Publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con …
http://ntcblog.blogspot.com/ *, ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia.
Universidad con ánimo de lucro, un engaño para la comunidad estudiantil.
Entrevista. Francisco Piedrahíta, rector de la Icesi, rechaza la reforma a la Ley 30 de Educación Superior, que legalizaría las universidades con ánimo de lucro.
http://www.elpais.com.co/elpais/cali/universidad-con-animo-lucro-y-engano EL PAIS, Cali, Ago. 21, 2011
"EDUCAR" PARA EL ÉXITO. Por Demetrio Arabia. VER: http://www.elpais.com.co/elpais/edicion_impresa/e90887a21e642b22b06e6da74d93734d/elpais-Agosto-20-de-2011.php Pág. A4 EL PAIS, Ago. 20, 2011
SOBRE ELPROYECTO DE LEY QUE REFORMA LA LEY 30 DE 1992, ORGÁNICA DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN COLOMBIA.
Publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con …
http://ntcblog.blogspot.com * , ntcgra@gmail.com . Cali, Colombia, Junio 13, 2011.
“La educación es un derecho, no una mercancía”
Por Guillermo Hoyos Vásquez [1]
http://prensauniversidadanalisis.blogspot.com/2011/05/la-educacion-es-un-derecho-no-una.html . domingo 15 de mayo de 2011
Esta consigna de FECODE, ampliamente difundida por los medios caracteriza muy bien la situación que ha creado el actual Gobierno con su propuesta unilateral de reforma de la educación superior. Su intención protagónica era enviar el proyecto de ley de reforma al congreso sin abundar en consultas. Afortunadamente la reacción temprana, en especial de la Asociación Colombiana de Universidades, ASCUN, y luego de la comunidad universitaria en general, especialmente de la de las universidades públicas ha sido de tal índole que se justifica la discusión pública sobre tema tan delicado para la sociedad colombiana. … Sigue
LA UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA Y LA IDEA DE UNIVERSIDAD. (Con motivo de los primeros 50 años de la Universidad Tecnológica de Pereira) .
Por Guillermo Hoyos Vásquez
http://smpmanizales.blogspot.es/1299583639/
«Scientia et Technica pro Humanitate sub Libertatis Tutela», "Ciencia y Técnica por la Humanidad bajo la tutela de la Libertad".
Hace ya 13 años que con motivo de otro Cincuentenario, el de una Universidad hermana, la Universidad Industrial de Santander, exponía mis ideas acerca del ethos de la universidad, su relación con la sociedad, a partir de su compromiso con las humanidades y la libertad de ciudadanas y ciudadanos. …. Sigue
Continuidad del análisis y del debate
UNperiódico (Publicación de la U. Nacional), No. 144, mayo 8, 2011
http://www.unperiodico.unal.edu.co/dper/article/un-periodico-impreso-no-144.html . Allí:
Reforma a la educación superior: discusión imprescindible e inaplazable //
“La educación de calidad es costosa, y alguien la tiene que pagar”
LA EDUCACIÓN SUPERIOR en COLOMBIA. Debate 2011.
EDITORIAL
Arcadia no. 67, Abril 29, 2011. Pág. 3
Lugares comunes
La pasada portada de Arcadia generó una avalancha de reacciones airadas por parte tanto de profesores, como de jóvenes estudiantes de filosofía. Arcadia publicó, de manera destacada, las cartas más representativas ( 1 ) en su página web, y cede este espacio de su editorial a la respuesta de Rodrigo Restrepo, el autor del artículo.
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La pregunta "¿Dónde están los filósofos?" puede ser, sí, un "lugar común". Pero no por eso deja de ser válida y, más aún, pertinente. Este juicio (que tal o cual cosa sea un "lugar común"), se ha vuelto tan común en la academia, que parece esconder un cierto recelo, por no decir un miedo, al lugar común.
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De mis años de universidad recuerdo a uno de mis profesores explicar, en uno de los momentos iluminadores de mi paso por esa institución, que la pregunta fundamental de la filosofía no es una pregunta ontológica (¿qué es el ser?), sino ética (¿qué hacer?). La pregunta por el ser del mundo es apenas un instrumento, un momento, un mapa abordar el interrogante más importante: ¿Qué debo hacer? Sí, esa es la pregunta que en el fondo todos nos hacemos: ¿Qué hago aquí, en este planeta, en este país, en esta ciudad, en este lugar?
