viernes, 8 de abril de 2011

COMENTARIOS A LA COLUMNA DE WILLIAM OSPINA TITULADA “Nueva edad de la ciencia ficción (II)”. Por Juan M. Jaramillo Uribe*.

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*** Actualización a Abril 30, 2011

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*** Actualización a Abril 28, 2011.

LA SEGUNDA INVENCIÓN DEL FUEGO: LA TECNOLOGÍA.
Por Julián Enríquez Quintero (Abril 28, 2011).
Especial para NTC … . Ver al final o AQUÍ.
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COMENTARIOS A LA COLUMNA DE WILLIAM OSPINA TITULADA “Nueva edad de la ciencia ficción (II)”, El Espectador, 27-03-2011.


Por Juan Manuel Jaramillo Uribe *. Prof. Jubilado U. Del Valle


NTC … agradece al autor el aporte de su texto y la autorización para publicarlo


El escritor William Ospina en su columna de El Espectador del pasado domingo 27 de marzo que tituló “Nuestra edad de la ciencia ficción (II)” **, lleva a cabo una serie de reflexiones dirigidas a atacar la extensión en nuestra sociedad de un modelo de vida consumista, producto de la tecnología, cuyas nefastas consecuencias para el ser humano y para la sociedad fueron advertidas por la ciencia ficción, pues, según sus palabras, “la ciencia ficción no surgió para celebrar las maravillas de la técnica sino para advertirnos de un modo elocuente y fantástico, acerca de sus abundantes peligros”.

Aunque en apariencia se puede estar de acuerdo con Ospina y reconocer que la llamada “sociedad de consumo”, crea un falso ideal de felicidad al que sólo puede acceder una cuarta parte de la humanidad, de ahí no se sigue —como lo hace Ospina— que todo esto sea por culpa de los artefactos y que, como consecuencia, haya que lanzar un anatema al Renacimiento, a la Ilustración o al “progresista y catastrófico siglo XX” que, según sus palabras, “nos ha acostumbrado a pensar que todas las cosas nuevas nos hacen mejores”. Ospina, como en otras ocasiones lo ha hecho, sale en defensa de las tradiciones y de los rituales y se va lanza en ristre contra el desarrollo tecnológico del cual él mismo es beneficiario y del tipo de saber que se imparte en los liceos y en las universidades que, en últimas, se convierte para él en la razón de ser de todos los males que nos aquejan: guerras tecnológicas, calentamiento global, crisis nucleares, etc.

