lunes, 16 de mayo de 2016

¿Un escritor nace o se hace? Sirven los cursos, carreras y talleres... . / Colombia lee en "la nube". / Textos en SEMANA // Opiniones recientes de Piedad Bonnett y Julio César Londoño

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La inspiración no es suficiente
Los estudios en escritura creativa cada vez toman más fuerza en el país y pasan por alto las clásicas críticas sobre su utilidad.
SEMANA, CULTURA | 2016/05/14 00:00
 Aumento de Estudios sobre Escritura Creativa demuestran que inspiración no es suficiente
Aumento de Estudios sobre Escritura Creativa demuestran que inspiración no es suficiente  Este amplio panorama de ofertas demuestra que en Colombia se desmitifica la idea de que la escritura es una labor que solamente pertenece a las elites o a quienes tienen un talento casi innato. Foto: annazuc / Pixabay


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En Colombia aumenta cada vez más el interés por escribir. Esto se percibe por el número de programas de educación formal y no formal que se han creado en los últimos diez años alrededor del país. Universidades como la Central ya no solo ofrecen talleres de escritura, sino pregrados, maestrías, especializaciones y otros posgrados.
Según Adriana Rodríguez, coordinadora académica de esta institución, “América Latina está despegando con respecto a la formación de escritores. El pregrado acá, por ejemplo, comenzó con cuatro estudiantes y en este momento tiene más de 140”. Un gran avance, si se tiene en cuenta que solo en 2007 nacieron las primeras maestrías en creación literaria en las universidades Nacional y Central.
Tal es el auge, que en las carreras clásicas de literatura le han abierto espacio a materias sobre creación. Incluso instituciones del Estado se han unido a esta tendencia. En este momento, la Red de Escritura Creativa del Ministerio de Cultura dicta alrededor de 60 cursos por todo el país, en los que participan 1.000 personas. Por su parte, los talleres de Idartes sobre géneros literarios tienen más demanda.
Para el escritor Ricardo Silva Romero, la profusión de estudios de escritura creativa prueba que hay mucha gente que necesita un estímulo para ser escritor. “La gente que quiere escribir inmediatamente se enfrenta al obstáculo de tener tiempo, y para tenerlo hay que comprarlo. Esos estudios lo obligan a ensayar y a leer, y si bien ninguno garantiza que va a enseñar el talento, sí puede darle elementos y lecturas claves a personas que tienen esa vocación”.
De hecho, los talleres de escritura tienen una tradición en Colombia. El más emblemático es el de IsaíasPeña Gutiérrez, quien comenzó hace 35 años y continúa hoy en la Universidad Central. Por allí han pasado escritores reconocidos como Jorge Franco (Rosario tijeras), Germán Gaviria (Olfato de perro) o Juan Álvarez (La ruidosa marcha de los mudos). Este último ahora trabaja en el diplomado de escritura creativa del Instituto Caro y Cuervo y sostiene que hace dos años, cuando comenzó el proyecto, pensaron que no había tanto público, pero se dieron cuenta de que hoy hay más gente interesada no solo en la literatura, sino en producir otro tipo de contenidos.
El aumento de la demanda ha llevado al instituto a estructurar su propia maestría. “En nuestro caso –dice Álvarez–no hacemos énfasis en la escritura literaria, la de autor, sino en una cosa mucho más amplia, que se refiere a la producción de contenidos creativos, porque con el auge del internet se hace evidente que se requiere de una formación y estímulo para responder a esas demandas del mercado”.
Este amplio panorama de ofertas demuestra que en Colombia se desmitifica la idea de que la escritura es una labor que solamente pertenece a las elites o a quienes tienen un talento casi innato. “La existencia de estos programas revela que el talento por sí mismo no basta y que, de pronto, es mucho más rápido entrar en ese proceso de escritura con la ayuda de alguien”, dice Andrea Salgado, profesora de las maestrías de la Nacional y la Central.
Sin embargo, esta proliferación de cursos, carreras y talleres ha reabierto el debate de si el escritor nace o se hace. Por ejemplo, el escritor británico Hanif Kureishi hace dos años afirmó –a pesar de enseñar en uno de ellos– que los cursos de escritura creativa eran “una pérdida de tiempo”. En cambio, la académica y escritora Carolina Sanín cree que estos espacios permiten que la gente afine su interés por la escritura, en la medida en que pule sus textos y su percepción de la realidad. “Funcionan a todo nivel. Sirven para que haya mejores obras literarias porque allí se puede cultivar con cuidado una vocación”.
El escritor que estudia estas maestrías, “está todo el tiempo subvirtiendo las formas, más que los demás”, dice Silva. Y ese fogueo, sostiene, hace falta en la carrera de literatura, donde se suele dar una formación más en gramática, semántica, historia o lenguaje. Esto ya no es suficiente para alumnos que están acostumbrados a tener una página propia que motiva su creatividad.
Según Álvarez, hay que dejar de discutir si se puede enseñar o no a escribir, pues estos cursos están diseñados más que para formar nobeles, para responder a una creciente demanda de personas que quieren convertirse en mejores redactores, lectores o profesores. Si bien unos quieren dedicarse a este oficio, otros simplemente tienen una historia y no saben cómo contarla, o quieren hacer un proceso de catarsis. Algunos, también, deciden tomarlo porque necesitan un título o porque quieren ver la vida desde diferentes perspectivas. Los perfiles, dice Salgado, son infinitos y cada uno, quizás, tiene un interés diferente.
Samuel Salinas, exalumno de la maestría de la Nacional, asegura que allí le enseñaron el cómo se dice y a entender las diferentes formas de narrar. Es consciente que se necesita disciplina y mucho tiempo, y el programa puede dar aliento, pero la única manera de mejorar sus habilidades es escribir mucho.
Si bien, grandes escritores como William Faulkner o Franz Kafka nunca pasaron por un programa de estos, otros como Flannery O’Connor (Sangre sabia) o Raymond Carver (Catedral), sí lo hicieron. En el caso de América Latina comienza a surgir una generación de escritores liderada por el pulitzer Junot Díaz (La maravillosa vida breve de Oscar Wao) y Yuri Herrera (Los trabajos del reino), que se formaron en un programa de escrituras creativas. Esto demuestra que aunque no existe una fórmula mágica para crear relatos, sí es cierto que en la región se forjan talentos a partir de un aprendizaje. Esto, además, afecta positivamente a la profesión literaria y, a la vez, a la industria del libro porque ha creado editores, escritores y lectores diferentes. Pero, sobre todo, abre nuevos espacios, “que siempre son de agradecer en cuestiones artísticas”, resalta Silva.