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Es desde esta perspectiva que el artículo publicado en el anterior número de Arcadia se pregunta por el lugar de los filósofos en este país. Eso no significa (¡cuidado!) que nos vayamos a tomar a los filósofos más en serio de lo que deberíamos. No, no los estamos empotrando en ningún altar ni les estamos pidiendo las recetas para solucionar los problemas del mundo. Pero sí les estamos solicitando una voz (o varias), una presencia clara y comprensible en la arena cultural. Más aún cuando son los mismos filósofos quienes, en muchos países, están saliendo de la academia a ejercer un rol activo en los problemas del mundo, de la gente, de los lugares comunes. Y con mayor razón en un país como el nuestro, un país, como plantea el artículo, tristemente fecundo en temas éticos y morales.
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Es de la ética, en su sentido amplio, el de la acción del hombre entre los hombres, que muchos quisiéramos oír hablar a los filósofos. No a todos, ni en todos los medios, desde luego. Pero el hecho es que vivimos una realidad terriblemente sugestiva para muchos de los problemas filosóficos contemporáneos: la justicia, la violencia, los derechos humanos, lo virtual, la miseria, etc. El lugar común, el lugar del hombre común en la sociedad, se ha tornado increíblemente complejo y fértil para la reflexión profunda. Y el filósofo cuenta con herramientas preciosas (la suspensión del juicio, el pensamiento riguroso, el cuestionamiento de los supuestos), quizá no para darnos las respuestas, pero sí para ayudarnos a plantear las preguntas pertinentes. Es interesante ver que el artículo "¿Dónde están los filósofos?" haya desatado tantas respuestas airadas. Al menos los filósofos están. Y responden. Examinando dichas respuestas con cuidado, sin embargo, decepciona que la mayoría no pasen de ser más que auto complacientes ejercicios deconstructivos (otro lugar común). Autocomplacencias intelectuales que, tras una prosa apretada y compleja, camuflan poco más que una bilis pendenciera.
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La filosofía, claro, se hace de muchas formas. Y sin duda habrá muchos filósofos reinventando el oficio de filosofar, filósofos creativos y sin paraguas. Filósofos sin autojustificaciones y sin ganas de pelear. Filósofos que no le temen al lugar común ni a los problemas de los hombres.
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Rodrigo Restrepo
Filósofo y periodista
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( 1 ) http://www.revistaarcadia.com/
Controversia
El arte de la pelea
Arcadia, No. 67, Abril 29, 2011. Pág. 4.
Columnas de Juan Esteban Constaín y Alejandro Gaviria.
Todo empezó el 30 de marzo cuando El Tiempo publicó la columna Esta noche sí (1) de Juan Esteban Constaín. Allí Constaín, profesor del Rosario, cuenta que su clase -en la que se habla desde navegación antigua hasta Pink Floyd- es una trinchera frente al dogmatismo de la ciencia. "La ciencia como ideología y como religión, qué vanidad, qué estupidez (...) la universidad debería formar sabios, no burócratas". El 3 de abril, Alejandro Gaviria, columnista de El Espectador, respondió a Constaín en una columna a la que tituló Cortos de visión (2). Gaviria., que es también profesor, dice que por más que Constaín intente formar sabios, sus alumnos terminarán siendo hombres de negocios, gente que "compra barato y vende caro" y gracias a la cual la sociedad funciona. "El esnobismo hacia los hombres de negocios ha sido históricamente un obstáculo para el avance de la economía, las artes y las ciencias". El último asalto lo dio Constaín el 13 de abril en la columna Esta noche no (3): "que haya hombres prácticos está muy bien (...) Pero lo otro, por pretencioso e inútil que parezca, también es urgente". Un debate con estupenda altura intelectual.
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( 2 ) http://www.elespectador.com/
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Los tres documentos los habíamos registrado en LA EDUCACIÓN SUPERIOR en COLOMBIA. Debate 2011. , http://ntc-documentos.
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LA SEGUNDA INVENCIÓN DEL FUEGO: LA TECNOLOGÍA
Por Julián Enríquez Quintero (Abril 28, 2011).
Especial para NTC …
Sin pretender terciar entre el filósofo y el poeta pues ¿quién soy yo? (al primero lo conocí en las aulas, al segundo en los libros), pero si sopesando los dos textos, la columna de Ospina y la crítica de Jaramillo, debo decir que encuentro fresca, esclarecedora y dotada de una gran sensatez y sentido común –cualidades poco frecuentes casi extintas tratándose de los filósofos- la réplica del maestro Jaramillo.
