miércoles, 12 de septiembre de 2018

Jotamario Arbeláez. Entrevista poeta mexicano José Ángel Leyva. Como antesala de los 60 años del Nadaísmo

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Como antesala de los 60 años del Nadaísmo,

el poeta mexicano José Ángel Leyva entrevista

al poeta Jotamario Arbeláez


Bogotá, México, 2016 *

Después de la guerra

Cuando al candidato a la presidencia de la República de Colombia, Jorge Eliécer Gaitán, lo abatieron a balazos y Bogotá y otras ciudades ardieron ante la represión de las masas enardecidas, José Mario “Jotamario” Arbeláez tenía alrededor de 8 años, en su natal Cali. El famoso “bogotazo” no inauguraba una época violenta de Colombia, sólo era la explosión de una cadena de homicidios generada por la lucha entre liberales y conservadores. Tras el NO mayoritario al plebiscito convocado por el ahora Premio Nobel de la Paz, el presidente Juan Manuel Santos, y el abrumador abstencionismo ciudadano, quedan suspendidas en el aire las interrogantes sobre un posible fin a la violencia que ha desangrado a Colombia durante sesenta años, tal como lo narra Gabriel García Márquez en Vivir para contarla. Esta conversación con Jotamario Arbeláez tuvo lugar unos días antes del plebiscito, bajo la convicción de un SI arrollador. La realidad fue contraria. Pero este poeta de setenta seis años hace el recuerdo de una vida consagrada a buscar la paz, incluso desde aquel sueño nadaísta que en 1958 fundara el llamado profeta de la nada, Gonzalo Arango, cuando veían la transgresión y el escándalo como formas de cambiar el curso de la patria.   

