Gracias al aporte y autorización del entrevistado,
publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con …
Como antesala de los 60 años del
Nadaísmo,
al poeta Jotamario Arbeláez
Bogotá, México, 2016 *
Después de la guerra
Cuando al candidato a la presidencia
de la República de Colombia, Jorge Eliécer Gaitán, lo abatieron a balazos y Bogotá
y otras ciudades ardieron ante la represión de las masas enardecidas, José
Mario “Jotamario” Arbeláez tenía alrededor de 8 años, en su natal Cali. El
famoso “bogotazo” no inauguraba una época violenta de Colombia, sólo era la
explosión de una cadena de homicidios generada por la lucha entre liberales y
conservadores. Tras el NO mayoritario al plebiscito convocado por el ahora
Premio Nobel de la Paz, el presidente Juan Manuel Santos, y el abrumador
abstencionismo ciudadano, quedan suspendidas en el aire las interrogantes sobre
un posible fin a la violencia que ha desangrado a Colombia durante sesenta
años, tal como lo narra Gabriel García Márquez en Vivir para contarla. Esta conversación con Jotamario Arbeláez tuvo
lugar unos días antes del plebiscito, bajo la convicción de un SI arrollador.
La realidad fue contraria. Pero este poeta de setenta seis años hace el
recuerdo de una vida consagrada a buscar la paz, incluso desde aquel sueño
nadaísta que en 1958 fundara el llamado profeta de la nada, Gonzalo Arango,
cuando veían la transgresión y el escándalo como formas de cambiar el curso de
la patria.
José Ángel Leyva. En el Cali de tu infancia, en esa
atmósfera del hogar con un padre de oficio sastre que de algún modo paseaba su
trabajo entre la moda y la necesidad del vestido ¿pasó o pasaba por tu cabeza
la idea de ser poeta? ¿Qué era para ti un poeta antes de serlo?
Jotamario Arbeláez. Cali era algo más que una
aldea y mi infancia fue algo así como la de Tom Sawyer, según apuntó Ismael
Azul, mi sobrinito precoz. Me volaba de la escuela a pescar en el río Cali a
sabiendas de que me podían llevar las aguas o algún viejito. Era un lugar
idílico cruzado por la violencia. Echaban tantos cadáveres en los ríos que los
pequeños peces se volvieron antropófagos y los gallinazos anfibios. Para mí por
entonces un poeta era un cazador de cabezas. Un vindicador de injusticias
sociales y un desdoncellador galopante, por lo menos eso había oído, que las
damas se desmayaban ante un poeta, así como que los tiranos temblaban. Mi padre
ya iba por Neruda y podía certificármelo. Y me confeccionaba trajes de paño
para darme aires de pisaverde. Terminaba el bachillerato y era muy dudoso que
me graduara. Así como el teatro de mi barrio San Nicolás sólo pasaba películas
mexicanas de quinto patio, esas que mamá detestaba, “para ver pobreza me quedo
en mi casa”, me había comenzado a intoxicar con la poesía de Juan de Dios Peza,
Amado Nervo y Manuel Acuña. Estaba ad portas de Apollinaire, de Breton, de
Artaud, de Michaux, de Eliot y Pound, pero había incursionado con fortuna en
Nietzsche, Schopenhauer, Spengler y
hasta Lombroso, libros que conseguía en baratillo en los andenes de la Plaza de
Santa Rosa. Antes que poeta, me derretía por ser un filósofo de tiempos
sombríos. Y si ambas disciplinas coexistían, así sería.
Armando Romero comenta que tú y él
compartían barrio y la fortuna de que en medio de la violencia cruenta que
azotaba tu país y en especial Cali, ustedes tenían paradójicamente familias
amorosas, y que eso los salvó de la Vorágine, ¿qué opinas al respecto?