Actitudes románticas y conservadoras como las expresadas por la pluma de Ospina, sólo permiten ver el mundo en blanco y negro. Por un lado, el reino angélico de las tradiciones, de las costumbres y de los rituales “que nos hacen sentir parte de un mismo orden cultural” y, por otro, el reino diabólico de artefactos que, como los aviones que se usan para lanzar bombas o para ser los verdaderos culpables del S-11, —como alguna vez lo expresó—, así como del telégrafo, de la radio y de los productos de la industria en tanto “herramienta de aniquilación”. No se discute que los sistemas tecnológicos puedan estar sujetos a evaluaciones morales o políticas, pues no son neutros valorativamente hablando, pero resulta erróneo, por decir lo menos, confundir los sistemas tecnológicos y, en general, la tecnología, con los artefactos tecnológicos que son sus productos y, más aún, responsabilizar moral y políticamente a estos últimos de lo que estamos viviendo, incluyendo los odios, la violencia y la intolerancia. Los sistemas tecnológicos que Ospina condena valiéndose de la falacia del hombre de paja al proponer una imagen caricaturesca de la tecnología y, por esa vía, combatirla, no son —como él piensa— el conjunto de los artefactos tecnológicos. Los sistemas tecnológicos son estructuras complejas que comprenden, además de los artefactos que son los objetos concretos que se producen al aplicar determinadas técnicas, las personas que con sus acciones buscan alcanzar uno determinados fines, como el uso instrumental de un avión para trasladar rápida y eficientemente pasajeros de un lugar a otro o para derrumbar un edificio. Estos agentes, y no los artefactos, son los verdaderos responsables moral y políticamente. Afirmar que objetos como los aviones, el telégrafo, la radio, los productos de la industria, etc. pertenecen al reino de lo diabólico porque en las Primera Guerra fueron usados con fines bélicos y de exterminio, como también lo fue la energía nuclear en la Segunda Guerra con la bomba atómica, es un completo sinsentido. Las cosas noson buenas ni malas en sí mismas y, como tales, no pertenecen ni al reino de lo angélico ni al reino de lo diabólico en ese inventario del que —según Ospina— “alguien habrá hecho”. Son los usos intencionales que las personas, responsable o irresponsablemente hagan de ellas, los que podemos calificar de buenos o malos, a sabiendas, claro está, que pueden darse resultados no intencionales como fue el adelgazamiento de la capa de ozono en la atmósfera terrestre como consecuencia de la emisión no prevista de ciertos compuestos químicos producidos por la industria, ya que los resultados de muchas innovaciones tecnológicas no siempre son previsibles. Pero de la imprevisión de los resultados dañinos de las acciones que intencionalmente realizan determinadas personas cuando hacen uso de determinada tecnología para obtener fines efectivos, no se sigue que haya satanizarla y, más aún prohibirla, algo que, además, a todas luces resultaría imposible, pues no es algo que apareció de un momento. Vivimos en un mundo artificial en el que los productos tecnológicos han penetrado tan profundamente nuestras vidas, que resultaría utópico aislarnos de él y pretender retornan a un incontaminado estado de naturaleza que, como dice Evandro Agazzi es, en el mejor de los casos, “un paréntesis de evasión del que se puede gozar durante un breve período de vacaciones, más ciertamente no es el estado natural de nuestra vida”.

Comparto la tesis de Ospina de que debemos ser prudentes frente al uso de la tecnología cuando se tenga la sospecha de que se puedan producir efectos nocivos como los que se están viendo en las personas y en el medio ambiente con el reciente accidente de la central nuclear de Fukushima. Pero de ahí a rechazar la tecnología o, más precisamente, los aparatos tecnológicos hay un gran paso. Son los intereses, los fines y los valores que forman parte de la tecnología los que son susceptibles de evaluación moral o política, no los objetos que esos intereses, fines y valores convirtieron en “garfios del infierno”. La responsabilidad en el uso de los sistemas tecnológicos exige prudencia y es menester considerar todas las consecuencias que traería su aplicación, pero resulta tan absurdo hacer responsables a los objetos tecnológicos de las desdichas humanas, como afirmar que Einstein es el culpable de la construcción de la bomba atómica, aunque para ello se hayan requerido sus aportaciones teóricas.


* Juan M. Jaramillo Uribe. jaramillo.juanmanuel@gmail.com . Prof. Jubilado U. Del Valle. Marzo 28 de 2011.


* Complementaciones de NTC ...: Juan Manuel Jaramillo Uribe.


Pregrado en Filosofía y Letras la U. Pontifica Bolivariana, Medellín. Postgrado (maestría) en la UNAM, México. En la actualidad profesor jubilado de la U. del Valle, Cali, donde, además de profesor, desempeñó los cargos de Jefe del Departamento de Filosofía en varias ocasiones, Secretario General y en tres ocasiones Rector (E) de la U. del Valle. Miembro fundador de la Sociedad Colombiana de Filosofía ( 1 ) y en la actualidad Presidente de dicha Sociedad en el Eje Cafetero. Ha publicado varios libros entre los que se destacan: ¿Es la ciencia una rama de la literatura fantástica? Pretexto para una reflexión sobre el realismo (U. de Caldas), Filosofía de la Tecnología: sus avatares y sus logros (Armenia, Ed. Universitaria, 2008), entre otros, así como co-autor de numerosos libros entre los que cabe mencionar: Estudios de Historia de la Filosofía (Cali, Fundación para la Promoción de la Filosofía en Colombia), Wiittgnestein: Discusiones sobre el lenguaje (Manizales, U. de Caldas, 1991), El trabajo filosófico en el continente (Bogotá, ABC, 1995), Filosofía y ciencia (Cali, U. del Valle, 1996), Thomas Kuhn (Cali, U. del Valle, 1997), Enseñar Filosofía (Bogotá, U. Pedagógica, 2006), La filosofía de la ciencia en hispanoamérica (Madrid, Ed. Taurus, 2010), entre otros, así como numerosos artículos en revistas especializadas de filosofía nacionales como internacionales, especialmente en el área de filosofía de la ciencia. Desde el 2001 hace parte como investigador de la Red Internacional ITAS, con Sede en Buenos Aires, "Reconstrucciones racionales y reconstrucciones históricas. La concepción estructuralista" ( 1, ver al final) y profesor invitado en numerosas universidades nacionales e internacionales. En la actualidad se encuentra terminando dos libros: Aproximaciones a la filosofía de las ciencias sociales y La filosofía de ´El gran diseño".


