus “ehh” dubitativos al final de cada oración, quitaban toda fuerza afirmativa a lo dicho, lo que era ya una enseñanza.
Pronto, pues, sin mayores esfuerzos, su presencia se impuso, sin eludir la ironía o el giro ingenioso cuando fue necesario. Apoyado en su bastón y con los ojos velados puestos en lo alto, no cambió de posición durante las dos horas en que, sin muestras de cansancio, estuvo en el estrado. No me llamen maestro, díganme Borges, reiteraba una y otra vez.
A una pregunta de si el universo tenía sentido, respondió que lo ignoraba pero lo que él sí sabía era que su vida lo tenía. A otra, que cuando estamos jóvenes nos creemos genios pero que muy pronto, con los años, recobramos la sensatez. Y así.
Al final, como si lo sucedido fuera poco, firmó cientos de autógrafos a decenas de fanáticos aullantes; luego, apoyándose en el brazo del alcalde Jorge Valencia Jaramillo, su anfitrión, fue conducido por el pasillo a la oficina de la dirección. El público abandonó la sala y el lugar quedó a solas.
Cuando a mi vez, esperando reunirme con el grupo de invitados que iría a almorzar con él, me interné por el mismo pasillo, me sorprendió encontrármelo en una esquina del balcón que da al primer piso de la biblioteca, sentado, sólo, en actitud meditativa. Quizás quería un momento de reposo y pidió dejarlo a solas, y así, de repente, se me daba la fortuna de encontrármelo en la situación menos esperada, aquélla en que más era él. Pequeño, frágil, mortal, anhelante de estar consigo mismo, cumplido una vez más el papel de minotauro ciego e intimidante.
No el Borges que recorría los escenarios del mundo convertido en su propia representación, sino alguien que, cansado, aburrido de asistir a la misma escena, se apartaba, así fuera un momento, de la corriente de las cosas, para vivir aquél otro que le aseguraba un poco de soledad.
2
Dos veces visitó Borges a Medellín, la primera, a mediados de los años sesenta, cuando aún no era Borges y su nombre apenas circulaba entre las minorías ilustradas del continente y, la segunda, en l978, cuando –como él mismo lo expresaba– se había convertido en “una alucinación colectiva”. Entre uno y otro viaje, el nombre de Borges había sufrido un proceso completo: de ser un autor sólo para escritores, como lo afirmaban de manera despectiva aquéllos que no lo entendían, pasó a ser luego el escritor de la burguesía (que la izquierda cerril buscaba estigmatizar a como diera lugar), hasta convertirse, por último, en el más grande autor de la modernidad, reconocido incluso por aquellos que antes lo negaban.
A Medellín, por una rara suerte, le tocó tenerlo como huésped en los dos extremos de la parábola. En un comienzo, cuando sus libros apenas convocaban a unos pocos y, luego, cuando, para escucharlo, había que abrirse campo a los codazos entre esa masa fanática y desesperada, que aquella mañana del 78 copaba el auditorio de la Biblioteca Pública Piloto.
¿Por qué esta suerte o deferencia con un lugar, que no aparece como una coordenada cultural en mapa alguno? Empecemos por la respuesta más sencilla: a Borges, como es sabido, le gustaba viajar, una forma de romper sus rutinas de persona confinada por la ceguera a hábitos de hierro, y Colombia le atraía por sentirse seguramente agradecido con su élite cultural que, como sucedió con la revista Mito y la Universidad de los Andes, había roto lanzas por su obra cuando su reconocimiento internacional era casi ninguno.
Quizás también, porque un autor nuestro, Rafael Gutiérrez Girardot, en el año 1959, adelantándose a todos, publicó un libro sobre él: Borges, un ensayo de interpretación. Además, ¿por qué no?, porque también de acá es J.G Cobo borda, quien fue su amigo y escribe artículos, ensayos y libros casi a diario sobre él y posee una biblioteca especializada de más de 800 volúmenes sobre su obra. Esta gratitud, como si no le bastara, lo llevó luego a atribuirle al personaje del cuento Ulrike el ser profesor de la Universidad de los Andes y a nombrar a Colombia en alguno de sus preciosos poemas, privilegio compartido apenas con unos cuantos lugares de su amorosa cartografía personal.
Y es que en esto del agradecimiento, a diferencia de tantos de sus colegas que a nadie parecen deber nada, Borges era como en muchas otras cosas “un delicado”, como lo llamó Ciorán. La prueba está en las dedicatorias que hizo a amigas y amigos de sus cuentos y poemas, inmortalizándolos de paso, o introduciéndolos en sus hermosos relatos y haciéndolos partícipes de sus conjeturas y perplejidades metafísicas, como sucedió con Alfonso Reyes, Marta Mosquera, Néstor Ibarra, Emir Rodríguez Monegal, Macedonio Fernández, el pintor Xul Solar, Cansino Assens o Bioy Casares.
La otra razón sería la más obvia: porque simplemente lo invitaron, sólo que Borges, que nunca concurría a congresos de escritores y prefería las jornadas en solitario, no aceptaba ir a todas partes. Cuando fue a Cartagena, por ejemplo, tenía un motivo muy claro: allí, en la ciudad amurallada (corrección: Guayaquil), imaginó Encuentro, el relato en el que Bolívar y San Martín deciden su papel en la suerte de América; además, porque andaba acompañado de María Kodama, la bella alumna que todavía no era su esposa, en lo que podría considerarse las vísperas de su himeneo.
Cualquiera haya sido la razón, bueno es recordar que la última vez, al agradecerle la entrega que de las llaves de la ciudad le hacía el alcalde Jorge Valencia Jaramillo, Borges contó con aquella voz suya, quebrada por los años, cómo las llaves lo habían acompañado desde la infancia, pareciéndoles siempre un objeto misterioso. Y cómo, conmovido, se interrumpió de repente y cubriéndose el rostro con una mano, se sentó. Pasaron unos minutos en los que, tocados por aquel momento extraordinario, ninguno de los concurrentes se movió o se atrevió a decir algo. Por encima de que se tratara de un acto oficial o protocolario, asombrado como un niño, Borges inesperadamente le daba un sentido y significación única a aquel acto.
Y ese fue otro regalo que le dio a Medellín.
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* Actualizado a Junio 27, 2011
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