Nuevo libro sobre GARDEAZÁBAL
Texto de Manuel Tiberio Bermúdez sobre esta publicación al final.
El último Emperador de Tuluá
EL NUEVO SIGLO , Colombia, Cultura . Domingo 16 de Septiembre de 2007 Clic en En caché )
Foto del Siglo http://www.elnuevosiglo.com.co/img_up/fotogustavoalvarezgardeazabal.png
Reproducido en CRONOPIOS Domingo 16 de septiembre de 2007
Hombres y mujeres de palabra
Por Ignacio Ramírez cronopios@cable.net.co
La foto es tomada de Cronopios
La última vez que vi a Gustavo Álvarez Gardeazábal fue hace ya varios años, cuando estuvo preso en una Escuela de Policía de su pueblo natal, a donde lo confinaron tras la persecución rampante de sus enemigos políticos, que necesitaron atajar su carrera de bola de nieve hacia la Presidencia de la República porque como gobernador del Valle aglutinaba a mucha gente que quería en el poder a personas más lanzadas y con más acción decisoria, como en él se palpaba.
Nadie le dice Álvarez, y él mismo exige que se haga énfasis en su estirpe materna. Polémico como ninguno, a Gardeazábal no lo quiere todo el mundo: precisamente en la política hubo quienes siempre lo vieron como un payaso que se estaba apoderando del circo y por eso le armaron un escándalo mayúsculo cuando alguien reveló que en tiempos en los que ni siquiera se vislumbraba la condición emergente, el escritor tulueño les había vendido a los Rodríguez Orejuela, por una suma ínfima, una escultura que tenía entre sus obras de arte y que como sucede con frecuencia sirven a los artistas para salir de ellas con dolor de pérdida aunque proporcionen unos pocos pesos para aguantar chubascos.
Entre los escritores las cosas tampoco son color de rosa: a pesar de los éxitos bibliográficos que promovieron sus cuentos y novelas, pocos lo quieren de verdad, por lo de siempre: le dicen panfletario y oportunista, descalifican la calidad de sus escritos y bien sea de buena fe o de pura envidia, lo critican más con la hiel hirviente que con la razón.
Pero, cosa curiosa para tener en cuenta en este país camaleónico: cuando fue detenido, los escritores e intelectuales colombianos produjeron un documento de respaldo al autor y en su episodio identificaron el irrespeto y la injusticia que dispara el poder contra quienes tienen capacidad para pensar y hacer nuevas propuestas.
Autores extranjeros se sumaron de inmediato a la iniciativa solidaria y los profesores y estudiantes de letras en Los Estados Unidos, donde le admiran tanto, firmaron a su favor cuanto pudieron y ni siquiera se inmutaron cuando la cantaleta del tulueño no los bajaba de gringos periqueros.
¿Dónde estaba el preso?
A la casa cárcel cuartel de policía a donde fui a visitarlo en aquella ocasión, llegué acompañado del escritor Fabio Martínez y su mujer Ivonne de Greiff.
La casa no era cárcel ni el preso era preso, por supuesto, aunque haya que acudir a la filosofía ranchera y recordar que "aunque la jaula sea de oro/ no deja de ser prisión"…
Pequeña pero cómoda, dotada de todo lo que un solitario necesita para sobrevivir con decoro, resultaba tan pintoresca y confortable que hasta daban ganas de quedarse allí compartiendo el confinamiento del colega, que no hablaba para nada de su caso político y siempre atravesaba el tema de las flores y las plantas y conducía a sus visitantes a su pequeño paraíso que era un jardín que él cuidaba con amor palpable y que sin duda sostenía la fragilidad de su evidente tristeza, porque eso sí se refería a la muerte próxima, el fin del ciclo misterioso, la enfermedad, el dolor del maltrato espiritual y sicológico y todas esas pequeñas cosas que en casos de romántico extremismo son la muerte.
Duraríamos un par de horas en la visita. Nos atendió con frutas y jugos naturales y con gardeazabalúdica habilidad evadió todo tema relacionado con su situación, tampoco abrió la boca para chacharear alrededor de temas literarios, pero eso sí hizo una soberbia demostración de amor por su jardín: los nombres sonoros y poéticos de sus plantas, el énfasis en cada una y en todas las flores, la gratitud con el agua y con los pájaros, la vecindad y la amistad con el viento y con el cielo. Tanto, que yo que había ido a visitar a un preso, después de esa vivencia estoy seguro de haber estado frente a frente con Puyi, el último emperador de China, que subió al trono a los tres años y fue adorado por 500 millones de personas como divinidad. Gobernó en la Ciudad Prohibida, hasta que las fuerzas republicanas, que querían abolir la corte imperial, lo encerraron entre sus murallas.