Más allá de una interpretación amañada (como intenta más o menos difamarla el poeta en su contra réplica y segunda columna) a las precisiones del filósofo las asiste el buen juicio y la razón. Ya que el poeta sí arremete contra la tecnología y no titubea en hacerlo, ni nos da la oportunidad de repensarla ni dudar inteligentemente de ella, de esa suerte de mágica y segunda invención del fuego, casi de entrada simplemente la condena. En efecto, desde un principio, su planteamiento resulta maniqueo; escudado en el argumento ambientalista sataniza los productos tecnológicos ofreciéndonos la alternativa de extrañar la naturaleza -que según sus pesquisas hoy se pierde con tanto desperdicio tecnológico- (?) y la posibilidad de querer volver a andar en cuatro patas.
Pero más allá de que su alegato obedezca a la natural sensibilidad herida de los bardos, ¡al ten piedad de nosotros artificiosos monstruos de la tierra!, intuyo que el problema del poeta con la tecnología es netamente ideológico. ¡Qué lástima! A William Ospina sobre todo le choca, le jarta, le mortifica, le incomoda profundamente que todos esos importantes cacharros tecnológicos a los que hace referencia: la magia del ciberespacio, el chateo al instante, la navegación virtual por internet, vengan en inglés y que sea justamente el “imperio” (como él suele llamar a Estados Unidos) el lugar donde tuvieron su origen y desde donde se producen y se reproducen incesantemente.
Así, viciado por prejuicios ideológicos elabora un discurso sesentero, invocador de la naturaleza, alarmista –más bien fundamentalista- impropio de una figura de su talante que se supone de amplio espectro. De esos discursos ligeros capaces de robar aplausos fáciles entre concurrencias insidiosas, veintejulieras y muy comprometidas (qué pena tantos adjetivos pero eran necesarios); que agitan la indignación y conducen como suele suceder a la radical toma de partido, en la que de un lado están ellos: los impolutos, los sensibles, todo el séquito de los intelectuales razonables y políticamente correctos. Y del otro, el resto: los alienados, los vasallos del imperio, los necios esclavos de la tecnología. Esto no nos lo dice directamente Ospina en su grata prosa, claro -sería demasiado chato viniendo de él-, pero si nos lo deja entrever en el espacio que hay de una línea a otra.
Por supuesto, ver a mi nietecita de quince años clavada de cabeza chateando en su blackberry todo el día, le hace creer a uno que la matrix se está inyectando en su cerebro y tomando posesión de ella. Pero no es responsable su aparato tecnológico, así como los muertos de las barras bravas no son culpa del fútbol; sino de su falta de criterio, de la garrafal falta de criterio de los jóvenes en estos tiempos. “Es un error humano” diría el ingeniero de navegación desde su torre de vigilancia. La procedencia de ese error, su origen o su causa, la desconozco por completo. Aventurando una burrada pienso que obedece quizás al libre desarrollo de la personalidad que intelectuales como Ospina aúpan y promueven. Pero no lo digo en voz muy alta, pues me encapsularían en el argumento de que sólo soy un hombre viejo que habla así. Además no soy poeta ni filósofo para saberlo pero si tengo bastante sentido común y sé que por la vía que Ospina tendenciosamente dirige el análisis existe un campo minado de odios intestinos y anteojeras ideológicas.
Además, no sólo los viajes en avión y los computadores portátiles son caros en Colombia, como dice el poeta, también lo son los libros, sus libros por ejemplo señor Ospina, que son exhibidos a exorbitantes precios capitalistas en las vitrinas de las librerías. Acaso será por eso que los muchachos de los que usted se preocupa tanto optan por los video juegos en las esquinas, ya que les sale más barato. Bájele los precios a sus libros por favor, a ver si es posible leerlos en paz y sin rayones en casa porque los de las bibliotecas públicas hasta da cosa cogerlos con las manos de tantas manos que pasan por ellos y los viven subrayando.
Gracias, maestro Jaramillo por levantar la voz y mirar de otra manera, por hacerse oír, por darnos una lección de tranquila ecuanimidad y sopesada inteligencia. Y también gracias al poeta porque su ligero análisis, así lo permitió.
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¿Y dónde están los ciudadanos?