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Colombia lee en "la nube"
El país vive un ambicioso proceso de digitalización de los libros que reposan en sus bibliotecas y universidades. Se acaban las excusas para no leer.
SEMANA, CULTURA | 2016/05/14 00:00

Lectura aumentaría por digitalización de libros en Colombia

Colombia lee en la nube Foto: Javier De La Torre Galvis

Cada año 35 millones de colombianos no leen ningún libro y, según el Dane, los demás leen dos en promedio. El bajo nivel de lectura del país no solo se debe al analfabetismo o a la falta de interés, sino a que muchas comunidades no tienen acceso a los libros.


Para corregir ese fenómeno, las bibliotecas y universidades emprenden ambiciosos proyectos de digitalización de contenidos. El más grande de estos proyectos es la Biblioteca Básica de laCultura Colombiana, BBCC, un proyecto liderado por la Biblioteca Nacional, la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (compuesta por 1.424 bibliotecas en todo el país) y el Plan Nacional de Lectura y Escritura, Leer es mi Cuento. La BBCC es absolutamente digital y permite descargar y leer todos los libros importantes para la construcción de la identidad nacional de los colombianos.
En la pasada Feria del Libro de Bogotá sus impulsores subieron a la web los primeros 25 títulos de su colección –todos de literatura–, entre los que están Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos; El carnero, de Juan Rodríguez Freyle; La vorágine, de José Eustasio Rivera, y María, de Jorge Isaacs. Para 2018 este proyecto pretende reunir unos 200 títulos que incluyen gastronomía, cine, música y botánica, entre otros, todos con acceso gratuito desde cualquier computador, celular o tableta y desde cualquier lugar del mundo donde haya conexión a internet.
Para la directora de la Biblioteca Nacional, Consuelo Gaitán, lo más interesante de la BBCC es que “reunirá todas las obras que permiten entender la cultura colombiana para que tanto colombianos como extranjeros puedan leer los libros que han descrito y construido la identidad nacional, desde todos los ámbitos de la cultura”.
Y aunque es el más ambicioso proyecto de digitalización, no es el primero. En 1995, Jorge Orlando Melo comenzó el proceso en la Biblioteca Luis Ángel Arango, del Banco de la República. “Desde entonces, –asegura Melo– estábamos conscientes de que debíamos transitar hacia lo digital, especialmente con las colecciones patrimoniales y los libros de valor histórico, que con los años se hacen menos manipulables y cuya reedición circularía poco y sería muy costosa”.
En cuanto a lo patrimonial, la Biblioteca Pública Piloto de Medellín ha dado ejemplo a nivel internacional en el trabajo de digitalizar su material físico, con más de 100.000 obras desde 2008 hasta la fecha. Y tiene el archivo fotográfico más grande de América Latina, pues conserva 1.700.000 imágenes tomadas desde 1848. Además, construyó una plataforma virtual con textos, fotos y audios de la mayoría de sus obras, donde incluye las grabaciones de las conferencias académicas dictadas en su sede desde 1978.
Tanto la Luis Ángel Arango como la Piloto se orientaron principalmente a convertir el material histórico que por su antigüedad no es posible manipular. Y con el paso del tiempo han llevado a la nube diversos contenidos a pesar del riesgo de que los usuarios dejen de ir a las bibliotecas. “Digitalizar es volver más fácil el acceso de todos a la lectura. Nos mueve la conservación y la difusión de contenidos para todo tipo de públicos, tanto los que acceden desde sus dispositivos, como los que prefieren el papel”, afirma Cruz Patricia Díaz, coordinadora de contenido de la Biblioteca Pública Piloto.