Finalmente abdicó y se convirtió durante un tiempo en títere de las fuerzas de ocupación japonesas en Manchuria. Después llegó la revolución comunista y Puyi fue encarcelado para "limpiar" su mente de todo pensamiento capitalista. En los últimos años de su vida fue jardinero en el parque botánico de Pekín y llevó una vida como un hombre cualquiera en su país.
Ahora es un luciérnago
Entre seres humanos, bien lo sabemos, suelen darse estas coincidencias ¿Y qué importan la China o Tuluá, si lo que cuenta es el jardín?
Eso pensé siempre y aun tengo esa imagen permanente de Gardeazábal, recogiendo pétalos, hurgando tierra, celebrando flores. Y tristísimo, eso sí, como si le hubiesen arrancado las raíces personales del nutriente que más le apasionaba: la política.
Ahora que escribo estos recuerdos estoy oyendo a Gardeazábal en la radio, en La Luciérnaga, un programa de Caracol que ha cumplido la hazaña de permanecer 15 años en la cúspide de la sintonía, que hace reír toda la tarde a quienes escuchan las imitaciones de personajes que fluctúan en la cresta de la ola, noticias burlescas que medio en serio medio en broma irradian para un público cautivo, que encuentra aquí un oasis en pleno desierto de una dictadura mediática apoyada en basura oportunista que a la vez ha convertido al periodismo en el idiota útil que manipulan los pícaros para mantener confundidos a sus cándidos borregos.
Gardeazábal, en La luciérnaga, de alguna manera ejercita también su condición de Emperador: es el más informado, el más buscado por todo tipo de personajes, el mejor dateado, al tiempo que el más incisivo y más agitador en el sentido pleno de esta palabra ardiente.
Lo que casi nadie sabe, gracias no solo a los avances tecnológicos en marcha sino también al tratamiento consentido que se da al personaje: Gardeazábal emite directamente desde Tuluá, en su propio estudio, en su propia casa, en su pueblo donde se lamentaba como un preso mientras soñaba que era un jardinero, un consolidado Emperador tulueño.
Ha sido tal el éxito suyo en La Luciérnaga, que a la hora de la verdad no pasó nada cuando el genial imitador Guillermo Díaz Salamanca tentado por ofertas pecuniarias más jugosas armó maletas y se fue para la competencia.
¿Quién sería el de la idea de trastear con el acongojado destronado tulueño hacia el imperio todopoderoso del micrófono? En todo caso afortunada decisión, que debía poner en práctica avivando otras zarzas y encendiendo otras inteligencias que se salen del esquema trivial. ¿Qué pasaría, por ejemplo, en un programa que alternara y enfrentara a personajes como Harold Alvarado tenorio, Juan Manuel Roca, Jotamario Arbeláez, William Ospina y otras poderosas lenguas del pantano?
Pero esa es otra historia…
Y a todas estas ¿qué pasó con el autor? Gardeazábal no volvió a escribir. Y si lo ha hecho ya sus obras no tienen ni el vigor ni el veneno de Cóndores no entierran todos los días, Dabeiba, El Titiritero, La boba y el Buda; Pepe botellas y en general las que agitaron el cotarro narrativo hace ya cerca o más de cuatro décadas.
¿Ganó o perdió la literatura colombiana con la metamorfosis gardeazabalesca? ¡Eso no lo sabe nadie! Como en el caso de la niña sin sombra que cantaba Camacho Ramírez.
Y en el fondo es el mismo, quizás curtido, pero el mismo, como sucede con todo jardinero auténtico según nos enseñó Rabindranath Tagore: "jamás deja de ser niño y de observar en silencio el proceso de sus plantas".
Con ese futuro floramante nos habíamos visto por primera vez cuando él era alcalde de su pueblo y fuimos a entrevistarlo en su nativo Valle, para el libro Hombres de palabra, que vale la pena recordar, pasado el tiempo:
Decíamos ayer…
La fama de vanidoso de Gustavo Alvarez Gardeazábal no es gratuita. Le fascina que noten su presencia, se mira en los espejos y en las vitrinas. Tiene alma de pavo real y hálito de Narciso. Y lo proclama y se las da. Ahora, que aparte de polémico escritor es nada menos que alcalde de su entrañable Tuluá, elegido popularmente -para más señas-, vive en función de entrega y cambios sustanciales en las costumbres administrativas y operativas de su pueblo natal.