Armando Romero fue mi compañero del
barrio obrero, del colegio Santa Librada, del movimiento nadaísta caleño y del
trasegar por el ancho mundo y la poesía. Compartimos las lecturas de los
primeros grandes poetas que nos salieron al paso, entre ellos Michaux, Pessoa,
Milosz. Y nuestros primeros embates hacia una belleza nueva. Él es un grande
que supo que se debía forjar desde afuera. No se quedó en Colombia, dejándome
el trabajo sucio de esquivar la balacera, mientras él ha podido desempeñarse
con lujo en su oficio de novelista y poeta
y en su trabajo académico que culmina con más de 30 años en la U. de
Cincinnati. Es honoris causa de la Universidad de Atenas por sus poemas sobre
los monjes del Monte Athos. Acaba de lanzar su antología francesa en París y de
publicar Los colores del Egeo en
Italia. Nuestras familias nos dieron todo su amor y el caldo de yuca a pesar de
nuestra índole díscola. Han pasado 56 años desde nuestros primeros encuentros y
no hemos desfallecido, ni creo que ya lo haremos. Nos hablamos por teléfono
cada sábado. Él me lo ha dicho con palabras rotundas: “El nadaísmo, que fue una
respuesta violenta a la violencia, podrá
morir, pero sus gusanos son inmortales”. A lo que le he respondido a lo
Bécquer: “Podrá no haber nadaísmo, pero siempre habrá nadaístas”.
¿Qué o quién te acercó o presentó a
Gonzalo Arango? ¿Cuáles fueron tus primeras impresiones, tus primeras
conversaciones?
Oí por la radio que había aparecido
un grupo de jóvenes díscolos en Medellín, que fumaban pipa, se dejaban crecer
el pelo, usaban bluyines y camisas rojas, las mujeres despeinadas medias negras
y bebían en los bares, no se bañaban y prometían crear una belleza nueva. Su
líder era gonzaloarango quien acababa de publicar el Primer Manifiesto Nadaísta
e iba a detonarlo por todo el país. Lo había redactado en Cali después de una
derrota política de la que tuvo que salir huyendo de Medellín antes de que la
multitud lo linchara por haber apoyado al general Rojas Pinilla, una especie de
tirano de pacotilla que 13 años después ganó electoralmente la presidencia de
la república y se la birlaron los demócratas. Eso fue el 19 de abril y de allí
se desprendió como protesta la fundación del insólito movimiento guerrillero
M-19, que terminó haciendo la paz. El 9 de abril de 1948, cuando mataron a
Gaitán, y el 19 de Abril de 1970, cuando se robaron las elecciones, son las
fechas fatídicas que arreciaron la violencia en Colombia. Como Cali era una
ciudad frívola y arrabalera prefirió devolverse a Medellín que era una urbe
pacata, rezandera, trabajadora, a detonar su “inventico”, como terminó por
llamarlo. Cali sería, según anunciaba la radio, el lugar del próximo asedio. Y
a Cali llegó volando. Asistí emocionado con mis mocasines de apache y mi copete
a lo Elvis. Desde que lo vi me sentí deslumbrado, ese era mi Zaratustra, mi
profeta descendiente de la montaña, flaco, de baja estatura, con ese aire
kafkiano que le daba una gabardina impecable pero con el cuello mugroso,
impregnado de vetiver barato, botas de caminante por la ancha carretera, mirada
que atravesaba las retinas del público. Su conferencia erizó a una audiencia
que era mitad jovenzuelos estudiantes y mitad orondos burgueses en virtud de la
sala, que después sería el imponente Museo La Tertulia. Al final requirió que
los jóvenes que quisieran sumarse al movimiento no se retiraran. Alguien
me postuló como el preciso para liderar
el grupo de Cali. Allí estaban quien sería el gran poeta aun no suficientemente
aclamado en el mundo Jaime Jaramillo Escobar, quien decidió encubrirse como
X-504 por ser empleado público y Alfredo Sánchez, compañeros de estudios
secundarios de Gonzalo en su pueblo natal, en Andes. Con ellos empezó el grupo
de Cali, al que pronto se sumó Elmo Valencia, proveniente de Usa, donde había
convivido con la generación beatnik.
Nadaístas en Cali, 1960. Elmo
Valencia, Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar (por entonces X-504) y
Jotamario Arbeláez.
Fundamos el periódico Esquirla, por la época de las revistas
de vanguardia El Corno emplumado y Pájaro Cascabel de México y Eco Contemporáneo y Airón de Buenos Aires. Promovimos festivales de arte de vanguardia,
dictamos conferencias por todo el país, en países vecinos se crearon grupos
similares, como los Tzánzicos de Ecuador y El Techo de la Ballena de Venezuela.
Nos tomamos el país con poemas despojados de contenido y proclamas plenas de
insolencia y aplastante humor. Han pasado 59 años y aquí estamos, sólo un poco
más viejos, pero no se podría decir que extintos. Hace 40 murió El Profeta, y
el nadaísmo renace. Tanto, que está ad portas de la presidencia de la
república, pues uno de sus más preclaros discípulos es el gestor de la paz de
Colombia en La Habana, Humberto de la Calle Lombana. Ya le tengo el eslogan:
“De la Calle a Palacio”.