Por: Alejandro José López Cáceres
Madrid, España, 30 de abril de 2011
Nos hemos acostumbrado a leer, cada cierto tiempo, interrogantes con protestas implícitas, más o menos enfáticas. Usualmente vienen en las columnas de opinión, en la llamada gran prensa. Alguien dice, por ejemplo: ¿Dónde están los filósofos? Entonces, en un primer momento, sobreviene la reacción de los aludidos, cuya vehemencia varía según las proporciones de la reprobación inicial y dependiendo de la afectación de quien firma cada respuesta. Y salta, a continuación, la cascada de preguntas análogas: Dónde están los ingenieros y los médicos y los educadores y los escritores y el etcétera que los columnistas van considerando pertinente. No creo que haya nada improcedente en esta forma de generar opinión, muchas veces incluso deberíamos celebrar las buenas intenciones propugnadas en esta práctica; sin embargo, puede haber ─suele haberlo─ un trasfondo en este tipo de interrogante-protesta que bien valdría la pena revisar.
Quizás el lado más positivo de esta costumbre viene a ser el gran conjunto que configura; es decir, la sumatoria de las muchas reclamaciones. Ésta constituye un significativo aporte para el diagnóstico de nuestras complejas realidades. Pero, por otra parte, estos interrogantes-protesta vienen lastrados habitualmente por cierta idea implícita. Y resulta que es una de esas ideas que tienden a desdibujar la consolidación, en muchos de nuestros países latinoamericanos, de unas democracias más robustas, sustanciales y plenas. Dicho trasfondo podría formularse así: “Otro tiene que resolver los graves problemas que nos aquejan”. De tal suerte, nos apresuramos a endosar los compromisos para que ese Otro se ocupe de ellos, nos zafamos de todo lo que suene a responsabilidad y nos desentendemos de cualquier encargo que implique conjugar soluciones en primera persona ─del singular y del plural.
No deja de resultar curioso que esta cómoda e ingenua manera de concebir la vida social se halle tan extendida. Y lo más grave es que esta actitud ─que transita por la indiferencia, el victimismo y la desidia─ sólo puede legarnos unas democracias raquíticas y endebles, unas democracias enfermas de corrupción y de exclusión. Para expresarlo de modo concreto, podría apelarse a un decir tan pueblerino como certero; así: “Hay quien prefiere sentarse debajo del árbol a esperar que la guayaba le caiga en la boca”. Lo malo es que no suele el destino tener tanta puntería.
Con una mentalidad semejante, el terreno está abonado para que pululen los caudillismos de distintos signos ideológicos. En efecto, nunca se hacen esperar demasiado los megalómanos capaces de prometer el remedio de todos los problemas a condición de que se les otorgue, presta e incondicionalmente, el manejo de la colectividad. Los caudillos exigen el fervor de sus seguidores, transforman las leyes para favorecerse directamente, eliminan o debilitan los mecanismos institucionales de control y satanizan a todo aquel que tenga la osadía de oponérseles. Torpe y trágico designio: el mesianismo político es incompatible con la esencia de la democracia.
La incondicionalidad con los líderes nunca es buen síntoma social. Indica, antes que nada, una gran fragilidad en la conciencia crítica de los ciudadanos. Cuando esto sucede, la colectividad ya no está eligiendo a un representante sino ofrendándose a un “Salvador”. Siempre que aceptamos el desplazamiento de las prioridades colectivas en beneficio de los intereses particulares estamos claudicando como ciudadanos y cohonestando con el deplorable hundimiento de la democracia. Y siempre que exoneramos a un gobernante de esa obligación central que consiste en dar cuenta públicamente de sus actuaciones políticas y administrativas habremos transitado de la democracia a la tiranía.
Sin embargo, se trata de una tentación permanente. Porque somos proclives a esta cándida ilusión: “Lo mejor es permitir que Otro ─más idóneo, inteligente o carismático─ piense por nosotros”. Efectivamente, resulta más simple y más cómodo proceder así; pero, de modo invariable, estamos frente una alternativa fatídica. Ya que ningún ser humano posee la verdad revelada, ninguno es infalible. Al contrario, el principio fundacional de toda civilización es la acumulación de los saberes. Y ésta viene dada por la aportación múltiple. Gentes de diferente condición y de diversos oficios, personas de disímil procedencia y de distintas generaciones nos han legado su trabajo, sus ejecutorias y sus ideas. La inmensa despensa así formada constituye el bien más preciado de cualquier sociedad: su cultura.
Por contrapartida, la primera tentativa de todo caudillo es eliminar la diversidad, hacerle creer a la ciudadanía que sólo existen dos opciones. De modo que la escogencia es muy puntual: “O ellos o nosotros”. Y ya entrados en gastos, el fanatismo lo traduce pronto: “O ellos, los malos; o nosotros, los buenos”. Este maniqueísmo en que se traduce el mundo y su problemática configura una simplificación radical que, no obstante, arroja un importante rédito político al líder jactancioso: impide, una vez más, que los ciudadanos piensen. De allí que siempre el caudillo necesite crear un enemigo público, un peligrosísimo enemigo que debe ser combatido y eliminado a toda costa: “¡Si no se le extermina, el monstruo voraz y mortífero devorará a la Nación entera!”. Así las cosas, en lo sucesivo todo ejercicio de la política terminará convertido en una Cruzada; entonces, el caudillo se reservará para sí mismo el papel de héroe absoluto.