Claro que queríamos encontrarlo en su salsa, entrevistarlo en la alcaldía, mirar cómo se metamorfosea el rostro de un escritor cuando se vuelve funcionario.
Pero el hombre es astuto como él solo. Nos convoca a Buga, una ciudad (señora, entre otras cosas) intermedia entre Cali y Tuluá. Llega con más de una hora de retraso y naturalmente no nos atiende porque forma parte del séquito de un jurado calificador de un concurso de cuento en el que participan estudiantes vallunos.
Menos mal que el asunto no resultó nada aburrido. De lo contrario nos hubiésemos regresado a Bogotá y quedado en blanco el espacio de Álvarez en su cubículo de Hombres de Palabra. ¡Pero no! La ceremonia y lectura de los cuentos fueron bellas. Un teatro repleto de muchachos a quienes se veía vibrar con la emoción de las palabras.
Una especie de recompensa para quienes después de ocho años de andareguear detrás de escritores concluyen su trabajo precisamente alrededor de gente joven que manifiesta amor por la literatura. Y en eso sí nos dejó Alvarez Gardeazábal muy bien impresionados. Si este tipo de convocatorias se hicieran constantemente, a nivel nacional, si a los muchachos se les enseñara cuántos mundos de maravilla habitan las páginas de los libros, las cosas serían distintas, la gente leería y encontraría la alternativa de la imaginación como elemento fundamental de la vida.
Y fue tan hermoso el acto literario en Buga, que decidimos de todas maneras hacer el reportaje, a pesar de la falta de puntualidad del señor alcalde.
A bordo de carro oficial, con guardaespaldas y radioteléfono, rumbo al Hotel Guadalajara Gustavo escoge, por supuesto, la mesa más visible, en el centro del bar, donde todo el que pase pueda vemos y oírnos. Y de entrada, sin esperar siquiera golpecitos de calentamiento, empieza a contradecirnos, como si en lugar de entrevista fuésemos a un encuentro de lucha libre.
- ¿Te deja la alcaldía tiempo para la literatura?
- ¿Y quién les ha dicho a ustedes, los estudiosos de los escritores, que escribir es solamente el acto físico de sentarse a la máquina?
- ¡Yo no digo eso, eres tú quien lo proclama!
En ese momento tenía cara de Cóndor. Se puso furioso, pero como de todas maneras es hombre curtido en la lid pública, se calma un poquito, dora la píldora y se va por otro lado.
- Escribir es vivir. Todas mis novelas son fruto de la vivencia. Es vivencia de escritor el darme el lujo de llevar nueve meses como alcalde y haber sobrevivido, teniendo en cuenta que tan sólo ha pasado un año desde que nos eligieron y ya van siete muertos y otros tantos se han visto obligados a renunciar. No es este el mejor panorama para el país.
Por eso considero que el oficio mecánico de sentarme a la máquina puede esperar a que se me termine la licencia que por dos o tres años me autodecreté.
Eso pensaba él, porque dos o tres años se convirtieron en el resto de la vida. Soñó con ser gobernador y cumplió el sueño. Tuvo el poder en la palma de la mano e inclusive medio país alcanzó a considerarlo buena alternativa para ser Presidente, pero como en el fondo de cada escritor se amalgaman el soñador y el cándido, Gustavo no tenía ni idea de que le tenía dispuesto el porvenir que está pasando: de último Emperador de Tuluá a Luciérnago en pleno.
¡Y la literatura ya pasó a la historia!
Postdata: Lea el reportaje original en Hombres de palabra. Vale la pena.
Nadie le dice Álvarez, y él mismo exige que se haga énfasis en su estirpe materna. Polémico como ninguno, a Gardeazábal no lo quiere todo el mundo: precisamente en la política hubo quienes siempre lo vieron como un payaso que se estaba apoderando del circo y por eso le armaron un escándalo mayúsculo cuando alguien reveló que en tiempos en los que ni siquiera se vislumbraba la condición emergente, el escritor tulueño les había vendido a los Rodríguez Orejuela, por una suma ínfima, una escultura que tenía entre sus obras de arte y que como sucede con frecuencia sirven a los artistas para salir de ellas con dolor de pérdida aunque proporcionen unos pocos pesos para aguantar chubascos.