Pese a lo anterior, el terror ante lo virtual sigue latente y retrasa la digitalización de otros productos editoriales colombianos. Uno de los principales temores, como asegura Manuel Gil, experto en mercado editorial, es la facilidad que da la web para que alguien use ilegalmente los derechos de autor. Pese a ello, afirma que “actualmente, todas las empresas editoriales (incluyendo aquí a las bibliotecas) deben tener una doble cadena de valor, que dirija sus esfuerzos, de manera paralela, hacia lo digital y lo impreso”.
Además estas, como cualquier otro producto o servicio cultural, han ido diversificando sus servicios al ofrecer charlas y exposiciones de arte, entre otros planes educativos que llevan público a sus sedes.
Un ejemplo de las estrategias para convocar a la gente es el proyecto Gaboteca de la Biblioteca Nacional, el cual ofrece un inmenso catálogo digital e interactivo sobre las referencias bibliográficas – con fotos y recortes de prensa incluidos- que esta biblioteca tiene acerca del nobel Gabriel García Márquez. Pero a diferencia de los antes mencionados, no permite descargar o acceder virtualmente a la lectura de las obras. La idea es seguir estimulando a los usuarios a visitar la biblioteca para que tengan acceso físico a las obras.
Otros más osados se han inclinado por lo digital en formatos mucho más arriesgados. Es el caso de las creaciones digitales de la convocatoria Crea Digital, promovida desde 2012 por el Ministerio de las TIC, la cual lanzó recientemente la Biblioteca Digital, que contiene los proyectos ganadores de dicha convocatoria en formato e-book; este incluye –además de texto– videos, audios, ilustraciones, fotografías, infografías y herramientas de toma de nota, comentarios e interacción del lector con el texto.
Cada vez los contenidos van más allá del PDF, ya que no solo se escanean sino que se someten a otros procesos que cautivan a los lectores con formatos como los Epoc, HTML y e-book.
Y en ese proceso las universidades no se han quedado atrás. Por ejemplo, la Universidad Nacional, además de permitir acceso libre a sus contenidos académicos, lidera la participación de Colombia en la plataforma Scielo (Scientific Electronic Library Online), un sitio web de acceso gratuito y sin restricciones, en el que publican las mejores investigaciones científicas de los países latinoamericanos en todas las áreas del conocimiento, sin excepción alguna.
Aunque parece el mundo ideal, Jorge Orlando Melo pide cautela con los libros nuevos: “Si las bibliotecas los montan en la red, la gente no los comprará. Así se acabarían las profesiones literarias”.
Aun así, la democratización de la lectura, en la que Chile, Brasil, Perú y Argentina llevan la vanguardia, es un largo camino que pretende eliminar las barreras de acceso, todo hacia una meta: que en 2018 los colombianos pasen de leer dos a cuatro libros anuales. Ojalá funcione. 
Presencia virtual 
Algunas bibliotecas de Colombia se podrán visitar por Google.
Google Street View, la aplicación que permite hacer recorridos de 360 grados por las calles y lugares del mundo, incluyó en mayo a los edificios de cinco bibliotecas colombianas. Entrando a la aplicación, cualquier persona podrá hacer una visita virtual * por las bibliotecas José Eustasio Rivera de Neiva; San Javier de Medellín; El Tintal, Gabriel García Márquez y Virgilio Barco de Bogotá.  * https://www.google.com/maps/streetview/#colombian-libraries
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Un círculo desalentador