Entretanto, los ciudadanos tendrán que cumplir con el sagrado ritual de la claudicación. Primero que todo, habrán de girarle un cheque en blanco a su líder, habrán de extenderle una Patente de Corso para que él pueda obrar a sus anchas y salvar la Patria: “No más leyes, pues, ni más mecanismos institucionales que puedan estorbar sus procederes”. Lo segundo es que nunca más deberá preguntársele públicamente por asuntos que no apunten concretamente a la Cruzada. Todos los demás ámbitos de la vida social tendrán que pasar a un segundo plano, ya que serán considerados preocupaciones menores. Estos pasos mencionados equivalen, como puede advertirse, a herir de muerte una democracia. Con ellos, los demás intereses e inquietudes de la colectividad quedarán diluidos o subordinados ante las veleidades del caudillo.
Con todo, nuestros países latinoamericanos incurren una y otra vez en este recurso al caudillismo. Probablemente tenga esto que ver, entre otras cosas, con una comprensión demasiado instrumental de la democracia. Pareciera que una buena parte de la ciudadanía entiende el voto como su fin último. Como si se perdiera de vista que las urnas son solo un instrumento ─uno muy importante, desde luego, pero un instrumento al fin y al cabo─, como si se olvidara que la democracia es una extraordinaria y compleja manera de concebir la vida social. Y esta manera tiene que ver con la libre elección de los gobernantes, sí; pero también con la necesidad de tramitar pacíficamente los disensos, con la obligación de estimular del debate público, con la división de poderes ─concebida precisamente para evitar el advenimiento de una tiranía─, con el deber de impartir justicia de manera eficaz e imparcial, con la exigencia de generar inclusión en la dinámica social, con el imperativo de producir equidad en la distribución de los bienes materiales y simbólicos que permiten el bienestar de las personas, con el cometido de construir instituciones sólidas y confiables; en fin, con garantizar el pleno ejercicio de los derechos por parte de toda la ciudadanía.
Miradas así las cosas, se nota que las nuestras son democracias muy embrionarias y frágiles. Constituyen un valor en sí mismas frente a las atroces dictaduras de otros tiempos; no obstante, está claro que son demasiado perfectibles. Todavía están muy lejos del funcionamiento que presentan las democracias modernas. Y es precisamente dicho funcionamiento el que ha permitido a las naciones más avanzadas de Occidente el gran desarrollo de sus sociedades. También podrían decirse las cosas del modo inverso: las sociedades desarrolladas lo son porque han logrado consolidar democracias modernas; es decir, sistemas en los que es posible verificar el cumplimiento de los indicadores que se han señalado atrás.
El desarrollo de las naciones jamás llega como una dádiva otorgada por un caudillo generoso. Todo lo contrario, se forja en largos y difíciles procesos sociales cuyos protagonistas esenciales son siempre los ciudadanos. Mientras el caudillismo procura la disolución de lo público para convertirlo en dominio personal de un líder y sus allegados, la democracia se afirma mediante el fortalecimiento de lo público a través de las dinámicas institucionales. De manera que es indispensable superar el mesianismo político para que una democracia llegue a consolidarse plenamente. Y esto implica que la colectividad se ocupe de buscar soluciones a sus conflictos y actúe críticamente frente a sus gobernantes. Sin ciudadanos no hay democracia.
Nota (Mayo 3, 2011): Este texto fue publicado también en: http://www.revistamefisto.com/
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La reforma universitaria es un coctel que combina objetivos nobles con metas desmesuradamente ambiciosas que desconocen la realidad operativa de las instituciones, pensada, principalmente, a partir de una analogía en apariencia pertinente y a su vez errada: creer que son equivalentes la creación estandarizada de un producto del mercado y la formación con calidad de ciudadanos.
Kevin Alexis García, Docente de la Escuela de Comunicación Social. Universidad del Valle
La Palabra, UV, Mayo 2011, No. 215, http://lapalabra.univalle.edu.co/pensar_mayo11.htm
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* Actualizado a Abril 30, 2011
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De navegaciones-e en nuestro "potrillo a vela" ( 1 ),
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