Entre los escritores las cosas tampoco son color de rosa: a pesar de los éxitos bibliográficos que promovieron sus cuentos y novelas, pocos lo quieren de verdad, por lo de siempre: le dicen panfletario y oportunista, descalifican la calidad de sus escritos y bien sea de buena fe o de pura envidia, lo critican más con la hiel hirviente que con la razón.
Pero, cosa curiosa para tener en cuenta en este país camaleónico: cuando fue detenido, los escritores e intelectuales colombianos produjeron un documento de respaldo al autor y en su episodio identificaron el irrespeto y la injusticia que dispara el poder contra quienes tienen capacidad para pensar y hacer nuevas propuestas.
Autores extranjeros se sumaron de inmediato a la iniciativa solidaria y los profesores y estudiantes de letras en Los Estados Unidos, donde le admiran tanto, firmaron a su favor cuanto pudieron y ni siquiera se inmutaron cuando la cantaleta del tulueño no los bajaba de gringos periqueros.
¿Dónde estaba el preso?
A la casa cárcel cuartel de policía a donde fui a visitarlo en aquella ocasión, llegué acompañado del escritor Fabio Martínez y su mujer Ivonne de Greiff.
La casa no era cárcel ni el preso era preso, por supuesto, aunque haya que acudir a la filosofía ranchera y recordar que "aunque la jaula sea de oro/ no deja de ser prisión"…
Pequeña pero cómoda, dotada de todo lo que un solitario necesita para sobrevivir con decoro, resultaba tan pintoresca y confortable que hasta daban ganas de quedarse allí compartiendo el confinamiento del colega, que no hablaba para nada de su caso político y siempre atravesaba el tema de las flores y las plantas y conducía a sus visitantes a su pequeño paraíso que era un jardín que él cuidaba con amor palpable y que sin duda sostenía la fragilidad de su evidente tristeza, porque eso sí se refería a la muerte próxima, el fin del ciclo misterioso, la enfermedad, el dolor del maltrato espiritual y sicológico y todas esas pequeñas cosas que en casos de romántico extremismo son la muerte.
Duraríamos un par de horas en la visita. Nos atendió con frutas y jugos naturales y con gardeazabalúdica habilidad evadió todo tema relacionado con su situación, tampoco abrió la boca para chacharear alrededor de temas literarios, pero eso sí hizo una soberbia demostración de amor por su jardín: los nombres sonoros y poéticos de sus plantas, el énfasis en cada una y en todas las flores, la gratitud con el agua y con los pájaros, la vecindad y la amistad con el viento y con el cielo. Tanto, que yo que había ido a visitar a un preso, después de esa vivencia estoy seguro de haber estado frente a frente con Puyi, el último emperador de China, que subió al trono a los tres años y fue adorado por 500 millones de personas como divinidad. Gobernó en la Ciudad Prohibida, hasta que las fuerzas republicanas, que querían abolir la corte imperial, lo encerraron entre sus murallas.
Finalmente abdicó y se convirtió durante un tiempo en títere de las fuerzas de ocupación japonesas en Manchuria. Después llegó la revolución comunista y Puyi fue encarcelado para "limpiar" su mente de todo pensamiento capitalista. En los últimos años de su vida fue jardinero en el parque botánico de Pekín y llevó una vida como un hombre cualquiera en su país.
Ahora es un luciérnago
Entre seres humanos, bien lo sabemos, suelen darse estas coincidencias ¿Y qué importan la China o Tuluá, si lo que cuenta es el jardín?
Eso pensé siempre y aun tengo esa imagen permanente de Gardeazábal, recogiendo pétalos, hurgando tierra, celebrando flores. Y tristísimo, eso sí, como si le hubiesen arrancado las raíces personales del nutriente que más le apasionaba: la política.
Ahora que escribo estos recuerdos estoy oyendo a Gardeazábal en la radio, en La Luciérnaga, un programa de Caracol que ha cumplido la hazaña de permanecer 15 años en la cúspide de la sintonía, que hace reír toda la tarde a quienes escuchan las imitaciones de personajes que fluctúan en la cresta de la ola, noticias burlescas que medio en serio medio en broma irradian para un público cautivo, que encuentra aquí un oasis en pleno desierto de una dictadura mediática apoyada en basura oportunista que a la vez ha convertido al periodismo en el idiota útil que manipulan los pícaros para mantener confundidos a sus cándidos borregos.