Nota de NTC ...: Otros textos del Profesor Jaramillo:
*** *** LA EDUCACIÓN SUPERIOR en COLOMBIA. Debate 2011., http://ntc-documentos.blogspot.com/2011_04_22_archive.html . Actualización con los siguientes textos: “COMENTARIOS AL PROYECTO DE REFORMADE LA LEY 30 DE 1992” y “LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA UN PRINCIPIO CONSTITUCIONAL EN RIESGO”. Por Juan Manuel Jaramillo Uribe. Manizales, 19-03-2011.


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** Nuestra edad de ciencia ficción (II)


Por: William Ospina


EL RENACIMIENTO, LA ILUSTRACIÓN, el progresista y catastrófico siglo XX, nos acostumbraron a pensar que todas las cosas nuevas nos hacen mejores.




Toda novedad comportaba un progreso, la humanidad no había cesado de progresar desde el momento en que decidimos bajar de esos árboles, desde cuando pulimos esas piedras para hacer hachas, desde cuando descubrimos la rueda. Y si en el campo de las ideas no todo invento era provechoso, pues también había ideas de intolerancia y de odio, en el campo de los inventos prácticos todo se hacía para mejor: ¿no habían inventado los chinos las sombrillas y las sillas plegables, no había descubierto alguna abuela sabia la manera correcta de partir el pastel, no había inventado alguien, inspirado por la divinidad, el cepillo de dientes, la tijera, el lápiz, el telar, el papel?


Pero también estaban los inventos nefastos: esos puñales curvos que sofistican la estocada, esas espadas, esos venenos, esos instrumentos de tortura a los que aplicó su ingenio la Santa Inquisición, esas cruces, esas horcas, esas guillotinas. Alguien habrá hecho ya un inventario de cosas benéficas y atroces, para saber si nuestra creatividad pertenece al reino de lo angélico o de lo diabólico. Pero la verdad es que siempre estuvieron ligadas bondad y malignidad, siempre lucharon entre sí. Depende de la cultura, del orden social, el que una sociedad se oriente hacia la convivencia o hacia la violencia.


La conducta humana estuvo moderada por siglos de ceremonias y tradiciones, por medio de las cuales las sociedades aprenden a convivir en su interior y a relacionarse con el mundo. El progresismo fue haciendo que perdiéramos el respeto de la tradición y nos convenció de que toda novedad comportaba un progreso. Todo iba bien con el progreso.



Pero, de repente, los ilustres inventos de la sociedad industrial se convirtieron, en 1914, en garfios del infierno. Los aviones, el sueño sublime de Leonardo da Vinci, fueron utilizados para arrojar bombas. El telégrafo, la radio, los productos de la industria, todo fue herramienta de aniquilación. Y con la Segunda Guerra Mundial el fenómeno alcanzó su apoteosis. Hasta el trabajo de grandes pacifistas fue utilizado para inventar bombas atómicas.