Se ha dicho que el nadaísmo no era en
si una propuesta estética pero si existencial y política, ¿espiritual?, no
obstante hay en todos una tendencia a escribir con un discurso más narrativo
con tonos de irreverencia y humor, a contrapelo de la poesía de tu país y en
general de América Latina, tan afecta a la solemnidad y el drama. ¿Había esa
poética, por llamarla de algún modo?
Más que un movimiento literario el
nadaísmo fue un movimiento social, así le creáramos desconfianza a la
izquierda, que en muchas ocasiones se aprovechó de nosotros para agredir con
más contundencia a la burguesía, que con sus manidas consignas. Pero como
nosotros éramos enemigos del trabajo, no podíamos luchar por el poder para las
clases trabajadoras. También pudo considerarse el Nadaísmo como una sociedad
secreta a la que se le hizo mucha publicidad. Y también era una actitud vital,
por encima del compromiso sartreano. Fumamos cannabis hasta que no supo a cacho
y por generación espontánea surgieron los hippies. Y allí sí comenzó la fiesta
contra la guerra. Así el beatnik Allen Ginsberg se convirtió en su santón. Y a
la larga, el nadaísmo tuvo visos de filosofía, porque nos preguntan de todo.
¿Qué es Dios para el nadaísmo, qué posición adoptan frente a la homosexualidad,
cómo nos figuramos el fin del mundo, puede un nadaísta casarse, y
definitivamente qué putas es el nadaísmo?
Está ese poema tuyo que se volvió
emblemático Después de la guerra, ¿en qué
circunstancias lo escribiste?
Cuando
hace 58 años, en el 58, Gonzalo Arango —quien
desencarnó hace 40— nos reclutó para su causa revoltosa, compartió con sus 12
amados y desalmados discípulos su divisa, y así nos presentamos como “profetas
de la nueva oscuridad” ante el mundo. Tiempo después, en medio de un profundo
sueño, en mi modesto camastro de 1964, leí en un papiro con letras góticas un
texto que memoricé súbito y salté de la cama para copiarlo. Me impresionó. Lo
asumí de inmediato como un toque de los maestros perfectos, como una
iluminación, una epifanía. Salí a mostrárselo a los amigos y a pesar de que me
miraban deslumbrados adiviné que muchos pensaban: ahora éste de dónde lo habrá
copiado. Se lo puse como posdata en una carta al poeta Jaime Jaramillo Escobar
que vivía en Medellín, original que reposa en nuestros archivos. Comencé a
leerlo y a publicarlo por todas partes, Hersán lo insertó en Cosas del día, en
El Tiempo, Belisario lo ponderó, Patricia Lujuria cayó rendida. Pronto la red
de las malas lenguas puso a circular que se trataba del poema de un soldado
alemán, infundio que llegó al profeta, quien condescendiente me dijo: “Tranquilo,
monje, que tú eres mejor poeta que ese poema”. Consuelo que no tenía por qué aceptarle.
El soldado alemán nunca apareció, el poema en alemán tampoco. Lo tradujeron al
inglés. Le pusieron música Los Yetis y Angelita, igualmente cantantes de peñas
literarias y cerveceras como Charly Boy en La Candelaria y Rolf, el baladista
alemán. Y ahora está lista la fenomenal versión del músico poeta Fernando
Linero. Y está en la guitarra internacional de Pedro Saavedra. Seguí escuchando
el aplauso de 25 países, de Macedonia a Sevilla, de New York a Santiago, de La
India a China, casi todos inmersos o recién salidos de guerras. Hace 5 años lo
leí en La Habana, en una Universidad. La niña que me conducía, hasta el momento
muy amable, después del recital me retiró hasta el saludo. Le pregunté qué le
pasaba. Me dijo que ese poema no era mío sino de John Lennon, que incluso en La
Habana, en un parque, le tienen una placa como homenaje, y me he dado cuenta que
le tienen otra en España, en la Calle Barón, de Alicante. Nunca oí una canción
de Lennon con ese tema, y en todos sus libros no he encontrado un poema con ese
título ni ese texto. Tras mucho investigar encontré que en una entrevista
concedida en 1973 hace una respuesta con palabras más palabras menos de mi
poema. Me tocará hablar con Apple Records o Yoko Ono. Para ello estoy tomando
clases de inglés.
Qué te significa ese poema en el día de hoy?