José Ángel Leyva. En el Cali de tu infancia, en esa atmósfera del hogar con un padre de oficio sastre que de algún modo paseaba su trabajo entre la moda y la necesidad del vestido ¿pasó o pasaba por tu cabeza la idea de ser poeta? ¿Qué era para ti un poeta antes de serlo?
Jotamario Arbeláez. Cali era algo más que una aldea y mi infancia fue algo así como la de Tom Sawyer, según apuntó Ismael Azul, mi sobrinito precoz. Me volaba de la escuela a pescar en el río Cali a sabiendas de que me podían llevar las aguas o algún viejito. Era un lugar idílico cruzado por la violencia. Echaban tantos cadáveres en los ríos que los pequeños peces se volvieron antropófagos y los gallinazos anfibios. Para mí por entonces un poeta era un cazador de cabezas. Un vindicador de injusticias sociales y un desdoncellador galopante, por lo menos eso había oído, que las damas se desmayaban ante un poeta, así como que los tiranos temblaban. Mi padre ya iba por Neruda y podía certificármelo. Y me confeccionaba trajes de paño para darme aires de pisaverde. Terminaba el bachillerato y era muy dudoso que me graduara. Así como el teatro de mi barrio San Nicolás sólo pasaba películas mexicanas de quinto patio, esas que mamá detestaba, “para ver pobreza me quedo en mi casa”, me había comenzado a intoxicar con la poesía de Juan de Dios Peza, Amado Nervo y Manuel Acuña. Estaba ad portas de Apollinaire, de Breton, de Artaud, de Michaux, de Eliot y Pound, pero había incursionado con fortuna en Nietzsche, Schopenhauer, Spengler  y hasta Lombroso, libros que conseguía en baratillo en los andenes de la Plaza de Santa Rosa. Antes que poeta, me derretía por ser un filósofo de tiempos sombríos. Y si ambas disciplinas coexistían, así sería.
Armando Romero comenta que tú y él compartían barrio y la fortuna de que en medio de la violencia cruenta que azotaba tu país y en especial Cali, ustedes tenían paradójicamente familias amorosas, y que eso los salvó de la Vorágine, ¿qué opinas al respecto?
Armando Romero fue mi compañero del barrio obrero, del colegio Santa Librada, del movimiento nadaísta caleño y del trasegar por el ancho mundo y la poesía. Compartimos las lecturas de los primeros grandes poetas que nos salieron al paso, entre ellos Michaux, Pessoa, Milosz. Y nuestros primeros embates hacia una belleza nueva. Él es un grande que supo que se debía forjar desde afuera. No se quedó en Colombia, dejándome el trabajo sucio de esquivar la balacera, mientras él ha podido desempeñarse con lujo en su oficio de novelista y poeta  y en su trabajo académico que culmina con más de 30 años en la U. de Cincinnati. Es honoris causa de la Universidad de Atenas por sus poemas sobre los monjes del Monte Athos. Acaba de lanzar su antología francesa en París y de publicar Los colores del Egeo en Italia. Nuestras familias nos dieron todo su amor y el caldo de yuca a pesar de nuestra índole díscola. Han pasado 56 años desde nuestros primeros encuentros y no hemos desfallecido, ni creo que ya lo haremos. Nos hablamos por teléfono cada sábado. Él me lo ha dicho con palabras rotundas: “El nadaísmo, que fue una respuesta violenta a la violencia,  podrá morir, pero sus gusanos son inmortales”. A lo que le he respondido a lo Bécquer: “Podrá no haber nadaísmo, pero siempre habrá nadaístas”.
¿Qué o quién te acercó o presentó a Gonzalo Arango? ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones, tus primeras conversaciones?
Oí por la radio que había aparecido un grupo de jóvenes díscolos en Medellín, que fumaban pipa, se dejaban crecer el pelo, usaban bluyines y camisas rojas, las mujeres despeinadas medias negras y bebían en los bares, no se bañaban y prometían crear una belleza nueva. Su líder era gonzaloarango quien acababa de publicar el Primer Manifiesto Nadaísta e iba a detonarlo por todo el país. Lo había redactado en Cali después de una derrota política de la que tuvo que salir huyendo de Medellín antes de que la multitud lo linchara por haber apoyado al general Rojas Pinilla, una especie de tirano de pacotilla que 13 años después ganó electoralmente la presidencia de la república y se la birlaron los demócratas. Eso fue el 19 de abril y de allí se desprendió como protesta la fundación del insólito movimiento guerrillero M-19, que terminó haciendo la paz. El 9 de abril de 1948, cuando mataron a Gaitán, y el 19 de Abril de 1970, cuando se robaron las elecciones, son las fechas fatídicas que arreciaron la violencia en Colombia. Como Cali era una ciudad frívola y arrabalera prefirió devolverse a Medellín que era una urbe pacata, rezandera, trabajadora, a detonar su “inventico”, como terminó por llamarlo. Cali sería, según anunciaba la radio, el lugar del próximo asedio. Y a Cali llegó volando. Asistí emocionado con mis mocasines de apache y mi copete a lo Elvis. Desde que lo vi me sentí deslumbrado, ese era mi Zaratustra, mi profeta descendiente de la montaña, flaco, de baja estatura, con ese aire kafkiano que le daba una gabardina impecable pero con el cuello mugroso, impregnado de vetiver barato, botas de caminante por la ancha carretera, mirada que atravesaba las retinas del público. Su conferencia erizó a una audiencia que era mitad jovenzuelos estudiantes y mitad orondos burgueses en virtud de la sala, que después sería el imponente Museo La Tertulia. Al final requirió que los jóvenes que quisieran sumarse al movimiento no se retiraran. Alguien me  postuló como el preciso para liderar el grupo de Cali. Allí estaban quien sería el gran poeta aun no suficientemente aclamado en el mundo Jaime Jaramillo Escobar, quien decidió encubrirse como X-504 por ser empleado público y Alfredo Sánchez, compañeros de estudios secundarios de Gonzalo en su pueblo natal, en Andes. Con ellos empezó el grupo de Cali, al que pronto se sumó Elmo Valencia, proveniente de Usa, donde había convivido con la generación beatnik.

