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Contratiempo
Cementerio Camilo Torres *
Jotamario Arbeláez
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Habría sido preferible que se hubiera convertido en cardenal, como muy a su pesar lo auguraba su madre.
Pero el haberse convertido en guerrillero, por muy prestigiosa que fuera esa figura por entonces entre los enfebrecidos por la revolución,
fue un
error por igual del cura y del comandante de la guerrilla que le picó arrastre,
de Fabio Vásquez Castaño, quien capitalizó su prestigio y su sacrificio.
Y luego
de ordenar la ejecución de lo más granado de su juvenil militancia,
Con seguridad que hubiera sido más útil a la
revolución con haber seguido como director de su periódico Frente Unido,
que los
jóvenes revolucionarios repartían en la 19 con Séptima,
al lado
de los hippies que repartían el periódico Olvídate, de Manuel Quinto.
El 15 de febrero va a conmemorarse la baja del
prelado, y el ELN se apresta a tirar el monte por la ventana,
tal vez
trayendo a Silvio o acudiendo a Pablus, quien ya no está para semejantes paroxismos.
Cuando lo
único que no merece celebración es la incorporación de Camilo a la guerrilla, en
la que no tenía nada que hacer, salvo morir.
Fue enterrado por el general Valencia Tovar en el
mismo Patio Cemento donde fuera abatido por soldados bajo sus órdenes, en lugar
secreto, “al lado de una enorme ceiba”;
tres años
después lo desenterró y trasladó al lugar más inapropiado, como para que
sufriera el cadáver, al mausoleo de la Quinta Brigada, en Bucaramanga,
donde duermen
aquellos contra quienes lucho y lo mataron.
Allí se
retorcieron los restos por 23 años, mientras las paredes preguntaban. “¿Dónde
está Camilo?”
Hasta el
2002, cuando vino su hermano Fernando Torres, de USA, quien había objetado que
alguna vez se utilizaran los restos del líder para instigar al desorden,
y del
mausoleo retiró los despojos mortales de su hermano, el ministro de Dios.
Según el
cronista Gonzalo Guillén, “desde entonces el rastro de Camilo se perdió para
siempre.
Pero veamos… Según el general, en entrevista con María
Isabel Rueda, él le entregó los restos mortales a Fernando y se desentendió del
asunto.
Pero el 4
de agosto de 2004, publiqué en esta misma columna una petición al general para
que divulgara dónde estaban esos restos,
para que
fueran trasladados al sitio adecuado, como sería la Universidad Nacional.
Comenzaba con este párrafo:
“Debe
ser muy duro cargar con la desaparición de un soldado de Cristo como Camilo
Torres,
así
no se haya tratado de un vil asesinato, como algunos le imputan, injustamente,
al
entonces comandante de la quinta brigada…
Fue
abatido en combate, en Patiocemento, el 15 de febrero de 1966, en su primera
incursión como guerrillero,
y
no tuvo ni siquiera tiempo o agallas para disparar.
Cayó
mientras trataba de hacerse a su primer fusil, y lo único que se le encontró
fue la pipa y un viejo revólver Colt 38. Camilo sin fuego.
Lo
criminoso no consistió en haber dado de baja a Camilo, que si se metió a la
guerrilla y emboscó a los soldados tenía que llevar del bulto,
sino
en haber secuestrado su cadáver para impedir que se utilizara ese nuevo y
legítimo símbolo patrio para la revuelta.
En
tal caso, ¿dónde diablos está Camilo, mi general?
¿Qué
tal si se le devuelven a Colombia los restos de su mártir, así haya tomado la
senda equivocada de la violencia,
y
se ubican en la capilla de la Universidad Nacional, de donde nunca lo debieron
haber sacado?
Si
aparecieron y se devolvieron los despojos del Che, por qué no los de Camilo?
Tal vez así también se apacigüe su alma."
Él me contestó, a través de su columna en el mismo
diario, en documento que no encuentro por más que escruto las redes,
que entre
ambos los habían depositado en una tumba anónima del Cementerio Central.
Ya se
fueron Fernando y el general, y con ellos el secreto de la tumba se fue a la
tumba. Pero algo debe haber en los archivos del cementerio.
Y si no
aparece investigando tumba por tumba, propongo, en vista de que el Presidente
está tan dispuesto a todo,
que se
haga un Mausoleo en memoria del cura inútilmente sacrificado, que por allí se
hallará,
y se
rebautice el campo como Cementerio Central Camilo Torres Restrepo. Y allí sí
que vengan y canten Silvius y Pablus.
jmarioster@gmail.com
Imágenes tomadas de Internet
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* Este texto fue publicado en la columna de EL TIEMPO, Enero 19, 2016.
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