Gardeazábal, en La luciérnaga, de alguna manera ejercita también su condición de Emperador: es el más informado, el más buscado por todo tipo de personajes, el mejor dateado, al tiempo que el más incisivo y más agitador en el sentido pleno de esta palabra ardiente.
Lo que casi nadie sabe, gracias no solo a los avances tecnológicos en marcha sino también al tratamiento consentido que se da al personaje: Gardeazábal emite directamente desde Tuluá, en su propio estudio, en su propia casa, en su pueblo donde se lamentaba como un preso mientras soñaba que era un jardinero, un consolidado Emperador tulueño.
Ha sido tal el éxito suyo en La Luciérnaga, que a la hora de la verdad no pasó nada cuando el genial imitador Guillermo Díaz Salamanca tentado por ofertas pecuniarias más jugosas armó maletas y se fue para la competencia.
¿Quién sería el de la idea de trastear con el acongojado destronado tulueño hacia el imperio todopoderoso del micrófono? En todo caso afortunada decisión, que debía poner en práctica avivando otras zarzas y encendiendo otras inteligencias que se salen del esquema trivial. ¿Qué pasaría, por ejemplo, en un programa que alternara y enfrentara a personajes como Harold Alvarado tenorio, Juan Manuel Roca, Jotamario Arbeláez, William Ospina y otras poderosas lenguas del pantano?
Pero esa es otra historia…
Y a todas estas ¿qué pasó con el autor? Gardeazábal no volvió a escribir. Y si lo ha hecho ya sus obras no tienen ni el vigor ni el veneno de Cóndores no entierran todos los días, Dabeiba, El Titiritero, La boba y el Buda; Pepe botellas y en general las que agitaron el cotarro narrativo hace ya cerca o más de cuatro décadas.
¿Ganó o perdió la literatura colombiana con la metamorfosis gardeazabalesca? ¡Eso no lo sabe nadie! Como en el caso de la niña sin sombra que cantaba Camacho Ramírez.
Y en el fondo es el mismo, quizás curtido, pero el mismo, como sucede con todo jardinero auténtico según nos enseñó Rabindranath Tagore: "jamás deja de ser niño y de observar en silencio el proceso de sus plantas".
Con ese futuro floramante nos habíamos visto por primera vez cuando él era alcalde de su pueblo y fuimos a entrevistarlo en su nativo Valle, para el libro Hombres de palabra, que vale la pena recordar, pasado el tiempo:
Decíamos ayer…
La fama de vanidoso de Gustavo Alvarez Gardeazábal no es gratuita. Le fascina que noten su presencia, se mira en los espejos y en las vitrinas. Tiene alma de pavo real y hálito de Narciso. Y lo proclama y se las da. Ahora, que aparte de polémico escritor es nada menos que alcalde de su entrañable Tuluá, elegido popularmente -para más señas-, vive en función de entrega y cambios sustanciales en las costumbres administrativas y operativas de su pueblo natal.
Claro que queríamos encontrarlo en su salsa, entrevistarlo en la alcaldía, mirar cómo se metamorfosea el rostro de un escritor cuando se vuelve funcionario.
Pero el hombre es astuto como él solo. Nos convoca a Buga, una ciudad (señora, entre otras cosas) intermedia entre Cali y Tuluá. Llega con más de una hora de retraso y naturalmente no nos atiende porque forma parte del séquito de un jurado calificador de un concurso de cuento en el que participan estudiantes vallunos.
Menos mal que el asunto no resultó nada aburrido. De lo contrario nos hubiésemos regresado a Bogotá y quedado en blanco el espacio de Álvarez en su cubículo de Hombres de Palabra. ¡Pero no! La ceremonia y lectura de los cuentos fueron bellas. Un teatro repleto de muchachos a quienes se veía vibrar con la emoción de las palabras.
Una especie de recompensa para quienes después de ocho años de andareguear detrás de escritores concluyen su trabajo precisamente alrededor de gente joven que manifiesta amor por la literatura. Y en eso sí nos dejó Alvarez Gardeazábal muy bien impresionados. Si este tipo de convocatorias se hicieran constantemente, a nivel nacional, si a los muchachos se les enseñara cuántos mundos de maravilla habitan las páginas de los libros, las cosas serían distintas, la gente leería y encontraría la alternativa de la imaginación como elemento fundamental de la vida.