Nadaístas en Cali, 1960. Elmo Valencia, Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar (por entonces X-504) y Jotamario Arbeláez.
Fundamos el periódico Esquirla, por la época de las revistas de vanguardia El Corno emplumado y Pájaro Cascabel de México y Eco Contemporáneo y Airón de Buenos Aires. Promovimos festivales de arte de vanguardia, dictamos conferencias por todo el país, en países vecinos se crearon grupos similares, como los Tzánzicos de Ecuador y El Techo de la Ballena de Venezuela. Nos tomamos el país con poemas despojados de contenido y proclamas plenas de insolencia y aplastante humor. Han pasado 59 años y aquí estamos, sólo un poco más viejos, pero no se podría decir que extintos. Hace 40 murió El Profeta, y el nadaísmo renace. Tanto, que está ad portas de la presidencia de la república, pues uno de sus más preclaros discípulos es el gestor de la paz de Colombia en La Habana, Humberto de la Calle Lombana. Ya le tengo el eslogan: “De la Calle a Palacio”.
Se ha dicho que el nadaísmo no era en si una propuesta estética pero si existencial y política, ¿espiritual?, no obstante hay en todos una tendencia a escribir con un discurso más narrativo con tonos de irreverencia y humor, a contrapelo de la poesía de tu país y en general de América Latina, tan afecta a la solemnidad y el drama. ¿Había esa poética, por llamarla de algún modo?
Más que un movimiento literario el nadaísmo fue un movimiento social, así le creáramos desconfianza a la izquierda, que en muchas ocasiones se aprovechó de nosotros para agredir con más contundencia a la burguesía, que con sus manidas consignas. Pero como nosotros éramos enemigos del trabajo, no podíamos luchar por el poder para las clases trabajadoras. También pudo considerarse el Nadaísmo como una sociedad secreta a la que se le hizo mucha publicidad. Y también era una actitud vital, por encima del compromiso sartreano. Fumamos cannabis hasta que no supo a cacho y por generación espontánea surgieron los hippies. Y allí sí comenzó la fiesta contra la guerra. Así el beatnik Allen Ginsberg se convirtió en su santón. Y a la larga, el nadaísmo tuvo visos de filosofía, porque nos preguntan de todo. ¿Qué es Dios para el nadaísmo, qué posición adoptan frente a la homosexualidad, cómo nos figuramos el fin del mundo, puede un nadaísta casarse, y definitivamente qué putas es el nadaísmo?  
Está ese poema tuyo que se volvió emblemático Después de la guerra, ¿en qué circunstancias lo escribiste?
Cuando hace 58 años, en el 58, Gonzalo Arango —quien desencarnó hace 40— nos reclutó para su causa revoltosa, compartió con sus 12 amados y desalmados discípulos su divisa, y así nos presentamos como “profetas de la nueva oscuridad” ante el mundo. Tiempo después, en medio de un profundo sueño, en mi modesto camastro de 1964, leí en un papiro con letras góticas un texto que memoricé súbito y salté de la cama para copiarlo. Me impresionó. Lo asumí de inmediato como un toque de los maestros perfectos, como una iluminación, una epifanía. Salí a mostrárselo a los amigos y a pesar de que me miraban deslumbrados adiviné que muchos pensaban: ahora éste de dónde lo habrá copiado. Se lo puse como posdata en una carta al poeta Jaime Jaramillo Escobar que vivía en Medellín, original que reposa en nuestros archivos. Comencé a leerlo y a publicarlo por todas partes, Hersán lo insertó en Cosas del día, en El Tiempo, Belisario lo ponderó, Patricia Lujuria cayó rendida. Pronto la red de las malas lenguas puso a circular que se trataba del poema de un soldado alemán, infundio que llegó al profeta, quien condescendiente me dijo: “Tranquilo, monje, que tú eres mejor poeta que ese poema”. Consuelo que no tenía por qué aceptarle. El soldado alemán nunca apareció, el poema en alemán tampoco. Lo tradujeron al inglés. Le pusieron música Los Yetis y Angelita, igualmente cantantes de peñas literarias y cerveceras como Charly Boy en La Candelaria y Rolf, el baladista alemán. Y ahora está lista la fenomenal versión del músico poeta Fernando Linero. Y está en la guitarra internacional de Pedro Saavedra. Seguí escuchando el aplauso de 25 países, de Macedonia a Sevilla, de New York a Santiago, de La India a China, casi todos inmersos o recién salidos de guerras. Hace 5 años lo leí en La Habana, en una Universidad. La niña que me conducía, hasta el momento muy amable, después del recital me retiró hasta el saludo. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que ese poema no era mío sino de John Lennon, que incluso en La Habana, en un parque, le tienen una placa como homenaje, y me he dado cuenta que le tienen otra en España, en la Calle Barón, de Alicante. Nunca oí una canción de Lennon con ese tema, y en todos sus libros no he encontrado un poema con ese título ni ese texto. Tras mucho investigar encontré que en una entrevista concedida en 1973 hace una respuesta con palabras más palabras menos de mi poema. Me tocará hablar con Apple Records o Yoko Ono. Para ello estoy tomando clases de inglés.