En un país donde casi nadie lee, …

Por Piedad Bonnett
 Piedad Bonnett
EL ESPECTADOR 9 (.com) y 10 (impreso)  9 ABRil  2016


El domingo pasado una avalancha de gente llenaba de tal modo la calle 95 entre 11 y 15, que la Policía de Tránsito se vio obligada a cerrar el acceso de los automóviles.

No se trataba, como podría pensarse, de una protesta por los atascos que produce la construcción del deprimido de la 94, que ya lleva cuatro años largos (restaurar el Templo de Bel en Palmira, una joya de 2.000 años destruida por el EI, llevará cinco). Los cientos de muchachos que hacían colas interminables, y que estuvieron subiendo desde la estación de Transmilenio desde las siete de la mañana,iban por los libros que a 5.000 pesos anunciaba un librero que compra los saldos de las librerías y luego los revende.

Sí. Aunque nadie lo crea, esa horda de jóvenes de barrios apartados —muchos de los cuales no pudieron entrar por la magnitud de las colas— subía con la esperanza de conseguir libros que muy seguramente no pueden comprar en las librerías. No sé si los libros del paisa que puso el negocio —que él presenta como actividad filantrópica— son buenos o malos. Pero este no es el punto. Es lo que este simple evento revela. ¿Será que el problema de la lectura tiene que ver con la carestía de los libros?

No todo es tan sencillo como decir que lo que pasa es que en Colombia los libros son muy caros. Es ya importante que estos no tengan IVA. Son caros, sin embargo, en relación con el poder adquisitivo de la mayoría. Los importados, ni se diga, por el precio del dólar. En cuanto a los producidos aquí, en sí mismos no lo son tanto, ya que la dinámica del mercado del libro es muy compleja; según los que saben, entre el 30 y el 35% del precio al público se invierte en la producción; entre el 15 y el 20% va para el distribuidor, que se encarga de ponerlos en librerías; un 35% o más es para los libreros; y un triste 10% para el escritor, sin el cual no existiría lo demás. Como dijo en estos días el escritor Aguilera Garramuño *, “…de verdad que ponerse a escribir novelas es un acto de optimismo radical: gasta uno muchos años en una quimera que podría terminar en la basura o totalmente ignorada”.