Cuando terminó la guerra la industria había triunfado, pero un extraño pesimismo se había apoderado de nuestra especie. Allí sobrevino ese movimiento intelectual que se llamó el existencialismo: un sentimiento de soledad, la conciencia del absurdo, la sospecha de que la vida no tenía sentido. Ese sentimiento no ha desaparecido, pero ahora está enmascarado en el culto de las cosas, el consumo, las adicciones, el ansia frenética de ruido y de velocidad, la sed desesperada de riqueza, la religión del espectáculo y de la publicidad, el culto enfermizo de la salud, del vigor y de la juventud, y la visita a los únicos templos vivos que van quedando, que son los centros comerciales.


Pero harto sabemos que tres cuartas partes de la humanidad no pueden participar de esas comparsas de la belleza frívola, de esas mitologías de Vanity Fair. Algo va de la dieta al hambre, de las marcas costosas a los mercados piratas, de la civilización que convierte todo en basura a la humanidad que vive de reciclarla. Extender el modelo de consumo irreflexivo no es posible ni deseable. El día en que los mil trescientos millones de chinos tengan automóvil particular, y en que los mil doscientos millones de indios produzcan basura verdadera, basura industrial no biodegradable, ese día Vishnú le cederá para siempre su trono a Shiva.


Se ha abierto paso en el mundo la idea de que tenemos muchos derechos y casi no tenemos deberes. Llevamos siglos luchando por la libertad, pero no hemos articulado el discurso de nuestra responsabilidad. Llevamos siglos en la búsqueda del confort y se nos hace agua la boca hablando de la sociedad del bienestar, pero son pocos los que, como Estanislao Zuleta, han formulado sabiamente un elogio de la dificultad. Sin embargo, nada atenta tanto contra la salud como una prédica del confort y la facilidad; nada es más peligroso para la supervivencia humana que la excesiva adulación del egoísmo y el olvido de los principios de solidaridad y generosidad.


Sociedades como la colombiana, desamparadas por un Estado irresponsable y condenadas a rivalidad permanente, al individualismo agresivo, son buen ejemplo de los niveles de violencia que produce la falta de un sueño generoso de respeto en el que puedan converger millones de seres humanos.


Porque sólo sabemos convivir cuando una mitología compartida, unas tradiciones y unos rituales nos revelan al dios que está escondido en los otros, el exquisito misterio que es cada ser humano, y ello requiere altos niveles de educación verdadera, es decir, no aquella que venden los liceos y las universidades, sino aquella que está en las costumbres, en el lenguaje, en las fiestas y las ceremonias que nos hacen sentir parte de un mismo orden cultural.


El mundo asiste hoy a un acelerado cambio de memorias por noticias, de costumbres por modas, de saberes largamente probados por novedades. Pero estas guerras tecnológicas, este calentamiento global, estos tsunamis que derivan en crisis nucleares, nos recuerdan que la historia es impredecible, y así como a veces lo nuevo se yergue como el fascinante camino al futuro, también a veces los accidentes pueden revelarnos que conviene un poco de prudencia, un poco de sensatez y un residuo de reverencia, a la hora de paladear esas flores del vértigo.


Al fin y al cabo la ciencia ficción no surgió para celebrar las maravillas de la técnica sino para advertirnos, de un modo elocuente y fantástico, acerca de sus abundantes peligros.

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Nuestra edad de ciencia ficción (I)


Por: William Ospina


HACE 66 AÑOS, DOS BOMBAS ATÓMIcas destruyeron las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, decidieron el final de la Segunda Guerra Mundial, forzaron al Japón a la rendición ante las potencias aliadas y dieron comienzo a una nueva edad del mundo.




Alemania había sido triturada por el doble martillo de los rusos atacando por el oriente y los aliados avanzando por el occidente. El triunfo en el frente europeo y en el asiático de Estados Unidos, que había entrado tardíamente en la guerra, significó también el comienzo de la guerra fría, que dividió el mundo durante cuarenta años en dos bloques de poder que se vigilaban uno al otro con desconfianza y con ira, en una tensa paz de pesadilla, sostenida sobre la amenaza cósmica de los arsenales nucleares.