Qué te significa ese poema en el día de hoy?
Después de la guerra sigue siendo mi poema profético, escrito con 52 años de antelación, precisamente cuando se conformaban las Farc. Un día después de la guerra se está viviendo en Colombia con el cese bilateral del fuego. Los nadaístas, en su gran mayoría, terminamos jugándonosla por la paz, y así redactamos, firmamos e imprimimos nuestro último manifiesto, porque no creo que haya necesidad de más: A la mierda con la guerra.” Donde ponemos de presente, y valga la repetición, que quien está haciendo posible la paz es un nadaísta confeso, Humberto De la Calle Lombana, y que esa ingente labor lo hace digno de ocupar la presidencia de la República, porque las profecías que se cumplen no vienen solas. Hace unas semanas, cuando se firmó en La Habana el primer compromiso, el del cese bilateral del fuego, el jefe guerrillero Timochenko declaró que era el último día de guerra para Colombia. Entonces comencé a recibir en mis correos avalanchas de mensajes con el poema Después de la guerra en texto y en canciones y la grabación del suscrito declamándolo ante un público multitudinario en la clausura del Festival Internacional de Poesía de Medellín, ha diez años. Así reza el poema, que no me lo quita nadie, y menos ahora cuando, según me anuncia el profesor Bai Ta, desde Beijing, figurará con caligrafía bordada en mandarín en los vehículos de transporte terrestre en China:



Un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor     

¿Cómo viviste esa guerra en tu niñez y en tu adolescencia?
Papá y mamá compartían la casa de San Nicolás con la abuela y con la tía Adelfa, casada con el bravo Jorge Giraldo, al que apodaban “Picuenigua”, liberal de raca mandaca, camionero de Cicolac y agente secreto. Era de los que usaban revólver para no dejarse matar. Al que mataron fue al líder liberal Gaitán y ahí empezó el acabose. Después del “bogotazo” los liberales fueron perseguidos y muertos en los campos y en las ciudades. Papá era más bien pacífico pero usaba sombrero y corbata roja, lo que exacerbaba a los godos asesinos, los “chulavitas”, que buscaban hacérsela tragar. Contra la ventana de Picuaenigua disparaban en las noches desde los carros-fantasma. A los vecinos liberales los encostalaban y marchaban con ellos a tirarlos al río Cauca. Campesinos masacrados en las veredas eran traídos a las sedes de los sindicatos donde íbamos a curiosearlos a la salida de clase. El corte de franela era el degollamiento y el corte de corbata cuando por la zanja del degüello les sacaban la lengua que les quedaba colgando sobre el pecho. Así era en todo el país.
El afán de la derrota es un modo de reconocer el sentido de la vida, el nada es para siempre, el furor pasajero del cuerpo y sus caducidades. ¿En qué momento hicieron consciente esta divisa muy del estilo Rimbaud, o fue pura intuición?
A riesgo de traicionar la derrota —o más bien el fracaso— a que nos sentimos destinados desde el albor de nuestra insurgencia rugosa, debo declarar que he llevado o terminado por vivir una vida plena, contados en ella los períodos de amargura y carencias, tan propios del derrotero existencialista. Los libros que leí, las botellas que ingerí, las mujeres que amé, los amigos que adoré, las naciones que conocí, y ahora la paz de mi país que estoy a punto de merecer, me convierten en un ser conciliado con la existencia. Parece extraño. Cuando conocí al gran poeta boliviano de ascendencia japonesa Pedro Shimose, le pregunté qué le pasaba al mirarle las rayas de preocupación en la frente, y me dijo: “¿Tú conoces algún poeta feliz?” Le señalé que yo. Me miró como a un bicho raro. Y desde entonces me retiró el saludo. A su país le había caído la bomba atómica y al mío la bomba de la violencia. Pero el principio de la felicidad es sobrevivir. El mismo Rimbaud me lo sopló en pleno infierno, y no creo que fuera en broma: “Me nació la razón. El mundo es bueno. Bendeciré la vida. Amaré a mis hermanos. Estas no son ya promesas infantiles. Ni la esperanza de escapar a la vejez y a la muerte. Dios es mi fuerza y yo alabo a Dios.” Patenté para el nadaísmo esta frase: “Nos propusimos fracasar, y fracasamos en el intento”. Y esta para mis descreídos amigos: “No creáis en el Credo. Creed en todo”.
¿Cómo conviven Don Juan y Werther en tu espíritu vitalista y en tu poesía?
No sé a cuál de los dos personajes detesto más. Si al engañador que para más señas se apellida Tenorio, o al atribulado suicida por amor no correspondido. No quiere decir que no haya sufrido por amor ni siga sufriendo, pero lo que he gozado con él antes de los despegues es cantar de cantares. Otto Weininger me enseñó a conocer el andar femenino y estuve prevenido toda la vida. Y más bien me fui por la senda del seductor Giacomo Casanova, que no tenía predilecciones de clase e iba de tiro largo. Y escribió una obra confesional a la altura de la de San Agustín y Rousseau. Mis mejores manías las tomé de la Filosofía del tocador y la manera de entreverar sexo e hirviente exaltación metafórica me viene de Henry Miller. Tampoco olvido al Louis Aragon de El coño de Irene, al Nabokov de Lolita ni al Bataille de Historia del ojo.
¿Y la amistad, mi querido Jota, qué es para ti, si pienso además en el valor que le otorga Jaime Jaramillo Escobar en el poema que te dedica?
La amistad fue lo único que faltó en el Paraíso para que no terminara en tragedia pasional por una amanzanada serpiente. La amistad es la forma más pura del amor y el mayor privilegio. Perder un buen amigo es perder una mano. Por eso es feliz el recuperarlo porque se queda con tres. Y si los amigos son poetas, o artistas, qué mayor belleza para plantearse cambiar la especie de seres que nos rodean. Captados en distintos lugares y reunidos en festivales somos el verdadero mapa del mundo. Si algo fue el nadaísmo fue una camada de amigos por encima de humores y disidencias. Después de más de casi 60 años a veces dejamos de vernos por temporadas, pero siempre estamos unidos por el cordón umbilical que no supo cortarnos Gonzalo Arango. Accidentado hace 40 y a quien cada año le conmemoramos nacimiento y deceso. E intelectualmente, como dijo alguien en una terminología carroñera, “seguimos comiendo del muerto”. Respecto del eterno poeta del nadaísmo, Jaime Jaramillo Escobar, me inmortalizó con el poema Jotamario de Cali, y se rió de mi inmortalidad haciéndome a la vez morir de la risa con La visita de cortesía. Negué que tuviera alma hasta que me la puse para hacer de él mi amigo del alma.  
Tu lectura de la poesía ha evolucionado, supongo, como en todos los poetas. ¿Qué privilegias más ahora en la obra de los otros o valoras más, que antes no?
