VIENE y COMPLEMENTOS DE:
11 de julio de 2016
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"Serán muy tristes los Domingos ..."
Por Consuelo Lago
EL
PAÍS, Cali, julio 12, 2016
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Intermedio
El
cadáver de Abracadabra *
Jotamario
Arbeláez
“Eres
el más gracioso de la tierra. Y el más feliz. Y el cómico reía.”
Así hablaba el poeta del gracioso Garrik, de
la Inglaterra, quien cambiaba el spleen
de sus coterráneos en carcajadas.
Entre
los amigos de siempre del nadaísmo Juan José Saavedra fue una de las más
brillantes cabezas, como lo atestiguan sus notables sombreros.
Gonzalo
Arango le comentó con altura su primer libro, proponiéndose adaptarlo para el
nadaísmo.
Éste
consideró que el movimiento era un chiste y a los chistes se consagró.
No
a los chistes burdos a lo Cosiaca, sino a ese humor que nace de la paradoja,
del juego de palabras inteligente, del chispazo oportuno, la greguería.
En
eso pudo considerarse el rey, en medio de tanto caleño malhumorado y por
consiguiente malhumorista.
Su
secreto consistía en no reírse, en las reuniones, de sus notables ocurrencias.
Se quedaba serio esperando algunos segundos la sorpresa del contertulio que
terminaba desternillándose.
Payanés
de pura cepa, una vez se graduó de abogado se propuso tomarse Cali, cuando lo
logró se lanzó a Bogotá con su reciente y suculenta esposa.
Me
contaba que iba por la 19 subiendo hacia la séptima con el codo apoyado en el
borde de la ventanilla del flamante carro deportivo de su señora.
Sintió
que golpeaban con una llave el vidrio de la ventanilla opuesta. Giró la cabeza
alarmado, y en ese momento le arrebataron el reloj de oro.
Salió
a perseguir al ladrón esgrimiendo su revólver de leguleyo.
Como
no lo alcanzó regresó y se le habían robado el carro.
Llegó
la policía, le decomisó el arma y lo condujo a la inspección a que mostrara el
salvoconducto. Era demasiado, prefirió devolverse a Cali.
Se
burlaban los amigos al verlo ufanarse de conducir como un playboy semejante
nave, diciéndole que el carro era de Martica. A lo que él contestaba: Si, pero
Martica es de Saavedra, huevones. Y todos reían, menos Martica.
Luis
Guillermo Restrepo, quien con su generosidad proverbial nos incorporó a tantos,
lo incrustó en El País donde por más de diez años con su columna Abracadabra hizo las delicias de sus lectores. Pues era un verdadero pata de cabra.
Aún
en su desempeño como serio abogado apelaba al ingenio en sus alegatos, y se
llegó a ver a un juez dictando sentencia cagado de risa.
Y
en sus galanteos exitosos. Las cosquillas a sus prospectos románticos las hacía
con el doble sentido de la palabra.
Se
especializó en burlarse del matrimonio y de los vaivenes del amorío.
Una
vez se dio cuenta que era malos tragos dejó el alcohol por la cocacola y el
revólver por la peinilla.
Era
amigo entrañable de Armando Barona Mesa, a quien le crecía el afecto luego de
sus agrias disputas,
de
Adolfo Vera, que veía por su corazón en derrota,
de
Armando Holguín Sarria con quien intercambiaba mandobles,
de
Raúl Fernández de Soto, quien era su caja de confidencias,
de
Fabio Martínez y de Omar Ortiz, sus consuetas de chismes y altercados entre poetas
y prosistas,
de
Gabriel Ruiz Arbeláez, de NTC ... , quien lo consentía como a un hijo que se hacía
el bobo;
con
todos ellos y muchos otros hacía permanentes y deliciosas tertulias.
Con
el Monje loco andaban de la Ceca a la Meca, de Chipichape a Unicentro, tomando
tinto y riéndose de lo lindo. Cada paso una carcajada.
Fue
autor de diez títulos, entre ellos Cómo
ser feliz aun estando casado y Lo que el viento NO se llevó.
Y
en plena temporada de lanzamiento, el viento, que levanta las faldas de las
chicas por la Avenida Colombia, que no se deja hacer chistes de viejos verdes,
se lo llevó.
El
hombre desparece y el mundo sigue andando y bailando tango.
Los
amigos lo guardan en los entrepaños de la nostalgia.
Los
lectores desempolvan sus recortes de prensa y evocan lo que fueron sus
carcajadas.
El
hueco de su columna pasa a ser ocupado por otro escriba.
Sus
libros tendrán una efímera alza de ventas.