Ahora sabemos que esas potencias enemigas no eran tan distintas: tanto los democráticos Estados Unidos como los burocráticos estados soviéticos profesaban el industrialismo, el armamentismo, el militarismo, y terminaron reconciliándose hace 20 años en las fiestas del mercado, en la desintegración de los proyectos solidarios y en la entronización del individualismo consumista como máximo ideal de la especie.


Hace 66 años vivimos en el mundo de la ciencia ficción. Las novelas del 007 dieron paso a los thrillers de espías y de traficantes de armas atómicas; la generación de los años 60 pasó del culto de las drogas místicas y la consigna del amor libre a la fascinación con la saga de los viajes al espacio exterior: íbamos rumbo a la Luna y a Marte; la revolución del transporte incorporó una velocidad de vértigo a la vida cotidiana; la revolución de las comunicaciones convirtió al mundo en el aleph de Jorge Luis Borges; internet y las redes sociales abrieron ante nosotros un océano de memoria y un jardín de encuentros virtuales, pero convirtieron a la vez a los organismos humanos en una subespecie sometida a la fascinación de los mecanismos; la globalización de la información y del mercado trajo como complemento necesario la proliferación de las mafias globales, el mercado planetario de las armas, el clima de alarma permanente de la sociedad superinformada, la enfermedad generalizada del estrés y la alternancia bipolar de sustancias estimulantes y sedantes, el triunfo estridente de la tecnología como principal escenario de la acción humana, la tecnificación de la vida y el triunfo de la profecía de Marx de que todas las cosas se convertirían finalmente en mercancías, el sexo y la salud, el arte y el espectáculo, el deporte y el tiempo libre, la paz y la guerra, la información y la educación, el agua y el aire.


Es asombroso el modo como han triunfado los paradigmas de la llamada civilización occidental. Fue asombroso ver anteayer al emperador Akihito hablando por primera vez por televisión a su pueblo, vestido con un traje occidental, con saco y corbata. Es asombroso ver el país que hace 66 años padeció por primera y única vez el apocalipsis atómico sobre sus ciudades, convertido ahora en productor de energía atómica, y víctima otra vez de los vientos radiactivos. Es asombroso haber tenido el privilegio y el horror de ver hace siete días en directo el modo como una ola monstruosa que venía de los abismos del agua iba barriendo y arrasando los litorales japoneses y convirtiendo en escombros las ciudades, estrellando los barcos contra los puentes, arrancando las casas como trozos de papel, moliendo en su trituradora automóviles, bosques, barrios, piedras, metales, máquinas y seres humanos.


Los diluvios y los tsunamis existieron siempre, lo que no existió siempre es una humanidad que puede estar presenciando al mismo tiempo la devastación de los tsunamis, los incendios de los reactores nucleares, los crímenes de las mafias mexicanas, la corrupción de los políticos colombianos, las manifestaciones de los demócratas egipcios, las elecciones en la devastada isla de Haití, las manifestaciones de los trabajadores de Winsconsin, los bombardeos de Gadafi sobre las ciudades rebeldes.


Lo nuevo no es la información, es el testigo. Lo nuevo no es la catástrofe planetaria y la confusión cósmica, sino el hecho de que la humanidad la presencie asombrada e inerme, y convierta las marejadas de la historia en parte fundamental de su propia existencia, sin tener a la vez mucha posibilidad de influir sobre ella.


Esta semana los periodistas amigos de la adrenalina se han animado a hablar de apocalipsis. Se diría que lo que nos parece a veces el fin del mundo no es más que la cotidianidad del mundo convertida, gracias a la tecnología, en una suerte de sofisticado espectáculo. Pero es verdad que ya estamos en la aldea de Bradbury, en el país de Frederick Pohl, en el planeta de Philip K. Dick. Ahora el viento trae un polen de cosas desconocidas, la naturaleza parece hablar una lengua distinta cada día, la historia entra a ráfagas por la ventana.