Pero todo comienza con la demanda. En un país donde casi nadie lee, toca hacer ediciones pequeñas, que encarecen el libro desde el comienzo. ¿Y por qué no hay demanda? Porque no hay hábitos de lectura. Atérrense: de acuerdo con las investigaciones, la primera razón por la que los colombianos no leen, es porque no les gusta. Y porque sus padres no leen y en la escuela la lectura es una obligación tediosa, en manos de maestros que muchas veces tampoco leen, o que lo que piden a sus alumnos son encasillamientos sin sentido. En conclusión: muchos jóvenes que leen no tienen recursos y difícilmente pueden comprar libros. Y la mayoría no se engancha a la lectura porque el sistema de enseñanza falla a la hora de seducirlos. Por todo esto, resultan tan importantes las iniciativas de los Ministerios de Educación y de Cultura, que le están apostando a la capacitación de maestros, al crecimiento de la Red de Bibliotecas Públicas, y a la campaña Leer es mi cuento. A ver si algún día esto cambia.

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La maldición de leer
Por: Julio César Londoño
Julio César Londoño
EL ESPECTADOR, 6 MAYO 2016

Desde que estaba chiquito oigo campañas para aumentar los índices de lectura, y desde entonces se repiten los mismos números. A veces 0,6 (libros per cápita al año), a veces dos y pico. Estas cifras vuelven con tanta insistencia que uno llega a pensar que no son mediciones nuevas sino copias de copias de viejos informes.

Y como no es fácil saber cuántos libros lee una persona al año (yo mismo no podría decir cuántos leo, aunque Dios y las yemas de mis dedos saben que hojeo siempre 947), es probable las cifras oficiales sean índices de ventas, no de lectura.
Lo cierto es que leemos mucho menos que los franceses e incluso menos que los mejicanos y los argentinos. Ahora, si aceptamos que leer es bueno o al menos necesario, y que las estadísticas reflejan nuestra mala relación con los libros, la pregunta que sigue es ¿por qué fallan las campañas de promoción de lectura? Considerando el dinero y el esfuerzo invertido en estas campañas, y la importancia del objetivo, la pregunta es pertinente.
De las muchas aristas del problema, elijo una: las campañas son mentirosas. Insisten en decirles a los niños y a los jóvenes que leer es genial. Fácil. Delicioso. Más fácil que la televisión, más rico que un helado. Y llenan los afiches con mariposas, duendes, payasitos, arcoíris y mil ternuras. Falso. Leer es un trabajo como cualquier otro, y tiene, como todos, picos y valles, emociones y jarteras. Más jarteras que emociones, la verdad sea dicha, por la sencilla razón de que la calidad escasea en este como en todos los campos.
Gozar con la lectura es difícil al principio… ¡y se complica con los años! Al principio, porque no contamos con ciertos prerrequisitos intelectuales ni ojos entrenados ni nalgas pacientes. Con el tiempo adquirimos estas habilidades pero aparecen nuevos problemas: el lector se vuelve muy listo y cada vez le será más difícil encontrar información inédita y jugosa. Le coge gusto a la buena prosa y ya no soporta el lenguaje reseco de las enciclopedias y los informes académicos. Su falta de vuelo. Su lánguida imaginación. Exige información seria, especulación inteligente y mucho estilo. Lo quiere todo a la vez. Reconoce de lejos todas las metáforas y desespera al poeta, que ya no encuentra imágenes para sorprenderlo. Se sabe de memoria los 17 nudos de la ficción y los 289 desenlaces posibles, imposibles y futuros.
En este punto, el lector está perdido. Lo sabe todo, lo ha leído todo pero no puede parar. Solo le queda el hastío. Es Garrick. Conoce incluso las obras de varios autores imaginarios. Avellaneda. Julio Platero Haedo. H. Bustos Domecq. Almotásim el Magrebí. El Aristóteles de la “Comedia”. Erra como ánima en pena entre los anaqueles de las librerías a toda hora, incluso los sábados (¿hay algo más triste que una biblioteca un sábado por la tarde?) buscando un ensayista que especule con estilo, un cuento que enrede con destreza el nudo 18, un poeta que le susurre el verso capaz de poner una sonrisa en los labios de Dios.
El buen lector es un vampiro al que ya le cuesta encontrar plasma de calidad. Sabe muy bien que los números juegan en su contra. De mil libros que se publican, quizá 50 son buenos. De esos 50, quizá 20 estén en traducidos al inglés o al español. De estos 20, quizá cinco hayan sido escritos para él y quizá uno, si los dioses son propicios, esté en esa librería que hoy recorre con una mezcla de tedio y esperanza.
Estas cosas debe saberlas un promotor de lectura y revelárselas a los jóvenes que engatusa con el cuento de hadas de que la lectura es tan divertida como un brownie con helado un sábado por la tarde.
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Tiempos convulsos para el LIBRO y el mundo editorial
La industria editorial es objetivo de una transformación sin igual en siglos.
Por:  MANUEL GIL E.
LECTURAS, EL TIEMPO 15 de mayo de 2016