Después de la guerra sigue siendo mi
poema profético, escrito con 52 años de antelación, precisamente cuando se
conformaban las Farc. Un día después de la guerra se está viviendo en Colombia con
el cese bilateral del fuego. Los nadaístas, en su gran mayoría, terminamos
jugándonosla por la paz, y así redactamos, firmamos e imprimimos nuestro último
manifiesto, porque no creo que haya necesidad de más: “A la mierda con la guerra.” Donde ponemos de presente, y valga la
repetición, que quien está haciendo posible la paz es un nadaísta confeso,
Humberto De la Calle Lombana, y que esa ingente labor lo hace digno de ocupar
la presidencia de la República, porque las profecías que se cumplen no vienen
solas. Hace unas semanas, cuando se firmó en La Habana el primer compromiso, el
del cese bilateral del fuego, el jefe guerrillero Timochenko declaró que era el
último día de guerra para Colombia. Entonces comencé a recibir en mis correos avalanchas
de mensajes con el poema Después de la
guerra en texto y en canciones y la grabación del suscrito declamándolo
ante un público multitudinario en la clausura del Festival Internacional de
Poesía de Medellín, ha diez años. Así reza el poema, que no me lo quita nadie,
y menos ahora cuando, según me anuncia el profesor Bai Ta, desde Beijing, figurará
con caligrafía bordada en mandarín en los vehículos de transporte terrestre en
China:
Un día
después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
te tomaré en mis brazos
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra tengo brazos
y te haré con amor el amor
un día después de la guerra
si hay guerra
si después de la guerra hay un día
si después de la guerra hay amor
y si hay con qué hacer el amor
¿Cómo viviste esa guerra en tu niñez y en tu adolescencia?
Papá y mamá compartían la casa de San
Nicolás con la abuela y con la tía Adelfa, casada con el bravo Jorge Giraldo,
al que apodaban “Picuenigua”, liberal de raca mandaca, camionero de Cicolac y
agente secreto. Era de los que usaban revólver para no dejarse matar. Al que
mataron fue al líder liberal Gaitán y ahí empezó el acabose. Después del
“bogotazo” los liberales fueron perseguidos y muertos en los campos y en las
ciudades. Papá era más bien pacífico pero usaba sombrero y corbata roja, lo que
exacerbaba a los godos asesinos, los “chulavitas”, que buscaban hacérsela
tragar. Contra la ventana de Picuaenigua disparaban en las noches desde los
carros-fantasma. A los vecinos liberales los encostalaban y marchaban con ellos
a tirarlos al río Cauca. Campesinos masacrados en las veredas eran traídos a
las sedes de los sindicatos donde íbamos a curiosearlos a la salida de clase.
El corte de franela era el degollamiento y el corte de corbata cuando por la
zanja del degüello les sacaban la lengua que les quedaba colgando sobre el pecho.
Así era en todo el país.
El afán de la derrota es un modo de
reconocer el sentido de la vida, el nada es para siempre, el furor pasajero del
cuerpo y sus caducidades. ¿En qué momento hicieron consciente esta divisa muy
del estilo Rimbaud, o fue pura intuición?
A riesgo de traicionar la derrota —o
más bien el fracaso— a que nos sentimos destinados desde el albor de nuestra
insurgencia rugosa, debo declarar que he llevado o terminado por vivir una vida
plena, contados en ella los períodos de amargura y carencias, tan propios del
derrotero existencialista. Los libros que leí, las botellas que ingerí, las
mujeres que amé, los amigos que adoré, las naciones que conocí, y ahora la paz de
mi país que estoy a punto de merecer, me convierten en un ser conciliado con la
existencia. Parece extraño. Cuando conocí al gran poeta boliviano de
ascendencia japonesa Pedro Shimose, le pregunté qué le pasaba al mirarle las
rayas de preocupación en la frente, y me dijo: “¿Tú conoces algún poeta feliz?”
Le señalé que yo. Me miró como a un bicho raro. Y desde entonces me retiró el
saludo. A su país le había caído la bomba atómica y al mío la bomba de la
violencia. Pero el principio de la felicidad es sobrevivir. El mismo Rimbaud me lo sopló en pleno infierno, y no creo
que fuera en broma: “Me nació la razón. El mundo es bueno. Bendeciré la vida.