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( 1 ) La red internacional de investigación que lleva por título "Reconstrucciones racionales y reconstrucciones históricas. La concepción estructuralista en los debates actuales (PICT-Red-ITAS)" es una red internacional de investigaciones metateóricas (filosóficas e históricas) de la ciencia, financiada por la Agencia Nacional Argentina de Promoción Científica y Tecnológica, el CONICET (Argentina) y el BID y, de ella, hacen parte investigadores como C.Ulises Moulines (Alemania), José A. Diez (España), Andoni Ibarra (España), José Luis Falguera (España), Adolfo García de la Sierra (México), Mario Casanueva (México), Luis Peris-Viñé (España) y Juan M. Jaramillo (Colombia), entre otros, e investigadores argentinos como Pablo Lorenzano que es el responsable de la red, Christian Carman, Cintia Carrió, Laura Danón, Amaicha Depino, Marcelo Etchegoyen, Maria de la Paz Fernandez, Laura Inés García, Federico Giri, Santiago Ginnobili, Mario Lastri, EstebanLeiva, Alicia Massarini, Alberto Onna, Hector Palma, María Inés Prono, Fernando Vittar, Eduardo Wolovelsky, Danierl Blanco, Cecilia Reynares, entre otros. Los miembros de la red, interesados en la promoción del programa metateórico estructuralista de reconstrucción de teorías mediante el empleo de la teoría de conjuntos se reune bianualmente para discutir los avances de las investigaciones en diversos países (España, México, Argentina, Francia, etc.). Igualmente ha participado en diversas mesas organizadas sobre estructuralismo en distintos Congresos Internacionales realizados en diversos países. Del 2 al 4 de mayo próximos (2011) se reunirán en Buenos Aires, Argentina, para conmemorar los 40 años del programa estructuralista de reconstrucción de teorías y se le hará un homenaje a su creador el Dr. Joseph D. Sneed quien estará presente y participará con una conferencia.



--- - Reconstrucciones racionales y reconstrucciones históricas. La concepción estructuralista en los debates actuales (PICT-Red-ITAS). Investigador responsable: Pablo Lorenzano. Miembros del Grupo responsable: Leticia Minhot, Adriana Gonzalo, César Lorenzano, Pablo Lorenzano. Miembros del Grupo de colaboradores extranjeros: C. Ulises Moulines, Andoni Ibarra, José Luis Falguera, Mario Casanueva, José A. Díez, Luis Miguel Pérez-Viñé. Juan Manuel Jaramillo. Miembros del Grupo de colaboradores nacionales: Christián Carman, Cintia Carrió, Laura Danón, Amaicha Depino, Marcelo Etchegoyen, María de la Paz Fernández, Laura Inés García, Federico Giri, Santiago Ginnobili, Mariano Lastiri, Esteban Leiva, Alicia Massarini, María Eugenia Onaha, Alberto Onna, Héctor Palma, María Inés Prono, Fernando Vittar, Eduardo Wolovelsky. Becarios: Daniel Blanco, Cecilia Reynares).

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ProyectoS de Investigación Científica y Tecnológica (PICT)
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*** Actualización a Abril 28, 2011.

LA SEGUNDA INVENCIÓN DEL FUEGO: LA TECNOLOGÍA

Por Julián Enríquez Quintero (Abril 28, 2011).

Especial para NTC …

Sin pretender terciar entre el filósofo y el poeta pues ¿quién soy yo? (al primero lo conocí en las aulas, al segundo en los libros), pero si sopesando los dos textos, la columna de Ospina y la crítica de Jaramillo, debo decir que encuentro fresca, esclarecedora y dotada de una gran sensatez y sentido común –cualidades poco frecuentes casi extintas tratándose de los filósofos- la réplica del maestro Jaramillo.