Y fue tan hermoso el acto literario en Buga, que decidimos de todas maneras hacer el reportaje, a pesar de la falta de puntualidad del señor alcalde.
A bordo de carro oficial, con guardaespaldas y radioteléfono, rumbo al Hotel Guadalajara Gustavo escoge, por supuesto, la mesa más visible, en el centro del bar, donde todo el que pase pueda vemos y oírnos. Y de entrada, sin esperar siquiera golpecitos de calentamiento, empieza a contradecirnos, como si en lugar de entrevista fuésemos a un encuentro de lucha libre.
- ¿Te deja la alcaldía tiempo para la literatura?
- ¿Y quién les ha dicho a ustedes, los estudiosos de los escritores, que escribir es solamente el acto físico de sentarse a la máquina?
- ¡Yo no digo eso, eres tú quien lo proclama!
En ese momento tenía cara de Cóndor. Se puso furioso, pero como de todas maneras es hombre curtido en la lid pública, se calma un poquito, dora la píldora y se va por otro lado.
- Escribir es vivir. Todas mis novelas son fruto de la vivencia. Es vivencia de escritor el darme el lujo de llevar nueve meses como alcalde y haber sobrevivido, teniendo en cuenta que tan sólo ha pasado un año desde que nos eligieron y ya van siete muertos y otros tantos se han visto obligados a renunciar. No es este el mejor panorama para el país.
Por eso considero que el oficio mecánico de sentarme a la máquina puede esperar a que se me termine la licencia que por dos o tres años me autodecreté.
Eso pensaba él, porque dos o tres años se convirtieron en el resto de la vida. Soñó con ser gobernador y cumplió el sueño. Tuvo el poder en la palma de la mano e inclusive medio país alcanzó a considerarlo buena alternativa para ser Presidente, pero como en el fondo de cada escritor se amalgaman el soñador y el cándido, Gustavo no tenía ni idea de que le tenía dispuesto el porvenir que está pasando: de último Emperador de Tuluá a Luciérnago en pleno.
¡Y la literatura ya pasó a la historia!
Postdata: Lea el reportaje original en Hombres de palabra. Vale la pena.
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TELEFONO ROSA. A TODA
EL TIEMPO impreso Sept. 16, 2007 pág. 3-A
http://www.eltiempo.com/tiempoimpreso/edicionimpresa/panoramaimpreso/2007-09-16/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3724880.html
Gustavo Álvarez Gardazábal se viene en dos semanas con una polémica entrevista de 149 páginas, que publicará el Instituto Tecnológico Metropolitano de Medellín. Y en diciembre, en Nueva York, con 'La resurrección de los malditos', fuetazo a los 'narcoparas' y la Iglesia. Saldrá primero en suscripción por Internet. ¡Que tiemblen!
EL TIEMPO impreso Sept. 16, 2007 pág. 3-A
http://www.eltiempo.com/tiempoimpreso/edicionimpresa/panoramaimpreso/2007-09-16/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3724880.html
Gustavo Álvarez Gardazábal se viene en dos semanas con una polémica entrevista de 149 páginas, que publicará el Instituto Tecnológico Metropolitano de Medellín. Y en diciembre, en Nueva York, con 'La resurrección de los malditos', fuetazo a los 'narcoparas' y la Iglesia. Saldrá primero en suscripción por Internet. ¡Que tiemblen!
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GARDEAZABAL SE CONFIESA PUBLICAMENTE
Por Manuel Tiberio Bermúdez
de OFICINA DE PRENSA MANUEL TIBERIO BERMUDEZ < charlemos@hotmail.com >
para ntcgra@gmail.com fecha 17-sep-2007 10:15 asunto Fw: Nuevo libro sobre Gardeazábal
Por Manuel Tiberio Bermúdez
de OFICINA DE PRENSA MANUEL TIBERIO BERMUDEZ < charlemos@hotmail.com >
para ntcgra@gmail.com fecha 17-sep-2007 10:15 asunto Fw: Nuevo libro sobre Gardeazábal
Publicado en http://www.redyaccion.com/Sept_01/gag.htm
Un nuevo libro sobre el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, saldrá a circular las librerías del país a fines del presente mes editado por el Instituto Tecnológico Metropolitano ITM http://www.itm.edu.co/ de Medellin como un homenaje al novelista tulueño.