El mundo del libro se enfrenta hoy a una transformación profunda. Una industria que no había asistido a cambios dramáticos en los últimos 200 años se encuentra ante la irrupción de un nuevo paradigma, producto combinado de internet y digitalización. Esto supone una fuerte disrupción. La industria ha perdido el monopolio de la tecnología, del formato, de la generación de contenidos, e incluso del precio, lo que lleva a pensar en una situación de cierta vulnerabilidad, apasionantemente incierta. Si no se parte de esta con-fluencia de pérdidas, es difícil entender cómo se están moviendo las ‘placas tectónicas’ de la industria.
El libro, al competir como producto de ocio, ha perdido gran parte de su capital simbólico, y frente a la competencia se encuentra abiertamente en desventaja, si pensamos en las series de televisión, los juegos móviles o las aplicaciones. Aceptar la idea de que las nuevas generaciones consumen contenidos desde sus dispositivos móviles lleva a concluir que el producto libro, tal y como lo conocemos hoy, comienza a estar en claro retroceso. Una reingeniería del sector debe ser abordada con prontitud, tanto por la propia industria como por los poderes públicos. Pero hay un elemento esperanzador: quizá nunca se ha leído tanto como ahora pese a que la calidad de lo que se consume sea, cuando menos, discutible. Este debe ser el punto de partida para rediseñar un ecosistema pensado al futuro.
Lo que parece obvio es que, “en contenidos, todo lo que pueda ser digital será digital”. Pese a considerar que el debate papel versus digital es algo estéril, los formatos convivirán, y durante mucho tiempo. Numerosos contenidos están ya migrando a digital, y otros lo harán en breve, porque así lo determinan los nuevos hábitos de consumo; esto lleva a pensar que la lectura digital se acabará imponiendo sobre la lectura en papel. Es tanto un problema de tiempo como generacional que el libro digital se imponga sobre la edición en papel.
Por ello, la industria no debe cometer el error de levantar barreras para retrasar la irrupción del nuevo paradigma. Seguir pensando en pasados imperiales, en vez de comenzar a dibujar el futuro, es finiquitar el mismo y dejar en manos de potentes entramados mediáticos la generación de contenidos y la estructuración del mercado editorial global. En este punto, la confluencia entre lo privado y lo público parece el camino más recomendable para diseñar un horizonte de futuro.
El libro digital plantea una atractiva oportunidad a toda la edición de América Latina, pues abre una vía de esperanza en cuanto a visibilizar el contenido en todas las grandes redes y bibliotecas digitales del mundo. La posibilidad de llegar a mercados hasta ahora imposibles con el libro en papel es una realidad incuestionable. Si los átomos no pueden viajar, dejemos que los bits colonicen el mundo. Las asimetrías actuales de comercialización pueden ser minimizadas con potentes agregadores de contenido de las ediciones nacionales, y su posterior enlace con plataformas de otros países. El mundo digital para el libro latinoamericano es una enorme oportunidad que no debe ser desperdiciada. Entre el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad, confiemos en lo segundo en apoyo del libro y la lectura.
MANUEL GIL E.

Su TWITT: 
https://antinomiaslibro.wordpress.com/2016/02/11/tuits-para-reflexionar/

Su blog: antinomias libro
Blog profesional de reflexión del sector del libro en España y Latinoamérica.
https://antinomiaslibro.wordpress.com/

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