Más allá de una interpretación amañada (como intenta más o menos difamarla el poeta en su contra réplica y segunda columna) a las precisiones del filósofo las asiste el buen juicio y la razón. Ya que el poeta sí arremete contra la tecnología y no titubea en hacerlo, ni nos da la oportunidad de repensarla ni dudar inteligentemente de ella, de esa suerte de mágica y segunda invención del fuego, casi de entrada simplemente la condena. En efecto, desde un principio, su planteamiento resulta maniqueo; escudado en el argumento ambientalista sataniza los productos tecnológicos ofreciéndonos la alternativa de extrañar la naturaleza -que según sus pesquisas hoy se pierde con tanto desperdicio tecnológico- (?) y la posibilidad de querer volver a andar en cuatro patas.

Pero más allá de que su alegato obedezca a la natural sensibilidad herida de los bardos, ¡al ten piedad de nosotros artificiosos monstruos de la tierra!, intuyo que el problema del poeta con la tecnología es netamente ideológico. ¡Qué lástima! A William Ospina sobre todo le choca, le jarta, le mortifica, le incomoda profundamente que todos esos importantes cacharros tecnológicos a los que hace referencia: la magia del ciberespacio, el chateo al instante, la navegación virtual por internet, vengan en inglés y que sea justamente el “imperio” (como él suele llamar a Estados Unidos) el lugar donde tuvieron su origen y desde donde se producen y se reproducen incesantemente.

Así, viciado por prejuicios ideológicos elabora un discurso sesentero, invocador de la naturaleza, alarmista –más bien fundamentalista- impropio de una figura de su talante que se supone de amplio espectro. De esos discursos ligeros capaces de robar aplausos fáciles entre concurrencias insidiosas, veintejulieras y muy comprometidas (qué pena tantos adjetivos pero eran necesarios); que agitan la indignación y conducen como suele suceder a la radical toma de partido, en la que de un lado están ellos: los impolutos, los sensibles, todo el séquito de los intelectuales razonables y políticamente correctos. Y del otro, el resto: los alienados, los vasallos del imperio, los necios esclavos de la tecnología. Esto no nos lo dice directamente Ospina en su grata prosa, claro -sería demasiado chato viniendo de él-, pero si nos lo deja entrever en el espacio que hay de una línea a otra.

Por supuesto, ver a mi nietecita de quince años clavada de cabeza chateando en su blackberry todo el día, le hace creer a uno que la matrix se está inyectando en su cerebro y tomando posesión de ella. Pero no es responsable su aparato tecnológico, así como los muertos de las barras bravas no son culpa del fútbol; sino de su falta de criterio, de la garrafal falta de criterio de los jóvenes en estos tiempos. “Es un error humano” diría el ingeniero de navegación desde su torre de vigilancia. La procedencia de ese error, su origen o su causa, la desconozco por completo. Aventurando una burrada pienso que obedece quizás al libre desarrollo de la personalidad que intelectuales como Ospina aúpan y promueven. Pero no lo digo en voz muy alta, pues me encapsularían en el argumento de que sólo soy un hombre viejo que habla así. Además no soy poeta ni filósofo para saberlo pero si tengo bastante sentido común y sé que por la vía que Ospina tendenciosamente dirige el análisis existe un campo minado de odios intestinos y anteojeras ideológicas.

Además, no sólo los viajes en avión y los computadores portátiles son caros en Colombia, como dice el poeta, también lo son los libros, sus libros por ejemplo señor Ospina, que son exhibidos a exorbitantes precios capitalistas en las vitrinas de las librerías. Acaso será por eso que los muchachos de los que usted se preocupa tanto optan por los video juegos en las esquinas, ya que les sale más barato. Bájele los precios a sus libros por favor, a ver si es posible leerlos en paz y sin rayones en casa porque los de las bibliotecas públicas hasta da cosa cogerlos con las manos de tantas manos que pasan por ellos y los viven subrayando.

Gracias, maestro Jaramillo por levantar la voz y mirar de otra manera, por hacerse oír, por darnos una lección de tranquila ecuanimidad y sopesada inteligencia. Y también gracias al poeta porque su ligero análisis, así lo permitió.

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Actualizó: NTC … / gra . Abril 29, 2011

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