“Gardeazábal: confesión de parte” es el título de la publicación realizada por Jairo Osorio Gómez, un periodista y fotógrafo, antioqueño, reconocido por sus crónicas que descubren parajes, situaciones y seres humanos con igual maestría.
Utilizando la entrevista como técnica para hurgar la lengua del más deslenguado de Colombia, Osorio Gómez, en más de 150 páginas de agradable lectura, en un careo sin consideraciones, pues según el autor, “no es una conversación: es una indagatoria, repito, a quien con su bondad e inteligencia autoriza toda clase de impertinencias” nos acerca a las respuestas mas sorprendentes sobre diversos aconteceres del país.
Quienes se acerquen a este nuevo libro sobre Gardeazábal, encontraran ampliado el pensamiento de un ser humano quien desde mucho tiempo atrás –casi desde que apareció en el panorama de las letras colombianas – ha estremecido a una sociedad que duerme ha pierna suelta su resignación y que con sus gritos y advertencias lanzadas desde Tulúa, ha logrado despertar la modorra nacional.
Allí en “Gardeazábal: confesión de parte” nos advierte el autor, podremos ampliar nuestro conocimiento sobre lo que el escritor piensa acerca de “la guerra, la política y la parapolítica el amor clínico de los colombianos por su presidente, la narrativa actual colombiana, su relación con los pares (no con los paras), con las mujeres, con los hombres, su debilidad extrema”.
“Confesión de parte”, es un libro que seguramente armará polémicas –como casi todo lo que a Gardeazábal se refiere- pero con certeza este nuevo compendio nos ayudará a descifrar esa inquietante personalidad del escritor que no ha parado de señalar caminos, lanzar reprimendas, hacer advertencias, ser oráculo en un país de sordos, y que, sobre todo, es un irreverente que desconoce límites para fustigar a quienes él considera, merece los azotes de su lengua.
Aquí algunos apartes de la presentación de la obra por parte del autor:
“La escritura de Gardeazábal está ligada a la realidad del país. De hondo sentimiento personal, el escritor no se voltea, políticamente, para ningún lado. (Sólo en la cama, donde sí confiesa que hace las mil piruetas que contempla el amor). Tiene amigos y convicciones, punto. No traiciona a los suyos; su mayor cualidad, dicen.
Enfermizamente sensible con su familia y su gente, la más cercana; es propio y casi único de su espíritu, admirable, la dedicación al cuidado de su madre. No es común en la mayoría de los escritores, gente mala por lo general. En cambio, Gardeazábal sabe que tiene familia y amigos en los buenos y en los malos momentos, cultivados con su esmero de muchacha díscola, pero leal y amorosa.
Conciso, hilarante, ingenioso las más de las veces, demuestra con sus respuestas que la lucidez siempre tiene la economía de las palabras. (En el caso de la interrogación presente, porque sus novelas están rebasadas por los términos sin fin). La precisión para
agradar al sujeto interrogador es otra de sus formas de ser inteligente.
Como gobernante de su pueblo Tulúa, ejerció con la misma persuasión con la que anima sus propósitos personales. Los tulueños, tanto los de la plaza popular como los del parque Boyacá, lo sintieron cercano siempre, mientras ordenaba con austeridad los asuntos locales.
En la gobernación, cuando lo estaba haciendo mejor como mandatario, el bandidaje de la política tradicional –Gardeazábal pregona siempre que fue la camarilla serpista–, lo sacó a empellones, condenándolo a una muerte política después de una condena injusta, acomodada, azuzada, por enriquecimiento ilícito.
Polémico, intenso, de reflexiones independientes, preocupado y dolido por Colombia
–a la que conoce con profundidad, dice él–, siempre apegado a sus afectos y a sus convicciones, disciplinado, estricto, metódico hasta el extremo –incluso, ya escogió su tumba en el cementerio Libre de Circasia…, y su epitafio. Amado por su pueblo nativo –asegura–, pero odiado por sus perseguidores políticos, ciudadano sin visa americana, uno de los compatriotas con más razones para predicar de todo, contestatariamente, Gustavo Álvarez Gardeazábal se muestra en estas páginas desnudo, de cuerpo entero, a pesar de sus rencores pasajeros de mujer traicionada.