Y
sólo su sombrero dará fe de la medida de su cabeza. Otro cráneo que se va
despojado de pensamientos.
Hay que perdonarles a los amigos que se
marchen antes que uno para poder despedirlos, como hizo tan líricamente el
elocuente Armando Barona en su cremación.
Y
que le dejen la huella de su paso por esta vida compleja, donde los unos a los
otros nos empujamos, o para impulsarnos o para tumbarnos.
Que los
gusanos del fuego que a partir de ayer se comen a este cristiano disfruten del
banquete del fin del mundo.
Porque
era su convicción, ya que la eternidad le hacía bostezar, la de que el mundo se
acaba cuando el paciente termina.
----* Publicado parcialmente en:
Abracadabra
Por Jotamario Arbeláez
EL PAíS, .com, Julio 11 de 2016
- 23:47. Impreso Jul 12
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Jotamario Arbélaez, Gabriel Ruiz, Juan José Saavedra y Óscar Collazos.
Tertulia Médica No. 101 (atípica). Febrero 25, 2012. 11 am a 8:30 PM . Cali. Cumpleaños Adolfo Vera *.
Tertulia Médica No. 101 (atípica). Febrero 25, 2012. 11 am a 8:30 PM . Cali. Cumpleaños Adolfo Vera *.
* https://picasaweb.google.com/111515077843964359836/TertuliaMedica101CumpleanosAdolfoVeraFeb252012#
Fotografías y grabaciones:
María Isabel
Casas R.
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El Juan José que yo conocí
Por Mario Fernando Prado
EL PAíS, .com, Julio 11 de 2016
- 23:47. Impreso Jul 12
Por un tiempo fui víctima de
sus implacables sarcasmos que me asestó con ese humor negro y vergajo que le
caracterizó. Su mordacidad no tenía límites y cuentan que en más de una
oportunidad se tiró una amistad por hacerle un chiste a quien fue hasta ese
momento su entrañable amigo.
Otros aseguran que se peleaba
hasta con su propia sombra, que a ratos no se soportaba ni a sí mismo y que
llegó a cosechar tantos malquerientes que ni siquiera sus bienqueríentes
lograron equilibrar la balanza de sus afectos.
Locuaz, monotemático y
egocentrista tuvo cientos de defectos que incidieron en los éxitos terrenales
que pudo alcanzar y que lo habrían llevado a las más altas dignidades habida
cuenta su inteligencia avasalladora, su incontenible genialidad y su innegable
don de la palabra.
Le sacaba pelo a una calavera y
sus enhiestas posiciones ante las que jamás claudicó le valieron por igual
odios irreconciliables y seguidores incondicionales.
Como abogado y sobre todo como
penalista se lució en los estrados judiciales. Como columnista despertó por
igual admiraciones y rechazos. Como persona fue un dolor de cabeza para sus
allegados y como pariente despertó antipatías tales que a veces lo consideraban
más Saavedra que Velasco y viceversa e incluso, unos y otros quisieron en un
momento hasta ‘desapellidizarle’.
No obstante esa cantidad de
peros sirvieron también para valorarle en su verdadera dimensión una vez que se
lograba entender su compleja personalidad: la de un escritor dueño de una prosa
singular que le permitió perpetrar -como el mismo decía- dos docenas y hasta
más de libros que se siguen leyendo con deleite y fruición.
En los últimos años gocé de su
amistad y conocí al otro Juan José, el espléndido, el compañero, el colega, el
consejero solidario. Incluso fue colaborador del programa Oye Cali en el que
por poco nos enloquece cuando se adueñaba de la palabra con sus agudas
intervenciones. Pero así era él, genio y figura hasta la sepultura.
Sus Abracadabras los domingos
en este periódico fueron siempre lectura obligada y tener la dicha de tertuliar
con él -a pesar de sus interminables monólogos- era una fiesta del talento, la
ilustración y la suspicacia.
Últimamente y víctima de un
cáncer demoledor que comenzó a menoscabarle se le notaba mermado y disminuido
pero nunca quejumbroso y menos carente de esa chispa y ese repentismo que nos
hacía carcajear a todos.
Su última columna, la de antier, le resultó de antología así como su postrer artículo en la revista
Épocas de la que fue también asiduo colaborador. Estaba a punto de sacar un
libro sobre las raíces payanesas de la familia Pardo a pesar de que tenía los
días contados y él lo sabía de sobra. Sin embargo, no bajó nunca la guardia.
Batallador que fue, no le ganó
la partida a la muerte, a la que encaró muchas veces, porque no le profesaba un
carajo de miedo ni a ella ni a nadie más en este mundo...
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