Amaré a mis hermanos. Estas no son ya promesas infantiles. Ni la esperanza de
escapar a la vejez y a la muerte. Dios es mi fuerza y yo alabo a Dios.” Patenté
para el nadaísmo esta frase: “Nos propusimos fracasar, y fracasamos en el
intento”. Y esta para mis descreídos amigos: “No creáis en el Credo. Creed en
todo”.
¿Cómo conviven Don Juan y Werther en
tu espíritu vitalista y en tu poesía?
No sé a cuál de los dos personajes detesto
más. Si al engañador que para más señas se apellida Tenorio, o al atribulado
suicida por amor no correspondido. No quiere decir que no haya sufrido por amor
ni siga sufriendo, pero lo que he gozado con él antes de los despegues es
cantar de cantares. Otto Weininger me enseñó a conocer el andar femenino y
estuve prevenido toda la vida. Y más bien me fui por la senda del seductor
Giacomo Casanova, que no tenía predilecciones de clase e iba de tiro largo. Y
escribió una obra confesional a la altura de la de San Agustín y Rousseau. Mis
mejores manías las tomé de la Filosofía
del tocador y la manera de entreverar sexo e hirviente exaltación
metafórica me viene de Henry Miller. Tampoco olvido al Louis Aragon de El coño de Irene, al Nabokov de Lolita ni al Bataille de Historia del ojo.
¿Y la amistad, mi querido Jota, qué
es para ti, si pienso además en el valor que le otorga Jaime Jaramillo Escobar
en el poema que te dedica?
La amistad fue lo único que faltó en
el Paraíso para que no terminara en tragedia pasional por una amanzanada
serpiente. La amistad es la forma más pura del amor y el mayor privilegio. Perder
un buen amigo es perder una mano. Por eso es feliz el recuperarlo porque se
queda con tres. Y si los amigos son poetas, o artistas, qué mayor belleza para
plantearse cambiar la especie de seres que nos rodean. Captados en distintos
lugares y reunidos en festivales somos el verdadero mapa del mundo. Si algo fue
el nadaísmo fue una camada de amigos por encima de humores y disidencias. Después
de más de casi 60 años a veces dejamos de vernos por temporadas, pero siempre
estamos unidos por el cordón umbilical que no supo cortarnos Gonzalo Arango.
Accidentado hace 40 y a quien cada año le conmemoramos nacimiento y deceso. E
intelectualmente, como dijo alguien en una terminología carroñera, “seguimos
comiendo del muerto”. Respecto del eterno poeta del nadaísmo, Jaime Jaramillo
Escobar, me inmortalizó con el poema Jotamario
de Cali, y se rió de mi inmortalidad haciéndome a la vez morir de la risa
con La visita de cortesía. Negué que
tuviera alma hasta que me la puse para hacer de él mi amigo del alma.
Tu lectura de la poesía ha
evolucionado, supongo, como en todos los poetas. ¿Qué privilegias más ahora en
la obra de los otros o valoras más, que antes no?
Por la mala poesía se llega a la
buena, solía afirmar García Márquez, tal vez justificando su inicial atracción
por el poetizar piedracielista, que lo
llevó a facturar versos desastrosos en la friolenta Zipaquirá, que como
curiosidad le ha publicado la revista Diners. En cambio toda su obra
novelística es un vasto poema. Los nadaísta llegamos negando todo el
antecedente lírico del país, salvando a duras penas a León de Greiff y al
Tuerto López. Y posteriormente a Mutis, Gaitán y Cote. Luego llegó otra
generación sin nombre ni apellido conocidos a negarnos a nosotros. Una
generación que no se atrevía a decir su nombre, como la nombró Eduardo Escobar.
Y lo que hicieron al negar la negación fue patentarnos de corsos. Dimos el
mejor poeta de Colombia y sus alrededores, Jaime Jaramillo Escobar, que no
necesariamente es el mejor poeta del nadaísmo, porque el Nadaísmo es un solo
poeta con muchas patas. Pero la poesía
nadaísta no importa mucho, quiero decir los tomos de poesía, lo que más importa
fue el ademán, cómo una generación se pasó la vida importunando el statu quo y
terminó haciendo una revolución que otros no hicieron, por actuar con las armas
que no eran. Hicimos la revolución que nos propusimos, cambiamos la manera de
ser y de pensar del país, no necesariamente para mejor, pero ahí queda, de
mierda hasta la coronilla, mas abriendo la puerta a la paz, que seguramente le conducirá
al lavabo.
Pero insisto, ¿cuáles son las virtudes de la
poesía que ponderas a estas alturas del camino y de las lecturas, los festivales,
los viajes, la sabiduría, también lo que más detestas o repeles de la poesía
que se publica en tu país?