Un nuevo libro sobre el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, saldrá a circular las librerías del país a fines del presente mes editado por el Instituto Tecnológico Metropolitano ITM http://www.itm.edu.co/ de Medellin como un homenaje al novelista tulueño.
“Gardeazábal: confesión de parte” es el título de la publicación realizada por Jairo Osorio Gómez, un periodista y fotógrafo, antioqueño, reconocido por sus crónicas que descubren parajes, situaciones y seres humanos con igual maestría.
Utilizando la entrevista como técnica para hurgar la lengua del más deslenguado de Colombia, Osorio Gómez, en más de 150 páginas de agradable lectura, en un careo sin consideraciones, pues según el autor, “no es una conversación: es una indagatoria, repito, a quien con su bondad e inteligencia autoriza toda clase de impertinencias” nos acerca a las respuestas mas sorprendentes sobre diversos aconteceres del país.
Quienes se acerquen a este nuevo libro sobre Gardeazábal, encontraran ampliado el pensamiento de un ser humano quien desde mucho tiempo atrás –casi desde que apareció en el panorama de las letras colombianas – ha estremecido a una sociedad que duerme ha pierna suelta su resignación y que con sus gritos y advertencias lanzadas desde Tulúa, ha logrado despertar la modorra nacional.
Allí en “Gardeazábal: confesión de parte” nos advierte el autor, podremos ampliar nuestro conocimiento sobre lo que el escritor piensa acerca de “la guerra, la política y la parapolítica el amor clínico de los colombianos por su presidente, la narrativa actual colombiana, su relación con los pares (no con los paras), con las mujeres, con los hombres, su debilidad extrema”.
“Confesión de parte”, es un libro que seguramente armará polémicas –como casi todo lo que a Gardeazábal se refiere- pero con certeza este nuevo compendio nos ayudará a descifrar esa inquietante personalidad del escritor que no ha parado de señalar caminos, lanzar reprimendas, hacer advertencias, ser oráculo en un país de sordos, y que, sobre todo, es un irreverente que desconoce límites para fustigar a quienes él considera, merece los azotes de su lengua.
Aquí algunos apartes de la presentación de la obra por parte del autor:
“La escritura de Gardeazábal está ligada a la realidad del país. De hondo sentimiento personal, el escritor no se voltea, políticamente, para ningún lado. (Sólo en la cama, donde sí confiesa que hace las mil piruetas que contempla el amor). Tiene amigos y convicciones, punto. No traiciona a los suyos; su mayor cualidad, dicen.
Enfermizamente sensible con su familia y su gente, la más cercana; es propio y casi único de su espíritu, admirable, la dedicación al cuidado de su madre. No es común en la mayoría de los escritores, gente mala por lo general. En cambio, Gardeazábal sabe que tiene familia y amigos en los buenos y en los malos momentos, cultivados con su esmero de muchacha díscola, pero leal y amorosa.
Conciso, hilarante, ingenioso las más de las veces, demuestra con sus respuestas que la lucidez siempre tiene la economía de las palabras. (En el caso de la interrogación presente, porque sus novelas están rebasadas por los términos sin fin). La precisión para
agradar al sujeto interrogador es otra de sus formas de ser inteligente.
Como gobernante de su pueblo Tulúa, ejerció con la misma persuasión con la que anima sus propósitos personales. Los tulueños, tanto los de la plaza popular como los del parque Boyacá, lo sintieron cercano siempre, mientras ordenaba con austeridad los asuntos locales.
En la gobernación, cuando lo estaba haciendo mejor como mandatario, el bandidaje de la política tradicional –Gardeazábal pregona siempre que fue la camarilla serpista–, lo sacó a empellones, condenándolo a una muerte política después de una condena injusta, acomodada, azuzada, por enriquecimiento ilícito.
Polémico, intenso, de reflexiones independientes, preocupado y dolido por Colombia
–a la que conoce con profundidad, dice él–, siempre apegado a sus afectos y a sus convicciones, disciplinado, estricto, metódico hasta el extremo –incluso, ya escogió su tumba en el cementerio Libre de Circasia…, y su epitafio. Amado por su pueblo nativo –asegura–, pero odiado por sus perseguidores políticos, ciudadano sin visa americana, uno de los compatriotas con más razones para predicar de todo, contestatariamente, Gustavo Álvarez Gardeazábal se muestra en estas páginas desnudo, de cuerpo entero, a pesar de sus rencores pasajeros de mujer traicionada.
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