Por la mala poesía se llega a la buena, solía afirmar García Márquez, tal vez justificando su inicial atracción por el poetizar  piedracielista, que lo llevó a facturar versos desastrosos en la friolenta Zipaquirá, que como curiosidad le ha publicado la revista Diners. En cambio toda su obra novelística es un vasto poema. Los nadaísta llegamos negando todo el antecedente lírico del país, salvando a duras penas a León de Greiff y al Tuerto López. Y posteriormente a Mutis, Gaitán y Cote. Luego llegó otra generación sin nombre ni apellido conocidos a negarnos a nosotros. Una generación que no se atrevía a decir su nombre, como la nombró Eduardo Escobar. Y lo que hicieron al negar la negación fue patentarnos de corsos. Dimos el mejor poeta de Colombia y sus alrededores, Jaime Jaramillo Escobar, que no necesariamente es el mejor poeta del nadaísmo, porque el Nadaísmo es un solo poeta con muchas patas.  Pero la poesía nadaísta no importa mucho, quiero decir los tomos de poesía, lo que más importa fue el ademán, cómo una generación se pasó la vida importunando el statu quo y terminó haciendo una revolución que otros no hicieron, por actuar con las armas que no eran. Hicimos la revolución que nos propusimos, cambiamos la manera de ser y de pensar del país, no necesariamente para mejor, pero ahí queda, de mierda hasta la coronilla, mas abriendo la puerta a la paz, que seguramente le conducirá al lavabo. 
Pero insisto, ¿cuáles son las virtudes de la poesía que ponderas a estas alturas del camino y de las lecturas, los festivales, los viajes, la sabiduría, también lo que más detestas o repeles de la poesía que se publica en tu país?
No creo que la poesía deba ser un derby donde se luzcan los poetas que corran más. Hay que publicar obra, desde luego, a pesar de la escasez masiva de compradores. Pero lo que se impone es la actitud del poeta ante los avatares de su tiempo. El Festival de Poesía de Medellín, y los del mundo organizados por poetas, las revistas que publican y las actividades que emprenden, son muestras más poderosas de su compromiso poético que sus propios libros, por buenos que sean. El poeta debe seguir siendo la voz de la tribu, que a veces se manifiesta con un estentóreo silencio, así ese silencio sea silenciado.
Concluye formalmente una guerra entre dos ejércitos, pero quedan muchas razones para alimentar la violencia social y cultural en Colombia. ¿Qué esperas en ese sentido para tu descendencia? Y ¿en verdad esperas también la paz entre los poetas colombianos?
La guerra en Colombia no ha sido precisamente un enfrentamiento entre dos ejércitos sino una verdadera salvajada. Ha sido una guerra sucia de trapos sucios. La barbarie ha estado en el frente, en todos los frentes. Son millones de víctimas, muertos, heridos, mutilados, violados, secuestrados, despojados, refugiados, exiliados, encarcelados. Quienes defendían a las víctimas terminaron de victimarios. Haber llevado las posibilidades de paz a un punto de no retorno es hazaña digna de agradecer a dos de los contendientes tras más de 3 años de conversación habanera. Espero a mis hijos dejarles la paz que nunca vi ni viví, pero por la cual trabajé, amén de unos libros. Y entre los poetas de esta Colombia deseo que no nos sigamos masacrando unos a otros así sea con el dicterio. Estoy abogando por un estrechón de manos entre aquellos que han estado alejados por desavenencias estéticas, políticas o personales, lo que no implica que bailen la conga, pero por lo menos que entre ellos vuelva a campear el respeto mutuo. No se trata de que todos comamos de un mismo plato, pero sí de  que cada uno tenga su tenedor.         En un país en paz repugnaría que sólo los poetas sigan en pugna.
Y entre la publicidad y la poesía, ¿qué puentes adviertes y aprovechas, qué recursos y caminos desechas o diferencias?
Ingresé a la publicidad porque lo único que sabía hacer era frases que todo el mundo me celebraba, como “Tome nadaísmo y pida la tapa”. Los empresarios dijeron: Si este muchacho lleva tantos años haciéndole la publicidad a un movimiento tan gaseoso, contratémoslo para que le haga la publicidad a nuestras gaseosas. Y así fui a dar en Bogotá a una agencia que era propiedad de la Coca cola, Sams Publicidad, dirigida por César Gómez. Y coloqué en ella a varios nadaístas, a Pablus Gallinazo, a Amílcar Osorio, a Elmo Valencia, a Peggy Killand, a Claudio Vernot, mi médium. Tuve plata de sobra para financiar la bohemia y la conspiración contra la sociedad de consumo. En ella me pensioné, gracias a Propaganda Sancho, y así hoy puedo dedicarme tranquilamente, en el paraíso de mi biblioteca, a escribir mis memorias, como hizo Casanova en la que le concediera su mecenas el príncipe de Ligne. Conspiramos con mucho júbilo y conspirando terminaron por jubilarnos.
Muchos escritores aspiran a los grandes premios, a los homenajes, ¿cuál es tu más auténtica aspiración de reconocimiento como escritor en tu país y fuera de éste a la edad en la que te encuentras y que ya está en las cifras del séptimo piso?
A la poesía no puedo pedirle más de lo que me ha dado. Los amores felices y los frustrados, las amistades peligrosas y salvadoras, un lugar con alpiste para cuatro picos, los viajes por los mundos de la tierra y de la memoria, unas memorias empastadas en varios tomos, y la comunicación final con la divinidad que me había perdido. No sé quién será Dios, como nunca supe lo que era el nadaísmo, pero en estas regiones poco importa el saber. Lo que cuenta es dejarse ir.  
Gracias al aporte y autorización del entrevistado,
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