No creo que la poesía deba ser un derby donde
se luzcan los poetas que corran más. Hay que publicar obra, desde luego, a
pesar de la escasez masiva de compradores. Pero lo que se impone es la actitud
del poeta ante los avatares de su tiempo. El Festival de Poesía de Medellín, y
los del mundo organizados por poetas, las revistas que publican y las
actividades que emprenden, son muestras más poderosas de su compromiso poético
que sus propios libros, por buenos que sean. El poeta debe seguir siendo la voz
de la tribu, que a veces se manifiesta con un estentóreo silencio, así ese
silencio sea silenciado.
Concluye formalmente una guerra entre dos
ejércitos, pero quedan muchas razones para alimentar la violencia social y
cultural en Colombia. ¿Qué esperas en ese sentido para tu descendencia? Y ¿en
verdad esperas también la paz entre los poetas colombianos?
La guerra en Colombia no ha sido precisamente
un enfrentamiento entre dos ejércitos sino una verdadera salvajada. Ha sido una
guerra sucia de trapos sucios. La barbarie ha estado en el frente, en todos los
frentes. Son millones de víctimas, muertos, heridos, mutilados, violados,
secuestrados, despojados, refugiados, exiliados, encarcelados. Quienes
defendían a las víctimas terminaron de victimarios. Haber llevado las
posibilidades de paz a un punto de no retorno es hazaña digna de agradecer a
dos de los contendientes tras más de 3 años de conversación habanera. Espero a
mis hijos dejarles la paz que nunca vi ni viví, pero por la cual trabajé, amén
de unos libros. Y entre los poetas de esta Colombia deseo que no nos sigamos
masacrando unos a otros así sea con el dicterio. Estoy abogando por un
estrechón de manos entre aquellos que han estado alejados por desavenencias
estéticas, políticas o personales, lo que no implica que bailen la conga, pero
por lo menos que entre ellos vuelva a campear el respeto mutuo. No se trata de
que todos comamos de un mismo plato, pero sí de
que cada uno tenga su tenedor.
En un país en paz repugnaría que sólo los poetas sigan en pugna.
Y entre la publicidad y la poesía, ¿qué
puentes adviertes y aprovechas, qué recursos y caminos desechas o diferencias?
Ingresé a la publicidad porque lo
único que sabía hacer era frases que todo el mundo me celebraba, como “Tome
nadaísmo y pida la tapa”. Los empresarios dijeron: Si este muchacho lleva
tantos años haciéndole la publicidad a un movimiento tan gaseoso, contratémoslo
para que le haga la publicidad a nuestras gaseosas. Y así fui a dar en Bogotá a
una agencia que era propiedad de la Coca cola, Sams Publicidad, dirigida por
César Gómez. Y coloqué en ella a varios nadaístas, a Pablus Gallinazo, a Amílcar
Osorio, a Elmo Valencia, a Peggy Killand, a Claudio Vernot, mi médium. Tuve
plata de sobra para financiar la bohemia y la conspiración contra la sociedad
de consumo. En ella me pensioné, gracias a Propaganda Sancho, y así hoy puedo
dedicarme tranquilamente, en el paraíso de mi biblioteca, a escribir mis
memorias, como hizo Casanova en la que le concediera su mecenas el príncipe de
Ligne. Conspiramos con mucho júbilo y conspirando terminaron por jubilarnos.
Muchos escritores aspiran a los grandes
premios, a los homenajes, ¿cuál es tu más auténtica aspiración de
reconocimiento como escritor en tu país y fuera de éste a la edad en la que te
encuentras y que ya está en las cifras del séptimo piso?
A la poesía no puedo pedirle más de lo que me
ha dado. Los amores felices y los frustrados, las amistades peligrosas y
salvadoras, un lugar con alpiste para cuatro picos, los viajes por los mundos
de la tierra y de la memoria, unas memorias empastadas en varios tomos, y la
comunicación final con la divinidad que me había perdido. No sé quién será
Dios, como nunca supe lo que era el nadaísmo, pero en estas regiones poco
importa el saber. Lo que cuenta es dejarse ir.
Bogotá,
México, 2016
* Se
publicó inicialmente en:
José
Ángel Leyva | 01.12.2016
José
Ángel Leyva | 01.01.2017
-
Gracias al aporte y autorización del entrevistado,
publica y difunde: NTC …* Nos Topamos Con …
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