UN NOMBRE
MATILDE ESPINOSA
Por Bella Clara Ventura, Escritora y poeta colombiana
Tomado de: Cronopios*, Miércoles 27 de junio de 2007
MATILDE ESPINOSA
Por Bella Clara Ventura, Escritora y poeta colombiana
Tomado de: Cronopios*, Miércoles 27 de junio de 2007
Cuando una revista de letras se acerca a un nombre para posar sus intereses y hacer de su hallazgo, su mejor artículo detiene su mirada sobre la trayectoria de algún personaje, o en la última publicación de un libro de algún escritor de fama, o simplemente busca que su artículo llegue al alma de sus lectores por medio de un agente de la cultura que deje huella a su paso, haciendo alarde de malabares con las palabras.
Matilde desafía el tiempo y se colma de metáforas para hacerle el quite a la existencia, aún cuando ésta la ha llenado de dolores. Sabe capear cualquier situación por penosa que se presente. Es huérfana de hijos y viuda de un hombre prestante. Le dice a la vida que con su fuerza abrirá puertas para introducir su nombre en todas las páginas literarias. Matilde ha publicado 14 libros que la acreditan como la poeta del siglo en Colombia.
Desde sus primeros años se mimetiza con los árboles y juega con los animales. A temprana edad muestra una inclinación por la justicia, se abandera por las causas difíciles y toma la rienda de buscar el voto para la mujer en un país que no les daba oportunidad de voz a las féminas. Se les clausuraba la entrada a la universidad y se cuestionaba su libertad. Desde siempre supo que su sino sería cantarle al necesitado, hacer de sus notas las más altas para ser escuchadas en otros continentes y traer por medio de la palabra, el alivio necesario. Se rebela contra sus males, se divorcia en un época donde el basta ya para una mujer era frase prohibida. Rompe el esquema de sumisión y talla un nuevo camino de independencia. Su grito sirve como paradigma para otras que no se atreven a ponerle coto a la violencia en casa.
Mujer de verso tardío, como ella misma confiesa: “no empecé temprano, tal vez porque estaba recogiendo vivencias antes de plasmar mi sensibilidad”. Amalgama experiencias propias y ajenas para arrojar sus poemas a los cuatro vientos. La variedad de su temática poética la sitúa muy pronto entre las grandes, aunque ya estuvieran figurando otras mujeres. Su poder de convocatoria le dibuja un halo de magia. Irrumpe con el verso libre para dejar constancia que el vuelo es desde la esencia.
Con su primer esposo, un pintor de talla internacional —Efraín Martínez—, vive 3 años en París, donde nacen sus dos únicos hijos, que luego por extrañas circunstancias la vida le arrebata en un mes de septiembre, fatídico para ella, ya que las muertes sucedieron con un año y un día de intervalo. Cada año se recoge en su dolor y piensa en otras madres que pasaron y pasan por el mismo trance. Suman muchas en Colombia. Su hijo menor se accidenta contra una tractomula en una carretera de la Costa Atlántica donde los conductores de camiones no siempre vigilan el timón, el segundo, como si su hermano le hubiese hecho un llamado, es asesinado por un sicario para silenciar una voz de justicia que denuncia a los corruptos o gente sin moral ante el micrófono, guiado por una madre que quiso lograr una sociedad más justa.
Filósofa por naturaleza, escudriña cada momento las noticias del mundo y filtra sus pensamientos en los poemas. Le cabe el sótano del mundo en la mente, donde acomoda trastes viejos e ideas nuevas.
Antologada en diversas publicaciones nacionales e internacionales y con la presencia de varias medallas en su honor que le cubren el pecho. Considerada la voz de la musa más auténtica y elevada, podemos transcribir algunos de sus versos:
DE LOS RIOS HAN CRECIDO, 1955, el poema EL AGUA nos riega su verso: “Doncella de las rocas, niña sin sombra entre la hierba verde, estalactita sorprendida en las manos oscuras de las grutas. Azahar de la antigua corona de la tierra, nodriza del arroz y de las barcas, peinadora de musgos y de sauces, espejo tembloroso donde el mundo contempla su rostro innumerable. Cuando rompes tus venas en mi cuerpo pienso en la sed del mundo, en su pecho quemado y en el duro estandarte de sol en los desiertos”.
Del mismo tiempo el poema EXODO dice:
“Prendido de los montes y la niebla, como racimos que engendra la noche, adelgazan su sombra en el camino. De sollozo en sollozo, de pregunta en pregunta, la vida es un recuerdo que se quiebra, de abismo a piedra, de alambrada a llama. Allá quedó la aurora desgarrada”.
En AFUERA LAS ESTRELLAS, 1961, poema MUJERES: “Aquí en mis brazos humo de antigua suplicante si miro por sus ojos trasciendo soledades, si digo sus palabras oigo el trigo quemado. Todas tienen secretos que entregan a la noche entre llanto y las manos. Alguien ha descendido hasta sus lechos, anclas para el amor crucificado. Porque son la memoria dolorosa sus voces se confunden con el agua. Quién desvela sus quejas de campana, no será el corazón, válvula ciega porque ellas fueron migración, transito de la entraña deslumbrada”.
En 1970, de su libro “PASA EL VIENTO”, el poema UN DÍA, “Un día se borrará el paisaje, se apagará la luz para mis ojos. Debajo de la tierra, de la fría tierra buscaré otras raíces. Tal vez las venas de un amigo, tal vez la sangre compartida de alguien que amé al respirar la brisa o al mirar al cielo de promesas inocentes, el cielo pesado de las lluvias o de las nubes, sudario de los pájaros. Un día, quizá, de campanas luminosas, alguien dirá cómo se escribe el nombre de una mujer, que fue un poco sólo un poco de ternura dispersa, de ala glamorosa pidiendo ser no más, viento que pasa”.
LA CIUDAD ENTRA NOCHE, poema LA GUERRA: “Sobre el mundo, la guerra. Sobre la palabra, la guerra. Sobre la mujer que mira al hijo, la guerra. Letanía innumerable como el diluvio que vendrá. La guerra trastorna a los oficiadores del desastre. Cambia el paso de los hombres y pone el delirio de sol en la corneta de las ondas marciales. Se olvida de qué lado palpita el corazón y ve correr la sangre como rueda la arena en la pendiente. Muerde las montañas y agota sus manantiales puros. La guerra como la muerte no tiene predilectos, es insaciable, devora como los huracanes. La guerra es ególatra, sólo habla de sí misma. La guerra no cabe en ninguna relación mítica. El dios de la guerra es la negación de los astros. Los hombres la inventaron y ganaron la ferocidad sin nombre, el universo se cubre el rostro. Así la guerra rompe los ojos y los oídos del mundo. La escalera hacia el infinito nada devuelve. El dolor camina y no hay tiempo para apagar su llama”.
Como el tiempo siempre está de su lado, escribe actualmente un nuevo poemario cuyo título aún desconoce pero que desde ya intuimos: hará temblar al huracán y sostendrá en la palabra la última frase sobre el malestar de su semejante. Se inunda de versos para hacerle el quite a la cotidianidad cuando sus ojos cansados de lectura apaguen su visión, soñará con nuevos universos donde el canto con su oda abierta dejará el cielo en el aplauso.
Y en su tumba sembrada de versos rezarán las flores para que su alma inmortal se haga luz y nos asombre cuando en cada nube leamos su nombre.
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